jueves, 20 de junio de 2013

Magma, de Lars Iyer.

Título original: Spurious.
Traducción: José Miguel Amores.
Editorial Pálido Fuego, 2013.

Magma o la ausencia de Bernhard.
W. y Lars son dos intelectuales europeos que hacen un viaje ("W. habla su pésimo francés en voz baja, y soñamos, durante un instante, que somos auténticos intelectuales europeos"), y que van, según nota de la pestaña interior, en busca de conferencias literarias donde se sirva la mejor ginebra -de alguna forma el editor llega a esta conclusión. La obra ha sido calificada en Reino Unido como una de las más brillantes de la década. Como ya se ha escrito mucho sobre este libro, en blogs mucho más populares que el mío, en blogs de autores emergentes, ¡en blogs de autores consagrados!, qué puedo añadir yo que no se haya dicho ya, me digo, o que no se haya dicho. La mayoría de comentarios comienzan con Kafka, es inevitable: "Kafka es nuestro líder espiritual, reconocemos W. y yo delante de unos cócteles en la Münsterplatz", en la página 18, y también, en la página 22: "Kafka fue siempre nuestro modelo, admitimos. ¿Cómo es posible que un ser humano pudiera escribir así?", y en ¡numerosas páginas! En cuantas más páginas aparecen Kafka y Brod más convencido estoy de que Iyer no nunca ha leído a Kafka -tampoco a Brod. El protagonista W., bajo la atenta mirada del narrador, Lars, se debate entre Kafka (W. no puede pasar un día sin hablar de Kafka) y Max Brod ("¿Cuál de nosotros es Kafka y cuál Brod?"), entre la llegada del apocalipsis ("Cuando llegue el apocalipsis será un alivio") y sus estudios mesiánicos, entre la certeza de ser melancólico ("Somos melancólicos") y la de ser alegre ("Somos esencialmente alegres, reflexiona W. (...) Conocemos nuestros fallos, sabemos que nunca conseguiremos nada, pero aún así estamos contentos"), entre la idiotez de su amigo Lars y la suya propia -sus esfuerzos por ser un intelectual son ímprobos pero no merecen recompensa. Ambos son conscientes de que tener un modelo espiritual del calibre de Kafka puede conducir a episodios continuos de frustración: "Nuestras vidas tomaron una dirección equivocada cuando abrimos El castillo. Aquello tuvo consecuencias funestas: ¡allí estaba la literatura en sí  misma! Estábamos acabados." Nunca hay que abrir El castillo, eso es un gran error, si lo abres te maravillará primero, luego te aniquilará. Ellos están convencidos de que no hay nada malo en la literatura, "pero aquélla ha tenido un efecto nocivo para nosotros". Por eso recapacitan: "Él es quien ha ido más lejos, admitimos. Pero también necesitamos líderes más cercanos".
Pronto veremos cómo nombran a un nuevo líder espiritual -sin renegar de Kafka, por supuesto. Kafka, por otro lado, no debería ser un modelo a seguir en cuanto a conducta social -a no ser que persigas la aniquilación. Sin embargo ellos recurren a su líder al primer contratiempo: "¿Adónde deberíamos ir? En momentos de crisis, W. siempre se pregunta qué haría Kafka. ¿Qué haría Kafka en nuestro lugar ? ¿Qué haría él en cualquier situación?" Yo te lo voy a decir, escribiría cientos de cartas a sus novias y luego se iría al campo, o bien primero se iría al campo y desde allí escribiría cientos de cartas...
"No sé cómo Kafka podía escribir cuando estaba enfermo, dice W. Cuando W. estaba enfermo, estaba más lejos de escribir El proceso de lo que nunca lo había estado, dice." Algo me hace sospechar que la distancia entre W. y El proceso es algo más infranqueable que una enfermedad. También habría que decirle a W. -o a Iyer quizás- que cuando Kafka escribió El proceso aún no estaba enfermo, sí lo estaba ya cuando acometió la empresa descomunal de El castillo, el mejor libro de todos los tiempos. También habría que aclarar al personaje de Iyer que quien sí escribió enfermo durante toda su vida fue Thomas Bernhard, el único que ha podido acercarse de alguna forma al genio de Kafka, el único que pudo establecer una analogía metafísica con el castillo kafkiano, Altensam, Wolfsegg,... Desde la mediocridad W. intenta justificar su peculiar situación: "Pero esa es la cuestión: Kafka nunca se encontraría en nuestra situación". No, a él le fue aún peor, se convirtió en cucaracha, pienso; "él nunca habría cometido los errores que nosotros hemos cometido". No, cometió uno mucho peor, confiarle sus escritos a Max Brod, me digo. Digamos que W. es el intelectual en activo y Lars el intelectual que ha admitido su fracaso y no hace nada por recuperarse -lee revistas de chismes en el tren, su tema de conversación es la modelo Jordan, mientras que W. lee a Spinoza. W. recrimina a Lars algunas cosas a lo largo del libro, y me pregunto cómo Lars puede aguantarlo, a no ser que tenga en mente la idea de escribir un libro -una novela titulada Magma, no sabemos el porqué de semejante nombre, "Spurious" de subtítulo en la versión española, ¡entre corchetes!-, así Lars es advertido por W. a causa de: ser un pensador patético ("Naturalmente él también lo es. Lo aprendió de mí", dice Lars, el narrador); su obesidad, que siempre le ha impresionado, su glotonería -la de Lars, el narrador, ese que va a triunfar con su libro Magma-; su deslealtad ("Tú no eres leal. Tú no sabes nada de lealtad. Tú romperías la falange, dice W."); su fracaso ("¿Cuándo supiste que eras un fracasado?, me pregunta W. reiteradamente. ¿Cuándo supiste que jamás tendrías un pensamiento propio, ni uno?" ); su estupidez ("W. me envía una cita para que medite sobre mi estupidez"). Parece que no pero W. y Lars son amigos, lo que pasa es que W. parece estar decepcionado con Lars, y a Lars esto le importar un bledo, él se limita a escribir un libro titulado Spurious. "Los amigos deberían enviarse entre ellos lo que escriben, dice W. Él me lo envía todo -todo-, y yo apenas lo leo." Esto es lo peor que hay, la peor de las infidelidades, enviar a un amigo unos escritos y que no los lea, y lo que es peor, que te diga que sí los ha leído: "W. dice que ni siquiera leí los capítulos que me envió. Sabe lo que dice: mis comentarios fueron demasiado genéricos. Le digo que los leí..., bueno, casi todos. No leíste el capítulo cinco, el del perro". Que alguien, a quien se ha enviado un documento que incluye un capítulo de un perro, no lea el capítulo del perro es lo peor que puede pasar, porque en los capítulos de perro siempre aparecen ¡Tarkovski y Bela Tarr! -y debería surgir algún sueño de Pitol, pero esto no lo sabe Iyer, luego me pregunto, ¿habrá leído alguno de éstos Las investigaciones de un perro de Kafka? Estoy seguro de que no, me digo, no saben quién es Kafka, me convenzo. Lars, el narrador, refiere la amistad entre los filósofos Levinas y Blanchot: "De sus intercambios casi diarios, no se sabe nada; de nuestra amistad, se sabe todo, pues yo, como un idiota, la cuelgo toda en internet". La amistad es la mayor fuente de decepción, pienso. Luego me digo, ¿qué importancia puede tener que todo el mundo lea nuestra vida en internet si nuestra vida es absurda, insulsa y decepcionante?
Que Iyer es un gran fan de Thomas Bernhard es un secreto a voces, sólo hay que leer su famoso manifiesto "Desnudo en la bañera, asomado al abismo" para confirmarlo. Querer parecerse a Bernhard es un arma de doble filo -cuando no un suicidio literario. Emular la implacable narrativa del austriaco es una misión destinada al fracaso más absoluto -no consiste simplemente en acuñar una frase acá y otra acullá. De todas formas no creo que sea esto lo que pretenda Iyer, él tan sólo recurre -que no es poco- a determinadas "virtudes" del personaje bernhardiano para definir los suyos, así toma de él su dependencia total de lo intelectual, su aislamiento, su fracaso ("¿Hemos fracasado? W. está seguro de ello. Somos unos completos fracasados"), y para ello remeda en ocasiones algunas herramientas literarias usadas comúnmente por Bernhard, herramientas tales como vivos pensamientos entre signos de admiración, claudicaciones definitivas, conclusiones fatales y repentinas, etc, aunque sin la convicción ni la retórica del genio austriaco. De hecho, las mejores líneas de Magma -al menos, las más divertidas- son las que recuerdan a Bernhard. "Cada verano, se pone a trabajar con gran ambición, dice W. ¡Leerá más que nunca, y con mayor profundidad! ¡Escribirá como nunca antes ha escrito! Sin embargo, al final del verano, todo ha ido mal. ¿Por qué nunca aprenderá?, reflexiona W. ¿Por qué nada cambia?". Los trabajos intelectuales bernhardianos tienen que aparecer por algún lado, me digo. W. recurre periódicamente a sus estudios sobre mesianismo (Rosenzweig, Cohen, Schelling), o sobre matemáticas -de las que no entiende nada-, o sobre griego clásico. W. es agorafóbico, solamente "es feliz de verdad cuando se refugia en su habitación, trabajando. Preferiría no salir nunca de casa, dice W. O, de hecho, de su estudio". W. pudo decir, "de su Calera", o de la "buhardilla de los Höller", nos hubiera encantado que Iyer hubiera mencionado la Calera o la buhardilla de los Höller, ¡pero no lo hizo! Esa reclusión con fines intelectuales, como sabemos, es la que buscan la mayoría de personajes bernhardianos, pero aquí se presenta este aislamiento en pro de la intelectualidad como una parodia nefasta y ridícula -¿acaso también en Bernhard?-, entonces, me digo, ¿está parodiando Iyer a Bernhard? ¿Se parodiaba Bernhard a sí mismo? ¿Acaso no es cualquier manifestación literaria una parodia de sí misma? ¿No lo es La educación sentimental de Flaubert de La educación sentimental de Flaubert?, me pregunto estos días mientras leo La educación sentimental de Flaubert, el libro preferido de Kafka y pienso, ¿por qué Flaubert no aparece en Iyer? ¿Por qué Iyer niega -desde la indiferencia- a Dostoyevski y a Kleist y a Flaubert, los autores preferidos de Kafka? Como en Bernhard, la idea de suicidio aparece tarde o temprano -solo que en Bernhard cobra presencia en personajes secundarios y como una preocupación innata del narrador, mientras que en Magma es sólo un chiste. En Magma es la idea del doble suicidio, Lars y W. se suicidarían alternativamente, piensan, la que acomete a los protagonistas. Pero ¿para qué? "Naturalmente, yo debería quitarme la vida de inmediato, eso sería lo honorable, dice W. Debería subirme a un taburete hasta alcanzar la soga... Pero ya sería demasiado tarde, ese es el problema, dice W. El pecado ya ha sido cometido. El pecado contra la existencia, contra el orden de lo existente." Excusas, definitivamente W. no es Mishima. En el caso de Bernhard el pecado contra la existencia lo cometen los demás, esos monigotes que circulan alrededor del narrador y que no poseen ningún tipo de pretensión intelectual. Si bien esa descaracterización de lo culto que le rodea será lo que coloque al personaje bernhardiano en condición de inferioridad -por incomprensión, por indefensión-, aniquilándolo, si bien no estoy muy seguro de esto, así como de nada de lo que he escrito ni voy a escribir (además, no sé en qué momento este fatal comentario sobre Magma pasó a convertirse en un fatal comentario sobre Bernhard). "Tendrá una vida corta, dice W., y yo igualmente vida corta, frustrada, que no llegará a nada. ¿Para qué ha servido todo?, pregunta W. ¡Para nada!, dice. ¡Ni una sola cosa!". Cuando la vida es un fracaso siempre resulta corta, aunque vivas 90 años, me digo, luego, toda vida es corta pues toda vida es un fracaso -¡incluso la del bueno de Kafka! "Las cosas van mal. Deberíamos suicidarnos, dice W." Le faltó continuar diciendo: "empieza tú". W. "tiene la idea de prenderse fuego delante de la multitud como ese demente de la película de Tarkovsky". Esta simple mención a Nostalghia de Tarkovsky es suficiente para que en la portada aparezca rotulado el nombre de Tarkovsky como reclamo (junto a los de Béla Tarr, Franz Kafka, Friburgo, estupidez, etc..., en lo que supone una horrorosa ilustración sobre un rediseño de la foto en Davos de Blanchot y Levinas). Lars está acabado. W. también está acabado pero parece resistirse a este hecho inalterable. W. busca alivio en la derrota evidente de Lars, ¿para silenciar su propia derrota? "¿Por qué ya no lees? ¿Por qué no escribes? ¿Qué te ocurrió? ¿Cómo has llegado a esto?". W. sabe que en poco o en nada se diferencia de Lars, quien también afronta -al menos afrontaba, ya no- ambiciosos proyectos intelectuales. Hace dos años Lars iba a aprender sánscrito y se iba a convertir en una gran experto en hinduismo, el año pasado se iba a convertir en un gran experto musical, no hace falta a Iyer decir que Lars, el narrador, fracasa estrepitosamente en ambos casos. Puede que por eso, Lars, el narrador, ya ni lo intente, mientras que W. insiste una y otra vez a pesar de tener plena consciencia del fracaso del planteamiento filosófico. El planteamiento filosófico fracasa desde la base, me digo. La idea filosófica en Bernhard está muy presente, no sólo en las lecturas de Schopenhauer que realizan sus personajes, o en los estudios filosóficos (o científico-filosóficos) al que se dedican. La idea de filosofía en Bernhard se presenta como salvación (así como aniquilación, por defecto), en Iyer no aparece por ningún lado, todo es tan sólo una broma (cuando W. lee a Spinoza "experimenta la beatitud", por ejemplo). Esto no es obstáculo para que W. siga creyendo en una posible vida intelectual, a la sombra de Kafka, por supuesto, ¿de quién si no?, y por eso instiga a Lars, que ni siquiera se defiende: "Tu declive. ¿Por dónde íbamos? ¿Qué planes tienes? ¿Qué estás escribiendo? Nada, le digo. No tengo planes", le contesta Lars, el narrador. Tener planes es lo peor , me digo. Estoy aprendiendo mucho con esta novela, anoto. Cualquier pensamiento que leemos en un libro nos convence, los pensamientos de los libros nos convencen, me digo, por el simple hecho de estar en un libro nos convencen. W. pregunta a Lars si ha tenido algún pensamiento durante el fin de semana, la respuesta es "no", pregunta también a Lars si está deprimido, la respuesta es "mucho". Sólo en un momento de la novela parece Lars querer replicar a su amigo -con amigos como W. quién necesita enemigos, pienso. W. le interroga una vez más: "¿Cuándo lo supiste?, dice W. ¿Cuándo supiste que nunca llegarías a nada?". A lo que Lars, el narrador, en lugar de decirle, ¡qué pesadez!, contesta: "¿Cuándo me refugié en ideas vagas y poco claras que no tienen nada que ver con el mundo?". Con esta pregunta Lars, el narrador, intenta traducir la pregunta de su amigo -¿quieres decir en qué momento me refugié en ideas vagas y poco claras que no tienen que ver con el mundo?-, es decir, no reconoce que nunca llegará a nada, tan solo mantiene la incógnita, cosa que sería distinta de no haber empleado tilde: "¿Cuando me refugié en ideas vagas y poco claras que nada tienen que ver con el mundo?". Contestar a una pregunta con otra pregunta: ¿acaso supe -Lars, el narrador- que no llegaría a nada cuando me refugié en ideas vagas y poco claras que no tienen que ver con el mundo?, y en esta formulación de la pregunta Lars, el narrador, acepta su fracaso. También Lars, el narrador, pone excusas ante el atosigamiento de W., "¿Y tú?, pregunta W. ¿Dónde escribes tus pensamientos? Le digo que estoy demasiado preocupado para pensar." W. escribe sus pensamientos en unos cuadernos de notas. Son pensamientos ridículos, el hecho de que los anote no los convierte en auténticos pensamientos. Lars podría contestarle con este pasaje de La calera de Thomas Bernhard: "Qué idea podía pensar y qué resultado más lamentable anotar. Las palabras echan a perder lo que se piensa, el papel ridiculiza lo que se piensa y, aunque todavía se esté contento de poder llevar al papel algo echado a perder y algo ridículo, la memoria pierde aún eso echado a perder y eso ridículo. De una cosa inmensa, el papel hacía una cosa accesoria, una ridiculez, decía Konrad." También podría explicar a W. que había llegado -él, Lars, el narrador- a un punto de insoportabilidad del que no se puede retornar, un punto al que el propio W. terminaría llegando, tarde o temprano, y recordar esa cita de El sobrino de Wittgenstein de Bernhard: "No me soporto a mí mismo, por no hablar de soportar a toda una hora de mis iguales, meditando y escribiendo." Al final del libro W. está a punto de tener una idea pero no sabe muy bien cómo será porque nunca ha tenido ninguna. Cuando W. ve que Lars va a tener una idea le grita "¡Apúntalo, apúntalo!, me grita a menudo W. durante mis momentos de iluminación, pero cuando releo mis notas, únicamente encuentro garabatos incomprensibles y palabras aleatorias sin sentido." Y ésa es la gran estafa de los momentos de iluminación -e Iyer ha tenido uno al reflejar esto de manera tan diáfana-, lo que nos pareció una idea brillante en el momento de su concepción, con el paso de las horas se convierte en un garabato -la idea es la misma, es nuestro umbral de reconocimiento de idea el que ha variado, me digo, ¿por qué no profundiza Iyer en esta idea?, me digo, eso es esta novela, pienso, esta novela llamada Magma es una fuente de ideas incipientes sin rematar, una cobardía, me digo, una impotencia, pienso. Por una vez Lars se rebela y es él quien interroga a W. sobre cuestiones trascendentales -si bien es una pregunta hecha con desgana, como el que se sabe derrotado de antemano: "¿Por qué ha llegado todo a este nivel de absurdo?, le pregunto a W. (...) Pero W. me recuerda lo que ambos sabemos: que cualquier éxito que hayamos tenido ha sido precisamente bajo la premisa de ese absurdo." Este pasaje se queda a poco de resultar lúcido. Yo hubiera añadido que "cualquier éxito (y cualquier fracaso) que hayamos tenido ha sido bajo la premisa de ese absurdo". De modo que el absurdo dentro de un contexto absurdo cobra significado, constituye un valor que no puede desligarse de la realidad, como lo ridículo y lo grotesco en Bernhard, señas de identidad de una humanidad fracturada por la vileza y la vanidad, un mensaje bernhardiano que, por enfático, termina siendo, aunque de distinta forma, ridículo y grotesco en sí mismo. En Iyer no percibimos lo ridículo como un destino ineludible, sus personajes sólo intentan disfrutar de la vida -a pesar de su intelectualidad, deben pensar, debe pensar Iyer-, en una terraza, en un hidropedal, paseando, viajando en tren...("¿Tengo aspecto de estar teniendo pensamientos sublimes?", se pregunta W.), intentan sobrevivir a lo ridículo de sus vidas, intentan eludir lo ridículo -sin conseguirlo. Las categorizaciones excéntricas de Bernhard también hacen su aparición en Iyer: "No hay nada mejor que visitar una ciudad periferia, dice W., lo mismo que no hay nada peor que visitar una ciudad del centro (aunque , concede, en cada centro hay periferias)." Lo mejor y lo peor, como si fuera tan fácil determinar qué es lo mejor y lo peor -cuando no imposible, ridículamente posible, diríamos-, es un absolutismo que niega ese mismo absolutismo. Bernhard nos dice, ¿no veis lo absurdo que resulta decir que algo es lo mejor o lo peor? Iyer cae en esa ardid bernhardiano y escoge la forma más fácil de citar al austriaco, sin saber que está siendo víctima de una exageración.
Magma y Béla Tarr.
Puestos a buscar un líder más cercano estos dos intelectuales parecen inclinarse por la figura de Béla Tarr. "W. se ha obsesionado con Béla Tarr. Es un genio, dice. Dice que sólo hace películas sobre gente pobre y fea. La gente pobre y fea son su gente, eso es lo que dice él, dice W." ¡Otro recurso bernhardiano!: "dice él, dice W.", muy presente en Trastorno, por ejemplo. La gran paradoja del cine de Tarr es que su obra está precisamente vedada -por su naturaleza intelectual- a aquella clase que es retratada con más frecuencia. ¿Alguien puede imaginar a esos borrachos de tabernas de pueblo húngaro embarrado en sus casas viendo una película de Tarr, leyendo a Krasznahorkai? Continúa W. con la descripción del cine de Tarr: "Béla Tarr iba para filósofo. Pero cuando empezó a hacer películas... La abstracción no es lo suyo, dice W. (...) Sus películas están llenas de borrachos. Y de barro. Sus películas están llenas de barro". El barro de las películas de Béla Tarr termina por ilustrar la metáfora del fracaso, me digo. Iyer tiene una escena predilecta: "Utiliza actores no profesionales, dice W. de Béla Tarr. Hablamos del gran diálogo sobre cubos de carbón y suicidio en La condena. Es la mejor escena que he visto nunca en una película, le digo. Está de acuerdo. Y el fragmento en el barro con el perro, Karrer a cuatro patas ladrándole al perro. No hay nada mejor. Pues ahí es donde terminaremos: ¡en el barro, cubiertos de barro, ladrando! ¡El uno al otro, si no hay nadie más! Ladrando: ¡en el barro!" Ahora empieza a tener más sentido el capítulo cinco del perro que escribió W. y que entregó a Lars, el narrador, y que Lars, el narrador, no llegó a leer, como quedó suficientemente demostrado. En Thomas Bernhard la figura del perro aparece en ocasiones como la última opción de compañía para el ser humano -lo cual lo convierte en otro perro, irremisiblemente. En Los comebarato: "Durante un instante me había parecido el hombre más solitario del mundo, y había deseado que por lo menos tuviera un perro, que habría pegado con su entera arrogancia espiritual y miseria física, y pensé en Schopenhauer. Pero un perro nunca hubiera sido posible para él, por muchos motivos. No habría podido permitirse un perro." Esos motivos pueden sernos desconocidos, aunque pensamos lo evidente, Köller fue atacado por un perro y lo dejó lisiado.
Y en Hormigón: "(...) desde que soy adulto, he odiado siempre a los perros (...) Al fin y al cabo hace ya tiempo que tendría a una persona en la casa si soportase a esa persona, y como es natural tampoco a ningún perro. No he llegado al perro, me decía, y no llegaré al perro, reventaré pero no llegaré al perro." La compañía puede ser tan opresiva o más que la propia soledad, y la compañía de un perro un constante recuerdo de nuestro fracaso como ser social. Uno se pregunta por qué no menciona Iyer al perro de Stalker de Tarkovski, ese perro que incomprensiblemente sobrevive a la zona. W. está impresionado por la precocidad de Tarr: "Béla Tarr hizo su primera película cuando tenía dieciséis años, dice W., ¡dieciséis! ¡Dieciséis! A esa edad es a la que empezó, dice W." Bueno, digamos que a esa edad rodó alguna película de aficionado, no sería hasta los 22 cuando estrenara su primer film, Nido familiar. A W. se le ocurre la forma más directa de colaborar con la genialidad de Tarr: "W. le ha sonsacado a algún fondo académico 2600 libras (...) ¡Deberíamos enviarle el dinero a Béla Tarr! ¡Enviárselo todo! Béla Tarr es nuestro líder." Es una opción bastante loable, además, Tarr lo agradecerá, no es por capricho que Tarr utilice actores no profesionales, nunca tiene presupuesto, y cuando lo tiene (El hombre de Londres), va el productor y se suicida (Humbert Balsan).
La realidad: no somos genios.
Aún siendo Kafka el líder espiritual de ambos, tanto Lars como W. tienen más afinidad identitaria con Max Brod: "Max Brod, tan generoso en su promoción de Kafka, y aún así tan dado a un patetismo despistado y ordinario -a impulsos amorfos completamente ajenos a la precisión de la estructura de su amigo-, nos ha servido siempre como aviso y ejemplo." Extraña idea. No creo que haya en la historia de la literatura un tipo más desordenado estructuralmente que Franz Kafka. Una situación que roza lo ordinario sirve de fondo a profundos análisis -que derivan en una simple anécdota- sobre Brod: "Con los pies en el salpicadero, el cuenco azul del cielo sobre nosotros, hablamos del destino de Max Brod, que se pasó la vida escribiendo comentarios y exégesis de la obra de Kafka y del destino de Kafka, que parece mucho más oscuro y misterioso debido precisamente a los comentarios y exégesis de Brod." Y es que toda interpretación literaria conlleva un grado de recreación. La obra de Kafka puede ser tan oscura y misteriosa o tan simple y diáfana como queramos, según nos pille el día. Sin emabrgo ellos albergan una de las cualidades más fundamentales para el desarrollo de la humanidad, porque, se puede no ser un genio, pero ¿y si nadie es capaz de reconocer ese genio? Corremos el riesgo de que pase desapercibido y termine en la cloaca (entonces, ¿era Brod un genio igualmente, un genio reconocedor de talento? Esta novela no es sobre Kafka y Brod, definitivamente):"Reconocemos el genio, dice W. aforísticamente, aunque sabemos que no somos genios. Es un talento, dice, y sin embargo también una maldición. Podemos reconocer el genio en otros, pero nosotros no lo poseemos." No es una maldición, me digo, una maldición es ser un genio de la pintura y no reconocer a Mozart, una maldición es ser un genio de la música y permanecer insensible ante un Velázquez, una maldición es ser Kafka y no reconocer que has escrito una obra cumbre en la historia de la literatura. La obsesión por la figura de Kafka -y por la de Max Brod- es tal que W. termina confundiendo personalidades -para él sólo existen dos tipos, Kafka o Brod, si no eres Kafka eres Brod, si no eres Brod es porque eres Kafka: "Todo empieza cuando comprendes que tú, y sobre todo tú, eres Max Brod: esto, para W., es el principio fundacional." Si bien 30 páginas antes se había especulado con otra posibilidad más sabia y probable: "Somos Brod y Brod, convenimos, y ninguno de los dos es Kafka", pero pueden soñar... Y un poco antes: "Ambos somos Brod, dice, y eso es lo penoso. Brod sin Kafka, y qué es un Brod sin Kafka." Dejar a Brod sin Kafka es despojarlo de todo, pobre Brod, me digo, todos quieren acabar con él, desde Kundera hasta Iyer. W. y Lars se vanaglorian de poder reconocer el genio pero en sus actividades, lecturas, hobbies, aficiones apenas vemos nada de esto. A lo largo del libro no leemos nada sobre Mozart o Schubert o Bach -la música brilla por su ausencia-, alguna pincelada sobre Tarkovsky y Tarr, pero nada de Bergman, Antonioni, Buñuel, ¡Fellini!, alguna,¡varias! reflexiones en torno a Kafka y Max Brod, pero de ningún calado cualitativo, es decir, semejan proyecciones gratuitas de unas mentalidades elitistas, sin mostrar en ningún momento el porqué de la tan recitada excelencia kafkiana. "Nosotros también, decidimos W. y yo hace bastante tiempo, debemos entregar nuestras vidas al servicio de los demás. Debemos escribir ensayos interpretativos sobre la obra de otros más inteligentes y con más talento que el que nosotros tendremos jamás. Nosotros también debemos hacer lo que podamos para ofrecer apoyo y solaz a otros pese al hecho de que siempre malinterpretaremos su genio, y solamente los molestaremos con nuestro entusiasmo." Ese "también" es por Brod (al igual que Brod). "En cuanto a él, W. no hace ejercicio. No se ha sentido bien durante bastantes años, once o doce, no está seguro de cuántos. Hubo una época en la que daba grandes paseos por el campo, recuerda." El personaje bernhardiano tampoco hace ejercicio físico, tan solo ejercicio intelectual -que repercute en una degeneración física y consecuentemente mental. Puede adentrarse en los bosques (Watten), pasear por el monte a primeras horas de la mañana (Helada), realizar largas travesías -cuasi walserianas (Los hermanos Tanner)- (Corrección),..., pero su propósito no es el de la ejercitación física sino el de la reflexión intelectual -o bien está movidos por una urgencia o una obligación. Normalmente el paseo bernhardiano es solitario salvo puntualmente (El italiano) -pero escribo de memoria, no me hagan caso, esto no es un comentario sobre Bernhard, borren todo lo que he escrito sobre Bernhard, luego borren todo lo que he escrito sobre Iyer, luego deben saber que W. se ofrece como albacea de Lars a su muerte y que procederá a borrarlo todo. "No se puede pasear solo, eso simplemente acarrearía una melancolía enorme, dice." En Hormigón de Thomas Bernhard podemos leer: "Hoy ya no sales de casa, eso es lo más perjudicial, dijo, precisamente ella, que en todas partes y por todos es conocida como poco aficionada a andar (...) Pero naturalmente, pienso, la verdad es que no tiene la enfermedad que yo tengo. Yo tendría que pasear. Pero nada me aburre más." La destrucción sistemática de la esperanza recuerda a Thomas Bernhard, y en este pasaje Iyer está muy inspirado: "Le resulta un gran misterio, dice W., su constante capacidad para tener esperanza y la constante destrucción de su capacidad para tener esperanza." Otro pensamiento claramente bernhardiano, la incidencia de una ciudad en el estado de ánimo del ser humano: "Estrasburgo nos tranquiliza. Paseando por sus amplios bulevares, nos calmamos y nos serenamos." Y por contra: "Friburgo es un lugar espantoso, reconocemos en lo alto de la torre de observación del Schlossberg." Esta calificación de "espantoso" es muy típica de Bernhard -aunque la coincidencia en el término castellano habrá que atribuirla a los traductores respectivos. En Thomas Bernhard una ciudad puede ser lo peor o lo mejor. En Hormigón: "Sin embargo, la atmósfera de esa ciudad no puede soportarse en absoluto un tiempo bastante largo, prescindiendo de que los médicos me dijeron claramente, que Viena era para mí el clima más perjudicial de todos." Y por contra, en la misma novela: "Hay tantas ciudades espléndidas en el mundo, paisajes, costas que he visto en mi vida, pero ninguna de ellas ha sido para mí nunca tan ideal como Palma."
Hartura.
"Hartos de la ciudad", después de buscar las obras completas de Schelling, editadas por Vorleslung, y las de Nietzsche, editadas por Colli y Montiner, "cogemos el tren al Titisee y alquilamos un hidropedal para internarnos pedaleando en el lago." Dos intelectuales pedaleando por el lago Titisee es sin duda una situación esperpéntica, pero no reímos, simplemente nos preguntamos, descolocados, ¿por qué? Lo ridículo tiene un límite, y cuando esta ridiculez emerge de algo llamativamente ridículo deja de ser cómico para resultar patético, o al menos, incomprensible -no obstante para mí es muy difícil establecer los diferentes grados de ridiculez de una situación y sus intenciones respectivas. Otra frase bernhardiana: "De repente estamos hartos." Esta hartura, también por su carácter repentino, puede ser la misma que soportan los personajes de Bernhard (la esposa del narrador en La calera ante sus manías, sus lecturas, sus métodos, por ejemplo).
Mar.
El mar, la simple visión del mar, es un bálsamo para estos intelectuales. Ya en Bernhard se pueden leer algunos pasajes con esta misma idea. En Hormigón: "Posiblemente, pensaba, el mar será mi salvación. Ese pensamiento se asentó en mí, no podía apartarme ya de ese pensamiento. Me llevé las manos a la cabeza y me dije: ¡el mar! Tenía mi palabra mágica." W. también piensa que el mar pueda ser una salvación y además encuentra una explicación a su capacidad terapéutica: "Eso es lo que te devuelve el ánimo cuando estás cerca del mar, dice W., el ozono que el agua revuelta libera en el aire."
Tras las primeras 60 páginas aproximadamente la novela sufre un ligero bajón del que no se recuperará. Sin embargo reaparecen algunos atisbos geniales -que justifican per se la lectura de la novela-: "W. dice que está mirando por la ventana y pensando en su fracaso", en p.143, y en p.137: "A W. le gustan las listas, dice. Es algo borgiano". Iyer dedica páginas y páginas a las humedades del apartamento de Lars, el narrador, en un intento de conjugar temáticas filosóficas y trascendentales con eventos cotidianos y ridículos, tal y como él mismo resalta en su manifiesto acerca de la narrativa de Thomas Bernhard. La cosa podría tener su gracia ("El electricista salió afuera, le cuento a W. Hace falta renovar la instalación, dijo, del piso entero") pero el caso es que sólo la tiene en contadas ocasiones. Alcanzar el humor bernhardiano es una de las tareas más difíciles de conseguir, mediante el catastrofismo, la inercia mortal, el enfrascamiento en actividades sin sentido -por las que no obtendrán reconocimiento ni beneficio alguno- de sus personajes, Bernhard alcanza momentos desternillantes -desde lo grotesco. Iyer no se acerca a esa comicidad ridícula aunque su estilo es más directo. La impresión respecto a este libro hubiera sido algo diferente, si no totalmente diferente, de no haber existido Bernhard, pero de no haber existido Bernhard Iyer tampoco habría escrito este libro. Magma es una pantomima de los problemas eternos de los personajes de Bernhard, de los trabajos intelectuales, del aislamiento, de la sensación de fracaso... Al igual que Bernhard nunca mencionó a Kafka en sus escritos, Iyer no menciona a Bernhard en esta novela. ¿Qué podemos pensar de Lars y W., unos falsos intelectuales que reivindican para sí mismos unos líderes espirituales a los que no se parecen en absoluto y que ignoran por completo al autor que los ha creado -desde la sombra-, es decir, a Thomas Bernhard? Pues que son unos impostores.