miércoles, 31 de diciembre de 2008

La amante de Bolzano, de Sándor Márai


Escrita en 1940, después de Divorcio en Buda y La herencia de Eszter, La amante de Bolzano es una novela diferente de Márai pero que contiene los elementos imprescindibles en su literatura, esto es, reflexión sobre el paso del tiempo, el inevitable fracaso de las relaciones amorosas, el conflicto interior como medio de supervivencia, y la reiteración de las ocasiones perdidas. Utilizando a un caduco Casanova que huye hacia Múnich y recaba en la localidad de Bolzano, Márai nos presenta la imagen de un héroe en el ocaso, de un eterno seductor cuyo compromiso con la existencia no pasa de la mera aventura, y cuyo vacío espiritual le induce a creerse que realmente ama a Francesca -con quien se reencontrará cinco años después de ser batido en duelo por quien terminaría casándose con ella, el conde de Parma. La novela está genialmente rematada con tres monólogos por parte de los tres personajes en liza, esto es, del conde de Parma -con su extraña y casi ridícula forma de sublimar la escueta carta de su esposa-, de Francesca -que sorprende al gran seductor con una soberbia declaración de principios-, y por último del propio Casanova -afianzándose en sus verdaderos sentimientos y poniendo al descubierto su magistral forma de llevar a cabo el acuerdo con el conde-. Francesca parece dar con la auténtica naturaleza del galán: "Existe una especie de tristeza inconsolable, la tristeza de quien tiene constantemente la sensación de haber llegado tarde a una cita divina y, por lo tanto, ya no se interesa por nada.(...) ¿Qué les pasa a los hombres así? ¿Se debe quizás a que Dios los ha castigado dándoles inteligencia, de modo que conocen todas las emociones a través de la mente, y no por el corazón?". Casanova comprende que el único sentido de la vida reside en lo que esperamos, en lo que está por suceder, de forma que lo sucedido, e incluso lo que está sucediendo, deja de tener interés: "Porque para él eso era lo más hermoso de la vida, estuviera donde estuviera: los preparativos para la fiesta, el juego previo, el prólogo, los movimientos impregnados por todo lo inesperado y lo imprevisible de la celebración que se anunciaba (...) vestirse y acicalarse para la noche, con el ligero y agradable palpitar del corazón que nos recuerda que todas las posibilidades están dentro de nosotros mismos, tanto la de felicidad como la de aniquilación". En un momento dado se habla de los dos factores fundamentales en la vida: la sabiduría y la compasión. Me pregunto si una no va de la mano de la otra, y la búsqueda de la sabiduría no conlleva cierta obsesión por la compasión, y también cómo la compasión nos puede conducir a la búsqeda del conocimiento como única fuente de alivio del alma: "No hay nada tan peligroso como la autocompasión, involuntaria y falsa, fuente de toda enfermedad y toda miseria humana, la autocompasión que equivale a la idiotez, ese pozo común de todos los males" -le dice el conde, en un paradójico alarde de autocompasión que es lo que realmente constituye todo su manifiesto y oferta contractual a Casanova. Es la novela pues la historia de un reencuentro, del miedo a la soledad, de la venganza -por encima incluso de los propios sentimientos-, del orgullo, de la decrepitud y por encima de todo, de la perpetuación de un amor -aunque sólo exista en la esperanza del que no tiene nada, ni un mueble.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

París no se acaba nunca, de Vila-Matas


Casi veinte años después de su primera estancia en París Vila-Matas vuelve a la ciudad de la luz para dar una serie de conferencias durante tres días acerca de la ironía. En esa misma conferencia -que constituye el libro en sí- recuerda sus primeras andanzas en el París de 1974, cuando comenzaba a escribir lo que iba a ser su primera novela La asesina ilustrada ("Has venido aquí a París dispuesto a forjar tu propio estilo, ¿no es así?", me preguntó un día Marguerite Duras con alevosía y nocturnidad"). Atiborrado de citas eruditas y de personajes literarios y de la cultura en general, el particular estilo de Vila-Matas -aquí ya parece haberlo encontrado- nos proporciona unas horas de lectura de gran regocijo. Dos figuras míticas le sirven de guías: por un lado su, por entonces, admirado Hemingway -de quien dice parecerse físicamente aunque no se parece en nada-, y por otro lado Marguerite Duras, quien sería su casera, alquilándole una buhardilla y dándole una lista de consejos para escribir una buena novela. La ironía, el despilfarro de ingenio, las situaciones hilarantes y grotescas, el tedio, el acto de creación, la esencia de la inspiración, son temas que rebosan en la simple -y a la vez compleja- trama del libro, es decir, Vila-Matas está escribiendo su primera obra, y de ésta sólo tiene una cosa clara, los ojos de la asesina son los de Isabelle Adjani, a quien conoció en una fiesta. Un extracto del libro -cuando asiste al estreno de la obra de teatro Cairo-nos favorece a la hora de hacer este comentario: "Ya desde el primer momento me di cuenta de que no iba a entender mucho la obra. A que no entendiera absolutamente nada contribuyó de forma inestimable Julita Grau cuando, al final del primer acto, buscando ayudarme, me dijo que se trataba de una pieza de teatro muy a la moda psicoanalítica en su vertiente más dura, más lacaniana, y que el mismo hecho de que en el título faltara el artículo El en la palabra Cairo ya era una pista. ¿Una pista de qué? No obtuve respuesta." Y es verdad que este libro puede no tener ni pies ni cabeza o en realidad resultar una novela de gran entereza formal y de contenido. ¿Qué pasa? son episodios más o menos inconexos pero que conforman la realidad de Vila-Matas en aquella época. No sabemos cuánto tiene de autobiográfica la novela, al menos yo no lo sé. No sé si conoció a Duras, no sé si realmente se presentó a un concurso de parecido razonable a Hemingway -del que fue descalificado, por cierto-, no sabemos si fue confundido en una ocasión con un terrorista sudamericano, etc..., de lo que sí estamos seguros es de que escribió su primera novela en París con el título ya referido. Se cuestiona algunos mitos de la literatura: "La soledad, la búsqueda ansiosa, la familiaridad con el absurdo, todo esto formaba parte de mi mundo, y , sin embargo, no me ayudaba a escribir, tan sólo a angustiarme. Yo sabía o había oido decir que otros escritores le habían sacado gran partido a la angustia. Pero yo no tenía ni idea de cómo se le podía sacar un rendimiento a un desasosiego.(...) me planteé como objetivo no querer comprender nada, no analizar. Pensé que tal vez en eso consistía la sabiduría. Pero el sólo hecho de haber pensado en algo, aunque fuera pensar que no quería pensar, volvió a traerme la amargura." La idea del autor enclaustrado en su universo interior para sacar de sus entrañas una obra inmortal se convierte aquí en una parodia tan poco sutil como devastadora. En un libro colectivo Marguerite Duras explicaba las razones por las cuales era escritora: "Si yo tuviera la fuerza de no hacer nada, no haría nada. Es porque no tengo la fuerza de no hacer nada por lo que escribo." "Unos días después de leer aquel libro me crucé con Marguerite en la rue Saint Benoit (...) se me ocurrió preguntarle por qué escribía. Pero me llevé una buena sorpresa, porque esperaba una respuesta y me encontré otra: "Escribo para no suicidarme"." Puede que Vila-Matas no advirtiera que a lo mejor eran la misma cosa: suicidarse y no hacer nada, me refiero. "¿Escribía para estar ocupada en algo o para suicidarse? ¿En qué quedábamos? ¿Era ella muy sincera o hacía todo el rato literatura? Había leído yo que André Gide decía que un artista no debía cantar su vida tal y como la había vivido, sino vivirla tal y como la iba a contar". Este tema es uno de mis preferidos y me sorprendió encontrarlo tan sucintamente expuesto en el libro ya que yo pensé haber descubierto la pólvora cuando lo mencioné en mi relato corto El planteamiento Kovalski, en el cual el autor se planteaba la posibilidad de adaptar su vida a la ficción anteriormente inventada, idea que también utilicé hace unos años en El último encuentro -nada que ver con Márai- en el que el protagonista fuerza un encuentro con sus antiguos amigos para así sacarles temas con los que ilustrar su novela, siendo el relato de ese encuentro la propia novela. En fin, este París no se acaba nunca es un libro magnífico que hace reir, reflexionar y de paso administrarse una buena dosis de cultura por vía intravenosa.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Soy un cyborg, de Park Chan-Wook


Ya está disponible en dvd la última peli de Park Chan-Wook, I´m a cyborg (but that´s o.k.). Una vez concluida su brillante trilogía sobre la venganza (Sympathy for Mr. Vengeance, Old Boy, y Sympathy for Lady Vengeance), el cineasta surcoreano se adentra en una especie de fábula psicótica y en la que no termina de dejar de lado su obsesión por la venganza. La protagonista es la joven Young-goon quien piensa que es un androide y es ingresada en un manicomio. Allí conoce a Park Il-soon, un particular ladronzuelo de días de la semana, de saques de ping pong y de compasión, entre otras variopintas cosas como el alma. La razón de ser de Young-goon, anunciada por su abuela cuando se la llevaban "los de uniforme blanco" en la ambulancia (creía que era un ratón) y sin dentadura (que guarda la joven con la esperanza de hacérsela llegar algún día a su abuela), es en definitiva el tema clave del film. Una razón de ser que no se despejará hasta el final -sorprendente en cualquier caso. Las andanzas de Young-goon en la residencia sanitaria ocupan casi todo el metraje, con frecuentes viajes al pasado que intentan explicarnos el momento en que la joven reconoce que es un robot. La luz blanca del hospital sirve de perfecto fondo para que Par Chan-wook dé rienda suelta a su poético mundo multicolor en los que predominan los primeros planos, los escorzos y las tomas imposibles -como la masacre en el jardín del hospital. El ulterior propósito de la joven es además matar a todos los "uniformes blancos". Dos escenas particularmente violentas nos recuerdan a otras referencias cinematográficas como puedan ser Tarantino, Peckinpah, o incluso al Kubrick de La naranja mecánica -algunas coincidencias así lo sugieren: cámara lenta, uniformes de blanco, música de vals...- pero todo ello con el preciso toque de Park Chan-wook. Inevitable la mención de Alguien voló sobre el nido del cuco, de Milos Forman, sobre todo en las reuniones de locos y que parecen un homenaje más que un simple motivo de inspiración -fantásticas escenas éstas, de lo mejor de la peli. En un libro de la joven aparecen los dibujos de los -particulares- 7 pecados capitales entre los que se incluyen: no mostrar compasión; no sentirse agradecido; no tener fantasías;... y entre los que reconocemos uno inspirado en el famoso grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos, y que sirve de biblia ilustrada a la protagonista -Lim Soo-jung, de una belleza inquietante y racial- para seguir los pasos adecuados y vengar a su abuela. Es una historia de amor -la inventiva de Park Il-soon para que su amada coma resulta entrañable-, una historia de venganza -contra quienes se llevaron a su abuela, que estaba como una regadera, por cierto-, y también es en realidad una historia sobre la identidad y el sentido de la vida del ser humano, ¿somos quienes creemos que somos? ¿cuál es la razón de nuestro ser?