domingo, 19 de octubre de 2014

THOMAS BERNHARD-UN ENCUENTRO

Conversaciones con Krista Fleischmann.
Traducción de Miguel Sáenz.

"Mi encuentro con Thomas Bernhard marcó mi vida y mi trabajo". Con estas palabras comenzaba el prólogo a las tres conversaciones que Krista Fleischmann mantuvo con el autor austriaco los años 1981 en Mallorca, 1984 en Viena y 1986 en Madrid (texto en inglés), y que fueran grabadas por un equipo de televisión para la edición de los documentales Die Ursache bin ich selbst en Madrid y Monologe auf Mallorca.
Thomas Bernhard hablaba sobre la carencia del paisaje en su obra ("nunca he descrito un paisaje. Tampoco me ha interesado nunca"), sobre su extraordinaria capacidad para recordar los sueños e incluso para controlarlos ("puedo decidir si quiero proseguir el sueño o no") y la posible influencia de estos en su obra (básicamente ninguna, al menos "no de manera consciente"), del psicoanálisis ("todo es un engaño gigantesco", así que poco importaba que lo engañaran a uno también con el psicoanálisis -al menos se pasaba el rato recordando sueños (también servía para que Woody Allen rodara varias películas, pensé), me dije-), Freud ("Considero a Freud sólo un buen escritor... extraordinario, grandioso" -hacía un tiempo quise leer a Freud, escogí algo sobre la angustia y recuerdo que fue una experiencia más literaria que científica-), durante un rato hacía creer a Fleischmann que creía en el Cielo hasta que esta se daba cuenta de la broma (¿el hombre necesita algo en lo que creer? "al fin y al cabo todo el mundo cree  que le darán la pensión mínima por lo menos"), sobre preguntas idiotas ("no hay preguntas idiotas, sólo respuestas idiotas" ("No hay preguntas indiscretas, sólo algunas respuestas lo son", decía Clin Eastwood en La muerte tenía un precio, ¿o era Humphery Bogart en Casablanca?) -Nota: en el capítulo 2 de Las bellas extranjeras Mircea Cartarescu narraba lo delirante que podía llegar a ser la concesión de una entrevista: "Huyo de las entrevistas y de las cámaras como el diablo del incienso. Habitualmente todo empieza con una llamada de teléfono móvil y la voz sensual, irresistible de una joven lánguida que soñaba contigo desde niña (...) Desde  el instante mismo en que acepto sé lo que va a suceder al día siguiente, pues es lo que sucede siempre: en vez de una señorita nerviosa, me encuentro en la puerta a un individuo peludo, con la camisa desabrochada hasta el ombligo, muerto de aburrimiento, que aguanta lo justo antes de preguntarme por lo único que de mi naturaleza literaria le interesa: cuánto me han pagado por "¿Por qué nos gustan las mujeres?", cuál es la marca de mi coche, si me da miedo el número trece, y si prefiero la cocina italiana"..etc-), la rutina diaria (trabajo de cinco a nueve de la mañana, café, no hacer nada, comida copiosa ("tanto como puedo"), trabajo de cuatro a siete, paseo, cena, televisión (si era en español mejor, se imaginaba que decían algo interesante -me pasaba igual en el extranjero, ¡en Viena!, me gustaba poner el telediario, ver imágenes de la ciudad, intuir las noticias, luego ver una película clásica sin enterarme muy bien de la trama ni de los diálogos,...), ¿necesitaba lo desagradable para escribir? "escribo sólo porque hay muchas cosas desagradables" -lo desagradable era muy inspirador, lo amable, menos-, su condición de escritor negativo (más adelante diría: "Negativo lo es todo, no hay nada positivo"), también lírico y exaltado (el subtítulo de Tala era "una excitación"), del material jocoso, "Yo mismo me río con ganas, pienso, bueno, es para partirse de risa." ("Si se lee Helada, por ejemplo, ya desde el principio doy continuamente materia cómica" -No recordaba yo aquella primera novela de Bernhard como especialmente cómica, cogí el libro y elegí un párrafo al azar, p.215: "Tengo compasión de esa tragedia, de esa comedia; no tengo compasión de esa tragedia, comedia, de esa tragicomedia, inventada por mí solo, de esas sombras inventadas por mí solo, de esos tormentos de sombras, de esos tormentos sombríos, de esa tristeza infinita..." -¿material cómico?, a lo mejor había dado con uno de los pasajes serios: "Lo serio es el aglutinante del programa cómico (...) se puede decir que se trata de  de un programa cómico filosófico que de algún modo inauguré hace veinte años"), para Bernhard grandes filósofos eran demencialmente cómicos, Kant, Schopenhauer, Pascal ("No tengo parientes, le he dicho una y otra vez, sólo tengo parientes intelectuales, los filósofos muertos son mis parientes", decía Rudolf en Hormigón), se hablaba de su nacimiento -circunstancial- en un pueblecito holandés, Heerlen (donde "todas las casas están torcidas, pero las cortinas cuelgan todas derechas" -Nota: un cuadro torcido en Decálogo 8 de Kieslowski simbolizaba el devenir incierto de un recuerdo, quizá la persistencia de un malentendido, de algo que no encajaba-, "en un convento para muchachas caídas" ("quizás el convento también estaba torcido"), este hecho se narraba en Un niño ("Durante un año mi madre no se atrevió a comunicar mi nacimiento a mis abuelos en Viena (...) Mi padre no me reconoció nunca. La posibilidad de dejarme en el convento cercano de Heerlen fue sólo breve, y mi madre tuvo que recogerme, con un pequeño cesto de ropa prestado por su amiga, y volver conmigo a Rotterdam"), también en Mis Premios se contaba una anécdota sobre esto, en la entrega del Premio Nacional Austríaco de literatura de 1967, "lo que me hirió profundamente fue la manifestación del ministro de que yo, y lo recuerdo literalmente, era un extranjero nacido en Herleen, que sin embargo llevaba algún tiempo viviendo con nosotros", se hablaba del lujo, de que el idioma español le resultaba agradable al oído, de los ingleses y los prejuicios ("Sólo hay prejuicios. Mis juicios sólo pueden ser prejuicios" -yo tenía en alta estima los prejuicios, sin prejuicios era imposible sobrevivir (aunque esto pudiera ser asimismo un prejuicio)-), también todo era exagerado ("Cuando se dice algo es ya una exageración. Aunque sólo se diga: no quiero exagerar, eso es ya una exageración. Esa frase es incontrovertible" (Nota: también eso era una exageración -y esto, etc...-)), sobre la inconveniencia de quedarse tumbado en la cama ("hay que levantarse enseguida porque si no, se tienen pensamientos estúpidos... Psicológicamente es muy malo quedarse echado (porque surge de algún modo de aburrimiento)" -pues levantarse no te digo ya), tras algunos juegos de palabras Bernhard decía algo interesante sobre una cuestión que generalmente los creadores solían eludir: "Se puede escribir la palabra amor, pero no se puede describir el amor... Todo amor bordea siempre lo cursi..." -Amelie Nothomb reflexionaba sobre la teoría de Schopenhauer -ese filósofo demencialmente cómico-, en Ni de Eva ni de Adán: "Schopenhauer ve en el amor una artimaña del instinto de procreación; no tengo palabras para expresar el horror que me inspira semejante teoría" (aparte, me encantaba su idea "La falta de humor del amor es notoria"), la simpática escritora belga hacía un retrato interesante del amor -o lo que fuera- en aquella novela autobiográfica-, de la corrupción política, del nivel de criminalidad en Austria, del Papa (hablaba de la vivienda del Papa en Castel Gandolfo, de la casa del carpintero adjunta (¿el Papa tenía un carpintero personal que vivía en una casa adjunta?), de los calzoncillos del Papa que pudo ver, secándose al aire, hasta la inevitable pregunta que todos nos habíamos hecho alguna vez -sic-: "Me gustaría se Papa, me gustaría mucho. Pero me temo no poder ser Papa ya en esta vida", Tomás I, en cualquier caso. Bernhard reconocía no tener un papel protagonista en el teatro del mundo ("no aparezco"), y aparecía su vena misógina: "En realidad, el gran teatro del mundo es muy hermoso. Pero en realidad no es una obra para mujeres, eso es lo terrible... Por lo general ellas sólo aparecen en segundo plano" (en realidad no eran muchos los personajes femeninos de sus novelas, y estos solían tener una reducida participación en la trama, por ejemplo la señora Konrad, paralítica en La calera, La Persa en, la Kienesberger en Hormigón...), su idea de la infancia: "Los adultos viven sólo lo imaginario, mientras que los niños viven de verdad, esa es la diferencia" (Nota: John Berger citaba a Brancusi en Fama y soledad de Picasso, cuando dejabas de ser niño ya estabas muerto; en el libro monográfico de Christopher Frayling sobre Sergio Leone el capítulo sobre La muerte tenía un precio se abría precisamente -la vi estos días (y me preguntaba qué opinaría Bernhard de ella, de otras películas, del cine en general -¿a qué demonios dedicó Fleischmann sus encuentros con Bernhard?-)- con una cita de Freud, un párrafo de Sobre el narcisismo, una introducción (por cierto, una forma de apostillar el título muy  típico de las novelas de Bernhard, como se verá más adelante), y que aludía al encantador narcisismo del niño, mencionando a criminales y humoristas literarios representados con un egotismo quizá envidiable -me pareció curioso que incluyera en el mismo grupo a unos y a otros (¿y aquí habría que incluir a los escritores (Bernhard era un autor cómico -hasta sus suicidas tenían algo de ridículos-)? ¿y a los cineastas como Leone -algunas de sus escenas también contenían un rebuscado sentido del humor (desde lo exagerado, desde lo criminal)-?)-), y ese imaginario -del adulto- era la literatura ("las personas de más de veinte años viven únicamente de la literatura, en realidad no viven ya de la realidad" (qué iluso, las personas de más de veinte años viven únicamente de la tele y del móvil (los menores de veinte años, también)) -en mi defensa de lector compulsivo citaré a Sampedro quien decía que leer era vivir la vida propia y la de los demás, pero sonaba tan cursi que lo desestimé y decidí no leer nunca más...-), Bernhard se cansaba de decir ocurrencias -ya era hora, debió pensar Fleischmann-: "Con usted quisiera hablar alguna vez de algo serio" (le decía, pero no sabíamos si estaba de broma), la muerte ("Cuando estás en casa, estás muerto", decía Pascal, decía Bernhard -y si además de estar en casa estás leyendo ya ni te cuento ("l´ennui (el hastío) de quedarse en casa", lo llamaba Charles Burney en su Viaje musical por Francia e Italia en el siglo XVIII-), la verdad (¿no hay verdad ni mentira?: "Se pueden intercambiar, tiene usted toda la razón de calificar una verdad de mentira y toda la razón al calificar una mentira de verdad" -lo que podía ser a su vez verdad o mentira ("Y qué distinto aparecerá todo cuando lo lea en lo que aquí cuento. Todo totalmente distinto. Porque lo anotado no es exacto (...) Siempre será, en el mejor de los casos, menos falso. Distinto.por consiguiente, no verdadero", se leía en Helada)-), es tal el desatino de entrevista que hasta Bernhard se daba cuenta de ello, "¿Quiere oír algo serio? Usted oye que no paro de decir cosas todo el tiempo, pero lo que digo ni yo mismo lo sé. Pregunte a cualquiera si sabe qué dice" -ni siquiera el que preguntaba sabía qué estaba preguntando-.
"La inteligencia sólo vale cuando se convierte en palabra" -los pensamientos dentro del cerebro no sirven para nada (¡tengo decenas de ellos -absurdos, eso sí-! allí, esperando, ¿a qué?) ("Escribir convoca un importante segmento del cuerpo: constituye una aplicación física del pensamiento", escribía Amélie Nothomb en Viaje de invierno).
Sobre las últimas palabras de Goethe (escribió un relato con ese tema, La muerte de Goethe): "Aunque yo estoy convencido de que no dijo mehr Licht (más luz), sino mehr nicht (no más), porque estaba harto" (según Bernhard se tergiversaron las auténticas palabras para evitar lo que equivaldría a un suicidio).
"El teatro impreso no vale mucho. Una falsificación" -las ideas sin imprimir no sirven para nada, el teatro impreso es una falsificación, las traducciones son cadáveres...
Viena. Tala.
Después de la entrevista, con motivo de la aparición del libro
"El 28 de agosto de 1984 , el libro fue secuestrado en Austria por la policía, en cumplimiento de una resolución judicial". Algunas personas se sintieron ofendidas por figurar en la novela y consiguieron retirarlo de la circulación (a esta decisión ayudaban algunos pasajes como: "Después de haber lanzado su espantosa comida hacia la puerta de la cocina y haberse recostado en su asiento y haber sacado la lengua a su mujer y haberse producido un silencio, dijo de pronto: Strindberg no me gusta nada" -sobre los Auersberger (durante la cena que daban los Auersberger en la casa de los Auersberger), y no sabía yo qué le habría molestado más a los Auersberger, que Bernhard contara lo que había hecho Auersberger con la comida de la señora Auersberger o lo que había dicho Auersberger de Strindberg-.
Bernhard sabía que describía situaciones y personajes que podían herir a personas de la vida real pero eso no le amedrentaba (como sí afectara a David Foster Wallace hasta el punto de hacerle renunciar a determinado género literario -ver Conversaciones con David Foster Wallace-): "Un timorato o alguien que se deje convencer no podrá escribir ningún libro, como no sea un libro lamentable" -bueno, siempre podrá arreglarlo una "buena" traducción-. Cuando el musicólogo inglés Charles Burney visitó a Voltaire en Ginebra le dijo respecto a los escritores Gray y Mason, a los que el francés parecía desdeñar, que "esta circunstancia se debía en buena parte a la malevolencia de nuestros periódicos, que, aunque hechos con esmero, no siempre son bienintencionados, pues a menudo condenan al silencio a aquellos que, pese a tener talento, son de natural modestos, mientras que los desvergonzados triunfan y, si reciben algún picotazo de la crítica, se quedan tan tranquilos", según traducción de Ramón Andrés.
El subtítulo de Tala (un título metafórico, ¿el narrador cortaba cabezas burguesas?), "una excitación"..."el estilo del libro es también un tanto excitado, musicalmente hablando; por razón del contenido no se escribe algo así con tranquilidad sino en un estado de cierta excitación" -todo Bernhard parecía escrito bajo ese efecto-.
Para Bernhard, Viena era única y a la vez la más horrible de las ciudades ("Viena es una horrible máquina de aniquilar genios, pensaba en mi sillón de orejas, un espantoso centro de destrucción de talentos", leíamos en Tala (tampoco salía muy bien parada la ciudad de su infancia, Salzburgo, en otro de sus libros: "Esa ciudad fue siempre para mí solo una ciudad que me atormentó", "suelo de muerte, no sólo para mí mortal")), una ciudad, Viena, odiada y venerada por igual ("Pero para decir la verdad, debo sin embargo a la ciudad de Viena el haber llegado a la música, de la forma más ideal, tengo que decir. Por mucho que desprecie y maldiga esa ciudad y por muy repulsiva que me haya sido siempre la mayor parte del tiempo, le debo en definitiva el acceso a nuestros compositores, a Beethoven, a Mozart,..."), lo que no era, de ninguna manera, una contradicción, o sí, "un libro sólo existe a partir  de sus contradicciones" -un individuo sólo existía a partir de sus contradicciones, me decía, en eso la literatura de Bernhard era tremendamente fiel al sino del ser humano ("Voy a reconocer aquí que me encantaría terminar asentándome en Viena", escribía Cartarescu en Las bellas). Era este sentimiento hostil extensible a toda Austria. Así, en el relato Ardía. Relato de un viaje para un amigo de otro tiempo, leíamos: "He soñado con Austria con tal intensidad porque he huido de ella, de Austria como el país más odioso y más ridículo del mundo. Todo lo que la gente ha encontrado siempre hermoso y admirable en ese país no era ya más que odioso y ridículo, siempre sólo repulsivo, y no encontraba un solo punto en esa Austria que fuera siquiera aceptable." -Aviso a los editores de guías de turismo de Viena: no incluir este pasaje.-
Su relación con otros escritores -famosa era su contienda con Elias Canetti (según cuenta Ignacio Echevarría en su artículo Elias Canetti y Thomas Bernhard: una confrontación, Bernhard aludía a Canetti como "el agente de aforismos de la actualidad", le reconocía alguna muestra de talento, cuarenta años atrás con Auto de fe, pero que ahora era una especie de pequeño Schopenhauer y Kant de poca monta, etc..., palabras que se produjeron tras un velado ataque de Canetti a Bernhard, cuando en una conferencia en Múnich habló de esos que habían escrito libros amargos y muy inteligentes y que escribían siempre el mismo libro- no era corporativista: "Yo no pertenezco a los escritores, y nunca me he sentido  tampoco como tal". La independencia, es decir, la necesidad del escritor de no estar subvencionado por el estado, era fundamental: "Sólo quien es de veras independiente puede realmente, en el fondo, escribir bien. Porque cuando uno depende de lo que sea, se nota en cada una de sus frases. La dependencia paraliza  cada frase que se escribe" (lo que no quería decir que todo escritor independiente fuera buen escritor).
Madrid. Escenarios de la literatura mundial.
No hay por qué escribir cosas bellas: "si es un buen escritor, prefiere escribir lo que es necesario para él y también para los otros. Para eso no necesita reflexionar mucho".
No sabía -como siempre- enfocar este comentario. ¿Volver a concitar las virtudes y defectos del género -de ser el conversacional un género-? No, por favor, otra vez no. ¿Hacer un análisis de las conversaciones? Imposible, no estaban destinadas a sufrir un análisis. Algunas respuestas eran inspiradas, aunque a veces se intuía cierta impostura (demasiado bernhardiano hasta para Bernhard, pensaba).
Krista Fleischmann: rara vez ha descrito lo bello (insistía).
Thomas Bernhard: "Eso es lo bello de mis libros, que no se describe en absoluto lo bello, y por eso surge por sí mismo. Y, en el caso de los que sólo describen cosas bellas, los libros son todo feos y horribles. Así veo yo la literatura".
KF: Una vez escribió: Cada frase que se piensa, se dice o se escribe, es al mismo tiempo verdadera  no verdadera (insistía).
TB: "Eso ocurre con todo."
KF: Si recuerda cómo empezó a escribir.
TB: "No quiero recordar nada. Porque no conduce a nada tratar de recordar".
KF: ¿Tiene una idea de lo que puede pasar?
TB: "Se tienen tantas ideas que no se ve nada, es un perfecto caos, eso se sabe también".
Traducciones.
"Un libro traducido es como un cadáver (no tiene nada que ver con lo que uno escribe, porque es un libro de quien lo ha traducido) (...) la verdad es que los traductores son algo horrible (...) ¿por qué traduce alguien? debería escribir sus propias cosas ,¿no? traducir es un trabajo horrible, de criado". (Recordemos que estas eran palabras traducidas -por el mismo Miguel Sáenz-, entonces, ¿debíamos dudar también de su significado? ¿En realidad era Sáenz quien defendía esta idea? Era un callejón sin salida.) Esta postura de Bernhard nos conducía a una reflexión. Según él los traductores escribían cadáveres, cadáveres que habían escrito ellos mismos, que no tenían nada que ver con el original (por un momento pensé en una analogía musical, ¿así como la interpretación de una obra musical era la traducción de un puñado de garabatos en un papel? ¿Debían entonces los intérpretes abandonar la interpretación y dedicarse a la composición, en cuyo caso, quién interpretaría sus obras -cualquier obra-? -"una partitura conmueve más cuando se interpreta que cuando se lee", Nothomb (ingenuamente) en Viaje de invierno-), entonces, ¿qué impediría a Miguel Sáenz, por ejemplo, presentar cualesquiera de sus traducciones de Bernhard como textos originales? Es cierto que la fonética, el ritmo, la poesía del idioma era prácticamente intraducible ("¡La poesía no es nada! La poesía, tal y como usted la entiende, no es nada", le decía le pintor Strauch al narrador de Helada), por no hablar de otros aspectos que conllevaba y que no tenían que ver con el lenguaje en sí como la cuestión cultural, social, ..., todo aquello que explicaba el profesor de literatura de una de los capítulos del decálogo de Kieslowski, pero por otro lado, si Konrad mataba a su señora en la novela original de Bernhard también la mataba en la traducción de Miguel Sáenz, y si Wertheimer decía en El malogrado que "El ser humano es la infelicidad", la traducción diría eso mismo, con otro sonido, más o menos lírico, pero la idea era la misma, es decir, en cuanto a ideas y argumento las novelas quedaban intactas (a no ser que las tradujera la señora de Lyon que traducía al francés a Cartarescu, claro, en cuyo caso el resultado sería imprevisible), por eso pensaba que la postura de Bernhard era exagerada -como en todo, y puede que acertadamente, a fin de cuentas-. Al escritor le gustaba la traducción del título de Trastorno: "Sólo el título me gusta: Trastorno suena muy bien por Verstörung."
Como tenía un rato -no tenía nada que hacer el resto de mi vida- me dediqué a comparar los títulos originales con las traducciones al español de las novelas de Bernhard. Había algunos que eran idénticos al alemán como los relatos Watten (un juego de cartas), Amras, Ungenach y Midland en Stilfs (lugares). Algunas novelas eran traducciones literales como El italiano (Der Italiener) -en realidad un guión de cine-, El sobrino de Wittgenstein (Wittgenstein Neffe, en español se añadía un subtítulo inexistente en el original, Una amistad), La calera (Das Kalkwerk), Corrección (Korrektur), Hormigón (Beton), o Helada (Frost, hay que reconocer que la sonoridad de Frost superaba en mucho a la de la versión española, y en general todos los títulos en alemán resultaban más impactantes, un idioma que sospechaba ideal para la narrativa del austríaco), sólo existía un título, el de la colección de relatos El imitador de voces, que sonaba mejor en español (a causa de cierto aire circense) que en el original, Der Stimmemimitator, y uno directo e igual de rotundo, (Ja). Luego estaban las novelas con subtítulos, por ejemplo, Extinción. Un desmoronamiento (Auslöschung. Ein Zerfall), En las alturas. Tentativas de salvamento, absurdo (In der Höhe. Rettungsversuch, Unsinnn), y los textos autobiográficas El origen. Una indicación (Die Ursache. Eine Andentung), El aliento. Una decisión (Der Atem (Eine Entscheidung) -subtítulo entre paréntesis en el original-), El frío. Un aislamiento (Die Kälte. Eine Isolation), El sótano. Un alejamiento (Der Keller. Eine Enziehung), la única sin subtítulo era Un niño (Ein kind). La traducción más curiosa era Los comebarato (Der Billigesser), pues Carlos Fortea (el resto de las traducciones eran de Miguel Sáenz) utilizaba un neologismo. Pero quizá fuera la traducción de El malogrado (Der Untergeher) -me refería al título de la novela, del texto de la misma mejor ni hablar-, la que más problemas pudo dar a Miguel Sáenz. Él mismo lo explicaba en el prólogo a la edición de 1989 de Círculo de lectores, tan sólo unos meses después del fallecimiento del autor: "En alemán se llama Der Untergeher, que quiere decir literalmente, "el que se hunde", "el que se va a pique"... El problema de traducción era que, por su utilización repetida, hacía falta un sustantivo. El perdedor hubiera sido un buen título, pero demasiado yanqui; El zozobrador muy cortazariano, pero
demasiado raro... Le escribí a Bernhard proponiéndole distintas soluciones, y jamás me contestó... Al final lo llamé así, El malogrado, una palabra que tendrá resonancias especiales para quien conozca el español del judío tangerino (véase La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez o, más cerca, el título de este prólogo -Ah mi bueno, malogrado-).
No resulta plenamente satisfactorio, pero sí mejor que Le Naufragé francés o Il soccombente italiano."
(En cuanto a la manipulación por parte del traductor era muy significativa la anécdota que contaba Cartarescu en Las bellas extranjeras. Estando en París recibió un encargo para una revista, al no tener a mano el original de su relato El sueño (que terminaría siendo Nostalgia) echó mano de la versión francesa para retraducirla al rumano:"Para mi sorpresa me encontré, al final de la meticulosa retroversión, con otra historia, algo fantástico que mi pobre mente no habría sido nunca capaz. Faltaban frases enteras del original que tal vez no le habían gustado a la traductora. En cambio, una profusión de nuevos e interesantes pasajes se extendía de forma laberíntica por toda la historia...")
Thomas Bernhard en una corrida de toros. "Es, naturalmente, como cualquier teatro, ¿no? Prescindiendo de que es abyecto. Pero muy elegante y, como cualquier cosa muy elegante, naturalmente, en el fondo, infernal."
Recuerdos de adolescente con su abuelo. "La ópera es lo más horrible y antinatural que hay en el mundo", le dijo.
En general, el libro de Fleischmann/Bernhard parecía desaprovechado -la mitad del tiempo Bernhard no hablaba en serio-, la periodista no terminaba de llevar el encuentro a un tema interesante (las preguntas se anunciaban improvisadas, caprichosas, superficiales), no profundizaba en la obra del escritor ni en su mundo personal ni cotidiano -ni el autor daba pie a ello, refugiado en su coraza sarcástica-. En definitiva, era un interesante documento por su excepcionalidad -donde el tono narrativo característico de Bernhard aparecía solo ocasionalmente- (quizá el documental quedara mejor -a Bernhard le gustó mucho-) pero que decepcionaba a quien esperara algo más metódico o filosófico o literario o ensayístico (tener delante a un genio de la literatura y preguntarle si le hubiera gustado ser Papa era una pérdida de tiempo -aunque resultara gracioso-, y más sabiendo las pocas entrevistas que concedía el autor de Extinción). Algún crítico, como Molinuevo en su comentario de el cultural, se manifestaba también en este sentido.
Epílogo. El fin de Bernhard. Poco antes de su muerte, Bernhard pasó un tiempo -¿días?- en Torremolinos, una población que dista apenas doce kilómetros de mi casa en Málaga (esta idea me daba escalofríos). Cuenta Fleischmann que semanas más tarde del estreno de Heldenplatz recibió "una llamada desde Torremolinos: "¡Venga, por favor! Si quiere, con su equipo, haremos mi necrológica". No pudimos ya. Thomas Bernhard murió el 12 de febrero de 1989 en su piso de Gmunden".
Miguel Sáenz relataba en esta interesante entrevista su fallido encuentro -llevaba años intentándolo- con Bernhard y que debía tener lugar en Torremolinos en las mismas fechas que decía Fleischmann.



Ficha de Thomas Bernhard.Un encuentro.












Citas extraídas de:
Las bellas extranjeras de Mircea Cartarescu
Helada de Thomas Bernhard
Un niño de Thomas Bernhard
Tala de Thomas Bernhard
Viaje musical por Francia e Italia de Charles Burney
Viaje de invierno de Amélie Nothomb