martes, 29 de septiembre de 2009

La náusea, de Sartre (y III)

Bueno, a ver si termino el comentario sobre La náusea. Hay una parte de la novela que me interesa mucho, y es cuando Roquetin va al Museo de Bouville y ve un retrato de Blévigne pintado por un tal Bordurin: "No hubiera sabido decirlo, pero algo me molestaba; el diputado no parecía seguro en la tela. Después volví varias veces. Pero mi incomodidad persistía. No quise admitir que Bordurin, premio de Roma y seis veces codnecorado, hubiera cometido un error en el dibujo." Ingenuamente busqué información sobre este pintor, pero no la encontré. Luego menciona a un tal Richard Séverand y su cuadro La muerte del célibe. Nueva invención de Sartre. Finalmente puse en duda la existencia del Museo de Bouville e incluso de la propia Bouville. Pero Bouville existe, no es un Macondo ni una Región, es una localidad al sudeste de París, en el valle del Loira. Sin duda el arte es ua de las mayores fuentes de placer que tiene el hombre. Un tal Pacome es citado por Roquetin en su diario: "Nunca se dijo que era feliz, y cuando algo le proporcionaba placer, debía entregarse a ello con moderación, diciendo: "Es un entretenimiento"." Y cada vez estoy más convencido de ello, no sólo de que el arte se reduce a un mero hecho lúdico, sino de que su concepción obedece más a un juego en el que ocupar la mente que a una utilidad manifiesta y sincera para el ser humano, y lo demuestra fácilmente Sartre inventando estos pintores que bien pudieran haber sido reales, de forma que incluso ahora estoy en duda de su no-existencia (la gran ventaja de los críticos de arte: utilizar la inseguridad del ignorante para dar rienda suelta a sus fantasías sobre la creación). Sin embargo, Roquetin reconoce el "¡Admirable poder del arte! De ese hombrecito de voz chillona pasaría a la posteridad un rostro amenazador, un gesto soberbio y unos sanguíneos ojos de toro", refiriéndose de nuevo al retrato de Bordurin. Llega un momento en que Roquetin se harta de su libro sobre Rollebon: "Ya no escribo mi libro sobre Rollebon; se acabó, ya no puedo escribirlo. ¿Qué voy a hacer de mi vida?" Y lo que es peor: ¿qué va a hacer Sartre-Roquetin con el resto de la novela-diario de la que le falta aún casi la mitad por escribir? En la página siguiente la cosa intenta mejorar: "Tomé la pluma e intenté reanudar la tarea, estaba harto de esas reflexiones sobre el pasado, sobre el presente, sobre el mundo." Y es que cierto nihilismo impregna el tono de la novela, el pasado no existe, tan sólo como recuerdo que termina amanerándose y confundiéndose, el futuro lógicamente tampoco existe, sólo quizás como esperanza o intención, y el presente es tan efímero que apenas puede distinguirse de lo anterior. Después de escribir una frase Roquetin se agobia un poco: "Cualquier otro hubiera podido escribirla. Pero yo, yo no tenía la seguridad de haberla escrito." Y más abajo: "Eché una mirada ansiosa a mi alrededor: presente, nada más que presente (...) Se revelaba la verdadera naturaleza del presente: era todo lo que existe, y todo lo que no fuese presente no existía. El pasado no existía en absoluto." Es más, el pasado es tan turbio en ocasiones que no dejamos de dudar de él. Con respecto a unas cartas de Rollebon que cree haber robado de la Biblioteca del Estado: "Pero esto no parecía verdadero, y de este robo que yo mismo cometí no conservaba ningún recuerdo cierto." Los recuerdos pueden no ser ciertos TODOS. Roquetin empieza a dudar hasta de sus pensamientos: "Los pensamientos son lo más insulso que hay (...) Mi pensamiento es yo, por eso no puedo detenerme. Yo existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento -es atroz- si existo es porque me horroriza existir." Y vemos como se reúnen de una tacada el pasado Descartes y el futuro Bernhard. Cuando uno entra en esa espiral de ideas existenciales se plantea hasta la más obvia de las actividades: "Dan las cinco y media. Me levanto, la camisa fría se me pega a la carne. Salgo. ¿Por qué?". Si te preguntas por qué a cada cosa que hagas al final te vuelves loco y te quedas encerrado en tu casa -y a lo mejor no es tan mala idea, por dios. Lo que sucede es que llega un momento en que la desesperación te hace querer comunciarte de una forma imperiosa y casi anárquica: "El Autodidacta me mira de soslayo, con ojos risueños. Jadea un poco, con la boca abierta, como un perro extenuado. Lo confieso: esta mañana estaba casi contento de volver a verlo, necesitaba hablar." Se nos plantea una interesante cuestión en páginas sucesivas: ¿está todo escrito? ¿todo ha sido ya pensado? Cuando el Autodidacta le muestra a Roquetin un pensamiento que ha tenido sobre pintura: "Nadie cree ya en lo que el siglo XVIII consideraba verdadero. ¿Por qué hemos de deleitarnos aún con las obras que consideraba bellas?", Roquetin le dice no haberlo leído anteriormente en ningún lado, a lo que el Autodidacta responde decepcionado: "Entonces, señor -dice entristecido- es que no es verdad". Por otro lado, la idea del Autodidacta - que es luego atribuida por Roquetin al filósofo Renan, para alegría y consuelo del Autodidacta, en una escena portentosa y genial de la novela- es de un interés mayúsculo y encierra uno de los grandes misterios del arte actual que es por qué el arte antiguo sigue siendo hoy día mejor considerado (¿y entendido?) que el contemporáneo. Cuando vemos las caras de la gente, todos escenificando una farsa, nos parece estar viviendo un sueño: "Todas esas personas están sentadas con aire de seriedad (...) Cada uno tiene su pequeño empecinamiento personal que le impide darse cuenta de que existe; no hay nadie que no se crea indispensable para alguien o para algo". Yo es que me río mucho con este libro, leed si no este inicio de conversación "-Está usted alegre, señor -me dice el Autodidacta con aire circunspecto. - Es que pienso -le digo riendo- que estamos todos aquí, comiendo y bebiendo para conservar nuestra preciosa existencia, y no hay nada, nada, ninguna razón para existir." Ja, ja, ¡y eso que está alegre! En torno a la página 163 comienza el disparate reflexivo sobre la existencia de las cosas, los colores son turbios, aquel negro no parecía ser negro, la existencia no es la necesidad, yo era la raíz del castaño, etc..., unos pasajes realmente estremecedores y profundos. Finalmente se reencuentra con su antiguo amor, Anny. Ella dice "sobrevivirse", y Roquetin: "¿Qué puedo decirle? ¿Acaso conozco motivos para vivir? (...) Estoy más bien asombrado frente a esta vida que he recibido para nada". Y eso que no había estado esta mañana en el Ikea como yo. Al final de la novela Roquetin toma la decisión de abandonar Bouville. Visita la biblioteca por última vez : "La sala estaba casi desierta. Me costaba reconocerla porque sabía que no volvería nunca más." Cuando uno abandona un lugar quiere apresar todas las imágenes posibles, siempre me pasa cuando termino una estancia en una ciudad, el último día quiero volver a verlo todo, lo cual es absurdo e imposible: "Vacilé unos instantes: ¿emplearía estos últimos momentos en dar un largo paseo por Bouville, en ver de nuevo el bulevar Victor-Noir, la avenida Galvani, la calle Tournebride?" Luego acontece el desafortunado asunto del Autodidacta que es acusado de manosear a los chavales que van a la Biblioteca. Roquetin se apiada de él: "Alcancé al Autodidacta al pie de la escalera. Me sentía incómodo, avergonzado de su vergüenza, no sabía qué decirle". En realidad nunca sabemos qué decirle a los demás, ni si tenemos que decirles algo. Cuando yo dejaba Madrid, Roquetin dejaba Bouville. Con la exactitud de minutos nuestros caminos avanzaban de la mano. Ambos esperábamos la salida del tren. Yo era Roquetin, y pensé al despedirme: "Decir que hay imbéciles que obtienen consuelo con las bellas artes".

sábado, 26 de septiembre de 2009

La náusea, de Sartre (II)

Leí este libro hace muchos años. Ahora me doy cuenta de que no me acuerdo absolutamente de nada. Empiezo a dudar de si realmente existió este libro antes de ahora, de si este libro ha sido reescrito con el paso de los años, de si realmente existió Sartre con esa ridícula pipa. "A veces acierto a pronunciar en mi relato esos hermosos nombres que se leen en los atlas: Aranjuez o Canterbury. Provocan en mi imágenes nuevas, como las que conciben, según sus lecturas, las personas que nunca han viajado; sueño basándome en palabras, eso es todo." Este párrafo no me dejó indiferente, yo iba a partir hacia Aranjuez dos días después y aquello me resultó algo más que una casualidad, de alguna forma el libro estaba apoderándose de mi vida. Además, y con respecto a lo que Roquetin sostiene, las palabras de los lugares que yo sí había visitado habían proyectado las sensaciones de mis viajes, sitios como Sintra, Dahlem, o Salisbury (adonde nunca llegué, pero que Naipaul reinventó en su prodigiosa El enigma de la llegada), evocaban unas vivencias que iban más allá de la realidad. Así que pensé que también los nombres de los lugares podían reelaborar los recuerdos, o bien anticiparlos. Roquetin, como cualquier otro escribiente, tiene que justificar su actividad, e incluso renegar de ella: "No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras. " Pero a veces las palabras te buscan a ti, como esos nombres de lugares antes reseñados. Por ejemplo siempre quise escribir sobre alguien que visitaba el Museo de Pérgamo, por el simple hecho de poder escribir "Museo de Pérgamo". E incluso fui hasta allí para poder escribir luego que había estado en el Museo de Pérgamo. Sobre aquellos dúctiles profesionales que engendran familia y se instalan en lo hegemónico Roquetin comenta: "Quisieran hacernos creer que su pasado no está perdido, que sus recuerdos se han condensado y convertido delicadamente en Sabiduría". Cuando los recuerdos es lo único que nos queda debemos echarnos a temblar, porque lo único que conseguiremos será manosearlos hasta conseguir su deformación, y así sólo seremos unos seres -aún más- deformes. Pero Sartre es también capaz de dibujar una enorme sonrisa melancólica en el lector: ""La lluvia ha cesado, el aire es tibio, por el cielo ruedan lentamente bellas imágenes negras; es más de lo que se necesita para enmarcar un momento perfecto; Anny provocaría en nuestros corazones pequeñas y oscuras mareas para reflejar esas imágenes. No sé aprovechar la ocasión; voy sin rumbo, vacío y tranquilo, bajo este cielo desperdiciado. " Y vuelve Sartre-Roquetin a hacerme pensar con esta última y enigmática frase. Es como la impotencia que te asalta cuando estás frente a un Rogier Van der Weyden, o un Gerard David. Son tan hermosos sus colores, su dibujo, su composición, que no sabes qué hacer allí, frente a estos cuadros. Te limitas a observar por aquí y allá, anotas el nombre del cuadro, el año, quizá apuntes algo que te llama la atención del mismo, pero sabes que tarde o temprano lo olvidarás y serás peor persona que cuando lo recordabas, como cuando olvides ese cielo nuboso y con imágenes negras, en definitiva, el cielo habrá sido tontamente desperdiciado. A veces Roquetin no puede esquivar al Autodidacta: "-¡Señor, oh señor!Bueno, me tiro al agua: ¿me haría usted el honor de almorzar conmigo el miércoles? -Con mucho gusto. Tenía tantas ganas de almorzar con él como de ahorcarme". Ja ja, ese "con mucho gusto" lo deja todo bien claro, a nadie se le dice " con mucho gusto" por gusto, pero las palabras nos traicionan, nos encadenan y dirigen nuestras vidas, de tal forma que una palabra mal pronunciada en el momento inexacto puede ser fatal -y no al contrario. En el café Malby Roquetin comienza a sospechar que su dueño Fasquelle está muerto -o al menos tiene gripe-, y él tiene la necesidad de verlo, cuando su plan se estropea su existencia queda a la deriva: "Me repetía angustiado: ¿adónde ir? ¿adónde ir? Todo puede suceder." Hay que acudir a la literatura, siempre, puede ser nuestra única posibilidad de salvación: "Entré en la sala de lectura y tomé de una mesa La Chartreuse de Parme. Trataba de absorberme en la lectura, de encontrar un refugio en la clara Italia de Stendhal. " Pero en ocasiones la lectura también puede acabar contigo, puedes creer que es tu realidad, que tu vida no te pertenece y que pertenece sólo a los libros, a no ser que alguien te incluya en su propia novela, con lo que tu vida sería igualmente incontrolable. Cuando llegué a este punto de la novela yo andaba por el jardín del Príncipe en Aranjuez...

-continuará-

martes, 22 de septiembre de 2009

La náusea, de Jean-Paul Sartre (I)


La nausée. Traducción de Aurora Bernárdez.

"Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos." Así comienza La náusea, publicada en 1938 por Sartre, premio Nobel en 1964 (un premio que rechazó, acaso sufriera alguna que otra indisposición gástrica ese día). El problema de escribir un diario donde se relatan los acontecimientos es que se anulan algunas de las herramientas más singulares del escritor como son la perspectiva del tiempo, la selección de hechos y la reelaboración de diálogos. Nos encontramos entonces ante una obra extraordinaria donde la narración no conoce de favoritismos episódicos, y donde el pensamiento se conjuga continuamente con las situaciones cotidianas que vive el variopinto protagonista de la novela, un tal Antoine Roquetin. El origen de este escrito sobreviene de un síntoma, una acuciante sensación indefinida: "Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria o una evidencia". Yo creo que lo que Roquetin tenía era un poco de ansiedad, con un lexatin se le habría quitado, claro que en aquellos tiempos no existían aún las benzodiacepinas, así que no tuvo más remedio que ponerse a escribir este diario. Roquetin es un bohemio. Según se dice en la novela el bohemio es alguien que se levanta por la mañana y no tiene nada que hacer, o algo así, no me acuerdo, me dio rabia no ser un bohemio, total, un poco de ansiedad tampoco es tan grave si a cambio te libras de ir al trabajo. Pero bueno, tampoco es que Roquetin esté totalmente desocupado. En realidad está escribiendo un libro sobre el señor de Rollebon, un diplomático francés de finales del XVIII y primera mitad del XIX. Las últimas pesquisas de Roquetin le llevan a implicar a Rollebon en una trama de asesinato contra el papa Pablo I. "El señor de Rollebon era muy feo. María Antonieta le llamaba su "querida mona". Roquetin, Rollebon, todo esto suena poco dramático, yo creo que Sartre era un cachondo. Cada día Roquetin va a la biblioteca. Su investigación es exhaustiva. Me acuerdo de Bernhard en Corrección y su estudio sobre el oído humano. Y en Murakami y sus días de biblioteca en Kafka en la orilla. La biblioteca es un lugar muy literario. Rollebon tiene que lidiar allí con el Autodidacta, un tipo de aliento fétido que termina siendo un pederasta. Uno de los grandes errores de Roquetin es mirarse en el espejo: "Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los demás tienen un sentido. El mío no." Bueno, resulta curioso cómo pretendemos extraer de nuestros propios rostros algo más de lo que allí se revela, es como una obligación inherente al ser humano, siendo además del rostro que más a mano que tenemos quizás el que menos atención nos merece -bueno, esto no le sucederá a Megan Fox jeje. Ya empieza Roquetin con sus pequeños delirios existenciales que alcanzarán su culminación en la última parte del libro: "Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos." Y es que a Roquetin le gustaba arrugar con sus manos esos papeles de periódicos mojados y luego secos, retorcidos, sucios, crujientes, que siempre encontramos en los parques, hasta que se topa un día con un guijarro y claro, se lía todo: "Y el guijarro, aquel famoso guijarro, origen de toda esta historia: no era... no recordaba bien, a punto fijo, lo que se negaba a ser." El guijarro, ajeno a todo este asunto. También Roquetin frecuenta mucho un café, lo cual es bastante bohemio y mola: "Desde el fondo de este café algo retrocede a los momentos dispersos del domingo, y los suelda unos con otros, les da un sentido: he atravesado todo este día para acabar aquí, con la frente pegada a este cristal, para contemplar ese fino rostro que se abre sobre una cortina granate". Vamos, que lo que pretendía Roquetin era ver a la pelirroja del mostrador... El Autodidacta pone en un aprieto a Roquetin cuando le pregunta si ha vivido muchas aventuras. Al día siguiente Roquetin sigue dándole vueltas al caletre: "He vuelto a mis reflexiones de ayer. Estaba agotado; me daba lo mismo que no hubiera aventuras. Mi única curiosidad era saber si no podía haberlas." Esto de las aventuras está bien, salir, conocer gente, ver mundo, y es que Roquetin ha sido un gran viajero, y da buenas muestras de ello a lo largo de la narración, sin embargo su mente continúa transitada por las dudas, su mente es la misma en cualquier parte, su deambular por las calles de Bouville que no conocen al extranjero ni al residente, así en cualquier parte del mundo, sumen a Roquetin en una disquisición filosófica: "He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo".

-continuará-

domingo, 13 de septiembre de 2009

Primera nieve en el monte Fuji, de Yasunari Kawabata


Traducción directa del japonés de Jaime Barrera Parra.


Primera nieve en el monte Fuji es uno de los relatos incluido en el volumen del mismo título y que datan de 1958 excepto dos de ellos, Un pueblo llamado Yumiura y El crisantemo en la roca, y que fueron añadidos por Kawabata después de que recibiera el premio Nobel en 1968. En el relato Primera nieve se narra el reencuentro casual de una pareja después de la segunda guerra mundial y cómo realizan una escapada en un tren y a través de cuyas ventanas admiran una imagen del monte Fuji con una corona blanca que parece ser la primera nevada del año ("Utako, pues, había recordado la fotografía del periódico de esa mañana después de haber visto el monte Fuji, cuando Jiro le había dicho: "Ya hay nieve en el monte Fuji". Pocas personas tienen razones para observar con tanto detenimiento una fotografía del monte Fuji en el periódico"). A partir de aquí se entrecruzan los recuerdos, los reproches contenidos, las reverberaciones de un amor, frustrado definitivamente por la muerte de un bebé, de esta ex-pareja, cuyos caminos se han distanciado irreversiblemente, pero cuyos corazones parecen estar más cerca que nunca, a no ser que todo sea una duce ilusión, como cuando las nubes que circundan la cima del Fuji hacen creer que es nieve lo que en su cumbre está depositado. Es éste el relato más comprometido con su país -y la destrucción de la guerra-, con la sinceridad -de unos maltrechos adultos sin esperanzas-, y con la configuración abstracta -vertida en concreciones apenas banales- de lo que un amor supone, desde el simple color de una piel, hasta el desvío de una mirada, todos ellos detalles que parecen confluir en lo absurdo que a veces planea sobre las relaciones entre los seres humanos ("Ahora que no hay nubes se ve que sólo hay un parchecito de nieve en la cumbre. ¡Nada del otro mundo!, ¿verdad? -¿Tú crees? -dijo Utako tocando desprevenidamente la mano de Jiro-. ¿No será porque ayer también lo miramos? Hasta el monte Fuji puede resultar aburrido cuando se le mira constantemente."). En Sin palabras, un anciano escritor ha perdido el habla a causa de un derrame cerebral. Otro escritor más joven visita al maestro dispuesto a intentar que al menos vocalice las letras a y t para así pedir agua o té. El resultado de la entrevista es una reflexión monológica del visitante que pretende extraer una última obra del gran maestro a través de su hija, pero el viejo no parece dispuesto a colaborar ("Usted nunca escribió una novela en primera ni una autobiografía. Pero ahora que no puede escribir por sí mismo, hacer una obra de este género por medio de la mano de otro puede convertirse en un medio de revelar novedosamente uno de los destinos del arte.") Los destinos del arte, la obligación del artista para con el público, la autoridad de las obras de arte, la significación de la identidad artística, el derecho al silencio del artista, son temas que acuden a este hermoso relato que está ornamentado con la historia del fantasma de una mujer joven que se sube a los taxis, de forma que nos quedamos preguntando qué relación existe entre el espectro y la ausencia de sonidos del maestro, entre la aparición paranormal y la creatividad literaria. En Un pueblo llamado Yumiura, Kawabata reflexiona sobre el poder de los recuerdos, y sobre la forma en que estos pueden ser modificados por otras personas. Un escritor recibe la visita de una mujer que le describe un hipotético encuentro entre ambos treinta años atrás. La falta de memoria del escritor le imposibilita certificar la autenticidad de la historia de la mujer, quien afirma que este le pidió matrimonio aquel día en su habitación ("Pero este pasado, el encuentro imprevisto con Kozumi en un pueblo llamado Yumiura, parecía estar viviendo con intensidad en aquella mujer. En Kozumi, que de alguna manera había cometido una falta, ese mismo pasado se había perdido completamente y estaba muerto"). ¿Somos propietarios de nuestros recuerdos? ¿Qué significan los recuerdos? ¿Pueden ser estos manipulados a conciencia y terminar siendo tan creíbles como los reales? Estas preguntas me las hacía yo últimamente -no recuerdo a cuento de qué- y entonces me encontré con este relato de Kawabata que ponía el dardo en la diana. Una hilera de gingko es un hermoso relato en el que una familia observa como la mitad de los gingko de la calle están deshojados mientras que la otra mitad lucen frondosos. Las teorías acerca de esta circunstancia, las elucubraciones en base a sus percepciones diarias de los árboles, y la relación metafórica de éstos con los hijos del matrimonio, que terminarán emancipándose en breve, conforman un ejemplar relato que aúna belleza narrativa, inteligencia expositiva, y brillantes diálogos, con subtramas como la del robo del monedero de la hija por parte de una vendedora ambulante, o el gusto por determinados colores de las frutas de la esposa. Otros relatos aparecen en el libro como son Gotas de lluvia (en el que el diferente sonido de las gotas de lluvia y de la lluvia en sí refiere una singular situación entre parejas finalmente cerrada por la sorpresiva declaración de la joven origen de la discordia), Lo que su esposo no hacía, Con naturalidad (donde un actor ambulante cuenta al protagonista su historia de travestismo en la guerra para evitar ser llamado a filas), o el final dramático-coral en forma teatral con Las muchachas del bote.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Un encuentro, de Milan Kundera


Une rencontre.

Traducido del original francés por Beatriz de Moura.


Es ésta una brillante recopilación de pequeños ensayos o artículos de Kundera sobre pintura, música y literatura. La conveniencia de editarlos todos bajo un solo volumen supongo que obedece más a cuestiones mercantiles que a estéticas o de intención literaria. Por otro lado, es una buena noticia para los amantes de las artes poder disponer de este libro que contiene algunas disquisiciones lúcidas del escritor checo. Comienza el libro con un texto sobre la pintura de Francis Bacon. En él se nos habla de la relación entre Bacon y Beckett, en cómo Bacon se veía más próximo a Shakespeare que al irlandés. Kundera maneja los términos azar, juego, escándalo fisológico. Es interesante conocer la opinión de un autor inteligente, aunque no crítico ni historiador del arte, acerca de un pintor tan particular -y excepcional- como Bacon, sin embargo algo cojea. Kundera pretende analizar, justificar, "explicar" la pintura de Bacon, así, con respecto a la Crucifixion "No, no hay sacrilegio; más bien una mirada lúcida, triste, pensativa y que intenta penetrar hasta lo esencial". Es decir, nos encontramos ante otra versión crítica de la obra de un pintor, y es que las hay casi tantas como críticos. Más interesante es su reflexión en La cómica ausencia de lo cómico, donde interpreta esa risa alocada, dostoyeskiana, que aparece en El idiota. Decidido: prefiero al Kundera que habla de literatura frente al músico o al crítico de arte. En El sueño de la herencia integral en Beethoven se analiza la sonata para piano Opus 110 de Beethoven. Kundera invoca al espíritu polifónico para explicar la fuga del tercer movimiento, "Así pues, en su estrecho margen de diez minutos, ese tercer movimiento destaca por una extraordinaria heterogeneidad de emociones y formas; no obstante, al oyente le resulta tan natural y simple esa complejidad que ni se da cuenta. (Que sirva de ejemplo: las innovaciones formales de los grandes maestros siempre conservan cierta discreción; ésta es la verdadera perfección; sólo los maestrillos insisten en que se note la novedad)". Este párrafo podría ser objeto de múltiples cuestiones que Kundera da por sentadas. ¿El genio sólo se advierte en la innovación? ¿Por qué la discreción en la innovación debe ser una virtud? ¿No tendrá que ver con el momento histórico en concreto? ¿No es el verdadero genio el que asume los cambios sin importarle las consecuencias? ¿Acaso Schönberg disimuló su dodecafonismo? -por cierto, éste está presente en otro artículo, Olvido de Schönberg-, etc... Más interesante resulta el análisis de la música de Janacek y su repercusión histórica en La más nostálgica de las óperas, refiriéndose a La zorra astuta: el "peligro consustancial al arte de la ópera radica en que su música puede fácilmente convertirse en una ilustración", según Kundera, "la renuncia de Janacek a una fabulación, a una acción dramática, aparece como la estrategia suprema de un gran músico que quiere invertir la relación de fuerzas en el interior de la ópera y situar la música radicalmente en primer plano". Es la música la que habla, el texto es absurdo, no tiene tensión dramática, un texto creado por el propio Janacek, por otro lado. Extraordinario es el artículo dedicado a Anatole France y las listas negras. También es muy interesante el dedicado al encuentro en la Martinica de Breton y Aimé Césaire: "En las últimas palabras del libro, el autor publica el discurso de Solibo durante el que cayó muerto. Este discurso imaginario, auténticamente poético, es una iniciación a la estética de la oralidad: lo que cuenta Solibo no es una historia, son palabras, fantasías, retruécanos, chirigotas, es pura improvisación, es palabra automática." Esto me hace pensar en Marinetti y los futuristas. No obstante la joya del libro viene al final y se titula La piel: una archinovela. En ella Kundera se ocupa de las dos novelas de Curzio Malaparte, Kaputt (1944) y La piel (1949). Para mi estos dos libros han sido una revelación y tengo ganas de hacerme con ellos. No conocía que existiera una crónica tan de primera mano de lo sucedido durante la segunda guerra mundial ("A la vista del carácter único de sus testimonios, puede sorprender que ningún historiador de la última guerra mundial jamás se haya referido a las experiencias de Malaparte y hayan citado las conversaciones de los políticos, que él deja que se expresen extensamente en su libro"). Kundera estudia la estructura -y el contenido-de ambas novelas, a él siempre le ha gustado imponer ritmo al texto a base de capítulos, secciones y partes. Para mi esto no es más que un ardid artístico de poco valor. Dostoyeski por ejemplo no necesitaba de tales argumentos para construir un fresco impresionante de la moral y la mente humanas. Pero Kundera es así, mide la duración de los capítulos, en sus novelas y en las que disecciona, ¡hasta sus análisis están divididos en cápítulos! Las reflexiones sobre el concepto de archinovela, sobre una nueva entidad novelesca me sorprenden sobremanera tanto en cuanto nunca he considerado a Kundera un novelista especialmente experimental, más bien arcaico, con una gran capacidad narrativa y con una experiencia personal muy literaria -valga el apunte- pero que no pasará a la historia como el gran revolucionario de la técnica prosaica. Es por eso que casi me gustan más sus ensayos -sean acertados o no los mueve siempre la pasión- que sus novelas -pienso que de más valor humano que literario. ¿Y es que puede uno olvidarse al leer Un encuentro que quien comenta estos libros es también un escritor?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb


Le sabotage amoureux. Traducción de Sergi Pàmies.




Estamos ante el segundo tomo de la autobiografía que Amélie Nothomb comenzara con La metafísica de los tubos. Nothomb tiene 7 años y ahora está en Pekín. Pero China apenas aparece en la novela: "Uno empieza a comprender que interesarse por China equivale a interesarse por uno mismo. Por razones muy extrañas, que, sin duda, tienen que ver con su inmensidad, su antigüedad, y su grado de desigualdad de civilización, su orgullo, su monstruoso refinamiento, su legendaria crueldad, su roña, sus paradojas, más insondables que en cualquier otra parte, su silencio, su mítica belleza, la libertad de interpretación que su misterio sugiere, su complejidad, su fama de inteligencia, su sorda hegemonía, su permanencia, la pasión que despierta, y, finalmente, y sobre todo, su desconocimiento, por estas razones poco confesables, pues, la tendencia íntima del individuo consiste en identificarse con China, peor todavía, en ver en China la emanación geográfica de uno mismo." Es éste un volumen menos brillante que el anterior, quizás porque el fenómeno sorpresa ha desaparecido en parte. Pero el texto gana en estabilidad estructural y en rigor narrativo. En el gueto de San Li Tun están instaladas las familias de los diplomáticos europeos y de otros países. Allí se ha originado una guerra entre los niños, una guerra mundial a pequeña escala. Nothomb reflexiona sobre la naturaleza de un país comunista: "Pero la auténtica belleza debe dejar lugar a dudas: debe dejar al alma una parte de su deseo. En este sentido mi frase era hermosa. Aquí la tienen: Un país comunista es un país en el que hay ventiladores." Y para ilustrarlo Nothom cita una película de Kusturica de 1985, Papá está en viaje de negocios, en la que una escena de interrogatorio comunista tiene 3 personajes, el interrogador, el interrogado...¡y el ventilador! Amélie no entiende por qué los adultos tienen amigos: "Mis padres tenían amigos. Eran persnas con los que se juntaban para beber alcoholes de todos los colores". La mirada de una niña desnuda por completo el absurdo mundo de los adultos: "A veces los amigos bailaban. Era un espectáculo que producía consternación", y también "Resumiendo: los amigos eran una especie de personas con las que uno se juntaba para entregarse en su compañía, a comportamientos absurdos, incluso grotescos, o para librarse a actividades normales para las que no eran necesarios" -(JAJAJA -risa de Kovalski-). Puede que "abandonarse" quedara mejor que "librarse" en la traducción -excepcional por otro lado- de Pàmies, aunque desconozco el término empleado por Nothomb en el francés original. Amélie es la exploradora de su ejército, tiene una importante misión y no tiene tiempo ni para amigos ni para el amor, prefiere pasar el tiempo leyendo Las mil y una noches. Tras esa mirada infantil existía un mundo, el del régimen comunista opresor: "En tres años, sólo tuvimos una auténtica comunicación humana con un chino: se trataba del traductor de la embajada, un hombre exquisito que llevaba el nada previsible nombre de Chang. Hablaba un delicioso y rebuscado francés, con encantadoras aproximaciones fonéticas: por ejemplo, en lugar de decir en el pasado, decía en el agua muy fría, ya que era así como había interpretado la expresión "antaño". (Aquí Pàmies acertadamente hace una nota al pie explicando que "antaño" es "autrefois" en francés y "agua muy fría" es "eau très foide"). (...) Pero de tanto referirse al agua muy fría, el señor Chang acabó llamando la atención: de la noche a la mañana desapareció". Y Nothomb llega a un momento hilarante: "Fue sustituido por una china arisca que llevaba el nada previsible nombre de Chang". Pronto Amélie aprende a detestar al sexo masculino a cuyos ejemplares denomina "ridículos": "Sentía simpatía por los ridículos, y al mismo tiempo su destino me parecía trágico: nacían siendo ridículos. Nacían con, entre las piernas, aquella cosa grotesca de la que se sentían patéticamente orgullosos, lo cual los hacía más ridículos todavía". (Extraña ubicación en la frase de "entre las piernas", no sé si a causa de Pàmies o de Nothomb). Total, que Amélie conoce el amor en la figura de Elena: "Cuando la veía me olvidaba de mi existencia. Aquella amnesia auspiciaba los más extraños comportamientos". ¡Es lo que me pasa a mi cuando veo a Natalie Dormer como Ana Bolena en Los Tudor! (jeje). La nieve sobre la ciudad embarrada se apodera místicamente de la mente de Amélie: "Un día escribiré un libro que se titulará Nieve de ciudad. Será el libro más triste de la historia de los libros". Finalmente no lo hizo, y sí que lo hizo Orhan Pamuk. La pequeña Amélie entrevé lo que puede ser algo parecido al mal de Stendhal: "La inmensa agua helada que reflejaba la luz boreal y emitía ruidos terribles bajo los patines me provocaba un éxtasis tan intenso que contraje dolores de cabeza. No tenía ninguna defensa inmunitaria contra la belleza." Una Virgen de Pinturicchio me hizo sentirme así hace unos meses. La guerra terrible entre los niños, de la que Nothomb da buena cuenta con episodios realmente horripilantes, con niños regados con orines, vapuleados por otros niños, vomitados -¡hasta había una cuadrilla experta en vómitos!-, tiene que finalizar por intervención de los adultos. Su amor por Elena le hace ver con mayor claridad -o confusión- el devenir de la Ilíada homérica: "En mi caso, cuando hacía la guerra, conocí a la bella Helena y me enamoré de ella, y por culpa de eso tengo una visión distinta de la Ilíada". Tal era el amor que Amélie sentía por Elena que llegó a dar 80 vueltas al patio en el recreo, padeciendo asma, en una situación que la propia protagonista definió como de "sabotaje amoroso".