lunes, 15 de febrero de 2010

Shostakóvich, de Árdov (II)


Continuamos comentando algunos pasajes de este magnífico libro publicado por siglo XXI. Cuenta Maxim: "Antes de la Segunda Guerra Mundial, mi padre viajó a Turquía para dar una serie de conciertos y, de paso, encargó allí un par de gafas. Fue a recogerlas dos días después y pagó la factura. El dueño de la óptica le dijo: -Le he hecho un par de gafas fabulosas. -Gracias. Y volvió a insistir: -¡Mire qué maravilla! ¡Tiraré las gafas al suelo y no se romperán! Tiró los anteojos al suelo y quedaron intactos. Mi padre reaccionó: - Muchas gracias, pero las quiero para otros fines. Pero el artesano no le quiso entregar las gafas y volvió a anunciar: - Ahora las tiraré una vez más y de nuevo no les pasará nada. Otro golpe y las gafas resistieron de nuevo. - ¡Y las tiraré por tercera vez! -exclamó el maestro artesano, y esta vez los cristales sí que se hicieron añicos." Siempre he pensado que los ópticos turcos están un poco locos. Lo que no ha trascendido es el final de la historia, ¿le haría otro par de gafas?, y en ese caso ¿serían igual de resistentes que las primeras?

Su hija Galina nos acerca al Shostakóvich más sensible: "Creo que conducir un coche resultaba para Shostakóvich contraindicado desde el punto de vista psicológico. Él era demasiado emotivo, vulnerable y, al mismo tiempo, poseía un sentido de la responsabilidad muy elevado..." No descubrió nada el compositor en esta ocasión, todo el mundo sabe que conducir es la gran maldición del hombre moderno, y eso si no abordamos el tema del aparcamiento en cuyo caso el problema alcanza dimensiones buzzatianas.

Shostakóvich compuso varias bandas sonoras para el cine, paradójicamente -y estando entre lo más mediocre de su producción, según mi modesta opinión- éstas le reportaban más beneficios económicos que una sinfonía o un concierto. Cuenta su hija Galina: "Cada vez que le encargaban a mi padre la música de alguna película, recibía una especie de plan de trabajo que incluía una relación de las escenas cinematográficas y su duración. Y aquella vez se marchó a Bolshevo, dejándose en Moscú la hoja del plan de trabajo. Tuvo que llamar a casa; encontré el papelito en su escritorio y me puse a dictar: "Bien, ¿ya lo tienes anotado? Trolebús en una calle de Moscú: seis minutos... Silencio blanco: tres minutos..." Lo del "silencio blanco" (una estepa nevada) le divertía especialmente porque decía: "¿Cómo quieres que exprese musicalmente ese "silencio blanco"?". Simple vanidad, sólo hay que escuchar el segundo movimiento de su concierto número dos para piano para saber cómo debe sonar una estepa nevada.

Boris Jaikin relata una anécdota acerca de Prokófiev: "Me lo contó Sergei Prokófiev en 1948. Después de que se estrenara el ballet Cenicienta, uno de los más importantes periódicos del país publicó la reseña redactada por Shostakóvich. Prokofiev llamó por teléfono a Shostakóvich y le agradeció su favorable opinión, a lo cual Shostakóvich le contestó:"Serguéi Sergueievich, no tiene por qué agradecerme nada. No sólo elogié su ballet; también expresé algunas opiniones reprobatorias, pero la redacción no las publicó por alguna razón..." Así, aunque parece que no tuvieron mucho contacto sí que se entreve cierto respeto entre los dos, indudablemente sabían del talento del otro.

En una carta de Shostakóvich al compositor Edison Denisov puede leerse: "Me pide sobre lo que debería hacer en adelante. Su indudable talento me impulsa a insistir en que sea compositor. Pero como aún le queda sólo un año de estudios universitarios, le aconsejo que termine la universidad. El camino del compositor es espinoso -perdóneme la frase banal-. Lo he padecido y lo sigo padeciendo en mi propio pellejo... Si se decide por este camino, no me maldiga en el futuro." Denisov llegó a ser uno de los principales compositores rusos de la segunda mitad del siglo XX. También finalizó sus estudios de Matemáticas.

Al final de su vida Shostakóvich padeció una enfermedad degenerativa que le dificultaba enormemente el movimiento, aún así acudía a los ensayos de sus obras, a hurtadillas, por la salida trasera, para que no le vieran subir peldaños como un anciano. Isaak Glinkman, en 1972: "La Decimoquinta Sinfonía se estrenó el 5 de mayo de 1972. La Sala de la Filarmónica estaba de bote en bote. El público no quiaba los ojos de encima al palco en que se encontraba Shostakóvich. Me pareció que muchos habían acudido al concierto no sólo para escuchar la sinfonía, sino también para poder admirar en persona al querido compositor. Vestía un traje negro, una camisa de un blanco inmaculado, y a distancia se veía tan joven y guapo como antes. Al finalizar la sinfonía, comenzó la ovación y el público saludó con inmenso entusiasmo a Shostakóvich, que apareció en el escenario. Entre bastidores me dijo: "¿Si supieras lo cansados que están mis pies para salir al escenario!". Y en su rostro se dibujó un gran sufrimiento."

No quiero reventar más cosas de libro, sin duda, una obra muy recomendable para acercarse al lado más humano de uno de los compositores más importantes del siglo XX.

jueves, 11 de febrero de 2010

Shostakóvich. Recuerdos de una vida, de Mijaíl Árdov.


Maxim i Galina Shostakovichi. Nash otets DSch. Traducción de Alexandr Kazachkov.


Este libro es un anecdotario de la vida del compositor ruso Shostakovich a través de sus hijos Maxim y Galina, conducido por el reverendo -y amigo de la familia- Mijail Árdov, y al que se suman extractos de cartas, documentos, e intervenciones de gente cercana al músico como otros músicos (Denisov, Tischenko, Rostropovich...), el propio Árdov o su amigo Isaac Glinkman.

En los años 40 la familia Shostakovich residía en la casa de los compositores en Gorino. Allí coincidieron con el también genial compositor Sergei Prokofiev. Cuenta Galina: "Un hombre furibundo asoma por la ventana y nos grita a los niños con voz estentórea:

- ¡Os voy a arrancar las orejas! ¡Me quejaré a vuestros padres! ¡No quiero veros más por aquí!

Es Sergei Prokofiev. A menudo jugábamos bajo la ventana de su habitación y no le dejábamos componer música."

¿Acaso estaría Prokofiev componiendo en aquellos momentos el entrañable cuento musical para niños Pedro y el Lobo? Ja, ja, ese Prokofiev que tanto adoraba a los niños ¡sobre todo si éstos no tienen orejas!

Por lo visto Shostakovich podía componer mientras sus dos hijos correteaban a su alrededor, nada podía distraerle de la escritura de la música. Así Galina: "Es sabido que Shostakóvich componía música sin usar el piano: se sentaba a la mesa y escribía notas. Y, en tal caso, no había que guardar silencio especial alguno: podía ladrar un perro o pasar un coche. Lo único que le alteraba era la alteración del orden. En su mesa de trabajo tenía lápices, una pluma, una regla... Y con frecuencia le rapiñábamos esos útiles."

El director de coro Klavdi Ptitsa: "Recuerdo que Alexander Glauk comentaba con admiración el extraordinario oido musical de Shostakóvich. Mientras ensayaban en la Gran Sala del Conservatorio de Moscú una de las sinfonías de Shostakóvich, durante la ejecución del primer Allegro, Alexsander Vasilievich, que estaba al atril, se volvió y vió que el compositor se acercaba presuroso arrugando la frente con una mueca dolorosa: "Aleksander Vasilievich, el segundo violín del tercer puesto de los primeros violines ha tocado un fa sostenido en vez de un fa...". Y en efecto, así había sido."

Pero por lo general Shostakovich era bastante respetuoso con la orquesta en los ensayos de sus obras, era consciente de que la orquesta debía ir asimilando la partitura poco a poco y sólo al final de cada ensayo hacía las oportunas indicaciones.

A Shostakóvich le encantaban todos los deportes, en especial el fútbol, incluso se sacó el carnet de árbitro. Cuenta su hija Galina: "Una vez, en la década de los cincuenta, mi padre veraneó en un sanatorio para miembros del Gobierno situado en Crimea, y allí le tocó hacer de árbitro en un torneo de tenis. Entre los veraneantes que jugaban a diario en la cancha estaba el general del ejército Iván Serov, que en aquella época dirigía el KGB. Y cuando el Jefé del Comité de Seguridad del Estado soviético cometía alguna falta e inmediatamente se ponía a protestar, Shostakóvich le bajaba siempre los humos con la siguiente frase: "Con el árbitro no se discute". Mi padre confesaba que gozaba de verdad al espetarle esta frase en la misma cara al máximo dirigente del KGB."

En realidad Shostakóvich tuvo bastantes problemas con el régimen debido a que su música fue tachada de no nacionalista en un determinado momento y tras la publicación de cierta Resolución del Comité Central en 1948. Cuenta Maxim cómo su padre fue interrogado tras visitar a su amigoTujachevski -quien fuera fusilado finalmente por Stalin-: "...Shostakóvich fue citado a la Casa Grande, es decir, a la NKVD (Ministerio del Interior) de Leningrado, donde se le interrogó: "Usted ha visitado la casa de Tujachevski. ¿No ha oído como Tujachevski debatía con sus visitas un plan para asesinar al camarada Stalin?". Mi padre se puso a negarlo todo. "Piénselo bien -insistía el interrogador-, trate de recordarlo. Algunos de los demás visitantes ya lo han confirmado en sus testimonios." Mi padre siguió firme, explicando que no había notado nada por el estilo, que no recordaba nada. "Le recomiendo con insistencia que recuerde aquella conversación", amenazó el interrogador. "Le daré algún tiempo para que se lo piense; su plazo expira a las once de la mañana. A esa hora vendrá a verme y continuaremos esta conversación".

Uf, y nosotros nos quejamos cuando sube el litro de gasolina dos céntimos, eso sí que era vivir en tensión. Al día siguiente volvió Shostakóvich muerto de miedo pero decidido a no delatar a su amigo. Después de esperar un rato y contestar al ser preguntado que esperaba a su interrogador le informaron que el interrogador había sido detenido. Así que se libró por los pelos de ingresar en prisión.

Shostakóvich viajó a algunos países occidentales como tal eminencia que era, aunque a él no le gustaba y nunca se le pasó por la cabeza la idea de desertar ya que en Rusia dejaba a su familia. Maxim cuenta, mediante el testimonio de Fadeyev y con motivo de una visita a Estados Unidos: "Shostakóvich entró en una farmacia de Nueva York para comprar aspirina. Pasó en el establecimiento no más de diez minutos, pero cuando salía a la calle vio que uno de los dependientes ya colocaba en el escaparate un anuncio publicitario que decía: "Aquí compra Shostakovich". Lo que me hace gracia de la anécdota es el verbo en presente "Aquí compra...", en lugar de "Aquí compró...". como si ya Shostakovich fuera cliente asiduo y para lo resto. También me da pena que si Shostakóvich entrara en la farmacia donde trabajo, no sólo no le reconocerían -bueno, yo sí, supongo- sino que si le explicasen al personal quién era les daría tan igual como si fuera una personaje de piedra. Ahora, si entrase cualquier personaje basura del corazón de estos tiempos...

Shostakóvich y su relación con los periodistas, según Maxim: "Algunos periodistas aún se muestran ofendidos con Shostakóvich, opinan que mi padre sentía antipatía por ellos sin motivos aparentes. Esta gente no quiere entender qué situación había tenido que soportar durante toda su vida. De hecho, el compositor y toda su familia éramos rehenes de un régimen criminal e implacable. Y nuestro padre debía sopesar cada frase que decía con mucha prudencia, teniendo presentes a sus omnipotentes verdugos."



-el comentario continuará con algunas anécdotas más-

martes, 9 de febrero de 2010

Corazones cicatrizados, de Max Blecher.


Inimi cicatrizate. Traducción de Joaquín Garrigós.


Max Blecher nació en 1909 en Botosani, en Rumania, murió en 1938. En este libro, de carácter autobiográfico, Blecher, de origen judío, narra su paso por el hospital para enfermos tuberculosos de la ciudad francesa de Berck. Por lo tanto percibimos aires de La montaña mágica de Mann, y de un posterior Thomas Bernhard en su serie de novelas autobiográficas, sobre todo en El aliento. La novela se inicia con la visita al doctor que le diagnostica una enfermedad vertebral debido a un absceso tuberculoso. La sensación de opresión e impotencia que siente el protagonista en la consulta del médico recomendado por el doctor Bertrand es descrita con un talento propio del mejor Kafka: "El médico había entrado de nuevo en la cabina. Emanuel pensó entonces en suicidarse ahorcándose de una de las barras metálicas con la correa de sus pantalones." Más tarde tendrá que realizarse la punción por parte del doctor Bertrand. Después de la misma, la desolación, la incertidumbre ante la gravedad de su enfermedad, las perspectivas ante el inminente traslado a Berck: "La tarde prosiguió en el cuarto su transcurso inútil y triste. El frasco de pus yacía sobre la mesa como evidencia irrefutable. Unos rayos cobrizos de sol jugaban en medio de una luz suave en la pared de la casa de enfrente. Emanuel sintió en el pecho una gran debilidad, diríase que respiraba algo del vacío y la desolación de aquella tarde melancólica." Para partirse de risa, vaya. Sin embargo el texto rezuma esperanza y ganas de vivir por los cuatro costados. Su estancia en Berck será menos traumática de lo que en un principio pudiera pensarse. El mal trago del corsé de yeso me resultaba extrañamente familiar, comencé a identificarme con Blecher -aún sin haber padecido nunca tuberculosis-: "La operación no era en absoluto complicada: el doctor cogía una tira, la revolvía en el yeso y la mojaba en agua. A continuación la aplicaba en toda su extensión en la espalda de Emanuel como una compresa. ¡Paf! Una... ¡Paf! Otra... Se pegaban a las costillas, al pecho, a las caderas. Se adherían a la piel como animales pegajosos vivos en insinuantes. El doctor trabajaba con una rapidez de albañil al que le volaran los ladrillos en las manos. " Frialdad, trabajo de albañilería, ¿cómo puede ningún tratamiento médico contemplar semejante bestialidad? La dignidad humana debe quedar por encima siempre de la curación antropomórfica. La vida de Emanuel en el sanatorio discurrirá por los cauces típicos de una convivencia en una mini-ciudad, tendrá amistades, amores, enfrentamientos, pérdidas irreversibles... Hasta que comprende que debe huir, huir lejos, hacia las dunas, donde encontrará refugio eventual: "En el ambiente anticuado de la vieja casa, en la transparencia de la vida que llevaba ahora, no se materializaba ninguna sombra de las que antaño se le cruzaban en silencio. Yacía al sol, luminoso y límpido, claro como un agua por la que ninguna imagen podía pasar dejando huella. Ahora se percataba de lo profundo y frágil que había sido su amor." Este tío lo que no quiere es dar golpe. En varios momentos de la narración aflora el Blecher poeta, un escritor con un talento inconmensurable y del que no sabemos de cuántas obras inmortales nos privó su temprana muerte.