martes, 26 de octubre de 2010

Libro de réquiems, de Mauricio Wiesenthal.



Mientras leía este libro de Wiesenthal empecé a ser consciente de la dificultad que entrañaría un comentario del mismo. Pensé en citar algunos pasajes, hacer algún comentario relacionado con ellos y dar una impresión general del libro y del autor.
Ya en el primer capítulo, Oración, Wiesenthal sienta las bases de sus intenciones:
"Este libro de réquiems es también, en cierta manera, un libro de memorias, porque, en sus páginas, he reunido a grandes y pequeños personajes que forman parte de mi vida".
Es cierto, a lo largo de los diferentes capítulos Wiesenthal escribe biografías, a su manera, de grandes personajes de la literatura y de la música, principalmente, como Goethe, Nietzsche, Zweig, Mozart, Beethoven, Casanova, lord Byron, Balzac, Oscar Wilde, Liszt, Chopin,...
Hay una frase en este primer capítulo que me gusta: "Pienso también que los encuentros y los azares van dando contenido a nuestra vida, más allá de nuestra propia voluntad y de nuestros deseos." No soy nada supersticioso, si es que la superstición tiene algo que ver con el azar, pero sí creo firmemente en el azar. A veces uno tropieza con los mismos objetos, músicas o personajes desde diferentes caminos. Son cosas que me parecen muy literarias y que gente como Paul Auster ha explotado en su narrativa. El problema de estas casualidades es que en ocasiones resultan tan fantásticas que no parecen reales sino más bien fruto de la imaginación.
Una pluma perdida en San Petersburgo. Cita con un condenado a muerte.
"En una biblioteca de San Petersburgo encontré un retrato de mi amigo muerto. No era trágico, como el terrible Cristo yacente que pintó Holbein y que a él tanto le impresionaba. Se había quedado inmóvil, arrebatado por el trance, cuando vio en el Museo de Basilea aquel rostro desencajado. Prefiero a Dostoievski muerto, porque el Cristo de Holbein parece un pobre epiléptico en el paroxismo de su sufrimiento." He escogido este trozo porque de alguna manera estoy topándome con el Cristo de Holbein en varias referencias bibliográficas. Lo curioso es que desconozco esa pintura de Holbein, un autor al que venero, sobre todo desde que pude ver en persona sus Embajadores de la National Gallery en Londres. Sé que se encuentra en Basilea. También sé que tarde o temprano iré a esa ciudad suiza a verlo, y también sé que intentaré frenar el impulso fatídico y fácil de ver una reproducción del cuadro con solo apretar un botón. Por otra parte me parece muy desafortunada la comparación del Cristo con el epiléptico cuando sabemos que epiléptico fue Dostoievski, es como si dijera, mira, el epiléptico no parece epiléptico pero sí lo parece el Cristo, ¿a qué viene eso?
Me gusta del libro de Wiesenthal cuando nos ofrece una visión más humana de los genios creadores. Es una buena ocasión también para que el propio Wiesenthal se suelte un poco y demuestre de lo que es capaz artísticamente -que es algo, yo al menos, al igual que muchos otros, soy incapaz de expresarme así.
"Perdido en San Petersburgo, sigo caminando hasta el monasterio de Alejandro Nevski, donde está enterrado mi amigo. Llevo en las manos un rosario de madera, acabado en una borla negra, que compré en la iglesia de Nuestra Señora de Vladimir, delante de la casa donde vivió Dostoievski. Le gustaba vivir cerca de las iglesias, para ver las cúpulas frente a su ventana. Y le gustaban las casas que hacen esquina, los relojes, los marcos barrocos, los cigarrillos que liaba parsimoniosamente con la mezcla de tabaco Laferne, que se vendía en unas cajitas ovaladas de metal, los iconos de la Virgen con su cubierta de plata, los muebles pesados, los paraguas, las siluetas de papel, los sombreros altos, los grabados de Rafael y las habitaciones grandes que no podía pagar."
- Una mujer como Coco Chanel. El Bar del Ritz.
No sé por qué el bar del Ritz es Bar con mayúscula pero así lo escribe Wiesenthal.
"El Bar del Ritz fue, para mi, el mejor refugio literario de París: alejado de los esnobs de la Rive Gauche y de los cantautores de la clerecía intelectual que se morían, en los años de mi juventud, por las cuevas y los cafés de Saint Germain. Nunca he sabido por qué las tardes del Flore y del Deux Magots se me daban tan mal. Se me amontonaban sobre el papel las comas, las barras y los guiones, como se le amontonaban los andiamos de la técnica a tantos ilustres genios de la literatura de nuestro tiempo."
Aquí Wiesenthal se revela contra esa grupe de intelectuales que tanto gustan a Vila-Matas y que se apoltronaban en los bares de la ribera izquierda del Sena, en el barrio latino, para escribir sus obrillas existencialistas. Es curioso cómo Wiesenthal parece hacer crítica de estos genios por su torpeza con las leyes gramaticales. ¿A quién le improtan las comas y los guiones, señor Wiesentahl? Lo importante, lo fundamental es lo que salga del cerebro del autor, no las convenciones técnicas. Siempre y cuando no contradigan el contenido del mensaje, claro, tampoco hay que desvariar en exceso.
- Pidiendo la fundación del Estado del Dolor. Réquiem por Stefan Zweig.
Pues sí, Zweig acabó en la ciudad brasileña de Petrópolis, ingiriendo una dosis de veronal suficiente como para mandarlo al otro mundo. Pero me quedo con un extracto melancólico y vienés:
"El Café Central -tan querido por Zweig- es el último de los grandes cafés vieneses que ha sobrevivido a todas las minas. En sus mesas se han escrito tantas cartas que es el único lugar que conoce todos los secretos de la vida vienesa: las historias de los poetas sin casa, los chismes de las pensiones, la literatura de las postales coloreadas (...) Las vidrieras de la cúpula del patio interior arrojan sobre las salas un reflejo irreal, una luz de acuario que me recuerda al mundo surrealista de Paul Klee: una atmósfera que confunde lo irreal y lo surreal, lo semoviente y lo estático, lo abierto y lo cerrado... con una música cadenciosa de lluvia sobre los cristales."
Cuando leo cosas relativas a los cafés de Viena no puedo dejar de pensar en Thomas Bernhard, en el café del Ambassador, leyendo sus periódicos hasta altas horas de la tarde. Yo quiero ser escritor maldito en mi país.
- Poema de amor en Rusia. Dos manos unidas en Iásnia Polaiana.
Con este título cursi abre Wiesenthal el capítulo dedicado a Tólstoi.
"Siempre le gustó vivir entre niños, hasta el punto que convirtió en escuela el pabellón más importante de Iásnaia Poliana, pintando los aulas de azul y de rosa. El mismo editaba los libros para los alumnos, con grandes caracteres de imprenta que se había traído de Bruselas."
A eso le llamó yo devoción por los libros.
- Réquiem por Casanova (Nota: he decidido dejar de transcribir los títulos de los capítulos, por relamidos.).
A priori era uno de los réquiems más interesantes, además Wiesenthal habría dispuesto de las memorias del personaje. Pensé que por algún lado saldría La amante de Bolzano de Márai, o al menos la ciudad de Bolzano, pero esperé en balde. Parece como si Wiesenthal estuviera reñido con autores contemporáneos, o al menos cuasi contemporáneos. Creo que el más reciente es Zweig, fallecido en 1942.
"Empolvado y antiguo, como una pieza de porcelana, Casanova se refugia en Bohemia, bajo la protección del conde de Waldstein, Tiene sesenta años cumplidos, y lo ha perdido todo, menos el espíritu: "Hay que despreciar la muerte -dice-, no la vida." Encerrado en la biblioteca del castillo de Dux escribe, una tras otra, las mejores páginas de su obra, trabaja durante trece horas diarias, con la fiebre creadora de un Balzac o de un Händel. Poco a poco, se va volviendo filósofo, como si la sabiduría fuese la última conquista de su amor."
Aquí patina Wiesenthal, su desliz seudo poético chirría, esa conquista de su amor. El amor no conquista, sino que es conquistado, y la sabiduría es lo opuesto al amor, señor Wiesenthal, no ha aprendido usted nada del personaje al que rinde homenaje.
Además observo que aquí podía haberse mencionado la sonata para piano número 21 de Beethoven, llamada Waldstein en honor al conde de Waldstein precisamente, y dado que a Wiesenthal le gusta eso de ir enredando personajes de unos y otros réquiems.
- Scherzo para Frederic Chopin.
Chopin, Geroge Sand, Valldemosa... y muy poca música en el capítulo de Chopin. Me quedo con el último párrafo, una hilación que podía haber estado mejor pero cuyo significado me parece muy poético.
"Le llevé un poco de musgo verde de la tumba de Pére Lachaise a un especialista en líquenes. "Algunas de estas especies -me dijo, después de estudiarlas- no son propias de París, sino de los húmedos bosques polacos."."
-Balzac.
Así comienza el réquiem por Balzac:
"A Honoré de Balzac me lo encontré, por primera vez, en una sala de subastas de París. El subastador anunció el lote que se ponía a la venta: "Espejo de pared Imperio, con marco de madera tallada y dorada al oro fino, decorado en relieve con adorno de flores y abejas."
-Venecia.
Uno de los réquiems está dedicado a la ciudad de los canales.
"Cuando Gustav Aschenbach, el protagonista de Muerte en Venecia, se dirige hacia el Lido, a bordo de una góndola, piensa en "silenciosas y criminales avetnuras... en la taciturna y suprema travesía de la muerte." El mismo Thomas Mann confiesa haber sentido esta extraña voluptuosidad, cuando llegó a Venecia en la primavera de 1911 para escribir su novela allí, en el Hotel des Bains, estaban, reunidos por el azar, los elementos de su obra: el mar, el joven Tadzio con sus ojos provocadores y la muerte. Mann ha utilizado todos los símbolos languidecentes de Venecia en esta novela morbosa y crepuscular: el pozo, el agua y la góndola. Especialmente la góndola aparece en sus páginas como una forma inquietante donde se acunan las sombras de la muerte."
Bueno, se le ha olvidado a Wiesenthal señalar a las ratas y la peste. Pienso en el Nosferatu de Herzog. Y en Isabelle Adjani.
- Beethoven.
Vamos a explotar un poco la sordera del genio. Recurriendo a tópicos.
"Stilleben, vida del silencio, llaman en alemán a esos bodegones que los españoles designan como "naturalezas muertas". Quizá la música de Beethoven debería ser llamada Música del silencio. "Siempre tenía aspecto grave; sus ojos, sumamente vivos, solían parecer soñadores a causa de la mirada un poco triste, forzada y dirigida hacia lo alto... Sus labios aparecían cerrados, pero el pliegue que los enmarcaba no era huraño. Sus pupilas tenían un color gris azulado y gran vivacidad. Cuando su pelo se agitaba tumultuosamente, tenía verdaderamente algo de osiánico y de demoníaco."
Me digo ¿qué demonios será "osiánico"? Me voy al Diccionario de la RAE: "Perteneciente o relativo a Osián, supuesto bardo escocés, y a las poesías que se le atribuyen." Me quedo igual.
"Así describe a Beethoven el pintor August Klöber". Lo cual evidencia dos cosas sobre Klöber: que era un malísimo compositor, pues no ha trascendido su nombre ni su obra, y que no escribía mal.
- Los libros como fetiches. Recuerdos de un bibliófilo.
"Creo que los títulos forman parte fundamental de los libros y me parece que Henry Milller tenía mucha razón cuando dijo que "hay libros que uno nunca leerá, por culpa de su título."
Esta idea es fascinante, pero si Wiesenthal cree en ella ¿por qué tituló a su libro Libro de los réquiems?
Wiesenthal propone cambios en algunos títulos como Estética de Hegel, al que llamaría Pasarela Hegel: rapados y tatuados como el rey de la jungla. ¿Es esto gracioso? ¿Es Wiesenthal un comediante? ¿No paro de reírme con su libro?
Llama la atención de algunos títulos memorables:
Dissertation of the coins of Carausius de John Kennedy, muerto en 1760. Supongo que se traducirá como Disertación de las monedas del "carajo" o algo así, para partirse.
Vida de Jesús en el vientre de su madre (1642), de Luigi Novarini. Y venga reír.
De la influencia de las colas de pescado en las ondulaciones del mar, de Ernest Ryer. Qué ocurrente.
Golf para gatos de Alan Coren, que compró en una subasta. Éste se lleva la palma.
Del poeta George Rodenbach apunta Brujas la muerta a la que un crítico contestó con una Brujas la viva. ¿Dónde estarán todas esas mentes ingeniosas en el mundo actual? ¿En la Real Academia de la Lengua?
Le recomendaría a Wiesenthal que leyera Melancolía de Földényi. Allí encontrará verdaderos títulos fascinantes de obras.
Me gustó esta parte: "Cuando voy a Brujas sigo hospedándome todavía en el Grand Hotel du Sablon y me gusta sentarme en su romántico patio interior, iluminado por las luces brumosas de su vidriera modernista y por una atmósfera decadente que guarda muchos recuerdos de mis poetas: Rodenbach, Zweig, Mallarmé, Verhaeren y del pobre Verlaine."
¿Cuánto tiempo se queda ahí sentado Wiesenthal pensando en sus poetas? ¿Diez minutos? ¿Once? A propósito ¿quién demonios conoce a Verhaeren? Ay, estos intelectuales.
-Mozart.
El capítulo sobre Mozart, uno de los más apasionantes y extensos está repleto de detalles reveladores muy interesantes. Se abre con una dramática narración de lo que está suponiendo el robo de una obra musical, de un Réquiem precisamente. Me gustó este capítulo.
Sin embargo voy a aprovechar la coyuntura par corregir a Wiesenthal:
"Wolfgang encuentra en Italia a su amigo de su misma edad: el joven Thomas Lindley, violinista prodigio, que asombra con su arte a la aristocracia florentina. Lindley morirá ahogado, pocos años más tarde. Y Mozart recordará siempre el día que se encontraron en casa de la poetisa C. y se despidieron, llorando como dos niños, después de haber tocado juntos un delicioso concierto."
Creo que Wiesenthal confunde a Thomas Lindley con Thomas Linley junior, el Mozart inglés, quien naciera realmente también en 1756, como el genio salzburgués y que nos ha dejado, pese a su juventud, obras tan notables como Song of Moses. Resulta curioso porque Wiesenthal se tira todo el capítulo llamando la atención a todos aquellos que se refieren a Mozart con un uso erróneo de su nombre, como Mozardt por ejemplo. Y resulta curioso porque él llama Lindley a Linley, lo cual no es un disparate pero sí es un error.
En resumidas cuentas es este un buen libro, bastante extenso, unas 700 páginas, de gran erudición, entretenido a veces (Wilde, Mozart, Goethe, Liszt...), otras no tanto (Lord Byron, relíos amorosos entre Nietzsche, Wagner, George Sand, cierto aire de autocomplacencia a veces insoportable, etc etc...), y que sobre todo nos hace cuestionar una interrogante fundamental relativa a la creación. Ésta es ¿qué aporta Wiesenthal a la literatura? Wiesenthal escribe bien, está muy documentado, pero su libro -escrito a lo largo de 30 años- no deja de ser un ejercicio, un ejercicio de conocimiento, de desarrollo, de estructura, de lenguaje si se quiere,... nada más. Nada más y nada menos, dirán algunos. Wiesenthal no es un creador, no es un artista, puede satisfacer a unos pero seguro que no a todos. Al comienzo Wiesenthal presume de la significación que tienen estos personajes en su vida pero acabamos de leer el libro y nos damos cuenta que no sabemos nada de Wiesenthal. En unas páginas de Oé o Bernhard conocemos mejor a estos autores que nunca conoceremos a Wiesenthal a través de estas 700 páginas. Más bien Wiesenthal parece un cronista, algo trasnochado -dada la lejanía de sus personajes-, y al que le falta algo esencial -y por lo que su obra no pasará de las librerías de ocasión-: la inquietud del genio.