Le déluge. Traducción del francés de Jaume Pomar.
Le Clézio escribió esta extraña -a ratos saturada- novela (metafísica) en 1966. "Al principio hubo nubes y nubes, pesadas y negras, expulsadas por algunos vientos, detenidas en el horizonte por un cinturón de montañas.", comienza el libro. Básicamente las primeras 50 páginas describen un hipotético -o metafórico, o apocalíptico, o hipnótico, o todo eso- diluvio universal. Dios, ¿de qué trata esto? no tengo ni idea, pero es muy poético, Le Clézio es un mago de las palabras, si bien el traductor -o el copista o quien sea- comete deslices ortográficos como "la doceaba ventana" -página 12- o también "El lenguaje ha vuelto ha empezar su ballet demente" -página 297- ( y tan demente) o el uso indebido del pretérito indefinido del verbo andar en multitud de ocasiones ("Andó") y la incorrecta utilización de la forma "habían" continuamente. La verdad es que todos estos disparates amén de sorprendentes -por tratarse de Seix Barral, una editorial gigantesca- redundan en el desconcierto que impregna la historia y el carácter onírico y fabulador del texto, lo cual no sé si está buscado -a la par que una tipografía que recuerda a las máquinas de escribir antiguas junto a devaneos en la impresión, con ausencia de parte de algunas letras, cuando no de letras enteras, ¿es que han editado el libro a la prisa y corriendo? a nadie sorprende habida cuenta de la demanda que de Le Clézio se ha despertado desde su Nobel-. "Un día, el 25 de enero, a las 15.30 h., sin razón aparente, se puso en movimiento (..) apareció una muchacha en velomotor. Bordeó la calle mientras duró el ruido." Este insignificante acontecimiento dinamitó toda la soledad y toda la miseria del protagonista de la historia, Francois Besson, un héroe heredado de los enormes paseos walserianos, o de las enigmáticas disquisiciones sartrianas. Esa aparición puede revelar el descubrimiento del amor, o bien su negación, y cómo todo lo demás queda diluido hasta formas incalificables, desmesuradas en su inercia y en su falta de sentido -acentuando la indiferencia del protagonista por todo lo que le rodea, lo que, paradójicamente le invita a una contemplación excesiva, hasta lo deforme, de todo aquello cuanto percibe dentro de la cotidianeidad-. En el capítulo primero se empieza a contar más en serio la historia de Besson -si eso es posible- y la de su amiga Anna -nada que ver con la Anna de La náusea, ¿o sí?. Es la historia de un suicidio -el de Anna-, del deambular de Besson -por la ciudad, verdadero paisaje de cemento, hierros y colores-, de su lío con la pelirroja -a la cual abandona-, de su vida de ermitaño -se pone a vagabundear cual personaje de Paul Auster en Central Park-, del asesinato de un desconocido -una sombra confundida en la oscuridad que le acecha con desconocidas intenciones-, de su ceguera provocada -una mirada directa al sol que le deslumbra espiritual y fisiológicamente-, de un conjunto de situaciones desquiciantes hiladas por una narración descriptiva que lleva al límite la paciencia del lector, estableciendo paralelismos y símiles de cadencia ilógica. Un terrible cuento escrito en la niñez -El capitán y Oradi gritaron uno de estos gritos: glu, glu, que quería decir: Gle, corri...-, una conversación con el vendedor de periódicos ciego -en el fondo lo que más lamento es no poder ver la tele-, otra con el hijo de la pelirroja -por la noche mientras duermo veo muchas cosas: lobos, bosques donde hay muchos lobos. Y también los indios-, dos cartas habladas en una cinta magnetofónica -Uno vive en un desierto, eso es todo-, la obsesión por la muerte -Están muertos, lo sé, no hay duda de ello; está muertos porque todo lo que me es exterior está muerto; halos a modo de sudarios envuelven sus siluetas en el paisaje-, cierta actitud nihilista envidiable -El tiempo pasaba en esta evidencia; podía estarse años así, sin hacer nada. Sin tener nunca nada que hacer- y un fascinante fresco multicolor de sensaciones, luces, pensamientos, efímeras imágenes urbanas, distancias, recreaciones, misterios,... que convergen en la figura de Besson, una de las personalidades más abstractas y caóticas de la historia de la literatura. Una obra de difícil lectura, con altas dosis de virtuosismo literario, y que puede deparar momentos inolvidables -si uno no pierde la cabeza mientras tanto.