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martes, 5 de mayo de 2015

El caminante, de Soseki.

Casi cien años después de su publicación en un periódico japonés (1912-13), ediciones Sartori publicó en España (2011) esta magnífica novela de Natsume Soseki en la traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, habituales en las traducciones de la obra de Soseki al español. La leí en el momento de su aparición y ahora he vuelto a releerla con el mismo interés que la primera vez. Escrita tras la trilogía formada por Sanshiro, Daisuke y La puerta (editadas por Impedimenta), y antes de la que es para muchos su obra maestra, Kokoro -¿cómo afirmar esto si todas son obras maestras?-, esta novela -calificada de humanista- representa uno de los puntos culminantes de su narrativa.

Personajes.
Jiro: el narrador.
Ichiro: hermano mayor de Jiro.
Nao: esposa de Ichiro.
Ogeshi: hermana de Jiro e Ichiro.
Okada: amigo de la familia de Jiro.
Okane: esposa de Okada y antigua sirvienta de la familia.
Osada: acogida y sirvienta en la casa familiar. 
Misawa: amigo de Jiro.
Señor H: antiguo compañero de estudios de Ichiro.

El libro se divide en cuatro partes que transcurren en cada una de las estaciones, así: Amigo, en verano, Hermano, en Otoño, Después del regreso, en invierno, y Angustia, en primavera.

Amigo. Jiro llega a la estación de Umeda de Osaka para visitar a Okada - pupilo residente en la casa de Jiro en su época estudiantil (soshei, una figura costumbrista que conocemos de otras novelas de Soseki )- y concertar el enlace entre un amigo de éste, Sano, y la sirvienta de su familia, Osada -la similitud fonética de los nombres, Osada, Okane, Okada (para colmo, en la ciudad de Osaka), parece indicar algo, no sé qué, puede que sea un simple juego narrativo, quizá una conexión entre personajes por afinidad social-. Y es éste -la concertación de matrimonios- otro argumento costumbrista que aparece, aparte de en otros títulos de Soseki, en algunas películas de Ozu (El otoño de la familia Kohayagawa, Otoño tardío, Primavera tardía,...), y es que, cuanto más leo a Soseki y más veo a Ozu, más referencias del escritor encuentro en el cineasta). A todo esto, Jiro quiere aprovechar este viaje para subir al monte Koya con su amigo Misawa.
Al llegar, Jiro pregunta por Misawa -al lector le sorprende que Jiro se haya citado con su amigo en casa ajena-, pero éste anuncia en una postal un retraso de dos días, lo que obliga a Jiro a dilatar su estancia en casa de Okada. La idea que Jiro guardaba de Okane se ve corregida por la buena impresión que le causa ella en este nuevo encuentro -no es el único que sufrirá este cambio de percepción y el resultado de ello en los personajes es revelador: "En los comentarios de mi madre y  hermano sobre Okane-san se vislumbraba una imperceptible melancolía por los cambios que ellos mismos habían experimentado en ese tiempo", p.120. Resulta sorprendente cómo en una simple frase Soseki condensa toda una profunda reflexión sobre el efecto del tiempo -del que creemos escapar y cuyo inevitable paso evidenciamos en el rostro de aquellos a quienes hacía un tiempo no veíamos -por favor, ¿quién inventó la reunión de antiguos alumnos?-. Un gesto, una sonrisa, pequeños detalles de la vida cotidiana -descritos con emocionante lirismo- sirven de base para la formación de sentimientos. Como en toda novela de Soseki los protagonistas son las emociones, sus vaivenes, las reflexiones que provocan en los personajes (como en Kokoro, Daisuke,...), creando un mundo rico en impresiones y con el que cualquier lector puede sentirse identificado ("me levanté, me dirigí a la ventana y miré hacia el lejano paso de Kuragari, cuyo suelo parcheado reflejaba la luz cegadora del día. De pronto, sentí unas ganas irrefrenables de ir a Nara" -yo ahora mismo estoy sintiendo unas ganas irrefrenables de ir a Osaka y subir el monte Koya- ) (y en este sentido me viene a la memoria otro cineasta, éste actual, Hong Sang-soo, y sus magníficas The turning gate, The day he arrives o Un cuento de cine).
Cuando Jiro decide volver a Tokio sin esperar más a Misawa recibe la noticia de que su amigo está ingresado en el hospital por una dolencia estomacal -no es casual que el amigo de Jiro sufra esta afección -desde el principio difusa y a falta de un diagnóstico- pues Soseki padeció úlcera de estómago y finalmente murió por esta causa (resulta irónico que Jiro, tras un comentario de Misawa -que se las da de entendido en la materia-, reconozca no saber qué enfermedad es esa)-. A partir de ahí la trama se desarrolla alrededor de las visitas diarias de Jiro a Misawa quien no expresa especial agradecimiento por el interés de Jiro, lo que le provocará dudas acerca de esta amistad. Misawa cuenta a Jiro la historia de una hermosa geisha ingresada en la habitación de al lado –y probablemente por culpa del propio Misawa-. Comienza un silencioso combate por desenredar los sentimientos de cada uno hacia la geisha enferma: “Si mi interés aumentaba, el suyo lo hacía el doble, y si disminuía el suyo, el mío crecía sin límite. Tan parco en palabras y seco como era, en el fondo de su corazón albergaba sentimientos puros. Era una persona capaz de desplegar un inmediata e intensa pasión por cualquier cosa que le interesara.” La amistad entre Misawa y Jiro se ofrece al lector como inexplicable -¿no es toda amistad inexplicable -es más, no es ridícula-?-, así, sobre Misawa dice el narrador Jiro: "Sus cambios de humor eran impredecibles y nuestra a mistad era una continua sucesión de oscilaciones".
Pero hay algo misterioso en la permanencia de Jiro en Osaka, ni la enfermedad de Misawa ni la geisha ni su  hermosa enfermera son motivo suficiente para su demora. Algo intuimos cuando se refiere a Okane ("En sus encantadoras maneras había una insinuación de coquetería y eso provocó que mi respuesta sonara completamente fuera de lugar"), también en la forma de tratar con ella cuando Jiro pide a Okada un préstamo para Misawa -es muy frecuente la petición de un préstamo en las novelas de Soseki, sucede, por ejemplo, en Daisuke-.
Como siempre me pasa, la finalidad, origen y sentido del comentario de un libro me supera -había llegado un punto en el que incluso no encontraba sentido a la lectura, pero eso no era preocupante porque estaba en una etapa post-Proust en la que cualquier texto que no fuera En busca del tiempo perdido me parecía ingenuo (claro, que eso fue antes de Almas muertas, de Gógol)-. La primera interrogante que me planteaba era para qué, luego cómo, luego por qué, etc..., hasta llegar a un desasosegante, ¿qué es la existencia? Curiosamente este libro de Soseki trata sobre eso justamente, sobre la existencia -dentro de mi incredulidad me preguntaba, ¿no es de lo que trata cualquier libro?-, las relaciones humanas -la amistad, la familia, el amor-, la huella de la percepción (los reflejos de un mar acorazado de plata que brillan como la tripa de una sardina), la cuestión crucial: quiénes somos ("Tenía razón. Todo mi coraje se había esfumado", p.173), cómo vemos a los demás ("parecía un pez varado en la arena, dando coletazos en su fútil lucha por la vida", p.161, sobre su hermano), todo ello junto ("Sus pálidas mejillas se sonrojaron tan levemente que en realidad quizás se debiera al parpadeo de los farolillos que iluminaban el interior del vagón", p.175)
En el segundo capítulo, Hermano, según adelantaba en la versión inglesa su traductor, Beong Cheon Yu, hay una historia similar a El curioso impertinente que cuenta el cura Pero Pérez en el Quijote, que ya había sido utilizada por Soseki en otra novela -también me viene a la mente el argumento de una ópera de Mozart, Cosi fan tutte, en el que los oficiales Ferrando y Guglielmo se hacen pasar por albaneses para seducir cada uno a la novia del otro, Fiordiligi y Dorabella-. Ichiro, profesor universitario, alma atormentada, con el semblante entre el enfado y la preocupación, pretende conocer la mente de su mujer, Nao, y propone a su hermano Jiro que la lleve de excursión para poner a prueba su fidelidad. La excursión a Wakayama es un prodigio de narración en el que los dos personajes titubean en la oscuridad -metafórica y literalmente- sin llegar a ninguna conclusión -y este es el tono de la mayoría de las conversaciones sosekianas, tanto en Daisuke como en su última obra, Luz y oscuridad, los diálogos giran en torno a una intención que no llega a concretarse en boca de los personajes ("Por primera vez en mi vida me di cuenta de que no sabía nada de las mujeres. Nao era de esa clase ingobernable, no importaba lo que uno hiciera o dejara de hacer. Si avanzabas, ella retrocedía; y si no hacías nada, ella se movía primero"). Una tormenta impide el regreso de la pareja ese día y tienen que pasar la noche juntos en el hostal. A la vuelta, en lugar de aclarar a su hermano Ichiro la realidad del encuentro con Nao, Jiro permanece en silencio e Ichiro parece no estar interesado en obtener la información que deseaba. La situación es equívoca, límite, al final una conversación a solas no terminará de disipar las dudas. "Te ruego que esperes", le dice Jiro.
En el tercer capítulo, Después del regreso, esperamos que tenga lugar la conversación pendiente entre los hermanos, pero la postura de Ichiro, que pasa horas recluido en su despacho dedicado al estudio y enfrascado en misteriosas ensoñaciones y pensamientos (una actitud que ya leíamos en Soy un gato, por ejemplo, donde el protagonista se encerraba a escribir haikus) y la huidiza actitud de Jiro, provocan que el encuentro se vaya postergando hasta que su sentido se haya perdido. Jiro, consciente de que la permanencia en la casa se hace insostenible -por el distanciamiento con su hermano, por la difícil relación que mantiene con su hermana Oshige, por la cercanía de Nao-, decide mudarse. Este hecho le liberará del yugo familiar pero a la vez lo enfrentará a una preocupante sensación de vacuidad -los días pasan sin color alguno y su inactividad queda de relieve más que nunca-.
Ichiro despierta preocupación entre los miembros de su familia ("Algunas veces nos sorprendía encontrarlo encorvado sobre la mesa con las manos apoyadas en las mejillas y mirando al vacío"), y esto originará que el hermano mayor protagonice el último capítulo del libro aunque de forma epistolar e indirecta.
Pero es Jiro el auténtico protagonista de los tres primeros capítulos -no obstante es el narrador- y pensamos en él como el verdadero trasunto del autor. Él experimenta sensaciones indefinibles, esas que en ocasiones somos incapaces de describir, incluso de identificar, así en pág. 321: "A pesar de mi torpe ansiedad, también sentí una cierta alegría seguida de un sentimiento de fugacidad", y en pág. 333: "Al regresar con Misawa por las calles pobremente iluminadas, sentí como si algo opaco me envolviese", y también: "En la oficina a menudo me pellizcaba las ásperas mejillas, como si con ese gasto quisiera espabilarme, pero para mi desesperación seguía muy perdido", Jiro, p. 346. La indefensión ante la extrañeza del ser, la incomprensión de determinadas sensaciones, la alternancia de emociones contrapuestas, la desconfianza ante convenciones sociales como el matrimonio,..., todo eso que conforma el universo sosekiano, lo advertimos en la figura del joven Jiro.
La Angustia del último episodio se refiere a Ichiro quien finalmente realiza ese viaje esperado con el señor H. (viaje propuesto por Jiro, que se supone balsámico y que en realidad esconde otra razón primaria, la de desvelar la mente de Ichiro). El señor H. se compromete a escribir una carta a espaldas de su amigo relatando los episodios que pudieran interesar a la familia sobre el estado del profesor atormentado. Esta carta, que ocupa el grueso del capítulo, es larguísima y está extraordinariamente bien escrita. En ella se revelan los grandes problemas existenciales del hermano de Jiro ("-Morir, volverme loco o abrazar de lleno la religión. Ésas son las tres únicas puertas abiertas para mi -declaró al fin. Cuando lo hizo parecía un hombre encaminado al borde del abismo de la desesperación-. Y a pesar de todo no creo que pueda abrazar la religión ni tampoco morir, pues estoy ligado a la vida. Eso sólo me deja una alternativa, la locura. Al margen de lo que pueda ocurrir en el futuro, ¿te parece que ahora estoy en mi sano juicio? ¿No hay ya algo que no funciona dentro de mí? Realmente esa posibilidad me asusta" -aquí apreciamos una evidente influencia de los textos de Dostoievski, el tormento interior de sus personajes, la simpatía por la locura, la desesperación como normalidad,...), la preocupación constante que despierta en el señor H., y las conclusiones a las que este llega, así como algunos detalles sobre los sentimientos de Ichiro quien pudo estar enamorado de Osada ("Te dije que Osada-san ha nacido para ser feliz, no que pueda hacerme feliz") y cómo esta atracción había desaparecido tras su casamiento -todo lo contrario que le había sucedido a Jiro con Okane-. El sufrimiento interior de Ichiro es descrito con detalle por el señor H.: "No hay nada más frustrante que hacer algo y tener siempre en mente que no sirve para nada, que no va a llegar a ninguna parte";  Ichiro es un espíritu inquieto, no puede estar sin hacer nada, sin embargo nunca encuentra la paz mental -"No importa lo que hiciera, desde el primer momento sentía la condena de que no lo podría lograr"-. Y ese estado de continua agitación le conduce al terror -"Dice que está insoportablemente asustado"-. Anteriormente disfrutaba de la belleza, "pero eso es algo que ya no me puedo permitir", declara en un premonitorio tono bernhardiano ("¿Hasta dónde han llegado nuestras mentes y de dónde partían?", es otro pensamiento que podríamos entroncar con la narrativa venidera de Thomas Bernhard, y no sólo ahí, en cierto momento el señor H. le escucha balbucear "Einsamkeit, du meine Heimat. Eisamkeit", es decir, "la soledad, mi patria. La soledad", tomado de Así hablaba Zaratrustra de Nietzsche; y un tercer apunte que recuerda a Bernhard es cuando en Hakone se dirigen a un onsen -aguas termales- y exclama "¡Qué desperdicio ir a un onsen y limitarse exclusivamente a soportarlo!" -¿acaso no se imaginan ustedes a uno de esos personajes bernhardianos, cascarrabias?-).
Sé que los lectores están deseosos de conocer el itinerario de los dos intrépidos viajeros, es decir, partir de Numazu hasta Shuzenji y luego a Ito, pasando por Odawara, de Odawara a Hakone, de Hakone a Benigayatsu. En Odawara el señor H. cuenta una anécdota de Mallarmé relacionada con la rigidez, y que pretende relacionar con el comportamiento de Ichiro, un alma sensible cuyo único propósito es el de torturarse. Y aquí se encuentra el gran dilema de la novela, de todo existencialismo supongo, es decir, la conveniencia de renunciar a una percepción de la vida derivada de una alta intelectualidad -que termina aniquilándolo como individuo- a cambio de obtener algo de paz -¿no se dice que es el ignorante el único que puede encontrar la paz, la felicidad?-. Hay un pasaje de la carta del señor H. que es realmente emocionante y resume el actual estado de Ichiro así como el incierto futuro que le aguarda: "Me doy cuenta de lo feliz que sería si nunca despertase de ese sueño, pero al mismo tiempo, también me doy cuenta de que se sentiría profundamente triste si nadie lo despertara". Esto nos lleva a la siguiente reflexión, ¿de qué materia están hechos los sueños? Bueno, no, esa reflexión no era sino ¿cuánto de perjudicial puede ser un sueño?
Con la carta finaliza el libro.
Quedan por tanto muchas cuestiones en el aire como son el futuro del matrimonio de Ichiro con Nao, la resolución de las inclinaciones de Jiro hacia su cuñada, de Ichiro hacia Osada, el encuentro con la joven que le propone Misawa a Jiro, etc...

Ficha de Satori Ediciones

jueves, 16 de diciembre de 2010

Soy un gato, de Natsume Soseki.


Título original: Wagahai wa neko de aru (publicado en Japón en 1905).
Traducción del japonés: Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.

Impedimenta 2009.


Natsume Kinnosuke nació en 1867 cerca de Tokyo. En 1905 publicó ésta su primera novela, con la que alcanzó gran fama. Soseki murió en 1916 a causa de un cáncer de estómago. "Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre", así comienza este fascinante, erudito, maravilloso, desternillante, y asombroso libro de Soseki. Un gato es recogido en la casa de un maestro quien vive con su esposa, tres hijas y la criada Osan. El maestro Kushami es el vivo reflejo o alter ego de Soseki. Padece dispepsia, es funcionario, y en su tiempo libro se dedica a escribir. Por las tardes, cuando vuelve de impartir clase, se encierra en su estudio a trabajar en algo indefinido. El gato lo sigue y observa la conducta de su amo en su estudio. En realidad no hace nada. Primer mito que se carga Soseki: el del intelectual que, siempre atento a su evolución intelectual, como decía el amigo del cura rural en la peli de Bresson sobre la obra de Bernanos, está orgulloso de su alto consumo de libros. En realidad el maestro Kushami se lleva siempre algún libro a la mesita de noche, lee dos o tres páginas -a veces ninguna- y se echa a dormir. El anhelo de la intelectualidad, la rotación de las formas intelectuales, la obligada de la enseñanza -de la que no existe referencia alguna en la novela- y la evitación del intelectualismo casero, sin solución de continuidad en la segunda, enfrentada con apatía la primera. Ya leímos en El hombre sin atributos de Robert Musil cómo el intelectualismo no era más que la señal evidente de una vida que se marchita, que está seca. El intelectualismo más que un refugio es como un cementerio de elefantes. El maestro Mushami padece de dispepsia ("Kushami se ha convertido en un mártir de la dispepsia", en la página 210), una enfermedad que intenta aplacar a base de bicarbonato. Lamentablemente no existía entonces el omeprazol para paliar los síntomas, por lo que la vida de Soseki, digo de Kushami, debió ser infernal, no hay nada peor que un ardor de estómago, el mal silencioso que te devora las entrañas -literalmente. El maestro prueba todo tipo de remedios, cada cual más demencial, ¡hasta cree haber encontrado la panacea en dos copas de sake vespertinas! Por la casa del maestro circulan las más variopintas amistades de Kushami. Desde el embaucador de historias Meitei -quiere invitar a Kushami a unas lenguas de pavo estofadas-, hasta el científico ex-alumno de Kushami, Kagentsu -ensaya una conferencia sobre los aspectos físicos del ahorcamiento-, Ochi Toito con su extraña Sociedad de lectura, Suzuki, el tío anciano de Meitei y su abanico metálico...

Kushami, Meitei y Kagentsu se cuentan unas curiosas historias en una especie de desafío narrativo, del que saldrá perdedor el maestro -ridiculizado por la naturaleza y el final de su propio relato. Meitei narra su aventura alrededor del pino de los ahorcados, el pino de Dotesanbancho, una imagen que despertó en él tal pulsión estética que le dieron ganas de ahorcarse en él: "Me sentí muy feliz imaginándome a mi mismo colgando de la rama, y pensé que al menos debía intentarlo". Kagentsu cuenta por su parte cómo acudió a una fiesta con su violín para interpretar unas piezas: "Me disponía a marcharme se me acercó la mujer de un doctor y me susurró que se había enterado de que una señorita a la que yo conocía había enfermado". El nombre de su amada quedará oculto, por el momento, pues más tarde servirá de piedra angular para algunas de las más divertidas y estrafalarias historias de libro. Porque Soy un gato no es más que una sucesión hilarante e incontenida de historias, relatos, todo aderezado con los chispeantes diálogos de los personajes protagonistas, intervalados con algunos episodios del gato en su deambular por el exterior, donde trabará amistad con algunos de sus congéneres como Kuro el gato del carnicero o la bella Mineko, la gata de la vecina intérprete de arpa: "Durante un momento me quedé embelesado mirándola". Kagentsu llegaría hasta el puente Azuma donde sentiría unas ganas irreprimibles de lanzarse al agua: "Estaba decidido a saltar si la voz me volvía llamar". La tercera historia, la del maestro despierta la irrisión de sus contertulios -en las dos anteriores la sombra del suicidio sobrevolaba cada episodio-. Como regalo de Año Nuevo planea llevar a su mujer al teatro para ver la obra Unaginadi. Horas antes de la representación parece enfermar. Se encuentra muy mal. La llegada del doctor consigue aliviar los síntomas pero ya es demasiado tarde para ir al teatro. Sin embargo el maestro cree haber actuado de manera envidiable para con su esposa, como si en realidad la hubiera llevado al teatro finalmente, es decir, con la intención es suficiente. El gato asiste extrañado a la narración de estas historias: "Escuché tranquilamente las historias sucesivas de estos tres individuos, pero éstas ni me divirtieron ni me entristecieron."

El maestro tiene inquietudes artísticas. Primeramente se dedica a la acuarela, tras escuchar el consejo que le da su amigo Meitei quien cita a Andrea del Sarto, se dedica a plasmar la naturaleza tal como es en realidad. Así, en la página 17 cuenta el gato: "El maestro me miraba con ojo escrutador, y luego se iba a su bloc y dibujaba algo. De pronto me di cuenta: estaba intentando emular a ese italiano, Andrea del Sarto." Más tarde le suelta un rollo parecido al propio Meitei: "Yo creo que en occidente se ha insistido mucho, incluso históricamente, en la necesidad de retratar la naturaleza tal como es, y de ahí su extraordinario desarrollo. Ya lo decía Andrea del Sarto... El esteta se rascó la cabeza y dijo entre risas: - Bueno, en realidad lo de Andrea del Sarto era una historia que inventé." Y es que Meitei no hace más que inventar historias, sobre Leonardo da Vinci, sobre Andrea del Sarto, sobre un plato occidental llamado albóndregas. Querrá usted decir albóndigas, señor. No, digo albóndregas.

El maestro también es un aficionado a escribir haikus -como Soseki en sus comienzos-. La idea de un trabajo intelectual le ronda la cabeza, a modo de ejemplar personaje del futuro Thomas Bernhard: "Escribió una frase completa: Ahora, después de un cierto tiempo, he estado pensando en escribir un artículo sobre Tennen Koji, el famoso Hombre Santo y Natural". Demonios, el maestro Kushami se encierra por las tardes a escribir un gran artículo sobre el Hombre Santo y Natural, aunque no tiene claro si será en prosa, si serán haikus, o qué será realmente. Tras varios intentos: "Tennen Koji, el Hombre Santo y Natural estudia el infinito, lee los Anales de Confucio, come batatas asadas y tiene una nariz moqueante." Después de muchos dimes y diretes y de algunas simplificaciones -obligadas-, dio la vuelta a las hojas y escribió algo sin sentido: "Nacido en el Infinito, estudió en el Infinito y murió en el Infinito. Tennen Koji, el Hombre Santo y Natural. Infinito.", en el que es quizás el pasaje más gracioso de toda la obra. Otro episodio de la novela absolutamente genial e instructivo es el dedicado al enfrentamiento entre el maestro y los alumnos de la Escuela de la Nube Caída. Estos "salvajes" se dedican cada día a invadir la propiedad del maestro -anexa al colegio- provocando disturbios y molestias por doquier, hasta que el maestro explota y les persigue con un bastón: "Los efectos de la educación de aquellos mozabetes nefastos se hacían cada día más patentes, y llegó un momento en que el maestro se vió incapaz de dominar aquella especie de invasión mongola". A partir de este incidente el maestro busca ayuda en la mentalidad Zen -tanta irritabilidad debe tener su origen en un problema patológico-. Un filósofo amigo le abre las puertas a la reconciliación con el entorno a través de la reeducación de su mente. Pero las enseñanzas de este filósofo caerán en saco roto cuando descubra que éste cayó presa del histerismo cuando años atrás compartía residencia con Meitei y daba alaridos ante la simple mordedura de un ratón o se precipitaba al vacío desde un segundo piso al proclamarse un incendio en la vivienda. Un relato dentro del relato lo conforma el lío del cortejo de Kagentsu y la hija de los Kaneda. La nariz de la madre de la joven es motivo de burla y de ocurrentes gracias por parte del maestro y sus amigos, quienes rememoran al Tristram Shandy de Lawrence Sterne.

El maestro menciona una historia relativa a Balzac que me gustó especialmente, si bien en mi cerebro se instaló el nombre de Víctor Hugo en lugar del de Balzac, hasta que pude deshacer el entuerto al crear estas notas. Balzac buscaba un personaje para su novela y como no se le ocurría ninguna dejó de escribir en el acto. No recomenzaría su novela hasta no dar con el nombre adecuado: "Una vez en la calle, lo único que hizo Balzac fue dar vueltas de acá para allá mirando letreros para ver si al fin daba con el tan ansiado nombre". Finalmente "Balzac se topó con el cartel de un sastre que se llamaba Marcus." Y aquí me planteé esta cuestión que a pesar de parecer baladí se revela como absolutamente primordial. Me refiero al nombre de los personajes de una novela, ¿qué sería de Dostoyevski sin sus Goliadkin, Raskolnikov o Razuminski?, ¿y de Sartre sin sus Roquetin y Rollebon? ¿Y Bernhard sin sus Koller, Rudolf, o Wertheimer? Definitivamente Soseki ha estado profundamente acertado con el nombre de los suyos, y eso que la nomenclatura oriental es de difícil retención para la mente occidental, aún así terminamos congeniando con los nombres de los personajes de forma memorable. Ellos se instalan en nuestros corazones y formarán parte de nuestras obsesiones e inquietudes para lo resto -si no se me olvidan dentro de tres días, que será lo más normal-. Y de repente me asaltó una duda, ¿y el gato? sí, el gato no tiene nombre, el gato, el narrador, cuyo fin se terciará dramáticamente, es el único elemento de la novela sin nombre. ¿Qué es nadie sin un nombre? Pobre gato.

El dilema existencial del funcionario es uno de los asuntos primordiales del libro -pensamos en Kafka, Mrozek, y ¿por qué no? en El doble de Dostoyevski-. El maestro Kushami llega a su casa a las tres de la tarde, nada sabemos de sus clases como profesor. Es como un mundo aparte, él llega a casa y se encierra en su estudio. Incluso un día, cuando tiene que ir a la Comisaría Nihon-zutsumi para recuperar los objetos robados por un ladrón que entró a la casa ( "- Objetos robados... Pues, una cesta de ñames...") bajo la atenta mirada de nuestro narrador gatuno, llama a la escuela para avisar que ese día no irá a trabajar, ¡sin reparar en que es día festivo!, tal es el automatismo integrado del maestro en el sistema funcionarial, es simplemente una pieza decorativa y obligada de su cotidianeidad. Para él la vida comienza realmente al llegar a casa cuando puede pintar sus acuarelas a lo Andrea del Sarto, escribir sus haiku del Espíritu japonés ("El Espíritu japonés, grita el hombre japonés"), o redactar su artículo para el Hombre Santo y Natural.

Todo el libro es una maravilla y un deleite inigualable pero si debiera quedarme con un solo pasaje sin duda elegiría la historia de Kangetsu y su violín, uno de los capítulos más hilarantes, divertidos e inteligentes que yo haya leído nunca. Ante su público impaciente Kagentsu se recrea en la narración de la historia de su violín y su compra en una población en la que tener interés por la música era poco menos que un pecado o una locura. "El hombre que vendía los violines se llamaba Kaneko zembei y su tienda se llamaba Kane-zen pero para llegar hasta allí todavía me faltaba un trecho...

- Olvida la distancia. A ver si llegas ya de una vez y compras el maldito violín. Y hazlo rápido."

El gato se permite en ocasiones realizar juicios de valor. Así cuando le observa mirándose al espejo durante horas: "Seamos generosos. El maestro era un hombre de costumbres estrafalarias, pero al menos daba la sensación de que, mientras se examinaba de este modo, se le ocurían ideas e incluso actos originales", leemos en la página 447.

Otra escena divertida es la llegada del tío de Meitei de 77 años a la casa del maestro: "Siempre que sale, lleva encima su famoso abanico metálico.

- ¿Para qué? -preguntó el maestro.

- No tengo la menor idea. Simplemente lo lleva."

Me resulta muy difícil escoger las partes más inspiradas de la novela, así como hacer un comentario más o menos estructurado, lo único que puedo es recomendar fervientemente la lectura de este libro a todo el mundo. Disfrutarán enormemente con él. Para finalizar cito una reflexión del gato en la página 608: "La convivencia de uno mismo, la necesidad de vigilarnos constantemente no nos abandona ni un momento, ni siquiera mientras dormimos."

Definitivamente todo lo externo da igual, porque finalmente no somos más que nuestro propio reflejo, el cual observamos atentamente para intentar conocernos algo mejor, la mayoría de las veces con escaso éxito.