martes, 27 de mayo de 2014

El ayudante, de Robert Walser

Robert Walser publicó El ayudante (Der Gehülfe) en 1908, después de Los hermanos Tanner (Geschwister Tanner, 1907) y antes de Jakob von Gunten (1909). En la ficha de la editorial se dice que fue acogida por la crítica "con el mayor de los entusiasmos".
Imaginen cuál fue mi sorpresa al encontrarme con Joseph Marti, el protagonista. ¿Cuánto tiempo estuvo trabajando en la oficina? En la oficina técnica de C. Tobler... (quedó pensativo -como si aquel recuerdo perteneciera a otra persona, a otro mundo) "Oficina Técnica"..., repitió, qué nombre más particular, ¿verdad? Asentí en silencio y le dejé continuar -empecé a desconfiar del método escogido para hacer el comentario (en realidad ya desconfiaba antes de comenzarlo -en realidad desconfiaba de cualquier método, de cualquier comentario, de todo...). Fueron seis meses, creo (el paso de las estaciones marcaban el discurrir de la novela -supongamos que llega en primavera y abandona su puesto en otoño, con las primeras nieves), no quisiera desvelar muchos detalles de la trama -¿qué trama? pensé (un tipo entra a trabajar como ayudante en la oficina de un ingeniero en un pueblo perdido del cantón de Zúrich, allí pasa una temporada)-, en fin, no podía ser de otra forma (que me marchara, puntualizó) -en las novelas las cosas sólo pueden ser de la forma que son, pensé (su marcha coincide con el fin de la novela)-, Herr Tobler, añadió, era un poco... maniático, dijo, y no pagaba, pensó (el ingeniero alternaba la inflexibilidad absoluta en términos laborales -la insegura acogida de Marti al capitalista Fischer o el día que se ausenta injustificadamente, dos ejemplos ante los que Tobler reacciona de forma intransigente (agresiva incluso -a veces hasta "amenaza" con pagar a Marti) -una exigencia que ya se había puesto de relieve en el recibimiento del primer día, solicitando al nuevo ayudante unas prestaciones y actitudes que Marti reconoce no poseer(-)- con la hospitalidad y el trato amable en el entorno doméstico -el café en la glorieta, las veladas jugando al jass, la provisión de puros...). Por cierto -dije demorando el momento de hacer un análisis del significado de la novela (si es que lo tenía)-, ¿qué labor desempeñaba usted allí? Contestó que al poco de llegar "fue iniciado brevemente en los secretos comerciales de las empresas Tobler y puesto al corriente, sin mayores detalles, de las tareas que le serían encomendadas. Por una extraña razón sólo entendió la mitad" (¿empresas, en plural? ¿entendió la mitad? ¿cuál de las dos mitades entendió? -la "extraña razón" quizás tuviera algo que ver con lo disparatado del proyecto de Tobler). También me dijo que llegar a Bärensweil ("Bärensweil es un pueblo precioso, que invita a la reflexión") o Bärenswil había supuesto un enorme cambio en su calidad de vida ("El pueblo, como casi todos los de esa región, está situado en un lugar primoroso y se distingue por un buen número de imponentes edificios privados y públicos que, en parte, se remontan a la época rococó") ya que, según me dijo, él "venía de las profundidades de la sociedad humana, de los rincones sombríos, silenciosos, miserables de la gran ciudad". Sí, ya, le dije comprensivo -a lo largo de toda la novela Marti se descubre como un tipo sensible a los cambios estacionales -"¡Qué verano tan bello, largo y querido!"- y admirador de la naturaleza-, pero ¿cuál era la actividad de la empresa? Tobler era inventor, dijo. El primer día estuvimos calculando los posibles beneficios de su producto estrella, el reloj publicitario, luego tuve que pasar a limpio todas aquellas anotaciones, explicó. Leí en el libro que a media tarde solían tomar café en una preciosa glorieta pintada de verde -se interrumpía el trabajo si era preciso-, le dije (sin mencionar a Frau Tobler). La villa Tobler era bimembre, por un lado estaba la zona comercial y por otro la residencial, dijo escuetamente (las dependencias de Marti se hallaban en la torre recubierta de cobre, allí la mente del ayudante se perdía entre reflexiones sin salida: "Aquella tarde la habitación de la torre fue una vez más el silencioso escenario, iluminado por una lámpara, de un soliloquio pronunciado en voz alta"). Tengo entendido que la comida era excelente (este argumento le hacía más soportable el impago), además tenía permiso para fumar puros en horario laboral, le recordé. La verdad es que no me puedo quejar (dijo como si aún trabajase allí, como si nada hubiese cambiado -sospeché que, como cualquier personaje de novela, Marti vivía una y otra vez la misma realidad-), claro, que "las horas de trabajo tampoco están delimitadas con precisión. Quien puede darse el lujo de tomar café fuera, en la glorieta, en compañía de una dama que, por cierto, no está nada mal, no tiene derecho a enfadarse si le piden que termine pronto algún trabajo urgente pasadas las ocho de la noche", dijo (Nota: No debe pasarse por alto el nada inocente comentario acerca de la señora Tobler). Y ¿qué me dice de los trabajos domésticos -Marti convertido en factótum (aquella carta a la ex criada, aquel paseo en barca)- que Frau Tobler le encargaba? Ah, Frau Tobler,... (calló) -en ese silencio se apreciaba el destello de un anhelo -de un recuerdo imborrable quizás-(-), una vez estuve a punto de plasmar un beso en el cuello de la señora ("Sus hermosos cabellos femeninos rozaban ligeramente el espigado cuello, tachonándolo de ricitos ensortijados. ¡Qué esbeltez la de toda esa figura de mujer!") (ella era difusa -ambigua- en su receptividad, pensaba ahora), afortunadamente me contuve... (Nota: ¿estuvo alguna vez Marti enamorado de Frau Tobler?, sólo lo pensé -no me atreví a preguntar)-. Déjeme contarle qué hice antes de llegar a casa Tobler -insistió de tal manera que no pude negarle aquel capricho (era la parte que menos -si pudiera decirse así- me interesaba de El ayudante): "Antes de hacer el servicio militar", dijo, "había trabajado en una fábrica de artículos de goma elástica". Por más que lo pensaba y repensaba no imaginaba qué clase de artículos serían esos -la historia no parecía especialmente fascinante (sin embargo, TODO en El ayudante era fascinante). Pero qué demonios hacía Marti en realidad -incluso los domingos, aunque se entretenía un poco a la hora de levantarse, después de desayunar se dirigía a la oficina y redactaba algunas cartas pendientes-, le dije, ir a la oficina de correo (una y otra vez, viniera o no a cuento, por un camino o por otro), dijo, retrasar los pagos reclamados a Tobler -en persona, por carta-, y entonces escenificó con tono teatral: "Le rogamos tenga un poco más de paciencia. La financiación de mi patente no se hará esperar mucho tiempo, y entonces me será posible saldar rápidamente las obligaciones vencidas". Sospecho que se le daba bien este cometido (pensé que él también pensaba esto -en el fondo se consideraba un buen ayudante). Me contó que "tuvo que escribir varias cartas de este tipo y se alegró de la facilidad con que dominaba el estilo comercial". Desde el principio se intuye que Marti es Walser, su capacidad para ocultarse bajo seudónimo era muy reducida (llegué a preguntarle abiertamente si él era Walser, no lo sé, me contestó, no sé quién soy), además, en varios sitios se mencionaba el carácter autobiográfico de la novela (al igual que ocurría con von Gunten y los Tanner, El ayudante era una velada transcripción de hechos autobiográficos). Estaba yo en estos pensamientos cuando fui interrumpido por Marti: "No era deshonroso no comprender algo, pero fingir que lo entendía sí era, en cambio, un robo". Aquello me resultaba familiar. Supongo que me habla del cálculo erróneo con libras esterlinas en la fábrica de artículos de goma elástica -le dije sin tiempo a que contestara-, pero no perdamos más tiempo en sus correrías previas a las empresas Tobler -quise acelerar la entrevista (a estas alturas ni siquiera me había aproximado al contenido del libro, a su sentido filosófico). Sin embargo él no había dicho la última palabra al respecto, aseguraba que era de capital importancia conocer los prolegómenos a su desdichada -otras veces la calificaba de "afortunada" (aquello no era una contradicción, era la impresión que sacaba el lector de los estados de ánimo de Marti)- estancia en villa Tobler. Que había estado en la fábrica en "calidad de auxiliar administrativo", con carácter provisional, dijo, una circunstancia que era totalmente determinante, ese carácter temporal era definitivo, dijo -o me pareció que dijo-, sin saber yo ciertamente por qué era tan determinante ni tan definitivo. Me explicó que se alojaba en un cuarto en casa de cierta señorita de nariz respingona, esa que se carteaba con un impresor o delineante -Marti no lo recordaba bien- en el Cantón de los Grisones, y cómo "allí leyó una de esas grandes novelas que uno puede leer meses y meses". Yo quería que me diera más detalles de su convivencia con los Tobler, que me hablara de aquella polémica charla sobre la criada Pauline y Silvi (los Tobler tenían cuatro hijos, Dora la predilecta y Silvi la desatendida, y Walter el predilecto y Edi el desatendido), pero él se empeñó en contarme que después de la fábrica de artículos elásticos de goma se fue ocho semanas al servicio militar, del que me dijo que "uno deja de pertenecerse y se convierte en un trozo de obediencia y ejercicio (...) Hasta los sentimientos son rigurosamente vigilados". Aquello no me sonó excepcional -¿acaso no seguían vigilados sus sentimientos en villa Tobler?-. Reconduje la situación insistiendo en el espinoso tema del sueldo. Aquí Marti arrugó el entrecejo, "a propósito, ¿en qué quedamos sobre mi sueldo?", rememoró -en que por ahora no cobras, te dan cinco francos de propina los domingos y pare usted de contar, pero Marti es agradecido -dócil-: "¿Quién puede gozar siempre de todo lo agradable y lisonjero?"-. Luego me confesó que en el tiempo que estuvo con los Tobler, disfrutando de buenas comidas, baños en el lago, paseos por el campo, etc... -por favor, especifique alguna tarea útil llevada a cabo en la oficina técnica de Tobler por el ayudante Joseph Marti, de acuerdo, también acometió las labores propias de su cargo: "¡Escriba! Y le dictó lo siguiente: Al señor Martin Grünen, Frauenberg"; o también: "¡Escríbale al relojero ese! ¿cómo se llama...?, ¡que empiece a montar enseguida los relojes para el ferrocarril de Utzwil-Stäfen! ¡La carta tiene que salir hoy mismo! El resto ya lo sabe"-, no cobró ni un solo mes ("¿Y le pagan su sueldo? preguntó el administrador. No, y es uno de los puntos que no acaban de gustarme. Varias veces he querido discutirlo con Herr Tobler pero siempre que me disponía a abrir la boca para recordarle este asunto, que, como he podido ver, no es precisamente de su agrado, me quedaba sin valor para hablar y me decía a mí mismo: ¡déjalo para otra vez!"). Le dije que me interesaba su relación con los Tobler, su relación personal, aclaré, él me saltó con su tema preferido, Wirsich, su predecesor en el cargo, aquel tipo tan apreciado por Frau Tobler quien aludía a sus cualidades (durante medio año o uno entero) delante de Marti, provocando en él unos celos incontrolables (¡él podía ser igual de eficiente! protestaba interiormente -"¡Siempre ese bendito Wirsich! Cualquiera diría que era un genio único e irrepetible"- )- que fue despedido finalmente debido a su fatal dependencia alcohólica (también pudieron influir las prácticas libidinosas que ejercía con la anterior criada -aunque era sabida la ignorancia respecto a las cuales permanecían los Tobler (y fue precisamente una carta escrita por la ex criada la que alertó de una posible relación entre Wirsich y -esta vez- la propia señora de la casa: "Esta carta que por supuesto atentaba contra la ortografía no menos que contra la sensatez, suscitó una vivísima indignación en su destinataria, pues el apego de una criada a sus ex patronos era en ella algo tan mendaz como la existencia de esos terribles rumores sobre el comportamiento de Frau Tobler")-, y qué, me dijo de repente, a que no sabe quiénes se presentaron en visita dominical a los dos días de llegar yo a El lucero vespertino -a veces Marti se comportaba como si todo fuera improvisado -como si su vida no estuviera escrita. Yo sabía la respuesta (los Wirsich), así que me salí por la tangente y le mencioné aquella carta que escribiera a Frau Weiss, su antigua casera, una carta que no tenía ni pies ni cabeza -pensada con la premura del que no sabe medir las nostalgias-, y es que, como el propio Marti reconocía en su escrito, tan sólo hacía dos días que se habían despedido. Recordé las ideas que Frau Tobler tenía sobre Marti: "Frau Tobler intuía en él algo extraño, algo no cotidiano, por así decirlo, y que no juzgaba en absoluto positivamente. Lo encontraba bastante ridículo...", y aunque en principio pensar en la ridiculez de Martin no me pareció justo -pues todo ser humano tendía a la ridiculez (Frau Tobler incluida)-, su propio comportamiento, servil, temeroso y conformista, me mostró el tipo de ridiculez de Marti mucho mejor que cualquier idea que Frau Tobler pudiera tener al respecto -era la de Marti una ridiculez previsora y responsable, también una ridiculez, por así decirlo, simpática. Entonces Marti me sorprendió con la descripción de la risa de la señora Tobler, "es bella y femenina, es incluso un tanto frívola. Sólo las damas muy respetables pueden permitirse esa risa", un comentario que delataba cierta admiración -quizás precursora de sentimientos menos gobernables-. Era evidente que entre Marti y Frau Tobler debía existir algo -o bien la falta de algo-, una especie de flirteo sostenido y continuamente denegado -disimulado-. Que qué tal fue la visita de Wirsich, el desafortunado de 35 años Wirsich, le dije, y Marti soltó una parrafada acerca de la diferencia de clases, de cómo "el bienestar y la buena posición burguesa se complacen humillando; no, tal vez no sea esto, pero sí miran muy gustosos y de arriba abajo a los humillados, sentimiento al que no se le puede negar cierta benevolencia, pero también cierta ruindad", curioso le pregunté por la actitud de Frau Tobler hacia los Wirsich, me dijo que "ambas cosas, lo agradable y lo triste, halagaban a la dama, que musitó unas palabras de consuelo a Frau Wirsich", ella era considerada, dijo (sustituyendo al pensamiento de Frau Tobler), al fin y al cabo ¡también los otros son seres humanos! Le recordé a Marti algo que él ya sabía, que "justamente esa manera tácita de dar a entender que se quería actuar con consideraciones, carecía de ellas. Era aniquiladora", una de las reflexiones más inteligentes del texto -y que me hizo pensar en Thomas Bernhard-. Yo había llegado a un punto en que no me hacía idea de lo que había supuesto la estancia de Marti en la oficina de Tobler, me remití a la temprana página 22, cuando, sin duda, Martin estaba inmerso en un estado previo al desarrollo de la historia, y donde expresaba: "!Qué bien se está realmente en la oficina técnica! Es cierto que la mayor parte de los negocios emprendidos me resultan incomprensibles" -la incomprensión de su misión no era obstáculo para su bienestar-. Y cómo luego escribía sobre su relación con Tobler en esa precipitada carta a Frau Weiss que "es posible que algún día surjan desavenencias personales entre nosotros". Que no quería hablar del incidente con Frau Tobler. De qué incidente, le dije (Él se había pedido otra cerveza, quizás estuviéramos en El velero -lugar frecuentado otrora por Herr Tobler-, pensé que estábamos en el actual Bäretswil (en realidad yo nunca había estado allí, sí en Berna, donde se encuentra el centro de documentación de Robert Walser -Robert Walser Zentrum), en el cantón de Zurich, el lugar que podía identificarse -¿un gazapo? ¿un sutil disfraz?- con el Bärensweil o Bärenswil de la novela). De ese incidente, ya sabe. Marti le había dado muchas vueltas al asunto antes de comentárselo a Herr Tobler. Yo sabía perfectamente cuál era el incidente en cuestión. Sin duda Marti no quería hablar nada de aquella vez en que recriminó a la señora su actitud con su hija desatendida, Silvi. La criada la maltrataba -por tirar la comida, por cualquier cosa a intempestivas horas de madrugada...-, la madre la ignoraba. Marti pensaba que ese rechazo sin duda revertiría en la concepción futura del mundo y de la sociedad de Silvi, pensaba Marti, pero yo tampoco quería hablar de ello, me interesaba mucho más su experiencia laboral, sus desencuentros con Tobler, sus continuos paseos al correo, sus ausencias, sus métodos, etc... La historia de Wirsich (era despedido por Tobler, readmitido, despedido, readmitido,...) también me interesaba, era el punto en que "la historia del ayudante" se convertía en "la historia del predecesor del ayudante -el otro ayudante-" -el rescate (espiritual y físico) efectuado por Marti, la creciente relación de amistad entre ambos, el fallido intento de reconciliación (de Wirsich -por mediación de Marti- con Tobler)-. Retomé el asunto de Walser, quise saber si lo había conocido personalmente. Me dijo que Walser había escrito su historia con los Tobler pero que no recordaba haber hablado con él del tema, que bien podía habérselo inventado todo bien podía haberse basado en recuerdos de juventud, que ni lo sabía ni le importaba. Que Walser no había acabado bien, allí, tirado sobre la nieve, tras una excursión por los alrededores del psiquiátrico de Herisau, dijo. Así puedo acabar yo también, me confesó -sin miedo- Marti. Luego me informó de los comienzos de Tobler, como si buscara una analogía con los suyos. Que Tobler había sido un simple auxiliar en una fábrica, que luego se había instalado en Bärensweil de forma independiente, que había enterrado una herencia fabricando inventos, dijo, que había empleado esa palabra, "enterrar", para explicar lo que el ingeniero había hecho con el dinero de la herencia. Quise saber más detalles sobre los inventos de Tobler, del reloj publicitario con dos o cuatro alas que despliegan carteles publicitarios, de la cartuchera automática o máquina expendedora de cartuchos para escopetas de caza, y de otros como la silla para enfermos -que pudo ensayar con su propia esposa y corregir sobre la marcha fallos de diseño- (él había dedicado tiempo al estudio de estos proyectos aunque su labor era más administrativa que otra cosa). El primer gran enfrentamiento con Tobler lo tuvo Marti tras la visita del capitalista Fischer en ausencia del ingeniero -era una circunstancia que Marti había temido desde el principio, que se presentara un inversor cuando Tobler estuviera fuera-. Marti hizo lo que pudo para retenerlo, ¿o no? Herr Fischer se marchó con una óptima impresión -eso pareció, igual fingía, igual estaba seriamente contrariado por el comportamiento de Marti- sobre las posibilidades del reloj publicitario pero -y a causa de un descuido lamentable del ayudante- sin haber sido informado convenientemente de la cartuchera automática -por el ayudante. Todo esto -la deficiente atención dedicada a Herr Fischer- no sentó excesivamente bien a Tobler quien, por otro lado, estaba todo el día de viaje -había sacado un bono ferroviario y con tal de aprovecharlo marchaba cada mañana a distintos lugares con el propósito, al menos eso se decía, de encontrar nuevos inversores para sus productos-. Después de los miedos -compartidos con Frau Tobler, a quien llegó a columpiar, según me dijo Marti como quien recupera un olvidado momento de la infancia- generados ante la previsible -y negativa- reacción de Tobler (por la funesta actuación de Marti) -¡no invitar a Frau Fischer a pasar adentro, no asegurar la contribución de Herr Fischer!-, sobrevino el enfado de Tobler y el posterior apaciguamiento ("La simple idea de que a la mañana siguiente pudieran telefonear temprano a ese Herr Fischer hizo renacer la esperanza de ambos"). Esas esperanzas -las de conseguir inversores que sostengan los proyectos de Tobler- se irán desvaneciendo con el paso de las páginas. Los acreedores (hasta el ex agente y viajante de Tobler, Herr Sutter, empezó a bombardear con cartas certificadas, reclamando pagos y comisiones pendientes de la publicidad del reloj publicitario) irán perdiendo la paciencia paulatinamente -Marti me cuenta que no se le pasa por la imaginación pedir su sueldo si bien en una ocasión hará un intentó de rebelión-, hasta el jardinero perderá la paciencia e increpará a Tobler de mala manera. Sin embargo los Tobler continúan su vida cotidiana, incluso encargará la construcción de una gruta en pleno jardín -destinada a festejos-. En busca de fondos Frau Tobler realizará una expedición a casa de su suegra. La situación es insostenible, los reclamos de deudas -prorrogados hasta lo imposible (Marti llega a considerar de una extrema sencillez el procedimiento)- son continuos. La señora experimentó un cambio tras la enfermedad, ¿no?, le pregunté a Marti. Recuerdo perfectamente, dijo, aquel día en que la observé mientras leía cierto libro -qué libro, le pregunté (todo lo que tenía que ver con los libros me obsesionaba, confesé a Marti), no lo sé, dijo-. Me dijo que "advirtió que ella parecía haber terminado su lectura y que su cara tenía una expresión de gran bondad". No quiero entretenerle más tiempo, señor Marti, supongo que tiene que regresar al psiquiátrico antes de que anochezca, dije y él no me corrigió, pero querría preguntarle por el motivo último que le movió a abandonar a los Tobler. Marti sonrió -era una sonrisa temblorosa- y me contó cuando fue arrestado durante dos días por no presentarse a unas maniobras militares o algo así. No tenía nada que ver con mi petición última pero le dejé continuar. Siguió relatando su encuentro con Wirsich en la ciudad. Tras encontrar trabajo en Bachmann y Co. Wirsich fue despedido por lo de siempre. Se dirigieron al café Central donde empezaron a beber cervezas, una tras otra -al principio Wirsich no quiso, Martin le convenció-, hasta que entró Herr Tobler y los vio allí, desocupados, pero Tobler "no quería saber nada más de ese individuo". Marti me dijo que todo el libro no era más que una inmensa tontería. Le dije que era posible -que todo -en general- era una inmensa tontería-, pero que el libro en cuestión era una tontería absolutamente genial -que daba miedo, le dije. Marti rió y me preguntó qué pretendía con este comentario, que qué tipo de comentario era -¿crítico? añadió burlonamente-, que por qué le hacía esas preguntas, que me limitara a leer el libro una y otra vez -y lo dejara en paz, añadió para sí. Le dije que no sabía qué clase de comentario estaba escribiendo -que no era capaz de redactar un comentario crítico o de otro tipo-, que nadie lo iba a leer -que tampoco pretendía que nadie lo leyera- y que, de cualquier forma, no tenía ninguna importancia -que qué pretendió llevando de nuevo a Wirsich a villa Tobler, que si pretendía enfurecer a Herr Tobler, a Frau Tobler, o a ambos, o que si pretendía su propio despido, agregué sin venir a cuento-. Estaba oscureciendo y aún había interrogantes que disipar. Que quién era la alumna de danza a la que conoció en la ciudad, dije, que por qué guardaba una foto de ella, que por qué decía que Wirsich era el hombre del rostro de sufrimiento, que repitiera aquella reflexión sobre la rapidez con que se olvidan el comportamiento, los gestos y las acciones de los hombres, que escribiera aquí, en este papel diminuto, aquel anuncio para capitalistas, que me explicara ese juego de cartas particular, el jass, que si sabía que existía una película suiza de 1976, dirigida por Thomas Koerfer, Der Gehülfeuna película que me interesaba enormemente, que me daba igual su calidad cinematográfica, le dije, que nada de eso le interesaba, dijo, que para él todo formaba parte del pasado (y ni siquiera ese pasado le interesaba por el hecho de ser pasado), que no recordaba nada diferente de lo narrado en El ayudante, que toda su vida (si acaso la había tenido) se reducía a lo que se contaba en El ayudante -que nunca, repitió, nunca, había leído El ayudante. Me compadecí de él y se me quitaron las ganas de hacerle más preguntas (reconocía como ineludible la insoportable sensación que me abordaba al comentar un libro -había llegado a la conclusión (irrebatible) de que el único camino para dar a entender (recomendar) un libro -cualquier libro- era la de copiar literalmente ese libro -palabra por palabra). Ni siquiera la increíble posibilidad que se me había brindado de conocer al protagonista de la novela me había abierto nuevos caminos. Joseph Marti, cabizbajo y escribiendo difusos pensamientos en pequeños papeles -microgramas-, se adentró en la penumbra del bosque. Yo dí media vuelta y me dirigí a la estación -a cualquier estación.