miércoles, 29 de octubre de 2008

El muro, de Marlen Haushofer


Parece que Siruela está dispuesta a descubrirnos grandes nombres de la literatura centroeuropea del siglo XX. A Robert Walser hay que sumar el nombre de esta austríaca Marlen Haushofer (1920-1970). El muro funciona a modo de parábola metafísica y nos adentra en la capacidad del ser humano por prescindir de todo lo "imprescindible", lo que convierte a la novela en una brillante -aunque un poco evidente a veces- reflexión sobre la inmodestia de la civilización y la corrupción del alma humana por la misma. Haushofer -llamaré así a la protagonista ya que no se nos informa de su identidad- es invitada por unos amigos -primer error: no hacer vida social si puede evitarse- a pasar unos días en su chalet de campo. A las pocas páginas nos encontramos a Haushofer aislada por un muro invisible que ha matado -petrificado- toda vida más allá del mismo y que rodea la zona donde se encuentra el chalet. Ella parece ser la única superviviente en una circunferencia indefinida que comprende al menos lo que abarca la vista en cada una de sus excursiones. Le acompañan en esta particular odisea el perro de sus amigos, más tarde una vaca, un gato y sus crías, total, que aquello se convierte casi en un zoológico. A partir de unas notas Haushofer nos cuenta su historia desde un punto de ésta en la que todo parece permanecer igual. El virtuosismo con el que narra las peripecias diarias desde el comienzo de la pesadilla y la combinación de éstas con pensamientos recurrentes del momento de la transcripción del libro es de una magistral audacia. Estamos ante una enorme narradora. Es cierto que a menudo tenemos la sensación de estar asistiendo a un episodio de Wally en la granja, y nos preguntamos ¿eran necesarios tantos animalitos para contar esta epopeya? También nos podemos quejar de las pocas alusiones a su vida anterior -su viudedad, sus dos hijas adolescentes-, y nos lamentamos con razón pues en estas pocas -pero muy lúcidas- disertaciones acerca del mundo civilizado encontramos a la mejor Haushofer: "Detrás de las cosas aguardaba algo nuevo que yo veía porque mi mente estaba repleta de imágenes antiguas y mis ojos eran incapaces de volver a aprender". Si jugamos a los psicólogos e investigamos un poco en su vida personal vemos como ella tuvo dos hijos y quizás la ausencia de una hija la empujó a que su protagonista tuviera dos hijas por las que no llora -se supone que también han muerto, todos han muerto-:"Fui una buena madre mientras los niños fueron pequeños, pero en cuanto crecieron y fueron al colegio fracasé. (...) No volví a ser verdaderamente feliz. Todo fue cambiando de manera lamentable y yo dejé de vivir de verdad". La vida en el campo la vuelve más fuerte, ¿o estamos ante una proyección onírica? : "No enfermé ni una vez durante aquel invierno. Siempre fui propensa a los resfriados y de pronto no cogía ni uno. Los dolores de cabeza, que tanto me habían hecho sufrir en el pasado, habían desaparecido ya a comienzos del verano". Haushofer ve toda su existencia trastocada, aniquilado en cierta manera su pasado: "Por primera vez en mi vida me sentía en paz, no satisfecha y dichosa, pero sí en paz. Era algo que tenía que ver con las estrellas". ¿Por qué la vida tiene que tener un sentido?: "Ya no buscaba un sentido a las cosas que me hiciera más llevadera la vida". ¿Cuántos "yos" somos capaces de almacenar en nuestro interior? ¿Somos alguien en realidad? "Me había alejado tanto de mi misma como un ser humano puede alejarse". Algunas analogías redundan en lo infantil, los disparates hombre=malo, animalito=bueno, son frecuentes. Uno se pregunta por qué los animales están tan bien con ella, por qué los hombres son tan malos -excepto ella, claro-, por qué el desastre mundial le ha abierto los ojos, por qué tenemos que renegar a nuestro pasado, ¿somos algo sin nuestros recuerdos -(sic) pasé 60 horas en un tren a Berlín para no acordarme después de nada (N.de K.)-?: "Echada en el banco entrecerraba los ojos y veía en el horizonte las cumbres nevadas y los copos blancos que descendían sobre mi rostro en el silencio inmenso y luminoso. No había pensamientos ni recuerdos, sólo la silenciosa y enorme luz de la nieve"; y también: "la soledad me ayudó a ver durante breves instantes sin memoria ni conciencia, el esplendor de la vida". Empeñada en que la humanidad es un desastre: "Ahora los motivos o las disculpas para mentir habían desaparecido definitivamente. Ya no vivía entre los hombres". Asistimos a la claudicación de Haushofer a su condición de ser humano, entregada al cuidado de sus animales -nos detalla sus labores en los últimos dos años y medio, segar hierba, voltearla, cortar leña, ordeñar, encender fuego, preparar la comida, recolectar frutos...- a veces tantas explicaciones nos parecen excesivas, pero realmente son necesarias para entender el cambio tan radical que su mente está sufriendo y que la conducirá al final sorprendente en el que encontramos a una Haushofer cuyos principios morales han sufrido una importante metamorfosis (hasta el punto de que no percibe la posibilidad de haber acabado con la última opción de supervivencia de la especie humana). Toda la narración está impregnada de excelentes parrafadas poético-ecológicas -lo que te obliga a releer muchos fragmentos-, y también hay lugar para reflexiones filosóficas : "Estoy sentada en la mesa y el tiempo se para. Su quietud y su inmovilidad son aterradores (...). Quizás me parece tan terrible porque guarda todo y me permite que nada termine realmente (...). Después de mi muerte nadie sabrá que he asesinado el tiempo". El muro aparece en pocas ocasiones y Haushofer acepta desde el comienzo su indeformable existencia. Lo enigmático no deja de ser una excusa para reformar su vida, para crear su propio mundo -lejos de los hombres. Haushofer -la autora- posee una facultad inusual y es la de conducir al lector hacia paraderos de su ser que ni él sospechaba, contínuamente coloca al lector en la situación de su protagonista y le obliga a hacerse preguntas y reflexiones sobre la existencia, el sentido de la vida y la locura del ser humano. Aunque posiblemente un poco influenciada por el período de guerra fría en el que fue publicada, El muro va más allá de la hipotética -y aterradora- situación que presenta para adentrarse en la maleabilidad del alma humana desde su postura más elemental de insatisfacción existencial. Esta novela fue publicada en Austria en 1962, en 1963 recibió el premio Arthur Schnitzler, y en 1970 murió víctima de un cáncer de huesos.

viernes, 24 de octubre de 2008

¡Tierra, tierra!, de Sándor Márai


Nueva cita de El mundo de Kovalski con el genial escritor húngaro Sándor Márai. Si la semana pasada comentábamos las primeras memorias de Stanislaw Lem, esta semana le ha tocado el turno al segundo libro de memorias que escribiera Márai (el primero es Confesiones de un burgués) y que publicara en 1972. Si en Confesiones... Márai hacía un recorrido descriptivo vital desde su infancia hasta el momento en que acometió tal empresa (1933, nacido en torno a 1900 en Kassa, resulta sorprendente que decidiera llevar a cabo un libro de memorias a tan temprana edad) en esta ¡Tiera, tierra!, Márai se ocupa de un período mucho más corto (de 1944 a 1948) pero terriblemente intenso y decisivo -para él y para Europa. Además observamos en esta entrega un cambio total en el estilo narrativo. Al mero relato de los hechos se incorporan multitud de reflexiones que constituyen pequeños ensayos geniales y que convierten este libro en una auténtica obra magna de sabiduría, de fresco histórico y de emotiva plasmación del alma humana. Así podemos reconocer varias disertaciones que yo titularía más o menos de la siguiente manera: el falso comunista (el desvalijador) -o la entrada de los rusos a las puertas de Budapest para "liberarla" de los nazis-; la criatura del escritor -o el trascendental tema del escritor como individuo, como máscara, como subjetivización de la realidad-; la lengua húngara (el aislamiento) -donde se ocupa de la singularidad de la lengua húngara emparentada únicamente en Europa con la finlandesa y sin ningún tipo de interrelación con las lenguas vecinas-; los nuevos comunistas (los arribistas) -o la aparición de esos afiliados espontáneos que deambulaban en la mediocridad artística y que servían al nuevo gobierno comunista: "esta gente"-; el odio tras la guerra -o como el vecino te odiaba simplemente porque habías salido mejor parado de la guerra-; Ezra Pound y la literatura de posguerra; el sol de Nápoles ("salté a la luz, a la luz pura, después de tanta oscuridad y tanta tiniebla demencial, de vuelta a una luz en la que no se puede hacer trampas, en la que no vale la pena mentir, en la que todo brilla -lo verdadero y lo falso-, salté para mirar la luz cara a cara, una luz que se habría propagado desde allí, en tiempos pasados, hacia la Europa salvaje de las tinieblas"); la apatía -llega un momento en que la impotencia ante la maldad te sume en un estado catártico que te deja inservible: "La apatía constituye un peligro muy grande. Es inmoral y atenta contra la vida. Yo nunca la había sentido. Miré dentro de mi, luego miré alrededor y me pregunté sorprendido: ¿Qué ha ocurrido?"-; el renacimiento de la obra surrealista y populista de Krúdy como subterfugio para soportar el régimen comunista -"Cuando lo enterraron su obra también estaba muerta. Una década más tarde resucitó de forma maravillosa. (...) los autores lo veneraban porque intuían que existía un hombre que estaba creando algo que no tenía precedentes"-; el hombre como una posibilidad, ¿para qué escribo? ("escribía para el cajón, o sea, trabajaba como a veces me habría gustado trabajar en mi época de caricatura: en una soledad perfecta, sin producir ningun eco, pero en la cercanía de una comunidad lingüística de la cual me habían separado en el pasado amargos desengaños y experiencias dolorosas. Vivía como quien ya no tiene posibilidad de hablar con nadie, pero sí de callar con los demás"); etc... Márai tuvo que tomar decisiones fundamentales -riámonos de nuestros conflictos cotidianos-: "No es posible llegar a conocer o comprender las intenciones ni las motivaciones sentimentales de los seres humanos, puesto que la mayoría -y en la mayoría de los casos- ignora asimismo por qué actúa como actúa"; y también: "No resulta creíble que una decisión vital posea más sentido que la necesidad de tener la conciencia limpia: la gente sospecha que la auténtica razón se esconde tras una política de esperar y ver y que se trata de una decisión llena de implicaciones y proyecciones futuras. No es posible convencer a nadie de que alguien rechaza sin interés ni motivo alguno, aunque ese algo le pueda suponer determinados beneficios"; casi nada, decidir si abandonar tu país para siempre o servir al régimen dictatorial y opresivo -cuando no asesino-: "Aquella fue la noche en que me vi obligado a decidir si volvería o no a Budapest. La razón, los razonamientos poseen escasa trascendencia en decisiones así. Hay que decidir sobre la vida de uno, sobre una única posibilidad personal e irreversible, el destino individual, no sobre la patria ni sobre qué tenemos en común con la nación". Márai tuvo la oportunidad de salir del país al poco de terminar la guerra, estuvo en Suiza, Italia y también en París ("hubo algunos momentos en que sentí que lo importante no era ni desplazarse ni llegar, sino tan sólo averiguar qué ocurría dentro de nosotros durante el viaje"). Razonamientos de imposible demostración y de gran estímulo intelectual: "Toynbee, a la edad de ochenta años, escribió un libro más, y en la introducción decía que el estudio de la Historia no permite sacar ninguna conclusión sobre el futuro, porque no es seguro que lo que la gente hizo en determinadas circunstancias en el pasado vuelva a producirse dadas las mismas circunstancias. Hay que resignarse a aceptar que la Historia es indigna de confianza y que es arbitraria, como todo lo hecho por el hombre"; datos de su obra muy apetecibles para los fanáticos de Márai, por ejemplo, en 1945 Márai tenía publicados casi cincuenta libros y unos cuantos en el cajón; y otras consideraciones de gran interés como la importancia decisiva de la lengua húngara en la vida de Márai -su última misión en Budapest fue leer todo lo posible a autores húngaros de segunda fila ya olvidados-; sorprendente su visión acerca de las "mentiras de Europa": "Ha mentido al hablar de arte y no exigir una visión al artista, una visión que posea una fuerza influyente en la realidad y una gran energía creadora exigiéndole en su lugar un producto de masas, una baratija comercial o política que poder comprar y vender. Occidente ha mentido con la música, al arrebatarle la melodía y la armonía para sustituirlas por unos histéricos maullidos convulsos y epilépticos" (!). Bueno, parece que el bueno de Márai no tenía ni puñetera idea de música contemporánea (por dios, Ligeti era compatriota suyo, uno de los grandes nombres de la música del siglo XX), ni de arte abstracto -menos mal que no llegó a conocer a los Chapman ni a Hirst, si no le da algo-, pero al maestro se le perdonan estos deslices, si bien nos llevan a la siguiente reflexión: ¿por qué nadie es perfecto? Resumiendo, grandísimo libro, algo deslabazado -lo cual despierta en el lector cierta simpatía (un libro demasiado estructurado, perfecto en la forma tiende a ofender a la inteligencia de quien lo lee), por ejemplo, un capítulo parece "estar escrito" por su mujer Lola y es absolutamente genial-, y también un libro poco usual en la obra de Márai en cuanto a desarrollo -algo evidente no siendo una novela, aunque Confesiones de un brugués también era autobiográfico y sí se parecía algo más a sus novelas-, y que te invita a estar tomando notas todo el tiempo, como si fuéramos a desaprovechar las ideas que nos ofrece, y lo más importante, la historia transcurre con un trasfondo evidente: la estupidez del comunismo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Al otro lado, de Fatih Akin


En 2004 Akin ganó el oso de oro de Berlín con la sorprendente Contra la pared. En 2007 rodó Al otro lado, una compleja historia de personajes tortuosos que se entrecruzan sin saberlo. Seis personajes: un profesor de universidad turco que trabaja en Hamburgo y su padre jubilado que vive en Bremen; una madre y su hija estudiante alemanas; una joven activista de la resistencia turca en Estambul y su madre que ejerce de prostituta en Bremen. La peli se divide en 3 capítulos: La muerte de Yeter; La muerte de Lotte; Al otro lado. Las dos primeras partes funcionan a modo de Crónica de una muerte anunciada, un inteligente ejercicio que aporta un epecial interés a la secuencia narrativa. Dos de los protagonistas acaban en la cárcel y estas circuntancias motivarán las actitudes de sus allegados de manera crucial -como no podía ser de otra forma. El profesor de literatura es un personaje muy conseguido donde apreciamos la melancolía del intelectual y el desinterés por la vida -interés recuperado gracias a una librería alemana de una callejuela de Estambul-, mientras que en la joven Ayten observamos todo lo contrario, una fuerza y una vitalidad fuera de lo común -un camino que la conduce a estar fuera de la ley. Las vidas de estos personajes se entrecruzarán -y a veces se nos ocultarán la naturaleza de sus sentimientos- a medida que los hechos trágicos se suceden. La forma de filmar este difícil guión es ejemplar -sin cometer el error de recrearse en lo fatalista de la historia-, y la peli traslada finalmente un mensaje de esperanza y perdón que no cae en la cursilería. Las calles de Estambul con el Bósforo de fondo aportan un escenario casi mágico (con la pobreza y el caos circulatorio propio del lugar)-inevitablemente uno se acuerda de Pamuk- que contrasta con las aburridas y solitarias (aunque desarrolladas y con alto nivel de vida) calles de Bremen. Interesante propuesta de este director alemán de ascendencia turca que confirma el talento que ya demostrara en Contra la pared.

viernes, 17 de octubre de 2008

El castillo alto, de Stanislaw Lem


Fascinante. Las memorias de infancia y adolescencia de Stanislaw Lem (Levov 1921, Cracovia 2006) publicadas en 2006 por Editorial funambulista constituyen una obra emotiva, inteligente, honesta, reflexiva, un libro que despierta la eterna cuestión en la literatura: realidad o ficción. Para mi es el gran libro de Lem, un autor sin embargo conocido sobre todo por su obra de ciencia ficción (Congreso de futurología, Solaris, Ciberiada), de ficción metafísica (La investigación) o de ficción metaliteraria (Un valor imaginario, Provocación). Huyendo de datos bibliográficos (poco a poco nos adentramos en su mundo, ciudad: Lvov, período: entre guerras, hijo único, su padre médico) Lem nos presenta su particular universo objetual (objetilístico, como se diga) donde los objetos acuden a su memoria como particulares compañeros de viaje: "esa querencia por los globos me duró unos años. Los compraba y escondía, por miedo a las burlas. Necesitaba su efímera compañía, su existencia de un día, un tipo de recordatorio de la muerte que demostraba la transitoriedad de las cosas mundanas". Vale, no es la monda pero respira trascendencia. Cuando uno descubre que los personajes vivos brillan por su ausencia Lem reconoce este hecho y lo justifica por la singular sinceridad del objeto frente a lo enigmático e hipócrita del ser humano -es como si el libro fuera contestando a nuestras interrogantes lectoras-. El título hace referencia a un castillo situado encima de una colina al que acudían Lem y sus compañeros de clase cuando algún profesor faltaba a clase por enfermedad -Lem nunca hacía novillos-. La fidelidad de Lem para con el lector le incita a plantear cosas como la veracidad de la memoria, los entresijos de la misma y la selección involuntaria de los recuerdos, y así nos descubre su proceso de aproximación a su propia figura de niño. Lem pretende escenificar por medio de imágenes aisladas, a veces inconexas, lo que resultó su infancia, reseñando que la realidad no suele ser cíclica, en contra de lo habitual, esto es, que las historias transcritas sí se exigen esta característica de principio y fin -tan poco real. Así pasamos a ser partícipes de algunos momentos geniales -uno se pregunta el porqué Lem y otros autores no escriben simplemente sobre sus vidas y se dejan de historias inventadas, por muy inteligentes y simbólicas que resulten- como el episodio de las chuletas en el instituto -aunque Lem solía estudiar era conocedor de las técnicas de sus compañeros-, y en el que resalta el paradójico e inexplicable síntoma del copiador compulsivo : "también usábamos un espejo para proyectar mensajes sobre la pared, a la manera de un proyector de películas, en una esquina situada a espaldas del profesor, en código Morse", con lo que era más complicado aprender el sistema chuletesco ¡que memorizar las lecciones!. La lucha contra el aprendizaje; un hilarante detalle de cómo la escritura de Lem es intelectual y expresiva a la vez: "Sólo sé que nos forzamos en aprender y que luchamos contra ello como contra una plaga, aunque al mismo tiempo se nos inició en la experiencia última, y nuestras mentes sincronizadas al unísono produjeron las más altas y más bajas notas humanas". En todo momento Lem intenta huir de la mirada de adulto, recurre a la inocencia del niño, una inocencia que está también deformada por el recuerdo de un adulto -esto no tiene salida, la cabeza me va a explotar, ¿estamos en un grabado de Escher?-. Los pasteles y los dulces típicos de cada establecimiento de la ciudad -así como sus calles, sus lugares "me encantaba recorre la feria del Este cuando estaba vacía y sin transeuntes"- son hilo argumental de algunos momentos del libro -Lem estaba gordito desde niño. El capítulo más increíble y enriquecedor es el dedicado a su afición al "autorizacionismo". En medio de clase Lem fabricaba autorizaciones inventadas "aunque era consciente de que no emitía documentos auténticos, al mismo tiempo sentía que había en ellos algún rescoldo de verdad". Lem construyó un verdadero submundo de fantasía donde el visitante -cual agrimensor kafkiano- debía superar diversos niveles pero sin llegar nunca al punto final, para lo cual necesitaba la gran autorización final. Nunca mostró estos documentos ficticios a nadie y siempre los portaba en su mochila, conformados en cuadernos hilados, con sellos oficiales, firmas rubicatorias, etc... -"mi conocimiento de códigos derivaba sobre todo de Las aventuras del buen soldado Schweik"-. Estas autorizaciones no estaban exentas de errores: "con todo un verdadero edificio de errores, apropiadamente complejo, puede convertirse en una morada para el alma, un trono del libre significado, una estructura cada vez menos dependiente de los prototipos, una versión de las cosas liberada de los dictados del naturalismo; en resumen, una nueva versión de la realidad opuesta a ella". Es decir, cualquier escena es un trampolín para la prodigiosa mente del autor, que salpica los hechos contados con discursos casi filosóficos sobre el ser y la existencia. Muy llamativa es su afición última a la creación de máquinas. "Construí una máquina Wimshurst y una bovina Ruhnkorff";-un niño de nuestros días no sabría ni pronunciar el nombre, por dios- "construí un transformador Tesla". A partir de esta actividad Lem realiza diversas reflexiones sobre el Arte moderno. Aquí quizás peca un poco de efectista y de conservador -comparar el arte abstracto, sospecho que referido a los grandes de la pintura americana sobre todo, con fotografías microscópicas o con porciones de madera invadidas por hongos, me parece un poco ingenuo- ya que Lem por un momento olvida cuál es el concepto de Arte, por cierto ¿cuál es el concepto de Arte? "El Arte no coacciona a nadie; nos transporta sólo si consentimos que nos transporte". Aquí sufrí un shock: "Gombrowicz nos abrió los ojos al respecto", lo digo porque el libro inmediatamente anterior que he leído a éste de Lem es Ferdydurke del también polaco Gombrowicz -de 1937-, una relectura en la que aprecié mucho más el primer Prefacio a Filifor y el niño forrado, donde Gombrowicz reflexiona sobre la música y el placer de escucharla y la inercia de la masa aplaudidora. Éste es por tanto un asunto apasionante, pero yo lo veo de otra forma, es evidente que una persona no preparada puede no disfrutar de Pollock, pero quien lo disfruta no es porque sienta deseos de disfrutarlo sino porque en él hay una base que le permite valorar la pintura de Pollock y consecuentemente disfrutarla. Entonces Lem escribe sobre la funcionalidad del Arte moderno y sobre su azarosidad e incertidumbre y se pregunta si sus primeras máquinas -irreales y simplemente estéticas- no eran una forma de Arte. Pero la gran virtud de este libro -quien haya llegado al final de mi comentario, por dios- es sin duda el poder de evocación que contiene. Leyendo sus páginas uno se ve inevitablemente transportado a su propia infancia y reconoce situaciones convergentes con las vividas por Lem -yo también confundí a un familiar con un extraño, yo también me comía las gomas de borrar Milán, creo-, y ése es el gran logro de Lem, conseguir una visión infantil ajena al prisma de un adulto, una infancia que se torna trágica teniendo en cuenta el momento histórico que le tocó vivir. Y la gran interrogante que plantea definitivamente el libro -aunque creo que no conscientemente- ¿por que Lem no escribió más sobre su propia vida? ¿por qué no exorcizó todos sus recuerdos y los desveló a sus lectores?; y también ¿por qué resultan apasionantes estas memorias? ¿es por el hecho de que Lem fue un escritor de calidad y famoso? ¿serían igualmente valiosas estas memorias si Lem fuera un desconocido? ¿no es la infancia de cualquier niño igual de valiosa? La infancia de cada niño quizás sí, la manera de contarla desde la forma de adulto seguro que no.

martes, 14 de octubre de 2008

En las alturas, de Thomas Bernhard


Escrito en 1959, este librito de Thomas Bernhard es, creo, la primera novela que publicó el genio austríaco-holandés. Es la que me faltaba de sus 19 novelas. Aunque realmente no sé si denominarla novela. Es el libro más extraño de Bernhard. En cuanto a apariencia. La ordenación del texto obedece más a una estética poética que a una narrativa convencional, y el contenido de sus fraseos también. No existen los puntos y seguidos y en muchas ocasiones hila varias frases con sucesión de los dos puntos, con lo que consigue que cada frase sea la antesala de la siguiente. Con dificultad se puede concretar una especie de trama. Un hostal, un funcionario de los juzgados -o es un articulista especialista en asuntos judiciales-, una señorita -judía-, un catedrático -arruinado-, un bosque, una ciudad -odiosa-, un constante ataque al sistema y al ser humano..., vamos, que es Bernhard en toda su esencia, salvo que al ser un obra temprana aún no ha desarrollado su peculiar estilo tipo "apisonadora-narrativa". Está claro que la belleza subyace en cada anhelo humano: "El mundo se compone cada vez más de fealdades, pero eso no me asusta: la indiferencia y la fealdad juntos producen un estado en el que todo significa lo mismo". La desocupación puede volver loco a las personas: "ella me dice, ¿y cómo pasa las tardes? cuente usted, profesor, ¿qué hace esas tardes tan largas de Viena? ¿no son tardes francamente desoladas". Lo cotidiano y lo trascendental se dan la mano grotescamente: "Se me ha acabado el dinero, revulevo la leche en polvo en mi cuenco, escondido en el cuarto de baño, revuelvo y voy atravesando mis pensamientos de suicidio como un jardín exótico". El protagonista quiere pensar un poco en la existencia: "¿qué espera toda esa gente de mi, que me he decidido a trabajar, reflexionar para trabajar, y trabajar para reflexionar, qué quiere toda esa gente borrosa ante mis ojos?". Bernhard no tiene muchos amigos, eso es algo evidente: "las amistades, los conocidos te cansan, te molestan, te apartas de todos: transferir a su lamentable contradicción lo que temen: aburrimiento, desesperación ante su vida caduca"; o también: "como todo en ellos, exterior e interiormente, es como es debido, y seguirá siendo eternamente como es debido, me resulta imposible seguir teniendo aunque sea la relación más raída con ellos: para mi están tan muertos como yo estoy muerto para ellos". Pero Bernhard también puede estar enamorado, sí, qué pasa: "la locura de esa cantante que me ha atraído hacia ella, a la que me he rendido, a la que me he entregado en cuerpo y alma, rendido, entregado a todas sus fantasías de fama e inmortalidad, a su estupidez en la oscuridad de su alcoba". El profesor también quiere escribir una novela, aunque es demasiado exigente: "he pensado en mi libro, un libro requiere todos los pensamientos que se ha tenido nunca". Tiene dudas en esta empresa: "es un crimen empezar algo siquiera, todo es mentira, toda coma es mentira, todo es solo una horrible charlatenería, una insignificancia, una bajeza, una humillación para mi, pero me aferro a esos pocos pensamientos, y lo que importa es cada letra, lo que importa es cada letra y el reconocmiento de la estupidez". ¿Es la claridad una utopía?: "aclarar todas esas cosas poco claras, aclararlo todo, tomar el camino más corto hacia la claridad, no apartarse ya de ese camino más corto hacia la claridad". Párrafos de mucha actualidad: "todos los escritos y todas las conversaciones de la gente están llenos de su concepción del mundo: imagen mundial, federación mundial, histeria mundial, crisis mundial, bancarrota mundial, pacto mundial, salud mundial, todo eso es insoportable". Bernhard es, a pesar de todo, un tipo con suerte: "suerte, eso es todo: en medio de todos mis sufrimientos y horrores he tenido siempre suerte: la suerte de los imbéciles". Pensamientos esperanzadores, marca de la casa: "es el abismo lo que nos mantien vivos a todos, nada más que el abismo". Uf, qué alivio, menos mal que está el abismo, que si no... No está exento el libro de escenas poéticas: "utilizaré todos los medios: conseguiré hacerme impopular, sopla un viento frío, pasan trenes por el puente, el río es negro, los árboles son negros, mi cerebro es negro". Bonito color el negro. Otra muestra: "mirar al río, durante semanas el único placer, el único cambio, la única posibilidad de no hundirse". Como no te tires a él de cabeza, ¿a qué esperas, por dios?. Nadie está a salvo del caos y la desesperación, observemos al catedrático: "el catedrático dice, el mundo es aburrido, el mundo es aburrido entre dos y es aburrido solo". Este tío es la juerga padre, no me extraña que terminaran desahuciando al catedrático. Existen dos tipos de personas: "desde hace mucho tiempo lo mismo: las cabezas ardientes están contra los calculadores fríos, los calculadores fríos están contras las cabezas ardientes". Que no se crean sus paisanos que se les ha olvidado a Bernhard en esta novela: "desolación, tormento: expresión de muerte, esribiré un artículo: ¡sobre mi país! ¡sobre mis paisanos!". En pocas palabras: soledad, aislamiento, muerte, engendro cotidiano, ¿amor?, odio, rutina: la vida.

lunes, 6 de octubre de 2008

Melancolía, de Lászlo Földényi


El húngaro Lászlo Földenyi -el autor de El sudario de la Veronica. Paseo por los museos de Europa- escribió en 1981 este magnífico ensayo acerca de la Melancolía que Galaxia Gutemberg publica este año 2008 -nuca es tarde. Los primeros capítulos -más de la mitad del libro- se ocupan de la melancolía en la historia de la filosofía, desde los tiempos de la Antigüedad con Aristóteles, Empédocles y compañía de protagonistas, pasando por la Edad Media -Petrarca- y Renacimiento -Ficino- hasta la época romántica -Kant, Hegel- la cual ocupa el capítulo dedicado a la muerte prematura de los románticos -Byron, Novalis,... Los capítulos finales están dedicados a El amor y la melancolía, La enfermedad, y la libertad -epílogo. Se trata de un apasionante recorrido histórico-filosófico (casi poético diría yo) en la que se reflexiona sobre las distintas concepciones de la Melancolía en las diferentes épocas. También aparece el arte como causa de melancolía -aunque menos de lo que a mi me hubiera gustado- con disertaciones sobre el famoso grabado de Durero, El matrimonio Arnolfini de Van Eyck, pintores melancólicos como Caspar David Friedrich, Otto Runge, retratos del Renacimiento, etc... No obstante Földényi es todo un erudito en la materia y es un placer leer sus comentarios sobre pintura. Cito: "Las obras maestras hacen al hombre casi tan desdichado como el amor: lo arrancan de la vida cotidiana y luego lo encuelven en sus redes. Prometen, pero al final no dan nada". En este punto creo reconocer al llamado Síndrome o mal de Stendhal pero Földényi no lo menciona. ¿Descuido? No lo sé, pero ahí tenía tema para unas cuantas páginas. Me dejó un poco decepcionado este punto. También escribe el húngaro sobre el gran dilema del arte actual: la autonomía o el reflejo. Es una bonita forma para enfrentar los dos polos del arte: figuración o abstracción. Igualmente me hubiera gustado que se explayara un poco más en este punto, ya que me deja la impresión de que el arte moderno queda un poco en inferioridad en cuanto a maestría reconocida. En la página 161 se encuentra una interesante parrafada sobre la tensión entre la muerte y la creatividad. Y es que la muerte está muy presente en todo el texto, ya que acecha cotidianamente al melancólico. "El melancólico no se caracteriza por temer la muerte en un momento y por desearla en otro, sino por sentir al mismo tiempo una cosa y otra". Una parte que me apasiona es cuando recurre al término Realidad, una de mis aficiones favoritas, el mito de la realidad frente a la ficción: "La realidad objetiva que aguarda el conocimiento es siempre la realidad relacionada con el ser humano la que existe para el ser humano: una realidad desconocida para el hombre no es estrictamente hablando, una realidad". Este pensamiento evoca el enigma de la música en el bosque, ¿existe esa música no escuchada por nadie? La fuente de melancolía en el no cumplimiento de expectativas también me gusta mucho: "El melancólico de Ficino es responsable de su propio destino y se sustrae al control de cualquier poder. La razón de su soledad no es la inactividad, sino el esfuerzo intelectual, de ahí que asume su situación, contrariamente al melancólico medieval. De golpe, toma conciencia de su abandono; así su situación se torna insoportable, pero al mismo tiempo se convierte en base de su sentimiento de ser un elegido. Se enfrenta con todo (pues es él quien elige), y lo toman por un personaje anormal, porque los demás sí responden generalmente a las expectativas puestas en ellos. Él, en cambio, se considera el más normal de todos, porque actúa sobre su propia voluntad, porque él establece sus propias leyes. Sabe y se da cuenta de que el mundo es un sistema de expectativas, sin embargo, en esta situación ambigua se muestra incapaz de responder a ninguna de ellas". Genial este Ficino, seguro que tenía el cuarto lleno de posters de Nicole Kidman. Otra faceta espectacular del libro son las referencias utilizadas. Es un gustazo leer simplemente el nombre de algunas obras y autores citados: El sueño de Escipión, de Macrobio; De Oculta Philosophia, de Agrippa de Nettesheim -amigo de Durero, por cierto-; De Docta Ignorancia, de Nicolás Cusano; Platonica Theologia, de Ficino; The anatomy of Melancholy, de Robert Burton; De Contemptu Mundi, de Petrarca; Democritus or Doctor Merry Man, His Medicine Against Melancholy Humours, de Samuel Roland; y el que más me gusta de todos: Morbus Anglicus or a Theoretik and Practical Discourse of Consumptions and Hypochondriack Melancholy, de Gideon Harvey (1672). El melancólico no quiere ser curado: "Nada fastidia tanto al melancólio como el intento de consolarlo con palabras o de describir simplemente su estado". Es adicto al anhelo existencial: "El melancólico es, al mismo tiempo, parte del mundo y un ser enajenado y dependiente sólo de sí mismo que se siente marginado y huérfano y no sabe qué objetivo dar a su insaciable anhelo". La Nada y lo infinito campan a sus anchas por todo el libro "La angustia que caracteriza al melancólico es el miedo al defecto; pero como no lo descubre fuera, sino dentro del mundo, al ser su esencia, la angustia, no se refiere al defecto, a la Nada, sino también al Algo". La paradoja también surge con frecuencia, por ejemplo en la imposibilidad de conocer algo por completo desde su propio interior, y aquí se podría haber citado a Heisemberg y su principio de incertidumbre, ¿otra oportunidad desaprovechada por Földényi? Así mismo peca un poco de temerario cuando se enfrenta a las causas médicas de la melancolía -identificada con enfermedades como depresión- ya que realiza algunas afirmaciones que no se corresponden con el conocimiento de la ciencia actual. Por ejemplo en la fenomenología de la enfermedad no menciona el papel de los genes y la predisposición a la enfermedad ni la importancia de los neurotransmisores, cuyo funcionamiento es clave para el desarrollo de las actuales terapias farmacológicas. Es cierto que la melancolía ha sufrido variaciones en cuanto a su identificación, desde un sentido religioso, a síntoma identificativo de enfermedad -locura, depresión-, o de genialidad. De cualquier forma es imposible categorizar al respecto, ni los más prestigiosos pensadores de la historia se ponen de acuerdo, y por eso me sorprende que en ocasiones el húngaro sentencie en lugar de interrogar -incluso se permite el lujo de corregir a Hegel en alguna ocasión. Puede que se trate de su estilo narrativo, que sin duda despierta muchas preguntas sin respuestas. Un libro buenísimo, difícil de leer en ocasiones, un poco disperso en otras, pero rebosante de sabiduría y de citas geniales. Termino con una pequeña cita: "El melancólico vive las posibilidades y la esperanza con mayor intensidad que nadie, porque para él no hay nada que pueda realizarse, nada en que abrigar una esperanza". Como no podía ser de otra manera, la portada es el grabado de Durero.

domingo, 5 de octubre de 2008

La edad de la ignorancia, de Denys Arcand


Después de ganar el oscar a la mejor peli extranjera con Las invasiones bárbaras, el cineasta canadiense Denys Arcand rodó esta crítica desgarradora al sistema en 2007. Jean Marc (genial Marc Labreche) es un funcionario que ve cómo cada día se suceden las más increíbles injusticias sociales -un accidentado pierde las dos piernas al chocar con una farola que además tiene que pagar; un profesor de secundaria es amenazado de muerte por un alumno el cual es apresado cuando portaba una escopeta a la salida de la escuela, y ahora en libertad y de nuevo en su clase; un divorciado paga una pensión descomunal a su ex y apenas le queda para sobrevivir;...- y cómo el departamento donde trabaja -a las órdenes de una jefa sin escrúpulos- no hace nada para corregir los desvaríos del sistema. ¿Qué clase de hipocresía predomina en la comunidad? Además Jean Marc lleva una vida familiar frustrante: su mujer es agente inmobiliaria y está todo el día -y parte de la noche- trabajando y hablando por el móvil; sus dos hijas adolescentes no le hacen ni puñetero caso; para colmo su madre está demente en una residencia y cada vez va a peor -atada a la cama. ¿Cómo intenta superar Jean Marc esta vida amargante -otro punto de la peli es el noticiario del caos medioambiental que amenaza a la humanidad y al planeta? Pues a base de fantasías oníricas: su amor es la actriz de cine Veronica -interpretada por la bellísima Diane Kruger-; es un César que tortura a su jefa sexy; es un samurai que le corta la cabeza al jefe de arriba; se lía con una periodista que lo entrevista en cada una de sus triunfos soñados -novelista de prestigio; gran actor de teatro; político ganador...-; etc. En el último tramo de la peli la realidad y la ficción parecen confundirse. Asiste a un torneo medieval para conseguir el amor de la condesa de Saboya venciendo en un torneo de caballeros; embiste al típico listillo que te pita en la carretera para que te eches a un lado; su mujer le abandona por el jefe de la empresa; su madre fallece. Todo esto tenía que explotar por algún lado. No contaré el final (ya he reventado bastante la peli, por dios), pero es necesario decir que recuerda a Lundi Matin de Otar Iosseliani o a Un descanso verdadero de Amos Oz, si bien con diferente matiz. Resumiendo, una divertida e inteligente película que te hace reflexionar y te dispensa un rato de buen cine, además, ¡Diane Kruger sale guapísima!