viernes, 7 de octubre de 2011

Sanatorio bajo la clepsidra, de Bruno Schulz (el relato).

Es un relato perteneciente al volumen de relatos con el mismo título de este extraordinario prosista-poeta-dibujante polaco asesinado por los nazis en el ghetto de Drohobycz en 1942.
El narrador llega en tren a la ciudad donde se encuentra su padre ingresado en un hospital.
"El tren se detenía con los últimos halos del vapor sin hacer ruido, sin traquetear, como si la vida le abandonase poco a poco."
La situación de su padre es crítica. De hecho está clínicamente muerto ("vive dentro de los límites condicionados por la situación"). El revolucionario sistema terapéutico del doctor Gotard convierte al paciente en una especie de recuerdo humano, manteniéndolo ilusoriamente con vida.
"Todo el truco consiste  -añadió dispuesto a presentar el funcionamiento del mecanismo con las manos- en que hicimos retroceder el tiempo. Nos retrasamos hasta un intervalo cuya duración es imposible de determinar. La cuestión conduce  a un simple relativismo. La muerte que alcanzó a su padre en su país, aquí no ha llegado todavía."
El hospital parece desierto, una enfermera le hace esperar pero el doctor no se presenta, el protagonista encuentra la cafetería y allí está punto de comer unos dulces cuando le interrumpen ("Sentía un enorme apetito y, sobre todo, se me hacía la boca agua con una especie de pastel crujiente con mermelada de manzana"). Al entrar en la habitación ve a su padre durmiendo. Se tumba a descansar un poco y se queda también dormido.
Su padre le contará dónde ha puesto la nueva tienda, en un lugar que debía reconocer el narrador pero que igualmente resulta imposible que lo reconozca pues nunca ha estado en esa ciudad.
"Las aceras estaban vacías. El fúnebre y tardío resplandor de una época indefinida neviscaba del cielo grisáceo. Leía con facilidad los rótulos de letreros y carteles y, no obstante, no me habría sorprendido si alguien me hubiese dicho que había llegado la noche... Sólo algunas tiendas abrían."
En la tienda su padre le da una carta -comprometedora-: "Algunos días antes había escrito a una librería sobre alguna obra pornográfica y ahora me la enviaban aquí: habían encontrado mi dirección o, mejor, la de mi padre, quien, no obstante, acababa de abrir una tienda sin letrero ni anuncio".
En el hospital todos duermen a todas horas:
"Así se vive en esta ciudad y así pasa el tiempo. La mayor parte del día se duerme y no solamente en la cama. En cualquier día y a cualquier hora cualquiera uno está dispuesto a echarse una sabrosa cabezadita."
Su padre está a la vez en el hospital y en la tienda ("En la tienda, mi padre desarrolla una animada actividad: lleva transacciones y moviliza su oratoria para convencer a los clientes.").
No parece haber ninguna actividad hospitalaria en el hospital: "A veces, me gustaría abrir de par en par esas puertas y dejarlas así, para desenmascarar la deshonesta intriga que nos envuelve."
Nos acordamos de La montaña mágica (1924) de Thomas Mann y de Corazones cicatrizados de Max Blecher (publicado antes de 1938).
Al protagonista le asalta la duda acerca de la legitimidad del tratamiento del doctor Gotard: "No es de extrañar  que sea, de algún modo, un tiempo vomitado -entendámonos bien-,  un tiempo de segunda mano. ¡Por Dios...!".
Episodio extraño: fábula -sin moraleja- fantástica -seudo mitológica- con un falso hombre con cabeza de perro: "Pero después de escucharme, su cara adquiere una expresión de terrible ferocidad y rápidamente guardo mi cartera."
El narrador abandona finalmente el hospital  "Qué suerte que mi padre ya no viva de verdad".
"Desde aquel momento viajo, no dejo de viajar, y de algún modo elijo como domicilio el ferrocarril, donde se me tolera cuando vagabundeo por los vagones."
El cuento está ilustrado por los magníficos dibujos del propio Schulz (hasta 12 en total).
Análisis.
Después de este somero -e incompleto, e injusto con la profundidad y la imaginación de las que está dotado el texto- repaso por la trama del relato pasemos a su análisis. Lo haremos con la novedosa -e incongruente y demencial- forma de plantearnos cuestiones más o menos evidentes tras la lectura del texto.
Primera pregunta: ¿Qué nos quiere decir Bruno Schulz con este maravilloso cuento  kafkiano-onírico-poético?
Primera respuesta: Ni idea, pero le quedó muy bien.
Segunda pregunta: ¿Es el narrador Bruno Schulz?
Segunda respuesta: Sí, está claro, es él, lo reconocí en los dibujos.
Tercera pregunta: ¿Podríamos incluir este relato en la misma naturaleza discursivo-fantástica-metamorfósica que el resto de su obra -resto de cuentos en Sanatorio bajo la clepsidra y de las Tiendas de color canela, cuentos largos como La primavera o menores como Dodó y Edzio, por ejemplo?
Tercera respuesta: No, evidentemente no. Este relato sobresale de los demás por su narrativa lineal, su extraordinaria fabulación anárquica y su planteamiento extraterrenal (desmarcándose de la factura autobiográfica del resto, además, en éste ¡el padre no se cree un crustáceo!).
Cuarta y última pregunta: ¿Es acaso el mejor relato de Bruno Schulz?
Cuarta y última respuesta: Desde el punto de vista estético podríamos calificar La primavera como el mejor relato de Bruno Schulz, sin embargo, desde el punto de vista creativo pienso que Sanatorio bajo la clepsidra es el mejor relato de Bruno Schulz, incluso yo diría aún más, es el MEJOR RELATO DE TODOS LOS TIEMPOS.
He dicho (y sin temor a estar equivocado).
Pasen ustedes un buen día.