sábado, 6 de diciembre de 2014

Kassel no invita a la lógica. Enrique Vila-Matas.

El narrador (inequívocamente, aunque en ningún momento se le nombre -reconocemos algunas situaciones de escritos autobiográficos anteriores-, el autor) recibe una misteriosa llamada en la que se le ofrece, asegura su interlocutora, la posibilidad de descubrir -un asunto con reminiscencias de aquel cuento de Nabokov, Ultima thula, que en otras ocasiones recordara Vila-Matas (como en el relato-prólogo a los Cuentos carnívoros de Bernard Quiriny)- el misterio del Universo. De esa reunión (tintada de desengaños identitarios) nace, en realidad, una invitación a Documenta 13, la célebre Feria de arte contemporáneo de la ciudad alemana de Kassel (titulada ese año, 2012, "Collapse and recovery"). El narrador, sin estar muy convencido, acude a Kassel con la incertidumbre de su cometido -una especie de performance en un restaurante chino (escribirá en una mesa e interaccionará con el público), a las afueras de la ciudad, además de una "conferencia sin nadie", que él mismo propone, como colofón. A su llegada a Alemania el protagonismo se repartirá entre la propia ciudad (el río Fulda, el parque Karlsaue, el Fridericianum -"el museo público más antiguo de Europa"-, la Königstrasse, la Hauptbanhnof, el hotel Hessenland...), las obras de arte expuestas en la Feria y las excentricidades conductuales -pernoctar frente a una de las instalaciones en pleno bosque, circular en la misma línea de autobús durante horas,...-, reflexiones psicológicas, literarias, misántropas y filosóficas, e incluso actitudes pseudo artísticas (su "actuación" en el chino, su conferencia final) del bueno de Vila-Matas -su primera intención, no obstante, es la de convertir su habitación de hotel en una "cabaña para pensar" (aquí viene a la memoria del lector el Walden de Thoreau, alguna novela de Murakami, el retiro de Sergio Pitol para escribir sus primeros relatos o la sorprendente Arirang del cineasta Kim ki duk) para la que, sin embargo, toma el modelo de Skjolden, "el lugar donde Wittgenstein logró aislarse y oír su propia voz"-. Con su habitual estilo -ni tradicional ni periodístico ni vanguardista ni barroco ni sintético (el narrador cita a Walter Benjamin, con Kafka y Proust "la palabra se aparta del significado en el sentido "burgués" y retoma su poder elemental y gestual", y es inevitable pensar si el autor catalán pretende eso mismo, todo lo contrario o nada en concreto), en ocasiones delirante (cuando dibuja imaginarias situaciones surrealistas (¿divertidas?) desde los diálogos incomprendidos en alemán y chino que escucha en el Dschingis Khan, parodiando Las islas de Aran de John Millington Singe, una obra que le presenta su amigo John William Wilkinson -Nota: al que Vila-Matas concederá una Entrevista de Wilkinson, en inglés-) en el bar Diagonal, dos días antes de partir hacia Kassel), en realidad una mezcolanza entre la chanza y lo metafísico, entre lo serio y lo caricaturesco-, se describen las peripecias -él cuenta a un amigo por teléfono que en realidad no le acontece nada- de este paseante de Kassel ("me consideraba el paseante de Documenta", p.236, en clara referencia walseriana a pesar de que no le parece divertido sentirse dentro de un libro de Walser, p. 90) con simulados trastornos de identidad (ora se hace llamar Autre -el otro-, ora Piniowsky -un personaje secundario de un relato, El busto del emperador, de Joseph Roth-) y que intenta convencernos de su enigmática existencia a fuerza de repetir lo enigmático de su existencia (el texto que se le ocurre para desarrollar en su performance dice: "Cambiar tu vida del todo en dos días, sin importante en absoluto lo que ha ocurrido antes..." -pero cambiar tu vida en dos días para qué, ¿para no poder decir ya que vas a cambiar tu vida en dos días o para volverla a cambiar, cada dos días?-). Él mismo nos avanza (facilitando la labor del crítico) lo que puede significar este libro: "tuve la impresión de estar viviendo una vez más el comienzo de un viaje que podía acabar convirtiéndose en un relato escrito en el que, como era habitual, mezclaría perplejidad y vida suspendida para descubrir el mundo como un lugar absurdo al que se llega mediante una invitación muy extravagante", una invitación que surge desde un mcguffin, un tipo de broma lingüística o de concepto que juega con el sin sentido ("Mi primer mcguffin lo encontré en Un maldito embrollo, de Pietro Germi, adaptación cinematográfica de una novela de Emilio Gaddi") y que, no sé si intencionadamente, podría también definir por aproximación esta novela, que, sin resultar un mcguffin, plantea cuestiones irresolubles, la existencia de la realidad (disculpas por Descartes -dice Nietzsche al caballo de Turín, según Piniowski, según Kundera-, o Quien duerme está más cerca de Duchamp, son algunas de las ideas con las que ilustrar su mesa en el chino), el intercambio espacio-tiempo,.., dilemas filosóficos que son abordados mediante disquisiciones -algo forzadas cuando no ingenuas- del narrador. Al final de este recorrido iniciático -y que tiene como guía el Locus Solus de Raymond Roussel, descrito como "a lo largo de una tarde, que adquiere el carácter de itinerario iniciático, el sabio Martial Canterel va exponiendo cada una de las rarezas que pueblan su propiedad, la hermosa villa de Montmorency"- el autor traspasa una barrera que él creía infranqueable, es decir, la vida en la literatura, para comenzar a considerar otros planos de realidad, en este caso el arte contemporáneo (¿por qué ahora el contemporáneo? ¿y el resto?).
Como es de esperar en este escritor las referencias literarias son numerosas, si bien en este último libro se ha comedido bastante a la hora de transcribir citas (¿se hace viejo? ¿se le están acabando las citas?). No obstante veremos aparecer y reaparecer por estas líneas un pasaje chino de Kafka (Regreso al hogar, de 1923 "en el fondo era un chino que volvía (a) su hogar"), un extracto de una carta a Felice Bauer, a Walser y su paseo en globo aerostático y el final de El paseo ("me había levantado para irme a casa; porque ya era tarde, todo estaba oscuro"), y cobrarán presencia algunas películas como Living in a material world, de Scorsese, sobre George Harrison, Europa de Lars von Trier, El espíritu de la colmena de Erice (a través de La vida de las abejas de Maeterlinck), "un viejo film de Wenders", p. 165, Shanghái de Mikael Hafström (en los cines Gloria que tanto le recordaban a los de su niñez), p.296, y una interesante obra de Albert Serra que se proyectaba en uno de los cines de la ciudad, Los tres cerditos (Goethe, Hitler y Fassbinder), y cuya duración era de aproximadamente 200 horas -no 101 como escribe Vila-Matas- y que en realidad formaba parte de Documenta), y, cómo no, un buen número de libros, La cabeza de plástico de Vidal-Folch, La historia de la literatura bítica de Stanislaw Lem, alguna alusión a Borges ("Yo, que tantos hombres había sido (pensé parodiando a Borges)") y al relato que abre El Aleph, cuando, acerca de un brillo crepuscular -¿influencia proustiana -A la rechereche también es mencionada, p.153-?-, dice recordar a los filósofos de la escuela de Tlön y su teoría de la vida como un recuerdo, La sinagoga de los iconoclastas de Rodolfo Wilcock, una mención a Lichtenberg (-casualmente recientemente editado por su amigo Juan Villoro, El arte de no terminar nada- sin cuyos escritos "se hablaría de cosas muy diversas entre las seis y las siete de cierta tarde alemana del año 2773", p.261), los libros que lleva a Kassel en la maleta (una de las decisiones más delicadas e importantes de todo viajero, la elección de la literatura para el viaje), Viaje a la Alcarria de Cela (hay voces que recomiendan llevarse algo que no esté relacionado con el destino) y Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán de Safranski, un título que enseguida anoté para comprarlo.
Las obras de arte que recorre el narrador en la Feria van desde This variation de Sehgal, un salón de baile sumido en la oscuridad, y que supondrá un enclave sobre el que pendulará la existencia kasselana de Vila-Matas, hasta Untilled de Huyghe (quien cita apócrifamente a Roussel, "El mejor lugar para viajar es el cuarto propio", respaldando la idea de la cabaña para pensar y que remitía -no sé si Vila-Matas lo ignoraba- a Fernando Pessoa y su Libro del desasosiego), una montaña de detritus y humus custodiado por un perro con pata rosada y que servirá para que el narrador viva una experiencia trasnochada y existencial en el último tercio de la novela, pasando por Study for strings de Susan Philipsz -con música de Pavel Haas, compositor checo asesinado en un campo de concentración durante la segunda guerra mundial-, Sleeping sickness de Pratchaya Phinthong, The Brain  -en la plaza del Fridericianum y realizada por una de las comisarias de la Feria, Carolyn Christov-Bakargiev (precisamente la reflexión vilamatiana sobre el arte contemporáneo comienza ante un frasco de perfume de Eva Braun)-, Invisible pull, de Ryan Gander, una corriente de aire que originará una inquietante idea acerca del impulso no newtoniano, Doing Nothing Garden de Song Dong, Sanatorium de Pedro Reyes (del que se "escapará" un personaje curioso, Serra, y que entablará conversación con el narrador en el chino), Forest (for a thousand years) de Janet Cardiff y George Bures Miller, en el que se recrea el sonido del bombardeo sufrido por Kassel en la guerra y que asoló el noventa por ciento de la ciudad, The last season of the avant-Gards de Bastian Schneider, con los famosos versos de Martinus von Biberach ("Vengo de no sé dónde, soy no sé quién, muero no sé cuándo, voy a no sé dónde, me asombro de estar tan alegre"), Tenattempts-foronesculpture de Rosemarie Trockel, Sacfford de Sam Durant, la fuente recreada de Horst Hoheiser, Fatigues de Tacita Dean -a base de dibujos ejecutados sobre pizarras verdes del Hindú Kush y del río Kabul, la única obra gráfica de la muestra y una de las de mayor éxito popular (el narrador piensa en la imposibilidad de que un artista exhiba un cuadro, "un simple cuadro" -como si los cuadros fueran simples- en esta feria)- Artaud´s cave de Javier Téllez, Momentary monument IV de Lara Favaretto, montones de chatarra, The refusal of time de William Kentridge, One page of Babaouo de António Jobim, el reloj oblicuo (Clocked perspective) de Anri Sala.
La acuciante idea de que le queda poco tiempo -interpreta en la mirada de la ayudante de la dirección, María Boston (todo el personal de la Documenta lo componen personajes femeninos, María Boston, las comisarias Chus Martínez y Carolyn Christov, Pim Durán, Alka, la croata risueña, hasta una singular voceadora con quien se cruza varias veces nuestro protagonista) cierta compasión-, unida a la melancolía que le asalta tarde y noche ("desde hacía siete años, solía sentirme feliz por las mañanas y por las tardes, en cambio, me entraba con puntualidad una angustia fuerte que me llevaba a pensar en panoramas negros y horribles y que hacía absolutamente recomendable que no saliera de noche", y también, "la angustia y la melancolía avanzaban inexorables", p. 158 -una idea, la del horror de la noche, que desarrollaron los filósofos románticos como cuenta Safranski -un autor que no es desconocido para Vila-Matas, como se ha visto- en Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía (Bonaventura en su parodia del romanticismo: "La noches es serena y casi horrible"), punto de la novela que el catalán -quien hace, por cierto, tímidas pero valientes incursiones acerca de la cuestión catalana- podía haber aprovechado para citar unos versos del propio Schopenhauer: "Pero ninguna claridad, ni un débil rayo/ podía atravesar la oscuridad profunda,/como si no pudiese disiparla ningún sol,/estaba allí, tan firme e impenetrable,/que creí que no había día por llegar:/entonces me envolvió una gran angustia,/y me sentí sobrecogido, abandonado y solo"-) y que combate con pastillas de medicina alternativa, contrasta con la, primero, incredulidad hacia el arte moderno, y luego, convicción -en una casi repentina afiliación- de que el arte pasa como la vida , es alegre -le proporciona una entusiástica sensación que se prolongará durante los días de su estancia en Kassel, superando las expectativas iniciales ("desde que había llegado a la ciudad sentía que se había apoderado de mí una fuerza invisible que me llevaba a encontrarlo todo apasionante", p. 212), había ido, se dijo, sólo para pensar-, necesario, vanguardista (y es que el narrador ha perdido la fe en la vanguardia literaria, "lo vanguardístico había perdido peso, por no decir que probablemente se había extinguido, aunque podían quedar algunos proyectos poéticos todavía de interés" -y me acordé de aquel africano, Chirikure Chirikure, que coincidiera con Cartarescu en un festival de poesía (y también caí en la cuenta de que algún porcentaje de responsabilidad en el estancamiento de la vanguardia literaria debía tener Vila-Matas)-), ..., son algunos de los temas que recorre -también el reencuentro con el primer cuento leído, Daumesdick, de los hermanos Grimm, escrito en Kassel-,  la trama de la narración -al autor no le preocupa mantener un ritmo, una estructura, una expectación, un desenlace, un desarrollo de los personajes o de la historia, en lo que él denomina "reportaje novelado sobre mi participación en Documenta" -una "novela" cuyo eje, según el narrador, es, como en el resto de sus libros, el recorrido, "un escritor que viaja y escribe su desplazamiento", y nos preguntamos, ¿es esto suficiente para justificar un libro? pero también ¿no es esto lo único que justifica un libro?, y, a vueltas con el tema esencial de la literatura de entretenimiento, ¿qué hay de ficción y qué de realidad? -en una entrevista en Buenos Aires Vila-Matas dice que no es una novela, que es lo que dice el personaje que es, es decir, un reportaje novelado, pero ¿por qué novelado -y por qué creer a un personaje-? ¿por qué no escribir simplemente un libro sobre la Documenta 13 o el arte contemporáneo en general? Supongo que Vila-Matas tiene muy presente aquello que le dijera Gala a Dalí y que éste le contara en 1978 en Cadaqués (una anécdota que ya leímos en El viajero más lento), y que decía que si lo contado por Dalí en El mito trágico de El Angelus de Millet resultaba verdad era genial pero que si no, entonces era mucho más genial (la literatura como trampantojo, un tema que ya comenté -con más pena que acierto- en la reseña de El mago de Viena de Pitol).
Hay varios momentos que apuntan al título de la novela (The illogic of Kassel en la edición anglosajona, Impressions de Kassel en la francesa), en la página 94: "Nada era descartable en un lugar como Kassel, que, al abrir sus puertas a las ideas de la vanguardia, estaba rechazando implícitamente cualquier invitación a la lógica"; y en la página 250: "era perfecto jugar a algo tan ilógico en una ciudad como Kassel, que no invitaba a la lógica", para luego descubrir que la idea procede de Italo Calvino: "Sin embargo no hay que perder de vista que Turín invita a la lógica, que abre el camino a la locura", y esta relación entre arte, vanguardia y locura centra algunos de los pensamientos del narrador e ilustrada en la joven voceadora.
No falta la concitación de amistades literarias como Sergio Pitol y Raúl Escari -si uno busca en internet a Escari los enlaces remiten a a Vila-Matas (hojeando París no acaba nunca de 2003 encuentro un capítulo en el que aparece Escari, a propósito de la unidad del libro y las disquisiciones del narrador)-, protagonistas de un sueño bajo la lluvia por unos callejones, y que termina con Sergio escribiendo una poesía de álgebra desconocida sobre pizarras verdes (como sucede con todos los sueños de la literatura mundial uno siempre recela de la autenticidad de dicho sueño, y es que un sueño inventado no tiene ningún interés -si bien para Woody Allen tampoco tenían interés los no inventados-); también asoma Mario Bellatín, quien le avisa de los peligros que le esperan en el Dschingis Khan de Kassel.
El libro termina siendo, y esto hay que verlo como un éxito, lo que Vila-Matas pretendía, un libro de viajes al centro del arte contemporáneo, una reflexión sobre el arte moderno -también un viaje al despertar de la sensibilidad hacia el arte contemporáneo- y sobre la vanguardia en general  ("¿no ha sido en el fondo la vanguardia una necesidad de hacer tabla rasa de todo y volver a la opacidad de los orígenes?", p.146), una actitud, la de encarar lo novedoso, por cierto, que Vila-Matas, a pesar de que "sin la fascinación por lo nuevo no podía vivir", p. 168, no adopta en la redacción de este texto, algo tan paradójico como esperado, por otro lado.

Primer capítulo de Kassel no invita a la lógica
Entrevista en Buenos Aires
Conversación sobre Robert Walser en Madrid
El cantante finlandés M.A. Numminen destrozando el Tractatus de Wittgenstein
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