miércoles, 12 de noviembre de 2014

Quaresma, descifrador. Fernando Pessoa.

Fernando Pessoa.
"Quaresma, descifrador".
Relatos policíacos.
Edición e introducción de Ana María Freitas.
Traducción de Roser Villagrassa.
A Pessoa (1888-1935) siempre le gustaron las novelas policíacas, consideraba su lectura una de las actividades intelectuales más placenteras -lo expresaba de forma más retorcida pero creo que esa era la idea-. Recientemente se han publicado en un solo volumen todos los relatos policiales que Pessoa escribiera durante años. La mayoría de ellos permanecieron inéditos en vida del autor (sólo algunos fragmentos aparecieron en revistas). Por el contenido de algunas cartas sabemos que Pessoa pretendía publicarlos de forma planificada. En esta misma editorial se dieron a conocer fragmentos junto a otros textos inéditos bajo el título de Escritos sobre genio y locura. Tras un excelente trabajo de compilación y ordenación de los diferentes textos (archivados en sobres en la Biblioteca Nacional de Lisboa) se presentan estos, sorprendentes siempre (hasta por su irresolución) y por momentos ingeniosos, casos del doctor Quaresma, descifrador de enigmas.

1. Descifrador.
"Siempre procuraré ser un espectador de la vida, sin mezclarme en ella. Mi interés en la vida es la de un descubridor de enigmas. Me detengo, descifro y sigo adelante. No me sirvo de ningún sentimiento", cita Freitas en la introducción, revelándonos el carácter misántropo del investigador.
En el Prefacio -escrito por el narrador, él es quien recopila y redacta los casos, tras la muerte del doctor en Lisboa en 1930, con la inestimable ayuda del inspector Manuel Guedes, jefe de investigación criminal e, igualmente, viejo amigo de Quaresma- se menciona la afición del doctor Quaresma por los enigmas que se publicaban en el llamado Almanach de Lembranças (Almanach de Lembranças luso-brasileiro, periódico que existió entre los años 1851 y 1932 y que incluía misterios sin resolver de diversos autores), así leemos: "Se consideraba a sí mismo un descifrador de enigmas, generalmente los del Almanach de Lembranças, aunque prefería los de la vida real". Esta publicación volverá a ser mencionada en el incompletísimo (apenas cinco páginas) y último relato de la colección, "El robo en la Rua dos Capelistas", donde, al ser presentado el doctor Abílio Quaresma, se lee:
"- ¿Ejerce usted la profesión, Quaresma?
- Pues no ejerzo, no. En la vida sólo soy descifrador.
- ¿Que es qué?
- Descifrador. Estudio la sintomatología de los acontecimientos y hago el diagnóstico y el pronóstico de los sucesos.
- Pero ¿de qué le sirve eso?
- De distracción. Empecé con los enigmas del Almanach de Lembranças...".
Las inclinaciones descifradoras de Quaresma quedan al descubierto en este pasaje de El caso Vargas: "He venido porque me intereso por toda clase de problemas, desde un enigma hasta un mito posible; porque en el caso Vargas encontré un problema curioso, y con bastantes elementos para poder descifrarlo". Quaresma se interesa por determinados casos acudiendo a comisaría, otras veces le visita personalmente su amigo Guedes para pedirle ayuda. Digamos que, a la manera de Sherlock Homes, es un detective asesor.
En el excelente -uno de mis favoritos- El pergamino robado asistimos a esta particular presentación:
"-Ha llegado un señor que quiere hablar con usted.
El criado me extendió la tarjeta, en la que yo, al tomarla leí no sin cierto espanto estas palabras algo enigmáticas:
ABÍLIO QUARESMA
DESCIFRADOR".
Un poco más adelante Quaresma describe sus actividades como "descifradoras", si bien de forma contradictoria: "He venido a petición del señor Sampaio Costa, que me ha dicho que tiene usted un problema interesante que le gustaría ver resuelto. Como no tengo nada que hacer, acostumbro a dedicarme a solucionar los que otros no pueden resolver. Puesto que ya no me dedico a descifrar enigmas, sigo haciéndolo de esta manera." ¿De qué manera? ¿Como ya no me dedico a descifrar enigmas sigo descifrando enigmas? ¿Son los enigmas de la medicina que ya no profesa los que ya no descifra? Al narrador no le pasa desapercibida esta incongruente afirmación pero explica su sentido desde la paradoja: "Dijo aquella frase paradójica como si fuera lo más natural del mundo, como si no fuera nada paradójica". Hay algún otro momento lúcido como este -idea algo sartriana- sobre la voluntad en El caso Vargas: "Como la vida es esencialmente acción, somos parte de la vida debido a la voluntad, es decir, estamos ligados a los demás por la voluntad; casi podría decirse, recurriendo a una frase paradójica, que somos otros debidos a la voluntad. Por el intelecto, que está en el otro extremo, estamos menos ligados a los demás; en nuestras representaciones es donde somos más nosotros, por eso mismo lo somos intransmisiblemente" (y aquí debemos establecer una relación directa entre interpretaciones y hechos, lo que conllevaría una fina incoherencia en el discurso metódico de Quaresma, como se verá). En Cómplices se enfrenta al astuto abogado defensor y le dice sin modestia: "Usted es muy inteligente, pero el viejo descifrador Abílio Quaresma ha descifrado enigmas más difíciles que el suyo".
En el Prefacio se dice que Abílio Quaresma se describía con sencillez y exactitud como "médico sin clínica y descifrador de enigmas". También leemos que era dado a resolver "enigmas, problemas de ajedrez, rompecabezas geométricos y matemáticos... Quaresma se alimentaba de esas cosas y vivía con ellos como con una mujer". Pero hombre, Quaresma, date una vuelta por Rossio, por el parque Eduardo VII, sube al castillo de San Jorge, que te de el aire, o ve al cine, a una exposición,... "Siempre procuraré ser un espectador de la vida, sin mezclarme en ella", respondería el doctor investigador.

2. Quaresma.
Es hora de presentar a este investigador privado de enigmas, a este Holmes de la Baixa (en realidad habría que decir a este anti-Holmes, pues, como veremos, sus métodos de trabajo son totalmente opuestos a los del personaje de Conan Doyle, de índole observacional -curiosamente ambos coinciden en sufrir una adicción, si en Holmes era la cocaína, en Quaresma es el alcohol)-. ¿Que cómo es Quaresma? Quaresma es delgado, escuchimizado, bastante encorvado, más alto que la media, fuma puros Peralta, por ser baratos, tiene aspecto melancólico y deprimido, de mal color, rostro arrugado por surcos tanto por la delgadez como por la depresión, apariencia de soltero, ni cuidadoso ni descuidado, tiene más bien poco pelo y lo lleva despeinado hacia atrás, nacido en Tancos en 1865, vive en la Rua dos Fanqueiros, en un cuarto pequeño, desordenado, con vistas a los tejados y adonde da la luz de Lisboa, a veces enferma, pero cuando lo hace no guarda cama, se queda en bata en el sillón, repensando enigmas, así, en La carta mágica, cuando el comisario Guedes acude a Quaresma para plantearle un problema lo encuentra con gripe y en El robo en la Quinta das Vinhas al ser buscado en su domicilio del tercer piso de la Rua dos Fanqueiros, "la señora de la casa nos informó de que seguía enfermo" .
Rua dos Fanqueiros (Foto de A. C. Lima).

3. El método.
Básicamente el método consiste en no observar mucho. "Observar mucho y bien es mejor que observar mucho y mal. Pero lo mejor es no observar mucho", dice un convencido Quaresma en El pergamino robado. Quaresma maneja los argumentos más que los hechos. Para Quaresma los hechos son subjetivos, los argumentos irrefutables. De esta doctrina también participa el inteligente tío Porco quien en La ventana estrecha declama (este personaje representa por momentos la ideología de Quaresma y emplea sus mismos sofismas y teorías sobre la investigación): "Contra argumentos no hay hechos. Un hecho es una impresión compleja, en la que participan, con la fiabilidad natural de los sentidos, la multitud de preconceptos e ilusiones de que está hecha el alma con la que vemos y oímos." Y ante la mirada atónita de Guedes prosigue este singular orador: "El argumento es un intento, dichoso si es dichoso, de reducir el hecho a sí mismo". Ya en El caso Vargas es Quaresma quien dice algo parecido: "He venido a traerles argumentos. Los hechos son cosas dudosas. Frente a argumentos no hay hechos que valgan".
De esta manera, Quaresma intenta convencernos de emprender un camino infalible para la resolución de enigmas, un camino basado en argumentos elaborados únicamente a partir de datos facilitados por testigos y observadores policiales -en más de una ocasión, y después de informarle del asunto, Quaresma asegura, ante el asombro de su interlocutor, haber resuelto ya el caso-.
En El pergamino robado lleva este teorema hasta sus últimas consecuencias, esto es, negando el hecho: "Analicemos la cuestión desde el principio, y tal principio es que los hechos no existen, sólo existen las interpretaciones de los hechos".
La limitación de este procedimiento radica, sin embargo, en la imposibilidad de argumentar absolutamente nada si no partimos de unos, aunque mínimos, hechos incontestables (por ejemplo, un hecho indudable sería que Vargas está muerto), al igual que el método observacional puro no es operativo sin la intervención de un argumento, por simple que sea.
Otro inconveniente del método es su incompatibilidad con lo jurídico. Un argumento no tiene validez como prueba, así el juez le advierte a Quaresma de la esterilidad de su demostración deductiva: "Sus argumentos conforman una prueba lógica absoluta. Pero jurídicamente no demuestra nada". El procedimiento es lógico y no informativo, el juez admite que su argumentación le da certeza como hombre "pero tengo que comprobar si puedo saberlo como juez".

4. El caso Vargas.
No es mi intención resumir o explicar las tramas de cada uno de los casos, tampoco la de un solo caso, en este caso, sería el caso del caso Vargas, el caso al que dedique el resto del caso, digo, del comentario, pero, como se verá, llegado el caso, sin llegar a esclarecer dicho caso (por favor, no hagan caso).
El planteamiento es el siguiente: Carlos Vargas es hallado muerto en un callejón. Custódio Borges alerta de su ausencia en comisaría. Según Borges, Vargas no ha acudido a la cita de medianoche en la que debía prestarle una cantidad de dinero para un viaje a Oporto al día siguiente. La pista de Vargas se pierde tras haber sido visto por un agente de policía hablando con un extraño en la calle. Justo antes había estado en casa de Pavia Mendes de quien recibió los nuevos planos de un submarino. La policía sospecha que ha sido un suicidio. Quaresma llega a la comisaría, se presenta y, tras discurrir durante horas -en un monólogo que luego resumiremos- y analizar los datos y testimonios recabados, resuelve el caso.

4.1. Apéndice I: La paradoja del suicida.
En varios casos se reflexiona sobre el suicidio como posible solución del enigma. Así, en El caso de la habitación cerrada se nombran las tres clases de suicidios existentes: el suicidio por motivos temperamentales, sociales, ocasionales. En El caso Vargas se contempla esta opción y Quaresma explica la contradicción del suicida: "El fin del suicida es librarse de algo contenido en la vida, que lo asusta o lo oprime. Para ello se libra de la propia vida. El instinto de librarse de algo que lo oprime o asusta es un impulso natural procedente del propio instinto de conservación, que repele de forma natural aquello que asusta u oprime, como todo cuanto es doloroso o incómodo, por menoscabar esa vida que quiere conservar".

4.2. Apéndice II. Inteligencia crítica. (Nota: No he tenido ganas de desarrollarlo)

4.3. Los razonamientos.
Si algo tiene de fascinante El caso Vargas es el discurso racional de Quaresma -presente también, aunque en menor grado, en otros relatos-. El doctor "sin clínica" expone una serie de clasificaciones (a veces dejadas a medio camino, a menudo complejas, con ramificaciones, otras tan sólo esbozadas, o incoherentes, o contradictorias, en ocasiones con sutiles diferencias, con explicaciones más o menos desarrolladas o con solo una mención, con ejemplos o sin ellos, con analogías o sin ellas, etc...) con tipos, subtipos, categorías, clases, etc..., ("clasificamos para comprender pero vivimos, tanto en nuestra mente como en nuestro cuerpo, de una manera inclasificable", se desdice Quaresma a la vez que defiende su método clasificatorio, otra paradoja) de las distintas manifestaciones del pensamiento, hipótesis, enfermedades, inteligencias, criminales, etc..., y que suponen una conferencia erudita -aunque estéril- sobre el análisis metódico. Tiene algo de kafkiana esta forma de narrar (me recuerda a La madriguera, por ejemplo), por el análisis exhaustivo de la situación, la controversia de las diferentes posibilidades, la síntesis de todos los factores, lo esquemático del lenguaje (con las limitaciones propias del proceso teórico),.., aparte de la circunstancia de la inconclusión de los relatos que también remite al escritor praguense (y desde el punto de vista comercial hay otra semejanza en cuanto a lo inédito de estos escritos). En el capítulo IX de El caso Vargas, titulado El arte de razonar (investigar), encontramos la teoría e investigación preliminar del caso Vargas. Poco sospecha el lector al iniciar este capítulo que su contenido, más que una mera transcripción teórica que siente las bases sobre las que construir la solución del problema, es, en realidad, un ensayo policíclico que no conducirá a nada salvo a su propia retórica, con una ambigua inclinación hacia lo fútil, simple alarde del descifrador para impresionar a las mentes allí convocadas -Guedes, que lo intuye, pregunta al doctor si va a dar una conferencia y éste responde afirmativamente-, y ocupan, estos razonamientos, el grueso del relato (incluso cuando el propio Quaresma anuncie: "Dicho esto, señores míos, entraré en materia", distará mucho de entrar en materia, o mejor dicho, en la materia que va a entrar no es la que espera el lector, es decir, la resolución del enigma, sino, como si de una broma pesada se tratase, la continuación de su discurso teórico). Me limitaré a mencionar las categorías sobre las que razona Quaresma con el fin de no volverme loco -en un vano intento de ordenar mis ideas e impresiones sobre el relato-. En la manera de investigar un caso, dice Quaresma, hay tres fases en el razonamiento (el número tres será frecuente en la elaboración de las divisiones indicadas), fase primera, determinar si ha habido un crimen, fase segunda, determinar cómo, cuándo y por qué se ha cometido un crimen, y fase tercera, quién ha cometido el crimen a partir de los elementos obtenidos en las fases segunda y tercera; hay dos tipos de razonamiento, el abstracto y el concreto; el proceso hipotético es la formulación de hipótesis en base a hechos y datos, es un proceso más imaginativo que intelectual, el procedimiento histórico es semejante al hipotético pero basado en conjeturas... (Nota: el desarrollo narrativo de los relatos suele estar troceado por la falta de linealidad de los documentos existentes, como si a una película le faltaran escenas, en un uso excesivo de la elipsis). El capítulo X se titula Aplicación del proyecto hipotético del caso Vargas. En él se plantea la posibilidad de que Borges sea culpable. Se manejan tres hipótesis, accidente, suicidio, homicidio ("Eso es extremadamente ingenioso -exclamó el juez, sonriendo"). Una paradoja, con el número de ideas aumenta la dificultad de establecer eslabones, hasta que se llega a un  número suficiente de ideas para que solamente sea posible formar con ellas un único conjunto armónico de asociaciones; otra cosa, en la hipótesis del suicidio el pánico puede surgir por dos motivos, por predisposición natural o por incidencia extrema de un peligro real; hay tres razones para el suicidio, la tendencia congénica (¿congénita?), la razón de orden extremo, por impulso súbito, que a su vez puede ser por peligro súbito que subvierta irremediablemente su instinto de conservación y sus inhibiciones naturales. En el capítulo XII, Aplicación del procedimiento psicológico, el lector empieza a impacientarse y no es raro ver cómo alguno adelanta páginas con desesperación para entrever el fin de estos razonamientos, unos razonamientos que hay que disfrutar como lo que son, ejercicios de cientificismo exagerado, un método basado en el método y por el método, un método en el que prima el método frente a lo que no es método, bueno, sigamos con la obsesión clasificatoria de Quaresma, dos elementos (es raro que no sean tres) opuestos componen la vida psíquica y mental, los sentidos, en contacto con el mundo exterior, la conciencia e inteligencia, en contacto con el mundo interior, ambos elementos deben estar en equilibrio y para ello se necesita (ahora sí) un tercer elemento o sentido de relación, cualquiera de los elementos existen en grados medios (o de normalidad) o en grados por encima o por debajo (o anormalidad), así tenemos el sentido objetivo, el sentido subjetivo y el sentido relacional; hay cuatro tipos mórbidos, la exaltación del sentido objetivo y la deprimición (me gusta usar este término bernhardiano, no es del texto) del sentido subjetivo que correspondería al idiota, la exaltación del sentido subjetivo y deprimición del sentido objetivo que sería el loco, el sentido de relación exaltado propio del genio (exceso de equilibrio, de lucidez) y la deprimición del sentido de relación, que corresponde al criminal, cuando el trastorno de relación coexiste con trastorno de los sentidos objetivo y subjetivo estamos ante el loco criminal, la desproporción entre estímulo y reacción animal origina un criminal loco, hay tres tipos de criminales, la constancia en la práctica del crimen da como resultado el criminal idiota o malévolo y el crimen con premeditación produce el criminal puro (y a veces este trastorno oscila con la genialidad). "Investiguemos -dijo el doctor Quaresma- cómo es la mente del asesino". A estas alturas el comisario Guedes debe estar, bien dormido, bien subiéndose por las paredes, y preguntándose, qué habré hecho para merecer esto. Pasemos por alto las relaciones entre el soldado (que mata, el soldado como asesino), el asesino y el embriagado y la histeria. Tenemos tres tipos de relación entre la epilepsia y la histeria en los tres tipos de asesinos, en el asesino pasional, por la epileptización de tendencia histérica se da la histeroepilepsia, en el asesino temperamental se da histeroepilepsia por histerización del fondo epiléptico, y en el asesino que premedita el crimen hay una histeroepilepsia radical equilibrada, hay tres tipos de histeroepilepsia radical, en la que la epilepsia domina a la histeria y en la que éstas se equilibran (¿no eran tres?), así "en un Poe tenemos el mismo desarrollo de la imaginación y del razonamiento", existen tres neuropsicosis, la neurastenia o simple cansancio, la histeria o cansancio de la cohesión e inhibición y la epilepsia o cansancio de la personalidad, con tres grados a su vez, de modo que existen la histeroneurastenia, la histeroepilepsia pero no la neurastenoepilepsia -pues sería ya muy difícil de pronunciar-), en el funcionamiento de un órgano hay tres perturbaciones posibles, la perturbación "hiper", la perturbación "hipo", y la perturbación "para", así, la epilepsia es una hipopsiconeurosis, la neurastenia una hiperpsiconeurosis y la histeria una parapsiconeurosis, existe una gradación de neurastenia a histeria y de histeria a epilepsia (Nota: a veces los razonamientos y clasificaciones se repiten pues los documentos que conforman los relatos han sido montados como un puzzle -en El caso Vargas son 197 documentos que hay que hilar para entablar una linealidad cronólogica plausible-); existen tres casos de inadaptación que definen al genio o inadaptación intelectual, al loco o inadaptación emocional y al criminal o inadaptación de la voluntad, los pensamientos del loco pueden ser desordenados pero siempre son corrientes, y Quaresma certifica lo que muchos pensábamos hace ya un rato y es que "está claro que esta distinción entre tipos de locura es mía; no la abona ningún psiquiatra, y tampoco necesito que nadie la abone", existen tres tipos de criminales, el criminal por vulgaridad y costumbre, el criminal por impulso absurdo e inferior, el criminal que actúa con premeditación, hay cinco tipos de criminales, premeditación, cálculo y vulgaridad, cálculo y locura, hábito y vulgaridad, locura, hay tres tipos de crímenes, de temperamento, de impulso, de ocasión, hay tres grados de criminalidad latente,... "Comencemos por investigar cómo es un criminal de temperamento", las funciones de la mente (o las cualidades del alma si se prefiere) pueden clasificarse en tres categorías distintas, el intelecto, la emoción, la voluntad, un anormal puede presentar alguna de estas tres anormalidades, no piensa como los demás, no siente como los demás o no quiere como los demás, hay tres tipos de inhibiciones, el temor, la debilidad de voluntad, la moral, hay tres tipos de voluntad, voluntad de impulso, voluntad de inhibición, voluntad de determinación o imaginación (de coordinación), la debilidad de voluntad de impulso puede ser de tres tipos, por debilidad mórbida, por debilidad constitucional, por exceso de actividad mental, hay tres clases de actividad mental que produce la falta de voluntad de impulso, temperamento imaginativo y especulativo, en cosas cotidianas, temperamento artístico y literario, en obras literarias y de arte, temperamento simplemente concentrado, cuando una idea única alcanza la madurez, hay tres tipos de concentración, en torno a una idea, a una emoción, a un propósito, hay tres tipos de concentración emotiva, por emoción atractiva, por atracción repulsiva, por emoción abstracta o intelectual, hay tres tipos de emoción repulsiva, ofensiva, defensiva, combinación, hay tres tipos de emoción defensiva, habitual, ocasional, mezcla, para finalmente recurrir a una paradoja: "Si se me permite usar una paradoja diré, como conclusión de esta serie de razonamientos, que el autor de este crimen es un paranoico con juicio" -curiosa clase que se escapa a toda clasificación anteriormente establecida, siquiera sugerida, me digo-. Pero no crean que ahí termina la cosa, porque los síntomas básicos de la paranoia son tres, la importancia exagerada al yo, la concentración exagerada sobre el yo, la sistematización falsa y absurda de hechos (delirio egocéntrico), "Comencemos por determinar qué es la locura", avanza Quaresma, y nos preguntamos en qué categoría se encuentra él y en cuál resultaremos nosotros encuadrados después de leer el relato (¿paranoico sin juicio?), hay tres tipos, delirante, manía aguda y lógica (paranoia), hay tres tipos de locura, del tipo maníaco o por melancolía (supresión de la inhibición), confusión mental o ideas vivas de  aparición violenta o ideas vagas, exaltación o depresión no perceptibles que no distinguen objetividad de subjetividad, y de estas hay dos tipos, alucinatorio y de tipo interpretativo, la paranoia de primer tipo es una exageración positiva o negativa de la personalidad, hay tres clases de disposiciones profesionales, las profesiones simples, que pueden ser simple y anodina y especializada pero simple, (...), hay dos tipos de vocaciones, instintiva e intelectual; la hereditariedad se manifiesta de dos maneras, la hereditariedad propiamente dicha y la variación o inteligencia creativa y pregunta el juez: "¿la inteligencia creativa no es ni puede ser hereditaria? ¿Siempre es variación?", la inteligencia creativa está compuesta de tres elementos, la inteligencia comprensiva, la inteligencia crítica y la inteligencia creativa...

4.4. El caso Vargas (ahora ya en serio -o no-).
Los lectores que han completado esta parte del comentario alcanzarán por fin su recompensa, es decir, conocer cómo Quaresma resolvió el caso Vargas. Este es un curioso relato policíaco en el que participan, además de Abílio Quaresma, que no aparece hasta el capítulo VIII, "Abílio Quaresma. Desde la entrada hasta la resolución del caso", el agente Guedes y el inspector Bastos, el juez de instrucción señor Francisco de Fonseca, el guardia centinela, el comandante Vaz, el sereno, el casero de Borges, José Costa, el mismo Custódio Borges, el comandante Pavia Mendes. El primer capítulo se titula Muerte en un callejón y lleva el subtítulo: "Empieza con la aparición de Custódio Borges en Benfica y acaba con su llegada y la de Pavia Mendes junto al cuerpo de Vargas, y la declaración, por parte del policía presente, de que se trata de un suicidio". Después de las investigaciones policiales previas a la aparición de Vargas y todos los razonamientos del doctor, la forma en cómo Quaresma resuelve el enigma es para mí un enigma.

5. Borges y Pessoa.
En el relato Cómplices o tribunal (casi al final de la compilación), en el capítulo III, "La confesión de Marcos Alves", se lee este diálogo imposible:
"- ¿Has traído el veneno? A ver cómo lo usas, ¿eh? Tú no tendrías que llamarte Borges, sino Borgia...
Confieso que sentí, contra todo el esfuerzo inmediato de mi voluntad un frío súbito en el corazón.
-... o sólo Borges, hijo...-respondí casi con ternura, sí, casi con ternura."
Teniendo presente que, como muy tarde, este relato pudo ser escrito en 1935 (Pessoa fallece ese año) y la primera colección de cuentos, Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges (1899-1986) es de 1936, debemos concluir -haciendo una caricaturización de las dotes analíticas del doctor Quaresma- que:
5.1. Ese especial nombramiento de Borges no tiene relación alguna con el escritor argentino Jorge Luis Borges.
5.2. Ese especial nombramiento de Borges hace alusión a sus célebres casos policíacos escritos a la limón con Bioy Casares bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq (hecho imposible por ser su primer volumen de 1942)  o bien de los artículos en El Hogar (hecho improbable pues se publicaron entre 1935 y 1958).
5.3. El conocimiento de Pessoa de la figura de Borges nace de la obra ensayística de Borges como es la recopilación Inquisiciones de 1925, una obra -que recogía artículos sobre literatura- en la que no estuvo incluido Pessoa ni siquiera en su segundo tomo Otras Inquisiciones, de 1952, (así como tampoco Pessoa fue recogido en las reseñas de El Hogar), lo que hace pensar que no conocía la literatura del portugués en esas fechas.
5.4. Todo es una alucinación de mi mente. Borges no existe, Pessoa no existe. Tan sólo son autores que aparecen mencionados en un tomo de una edición perdida de la Enciclopedia Británica, ese mismo que se mencionaba en el relato de Borges "Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius".
5.5. Éste no es el único personaje apellidado Borges en estos relatos de Pessoa. En El caso Vargas, el más largo y complejo de la saga, tiene un papel determinante, como vimos, Custódio Borges, quien da el aviso de la desaparición del finado en la comisaría de policía.
5.6. No todo gira en torno a Bernhard..., digo a Borges, me digo. Hay otros mundos, otras realidades, otras ficciones, me digo. Sí, me digo, pero también están en Borges.
5.7. Tecleo en el buscador de internet: "Pessoa meets Borges" (por alguna razón pienso que en inglés encontraré más referencias que en castellano -error-) y leo -es un decir- un artículo de la revista rumana Dilema Veche (El viejo dilema) titulado "When Borges meets Pessoa", cuyo contenido ni siquiera puedo adivinar, luego repito la búsqueda en castellano y aparece un interesante artículo de Luis Eduardo García que presenta la idea de un encuentro entre Borges y Pessoa en la ciudad de Lisboa, y que pudo tener lugar en dos ocasiones, 1914 y 1923 (los Borges en venían de Ginebra con destino a Buenos Aires), según hipótesis del uruguayo Rodríguez Monegal, si bien no me interesaba tanto el hecho de que ambos se hubieran encontrado personalmente como que Pessoa hubiera leído a Borges y Borges a Pessoa (esto último resultaría inevitable, lo primero se tornaba improbable -de todas maneras, ese guiño a Borges bien pudiera haber sido al joven Borges que conociera esos días, sin saber por entonces que ese joven argentino se convertiría en uno de los grandes de la literatura universal (demasiado rebuscado, me digo, o demasiada coincidencia, pienso)-). Descubro, gracias a Diego Jiménez y su blog Entre fragmentos, que Borges escribió una sentida carta en 1985 para la conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte de Pessoa, ese último reclamo, "déjame ser tu amigo", podría quedar como uno de los mayores reconocimientos que autor alguno haya tenido con otro en la historia de la literatura.
5.8. Después de todo, sigo sin saber si ese Borges, "casi con ternura", tiene alguna connotación borgesiana.

Ficha de la editorial

sábado, 1 de noviembre de 2014

Las bellas extranjeras, de Mircea Cartarescu

Estaba leyendo Las bellas extranjeras de Mircea Cartarescu y me decía, Cartarescu quiere ser gracioso. Luego me decía, si uno quiere ser gracioso no hace gracia ("Vedado para personas sin sentido del humor", quiso escribir en la primera página Cartarescu, luego lo pensó mejor). Así que leí el primer relato, Ántrax (primeras páginas de Ántrax), con cierto escepticismo. Como he dicho, era graciosamente surrealista, pero algo impostado (quizás pensaba esto porque mi predisposición también era impostada) -en este punto vendría una reflexión sobre el sentido del humor -no sobre el humorismo- de algunos genios (Kafka, Bernhard, Soseki, Proust, Sterne,...), pero desistí de ello para no hacer el ridículo-. El estilo de Las bellas extranjeras, realista, conciso y poco descriptivo (ya lo advierte Marian Ochoa en la nota preliminar), no tenía nada que ver con el barroco, onírico y poético de Nostalgia. En este primer cuento (eran tres los que componían Las bellas extranjeras, inicialmente publicados en la revista Sapte seri, en el tercero de ellos, El viaje del hambre, Cartarescu pasaba mucha hambre -era invitado a una lectura de poesía en una ciudad rural- y resultaba imposible no acordarse de Hambre de Knut Hamsun), Cartarescu recibe una sospechosa carta desde Dinamarca, inmerso en la aprensión originada por el atentado del 11-S, Cartarescu la lleva a la comisaría donde se sucede una serie de gestiones administrativas que alguno se apresuraría en calificar de kafkianas -cuando hoy en día, rememorando a Vila-Matas, lo menos kafkiano que hay es lo supuestamente kafkiano-. El segundo relato (sobre el que se centra este comentario) es el que da título al volumen -aquí vendría una reflexión sobre por qué los títulos de las colecciones de cuentos adquirían el nombre de uno de los cuentos que incluían (El Aleph de Borges, El sanatorio de la clepsidra de Bruno Schulz o el mismo Nostalgia de Cartarescu), pero me la ahorraré para no hacer el ridículo, otra vez-. Las bellas extranjeras narra el viaje en 2005 de Cartarescu junto a otros escritores rumanos por diversas localidades francesas para dar a conocer la literatura de su país. Siendo uno de los elegidos por Le Centre National du Livre -la invitación la protagonizaba cada año un país diferente (Nota: realmente existía ese festival desde 1987, Les Belles Étrangères 2010 se dedicó, por ejemplo, a escritores colombianos, y fue la última edición celebrada)-, de un total de doce (número apostólico), Cartarescu subtitula "o cómo me convertí en un escritor adocenado", en un ingenioso juego de palabras. Cartarescu se encontraba en Bucarest cuando recibió la noticia, es decir, la noticia de que participaría en la epopeya de escritores rumanos por aquellas tierras hexagonales, como las llamaba el escritor. El viaje duraría tres semanas y tendría lugar en otoño, por lo que Cartarescu acudiría desde Viena, a donde debía trasladarse en septiembre junto a mujer e hijo. El motivo por el cual a esta comitiva se la denominaba Les Belles Ètrangères, y en género femenino, no era aclarado por Cartarescu. Ese año 2005, y habiendo tocado a Rumanía (noticia en Revista 22), fueron seleccionados junto a Cartarescu los siguientes autores: Bandiana y Agopian, Adamesteanu y Zografi, Craciun y Muresan, Marta Petreu y Simona Popescu, Cecilia Stefanescu y Dan Lungu, y una sola desconocida para Cartartescu, Letitia Ilea (reconozco no conocer a ninguno). Nada más aceptar la propuesta se presentaba la televisión francesa en casa de Cartarescu con la intención de entrevistarle para un documental. En un interludio sobre el mundo de las entrevistas, Cartarescu cuenta cómo se veía obligado a fingir que escribía algo en el ordenador, que cogía algún libro de la estantería y lo leía con inusitado interés y que, finalmente, miraba al vacío a través de la ventana, arrebatado, sin duda, por una súbita inspiración poética. De esta grabación la televisión francesa seleccionaría sólo siete minutos de dos horas de filmación con cada uno de los escritores, aún así, la película se las arreglaba para mostrar a los autores diciendo sólo tonterías, todos ellos se quejaban, el propio Cartarescu dice que sus siete minutos consisten en un plano fijo en el que parece dirigir un discurso insoportable a las paredes. En la edición definitiva del documental la "cháchara" de Cartarescu era interrumpida por imágenes de su amada Bucarest: "carromatos, chuchos salvajes y  ruinas siniestras" (en este extracto de la entrevista a Dan Lungu para el documental de Les Belles Étrangères vemos mujeres tendiendo, escenas cotidianas de un barrio modesto). Así, Cartarescu se pregunta por la importancia de hablar metafísicamente, cuando al público francés, en resumidas cuentas, lo que parece interesarle es lo que florece a orillas del Dambovita. El capítulo 3 reincide en el contenido del documental de la televisión francesa, que si Ceausescu, que si paisaje rumano, que si "niños en shándal jugando al fúmbol en los solares vacíos", decía Cartarescu en tono de queja, ignorando la poesía inherente al juego infantil, a los campos solitarios -la era, la llamábamos en mi barrio-, unas localizaciones que encantarían al artista austriaco Josef Dabernig. Cartarescu se encamina a Francia precedido de este documental que él juzgaba filmado deprisa y corriendo y en el que su país salía bastante mal parado "y los escritores rumanos no salían en absoluto, ni bien ni mal". Luego Cartarescu recuperaba el recuerdo de un viaje a América en los años 90, donde realizara unas lecturas de ciudad en ciudad, y donde coincidiera con el poeta congoleño Chirikure Chirikure que "cantaba, bailaba, se retorcía, echaba espumarajos por la boca, rodaba por el suelo", y de vez en cuando gritaba "Fucking dragon-fly", y el cual tuvo un enorme éxito eclipsando por completo la poesía tradicional de Cartarescu (Nota: realmente existe este poeta africano, sólo que no es congoleño sino originario de Zimbabwe, nacido en 1962 en Gutu, y que figura como "performance poet", es decir, algo que puede significar cualquier cosa). Pero como había dicho Cartarescu, antes de ir a Francia con Las bellas extranjeras, debía trasladarse a Viena, y allí es donde comienza el capítulo 4. Cartarescu escribe favorablemente del tiempo pasado en Viena, los domingos cogían el tranvía 42 hasta la Votivkirche, y desde allí iban al centro, rodeando la catedral de San Esteban, Cartarescu fija su atención en los saltimbanquis, vendedores de globos, hombres estatua, todo lo que contribuía a crear cierto aire carnavalesco -aquellas escenas me eran familiares y me ilusionaba reconocerlos-. En la capital austriaca Cartarescu cuestiona el sentido de vivir en una ciudad repleta de contaminación y polvo, con miedo a un terremoto, en una ciudad fea y arruinada en definitiva (Bucarest), cuando puede hacerlo en la preciosa Viena, eso se preguntaba Cartarescu cuando tenía 55 años y, según él, le quedaba como mucho un cuarto de siglo de vida -yo me lo pregunto ya con algunos años menos-. Pero antes de avanzar en la historia Cartarescu vuelve a escribir un interludio (en realidad Cartarescu escribe muchos interludios). Este trata sobre un viaje a Italia que hizo desde Viena justo antes de ir definitivamente -¡esperemos!- a Francia. Cartarescu es invitado a la ciudad mantuana de Castel Goffredo donde se entrega el Premio Giuseppe Acerbi. Cartarescu aterriza en el aeropuerto, de fabuloso nombre, Aeroporto Internazionale Bergamo di Orio al Serio. En Castel Goffredo hay unas 80 fábricas de pantis de seda y el premio constaba de una ridícula cantidad monetaria y una bandeja de plata con la que ni siquiera hoy sabía qué hacer Cartarescu. En esta ciudad se llevó Cartarescu el susto de su vida cuando fue al hospicio-cárcel de máxima seguridad que había a las afueras. Después de repetir las circunstancias del Premio Giovanni Acerbi Cartarescu, en el capítulo 5, Cartarescu recordaba una Poetry Slam (combate en forma de recital) en Roma al estilo de Chirikure en el que quedó fuera del primer corte y lejos de los premios. Al Premio Acerbi concurrieron los tres únicos escritores rumanos contemporáneos que habían publicado en italiano, Norman Manea, que no se molestó en ir, Marin Mincu, que había escrito un diario en italiano de Drácula, y del que, nada más conocer la noticia de su existencia, tuve unas incomprensibles ganas de leer (Jurnalul lui Dracula por 1€), además del consabido Cartarescu. En el capítulo sexto, Cartarescu empieza a inquietarse ("No supe en ningún momento adónde me dirigía"), lo meten en un coche junto a una señora felliniana, recorre kilómetros de paisaje italiano hasta llegar a un portón de metal macizo con barrotes -que así a lo pronto me recordaba a un pasaje de la novela de Kratochvil, En mitad de la noche un canto-, donde se lee "Centro penitenciario de máxima seguridad de Castel Goffredo". Allí se les dio a los participantes la información correspondiente, a saber, que durante seis años, aquellos pacientes se habían deleitado con literatura de la mejor calidad y prestigio, y que, a pesar del desagradable incidente -y aquí podíamos adivinar el gesto de horror de Cartarescu- ocurrido el último año, todo había transcurrido, podría decirse (una aclaración que sin duda quería decir que no todo había transcurrido realmente), de forma excelente. Por algún motivo el responsable tenía que puntualizar "que no nos preocupáramos: al que había provocado el pequeño incidente con el escritor mejicano, ganador del Acerbi en el 2004, se le había prohibido el acceso a la sala", y que, según se pudo enterar Cartarescu, el escritor mejicano -no podía evitar pensar en Sergio Pitol-, había sufrido diversas heridas por mordiscos en cuello y pecho. Que por qué el responsable del incidente había hecho tal cosa era algo que el lector ardía en deseos de conocer, que el espectador justificó su reacción por el desencanto estético provocado por los textos "de dudosa calidad" del mejicano. No obstante, el guía de Cartarescu, se apresura a tranquilizarlo asegurándole que sus relatos eran, sin ninguna duda, mucho mejores -lo cual resultaba más intranquilizador que tranquilizador, ya que la seguridad en aquel sitio parecía depender de la consideración que los reclusos pudieran tener de la obra de cada cual-. Cartarescu llega a la conclusión de que la concurrencia está, con toda seguridad, fuertemente drogada. Cuando Cartarescu termina su intervención calcula que "la mitad de los pacientes aplaudieron con entusiasmo mientras que los demás yacían desmayados con la cabeza en las rodillas". En el capítulo 7 Cartarescu entabla una conversación con una enfermera a la que denomina Hentai por su exuberancia y que finalmente se descubre como una reclusa que matara a sus dos hijos a sangre fría, que siempre esperaba visita, y que por eso se arreglaba tanto. Y en el capítulo 8 Cartarescu gana el primer premio con Nostalgia. Y en el capítulo 9 Cartarescu regresa a Viena y en ese mismo capítulo hay otro interludio, pero un interludio que hablaba de algo que sucedería dos años después de Las bellas extranjeras, cuando en Sangeorz-Bai Cartarescu vivirá una experiencia similar a la de Castel Goffredo. Siendo éste el pueblo donde había nacido su mujer Ioanna y adonde iban siempre de vacaciones y siendo en el museo Maxim Dumitras donde se daba cita el grupo teatral de aficionados de la prisión de máxima seguridad de Bistrita para representar dos obras de Chejov, Cartarescu manifiesta no haberse reído en mucho tiempo como en aquel par de horas de actuaciones de aquellas mentes criminales. Y ya en el capítulo 10 Cartarescu estaba en el aeropuerto para, esta vez sí, viajar a Francia y empezar la ruta de Las bellas extranjeras, el auténtico centro del relato del que hasta ahora sólo habíamos conocido los preliminares, y donde, en el aeropuerto de Viena (un aeropuerto que yo conocía bien y adonde me condujera este verano un taxista medio loco a las cuatro de la mañana, un taxista que poco tenía que envidiarle al Roberto Benigni de Noche en la tierra de Jim Jarmusch), Cartarescu se encontraba con un escritor que no le caía muy bien y al que no esperaba y del que sospechaba podría formar parte a última hora de las bellas extranjeras pues sería mucha casualidad que cogiera el mismo avión en las mismas fechas a París y no formar parte de las bellas extranjeras y cómo la casualidad hiciera que ambos se sentaran juntos y cómo este autor leía algo que terminó ser el Manual del atracador, que se estaba documentando para su próxima novela, le dijo a Cartarescu que quedó sin palabras, y en este capítulo Cartarescu reflexionaba sobre los aeropuertos para escribir aquello de que "estoy convencido de que a la hora de la muerte no llegas directamente al otro mundo, sino que penetras en una especie de aeropuerto en el que pierdes tu nacionalidad y tu identidad", lo cual resulta bastante extraño cuando uno, como es mi caso, ha perdido la identidad hace bastante tiempo, si alguna vez la tuvo. Es entonces cuando Cartarescu ve extraviada su maleta y recuerda cuando se la perdieron también en Múnich, sin ser del todo consciente que el que le pierdan a uno las maletas no deja de ser práctica habitual aeroportuaria y por ello una anécdota que no mueve a la hilaridad sino al aburrimiento. Y ya en el capítulo 10 tenemos a Cartarescu en París, dispuesto a vivir las aventuras que tantas ganas tenemos ya de leer después de tantos prolegómenos, recuerdos e interludios que no son propiamente dicho su viaje por Francia con Las bellas extranjeras, sin duda, el meollo del relato, del libro, y quién sabe si  también, de la vida de Cartartescu -y en aquellos días, de nuestras vidas como lectores-. Y entonces Cartarescu llega a París y escribe sobre la comercialización de latas con aire de París, el metro y las revelaciones que sufre al llegar a esta ciudad, y Cartarescu declama que debe acabar con las elucubraciones, "como denominan los críticos a mis páginas que no están a la altura de sus expectativas", y "que los críticos, sobre todo, los más jóvenes y faltos de carácter, aplican a menudo a mis libros", una palabra,"elucubraciones", que a Cartarescu le gusta con locura -y que no nos imaginamos cómo debe sonar en rumano, pues la esencia de un palabra, al fin y al cabo, está en su sonoridad (¡speculatii!). Cartarescu escribe sobre la tristeza de los hoteles, algo que conocen todos los extranjeros, lleva consigo un solo libro, la antología de las bellas extranjeras que se ha publicado para la ocasión, y Cartarescu confirma que los tres relatos que de él han seleccionado no tienen ninguna relación entre sí, pertenecen a Por qué nos gustan las mujeres (título no publicado en español hasta la fecha) y están desordenados, algo que no sé si realmente registra mucha importancia pero que a Cartarescu parece afectar mucho. Así el escritor rumano aprovecha para escribir sobre los editores, correctores, etcétera, que siempre quieren aportar su aportación (no puede llamarlo de otra manera) a fin de mejorar sus textos. Cartarescu sale del hotel. Nieva. "Estaba en París y como de costumbre no podía creérmelo", una sensación que yo compartía con Cartarescu cada vez que visitaba la capital del país galo (Nota: ¿por qué el lector se creía más importante que el propio libro que leía e intentaba continuamente establecer complicidades, paralelismos con su propia vida y sentimientos, por qué era todo tan patético en el lector?, me preguntaba), y mientras almorzaba Cartarescu sentía de repente que le invadía "una soledad terrible" -eso me pasaba ya en el desayuno-. Y era a partir de entonces cuando Cartarescu comienza a narrar su periplo por tierras galas, sus aventuras disonantes y desternillantes, aunque ¡no del todo!, pues este viaje no se emprenderá oficialmente hasta el capítulo 17. Unas aventuras que si ustedes quieren conocer, y en virtud de no hacer este comentario demasiado extenso, tendrán que leer en el libro, yo, por mi parte, les animo a ello, pasarán un buen rato viajando con Cartarescu a Le Havre (capítulo 17 en adelante), Castelnaudary, la famosa capital mundial del cocido de judías (capítulo 21), Burdeos (capítulo 32), Carcassonne (capítulo 37) y París, y que están salpicadas de esas típicas historietas de Cartarescu como la visita al Centro Pompidou a una exposición de Dada, y donde los escritores rumanos se indignaron "porque apenas mencionaba a Tristan Tzara", o los recuerdos de la antigua pandilla de jóvenes poetas que se sentían trasuntos de los Beatles (Cartarescu quería ser John Lennon, aunque el físico le emparentaba más con George Harrison, "nos considerábamos una especie de avatar de los beatles, cuya música e historia nos sabíamos de memoria"), o la divertida historia de los travellers checks ("Luego siguió la crisis de paranoia que quiero relatar aquí por jugar limpio"), y sus ocurrentes reflexiones (desde la significación del creador: "El artista es una cinta de Moebius en la que por un lado desfila la cultura, la civilización, (...) y, por el otro, el sufrimiento, la locura..."; hasta el tono nihilista de ciertos pasajes: "Por supuesto, no había significado nada. Rien de rien. Porque nada significaba nada. Rostros. Eventos. Palabras"). Cartarescu no es de esos autores para los que el resto de escritores no existen (aquí sería oportuna una reflexión del porqué de este hecho y sus consecuencias, pero no la haré, para no hacer el ridículo) y sus menciones son continuas, tanto de escritores rumanos coetáneos como de nombres de la literatura universal como Kafka (alguna escena era comparada con El proceso), Kundera ("cuanta razón tiene Kundera cuando dice que la vida está en otra parte"), García Márquez (frente a los ataques de sus colegas Cartarescu lo catalogaba, un poco azorado, de genio), Goethe y Thomas Mann ("Lo que encuentra es el tipo de devoción que Eckermann sintió por Goethe o la que Serenus Zeitblom sintió por el infeliz Adrian Leverkühn"), Nabokov ("Tendido en la cama, vestido, leía a Nabokov desde hacía un par de horas sin entender nada -leía y releía la misma frase, construyendo en mi mente febril guiones apocalípticos-"), Dostoievski ("Caminaba ofuscado, como un personaje de Dostoievski, cociendo mi interior una locura total"). También era reseñable el episodio de la traducción de su obra por parte de una señora de Lyon ("me dí cuenta que no tenía el manuscrito así que me puse a retraducirlo del francés, a  partir de mi recién aparecido libro. Para mi sorpresa, me encontré, al final de la meticulosa retroversión, con otra historia, algo fantástico de lo que mi pobre mente no habría sido nunca capaz"). El problema -si lo tiene- de este libro radica principalmente en la exagerada intención cómica de todo el texto -en los tres relatos-. Por un lado, la sucesión casi sin descanso para el lector de acontecimientos pretendidamente divertidos -normalmente lo son- les priva de la eficacia que tendrían si surgieran por sorpresa en un contexto menos extraordinario (algo similar a lo que sucede con algunas películas de Woody Allen, que puedan parecer una simple colección de gags y frases ocurrentes -cuando, por regla general, son mucho más que eso (unos chistes cuya frecuencia a veces ocultaba cierto sentido ulterior del film, el propio Allen confesaba a Eric Lax que, por ejemplo, "Scoop propicia una risa tras otra, pero poco importa la idea que hay detrás, por muy ocurrente que sea")-), y por otro, la naturaleza, precisamente, forzada de algunos hechos, que los hace poco creíbles y consecuentemente menos graciosos (ya desde el principio Cartarescu avisa que, si bien los relatos están basados en situaciones reales y los personajes también lo son, se ha permitido la licencia llevarlos hacia lo burlesco e incluso hacia lo grotesco -esto conduciría a una interesante reflexión sobre los motivos (factores) que hacen (influyen en) que un paisaje literario sea gracioso, pero la voy a obviar para no hacer el ridículo-. Más allá de estas consideraciones el libro está muy bien escrito, es original, ocurrente y posee un ritmo trepidante (yo, sinceramente, hubiera preferido que Cartarescu se hubiera limitado a narrar sus aventuras sin adornos de ningún tipo, aunque el resultado fuera menos burlesco, de alguna forma me veía decepcionado por su nueva visión cómica). En otro orden de cosas, era de agradecer el cambio de estilo experimentado por Cartarescu -cualquier otro se habría limitado a continuar con el sesgo de Nostalgia y tener el éxito (al menos crítico) asegurado-. Las bellas extranjeras recibió el Premio Euskadi de Plata (agradecido, Cartarescu recogiendo el Euskadi de Plata), entregado por los libreros de Guipúzcoa, unos premios que, según Teresa Flaño del Diario Vasco, "quieren servir para dar una segunda oportunidad a libros de calidad que consideran que han sido maltratados por las ventas". Yo sólo espero que su editorial en España (Impedimenta) se anime a seguir publicando su obra anterior y lo que tenga que venir, y no espere a que le den el Nobel para hacerlo.

Ficha de la editorial de Las bellas extranjeras