sábado, 26 de febrero de 2011

Alicia en las ciudades, de Wim Wenders


Alice in den Städten.

Prosiguiendo con la filmografía de Wim Wenders nos encontramos con esta gran peli de 1974 del cineasta nacido en Düsseldorf en 1945.

Para empezar, ¿quién es Alicia?

Una niña de 9 años que emprende un extraño viaje con un periodista y fotógrafo, Philip Printer. Éste, que se ha encontrado casualmente con Alicia y su madre en el aeropuerto de Nueva York cuando buscaban un pasaje para Münich, se ve envuelto en una comprometida aventura de la mano de la niña, a la que debe acompañar a Ámsterdan, hasta la llegada dos días después de su madre quien espera arreglar el asunto sentimental con su pareja.

¿Cuáles son las ciudades?

En principio Nueva York y su skyline, luego Ámsterdan, Wüppertal, Essen, Duisberg, Oberhausen, Genselkirchen, y Münich. Todas esas ciudades que recorrerá con Philip ("¿Tú crees que la gente se cree que eres mi padre?", le pregunta la niña cuando toman el sol en una playa en un momento de su peculiar huída-búsqueda), y que deben conducirla finalmente al hogar de su abuela materna ante la inesperada ausencia de su madre Elisa van Dam, quien no ha aparecido finalmente en el aeropuerto de Ámsterdan como se había planeado.

Philip Printer. La peli comienza como una road movie solitaria. Printer toma fotos en una playa ("Fotos, nunca muestran lo que realmente viste"). Printer recorre diversos lugares de la América paisajista, tiene el encargo de escribir un artículo pero él sólo toma fotos ("¿Por qué tomas fotos?", le pregunta una niña de color en una gasolinera, "That way I like", le responde sin gran seguridad en su propia respuesta).

Tantas noches de hotel hacen mella en el ánimo de Printer. En el Skymotel romperá la televisión a golpes, para él la televisión americana son sólo anuncios que degradan al ser humano, escribe en un cuaderno.

Hay un momento de la peli en el que me quedé retratado como un marsupial conductual. Printer escribe frente a la televisión del hotel donde se aloja con la madre de Alicia la noche antes de partir ("¿Qué estás escribiendo?", le pregunta Elisa, y Printer le lee justamente lo que está escribiendo -esa paranoia sobre los anuncios americanos, demonios, la tele vuelve a estar en peligro a su lado-, en esos momentos yo estoy tomando notas sobre la peli y escribo que Printer toma notas sobre lo que está viendo en la tele).

Cuando Printer -antes de encontrar a Alicia- lleva su reportaje inconcluso -más bien sin empezar, dice que lo terminará en Alemania- a su jefe éste le trata con la punta del pie y lo manda a paseo, ni adelanto ni nada "y guárdate tus postales" -algunas fotos de Printer, tomadas con una cámara instantánea, son fantásticas-.

La fotografía en blanco y negro y con un frecuente uso del fundido a negro crean una atmósfera de irrealidad extraordinaria -esto, unido al rostro inexpresivo de Printer conforman una sensación de cuento iniciático, sin principio ni final-. En ese sentido la peli de Wenders es de una estética conmovedora.
Cuando Printer busca ayuda en una amiga alemana de Nueva York -refugio durante una noche-, se encuentra con el rechazo -una angustiosa reflexión sobre el vago poder de la amistad-. Ella parece saber analizarlo con todas las consecuencias, él lo admite: "perdí completamente las referencias". Me vino a la mente el pasaje de Wiesenthal en El esnobismo de las golondrinas que alude a la pérdida de referencias que experimenta el viajero en tren. Printer reconoce que tomar fotos es una especie de prueba, pero no sabemos exactamenete qué tipo de prueba.
La primera señal que tiene Printer de que Lisa no va a cumplir su promesa es cuando la ve salir del Empire State desde un mirador donde pasa el tiempo con Alicia ("Ahora lo entiendo, no va a volar a Alemania").
En el avión Printer jugará con Alicia a las palabras y al ahorcado ("Sueño", dice la niña, "esa palabra no vale, sólo valen palabras que existan"). Definitivamente los sueños no existen.
Esta idea se enlaza con el sueño que tiene Alicia en el hotel de Ámsterdan y que le cuenta a Printer. En una explicación que nos recuerda a La naranja mecanica de Burgess ( y Kubrick) Alicia cuenta cómo no podía cerrar los ojos ante una peli de terror que no quería ver.
Hay un detalle que me gusta y es cuando Printer, aún en Nueva York, y después de vender su coche por 300 dólares, compra el periódico Kicker donde hay información de la Bundesliga. Definitivamente a los alemanes les apasiona el fútbol, y supongo que a Wenders también.
"Has viajado durante cuatro semanas y sólo traes montones de fotos", le ajusticia su jefe, tan sólo fotos. La niña en un momento dado le hace una foto a Printer: "Así sabrás al menos cómo eres". Un reflejo, sólo somos un reflejo de nosotros mismos.
En Wüppertal Printer le cuenta un cuento a Alicia. En el puente el niño vió un jinete. Pienso en el puente (Der Brïucke, Kirchner y compañía, y en el Jinete azul Der blaue reiter, Kandinsky y compañía, y pienso si no será una referencia pictórica).
Printer encuentra en algún recodo de su equipaje la llave del skymotel ("Olvidé devolverla"). Un símbolo de lo pasado, una especie de coartada del tiempo perdido, o una señal de lo real que ha podido ser el viaje extraño que le lanzó por los paisajes americanos -simplemente para hacer fotos cuando lo que tenía que hacer era escribir un artículo, pero ¿qué son las palabras ante las imágenes?-, en definitiva, un viaje sin consecuencias.
Al igual que Handke Wenders se recrea en las máquinas expendedoras de canciones o Juke box. Ya vemos una en un bar de carretera en el periplo americano de Printer y también en el bar del hotel de Wüppertal donde se aloja con Alicia.
Existe un peligro evidente cuando se decide hacer una peli con niños, tenemos los ejemplos triunfantes de Shyamalan en El sexto sentido y de Paisaje en la niebla de Angelopoulos. Hay que sumar a Wenders a esa selectiva lista ya que Yella Röttlander (Alice) hace un papel magistral, tan sólo igualado por el magnífico actor Rüdiger Vogler (Printer).
La banda sonora de CAN es tan sencilla como efectiva. Unos arpegios de guitarra que se funden con unos acordes polifónicos de sintetizadores llegan a emocionar por su melancolía. También asistimos a un concierto de Chuck Berry, de piel perlada y sudorosa el músico chapurrea un rock n roll mientras aporrea su guitarra de los años cincuenta.
Es esta búsqueda de Wenders una búsqueda tan segura como fabulatoria ("¿Qúé te pasa?", le pregunta Alicia, "Miedo", responde Printer). Buscan a la abuela de la niña, pero la niña no recuerda donde vive, primero piensa en Wüppertal pero luego cae en la cuenta de que no es allí -después de patearse la ciudad durante días ante la impotencia y desesperación de Printer que se pregunta cómo demonios ha llegado a esa situación-. Una foto de la casa de la abuela les dará una pista a seguir. Por el camino Printer se ha rendido ante la reponsabilidad y ha entregado a la niña a la policía, ellos buscarán a su madre y a su abuela.
Pero la niña se rebela y se reencuentra con Printer ("Tan sólo garabateas tu libreta", ha sentenciado la niña, y Printer admite esa verdad inamovible). Sucede así la ya mencionada conversión de búsqueda en huida. Entre ambos ha surgido ya la complicidad de los que comparten una misión (se hacen fotos juntos en un fotomatón, hacen gimnasia frente a unos carteles callejeros que indican las posturas,...). El desenlace podía haber sido dramático, de hecho es lo que me esperaba de Wenders pero no será así. Todo conduce a la última ciudad, "¿qué vas a hacer en Münich?", le pregunta Alicia a Printer al final de esta maravillosa película, ya entre mis favoritas.

El trailer:

miércoles, 23 de febrero de 2011

Mis premios, de Thomas Bernhard.


Meine Preise. Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 2009.Traducción de Miguel Sáenz.
Obra póstuma de Thomas Bernhard (Relatos sobre 9 Premios recibidos y 4 discursos).
Como dice la Nota editorial de Raimund Fellinger: "En el legado de Thomas Bernhard se encontró un legajo heterogéneo. Se compone de hojas mecanografiadas con distintos esbozos (ninguno de más de tres páginas) del texto en prosa Terranova... según su autor, la novela completa tendría la extensión de Tala, es decir, unas trescientas páginas. Hay además otro texto mecanografiado de cincuenta páginas, corregido por el autor y paginado a mano, en cuya portada aparece mecanografiado el nombre de Thomas Bernhard sobre el título Mis premios. En el margen inferior derecho de esa página Bernhard anota a mano: 9 premios, de 12 o 13."
1. El premio Grillparzer.Este premio lo entrega la Academia de Ciencias de Viena y es otorgado con una periodicidad incierta como confiesa Bernhard: "El premio no se concedía regularmente sino sólo de vez en cuando, dije, y pensé que entre las concesiones habían transcurrido seis o siete años, tal vez sólo cinco, no lo sabía y todavía sigo sin saberlo".
Este premio ha sido entregado a autores tales como Gerhart Hauptmann, según cuenta Bernhard a su tía, quien le acompañará a la Academia a recoger el premio.
A mi me suena ese nombre de Grillparzer. Tuve la idea de haberlo leído en algún libro de Sebald, y seguramente en Bernhard -curiosamente podemos leer en Sebald a los dos citados en el mismo párrafo: "Sin duda, autores como Grillparzer, Stifter, Hofmannsthal, Kafka y Bernhard consideran que el progreso es un negocio ruinoso"-. Por instinto me fui a Vértigo y allí encontré un párrafo en el capítulo "Viaje del Dr. K a un sanatorio de Riva": "En Viena, el Dr. K, alquila una habitación en el hotel Matschakerhof por simpatía hacia Grillparzer quien siempre había tomado allí su almuerzo." Una frase muy del gusto de Sebald y de Vila-Matas.
Hojeo distraídamente Tala de Bernhard: "En su calidad de tirolés de origen que, en el transcurso de tres decenios se ha ganado con Grillparzer el corazón de los vieneses, como leí una vez sobre él, personifica para mi el ejemplo típico del antiartista en general", refiriéndose a determinado actor que no le cae en gracia precisamente.
También Sebald menciona de pasada las depresiones de Grillparzer en uno de sus ensayos literarios, relacionándolo con otros autores como Stifter, "el pobre Weininger", Kafka o Hovrath y la inclinación negativa natural de la literatura austríaca.
Esa mañana, Bernhard, en el Graben -allí donde Sebald veía espectros, en Camposanto, y donde Bernhard paseaba "para aspirar aire puro y reanimarte y vas a parar precisamente a las manos de tus antiguos destructores y aniquiladores", se refiere al matrimonio Auersberger, en Tala-, repara en que la vestimenta que lleva para la ceremonia no es muy adecuada, un jersey rojo de lana grueso y unos pantalones gastados. Se va para el Kohlmarkt con la idea de comprarse un traje -aunque sólo sea de confección-. En la tienda Sir Anthony compra el traje y en una bolsa le guardan su ropa usada: "La bolsa con el rótulo Sir Anthony me resultaba profundamente repulsiva, pero no podía hacer nada." ¿Tirarlo todo a la basura, quizás?
En la Academia, Bernhard se encontró con que nadie lo esperaba para recibirlo protocolariamente. Creo que este episodio ya está narrado en algún título de Bernhard, no estoy seguro si en Tala o en Maestros Antiguos. Bernhard se sentó junto a su tía en la fila 10 del teatro, en una posición centrada. La ceremonia no comenzaba... ¡claro! ¡faltaba el homenajeado! Finalmente lo descubren pero Bernhard se niega a ir hacia el escenario junto a la ministra. Tendrá que pedírselo en persona el presidente de la Academia ("sólo si el señor presidente me invita a hacerlo personalmente"). Éstos no saben con quién se la está gastando, como suele decirse.
Franz Grillparzer fue un dramaturgo austríaco nacido en Viena el mismo año de la muerte de Mozart (1791) y muerto en 1872 en la misma ciudad. Influenciado por Schiller también realizó revisiones de obras de Calderón (El sueño, una vida) y Lope de Vega (La judía de Toledo), en el segundo caso ni se molestó en alterar mínimamente el título.Grillparzer es también mencionado en El esnobismo de las golondrinas de Mauricio Wiesenthal, junto a nombres como los de Adalbert Stifter y Hugo Hoffmansthal, en el capítulo dedicado a Viena. Curiosamente Wiesenthal nunca ha nombrado a Bernhard en sus milenarios -por el numero de páginas, no por antiguos- escritos.
He buscado los premios Grillparzer y al mencionado Gerhart Hauptmann le fue concedido en tres ocasiones, en 1896, 1899 y 1905, a Arthur Schnitzler en 1908 y finalmente a Thomas Bernhard en 1971 por Una fiesta para Boris. Sobre la presentación que hace el presidente Hunger de Bernhard en la ceremonia de entrega del premio dice: "Leyó mal unas palabras de elogio de mi obra, no sin nombrar algunos títulos de piezas teatrales que al parecer eran mías pero que yo no había escrito". En qué estaría pensando ese hombre, se lo ponen bien fácil a Bernhard, algunos no reflexionan con quien se la juegan....
"Una fiesta para Boris" es su primera obra teatral y de alguna forma está emparentada con la novela Los comebarato. En escena aparecen quince inválidos sobre silla de ruedas y reflexionan sobre la crueldad de las personas caritativas -recordemos al inválido Köller de Los comebarato que planea la redacción de un trabajo intelectual titulado Fisonomía-. Una pieza de Mozart conduce al ronquido de la ministra: "Cuando la miré una vez , vi que la señora ministra Finberg, así se llamaba, se había dormido (... ) la ministra roncaba, aunque muy suavemente roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero", y es que en todos lados cuecen habas, como suele decirse.
El diploma era de mal gusto: "Me levanté y me dirigí hacia Hunger. Él me dio la mano y me entregó el llamado diploma de concesión, cuyo mal gusto, como el de todos los demás diplomas de premios que he recibido nunca, era insuperable." En qué consistía el mal gusto del diploma no lo aclara Bernhard pero si él lo dice es porque era de mal gusto.
La ceremonia también fue de mal gusto: "Entonces se sentó también el señor Hunger y la Filarmónica tocó una pieza de Beethoven. Mientras tocaba la Filarmónica, reflexioné sobre toda la ceremonia que acababa de terminar, de cuya rareza y mal gusto e insensatez, como es natural, todavía no había cobrado conciencia." Le faltó decir ¡sólo superada en mal gusto por el llamado diploma de concesión! Interesante el uso del término "insensatez".
El incidente del principio será ¿subsanado? por el presidente Hunger: "Cuando el presidente Hunger llegó a mi lado, dijo que lo lamentaba, pero no dijo qué era lo que lamentaba." Lamentable...
Datos del premio:
Título: Premio Grillparzer.
Año: 1971.
Obra: La fiesta de Boris.
Dotación económica: sin dotación económica ("Entonces sentí mi humillación realmente como una infame desvergüenza"). Bernhard no esconde en ningún momento que lo que le interesa de los premios es, básicamente, la cuantía económica que acarrean, así veremos cómo dedica un empleo justificado y concreto para prácticamente cada uno de ellos. Únicamente en el Premio del editor de Heine se le aprecia cierto orgullo por recibir un premio con el nombre -aunque oculto- de Heine.
Lugar: Academia de Ciencias de Viena.
Otros premiados: Arthur Schnitzler, autor de Relato soñado (sobre el que Kubrick hizo su Eyes Wide Shut), y de Huida hacia las tinieblas (comentado en este blog hace unos meses).
Discurso: "¡Gracias!".
2. Premio del Círculo Cultural de la Asociación Federal de la Industria Alemana.Demonios, uno se pregunta qué tipo de premio literario puede dar este tipo de Asociación, y sobre todo qué puede pintar Bernhard en todo esto.
El relato comienza con un recuerdo a su ingreso en el hospital para tuberculosos de Viena en 1967, un hecho suficientemente narrado en El sobrino de Wittgenstein.

Título del premio: el de más arriba, no lo voy a repetir, por dios.
Dotación: 16.000 marcos (compartidos a medias con Elisabeth Borchers).
Empleo del dinero: Pagar la cuenta del hospital.
Año: 1967.
Lugar: Ratisbona ("La ciudad no me gustó, es fría y repelente... Cómo aborrezco esas ciudades de tamaño medio con sus monumentos arquitectónicos famosos, por los que sus habitantes se dejan desfigurar durante toda la vida. Iglesias y calles apáticas en las que personas que cada vez se vuelven más apáticas vegetan hasta que se mueren"). Cada vez tengo más ganas de visitar Ratisbona.
Obra: en realidad Bernhard quiere haber sido premiado por Trastorno o Helada pero sospecha que el motivo del premio ha sido por su Morbus Boeck.
Otros premiados: unos tales Doderer y Gütersloh.
Incidentes:
1. en la entrega "El presidente Von Bohlen und Halbach subió al estrado y leyó en una hoja lo siguiente: ¡... y así entrego el premio de 1967 de la Asociación Federal de la Industria Alemana a la señora Bernhard y al señor Borchers!". Vale, sin comentarios.
2. Años después recibió un anuario de la Asociación donde figuraban los premiados en los distintos años. Bernhard pudo constatar cómo él no aparecía. Parece que no les gustó los aires rebeldes que tomó la carrera mediática del bueno de Thomas ¡y lo borraron del anuario!
3. El premio de Bremen.
Título: Premio de Literatura de la Libre y Hanseática Ciudad de Bremen.
Dotación económica: 10.000 marcos.
Empleo del dinero: comprar una casa de "magníficas proporciones" en Nathal.
Lugar de la ceremonia: Ayuntamiento de Bremen.
Opinión de Bernhard sobre la ciudad: "Hamburgo lo conocía y me gustó siempre, lo mismo que hoy, pero Bremen lo detesté desde el primer momento, es una ciudad pequeño burguesa, inaceptablemente estéril." Tú sigue así que como se te ocurriera dar un paseo por Bremen te iban a correr a gorrazos. Digamos que el episodio en que va a comprar la casa con su tía (quien le recomienda que consulte con la almohada) conduce a Sí ("También la granja estaba cubierta por metros de nieve, parecía como si los propietarios del inmueble lo hubieran dejado de golpe y porrazo y abandonado todo, de pie o tumbado, pensé que a los propietarios les habría ocurrido una desgracia").
Lo más esperpéntico de todo el relato viene al final cuando Bernhard regresa a Bremen pero para ser miembro del jurado del año siguiente. Él votará por Canetti ("Por la razón que fuera, para mí nadie más que Canetti entraba entonces en consideración, todos los demás me parecían ridículos") pero los demás miembros del jurado le contestan que no, que ése es judío. Demonios, Bernhard no se cree lo que oye, ¡estamos en 1966! Después de interminables deliveraciones el jurado no se pone de acuerdo, de repente un listo se le ocurre: "Cojamos a Hildesheimer, cojamos a Hildesheimer!" ("Probablemente ninguno sabía quién era Hildesheimer"). Finalmente le dieron el premio al tal Hildesheimer, sin reparar ya en que ¡también era judío! ("Para mí aquello fue lo mejor del premio. No pude callármelo").
Wofgang Hildesheimer, nacido en Hamburgo en 1916 y muerto en Poschiavo (Suiza) en 1991. Escribió un libro titulado Mozart, una extraña obra que no es biográfica ni musicóloga, sino todo lo contrario, un libro que se adentra en la génesis del proceso creativo. También escribió la novela Tynset de la que dice la propaganda editorial ser un "Impresionante relato escrito en forma de monólogo interior en el cual un hombre hace inventario de su vida y de su conciencia durante una larga noche invernal de insomnio". Vamos, la juerga padre, como suele decirse, así que con estos datos fui raudo y veloz, como suele decirse, a la librería más cercana -a 11 kilómetros de mi casa, vivo en el extrarradio, como suele decirse- y lo encargué sin tapujos, y sin bromas, como no se suele decir las veces que hacen falta, realmente. También se apunta que se trata de un escritor fundamental admirado por Coetzee y Sebald. Vaya, al final no iba ser tan mala idea la de darle el premio, ¡aunque fuera judío!
4. El premio Julius Campe.Julius Campe fue el primer editor de Heine, por lo que Bernhard se refiere a este premio como el Premio Heine o el Premio de Hamburgo. Año: 1964.
Lugar: Editorial Hoffmann und Campe. Hamburgo.
Premio compartido con: Gisela Elsner y Hubert Fichte.
Obra: Helada.
Empleo del dinero: la suma total en la compra de un coche blanco marca Herald ("Durante la noche no podía pensar en dormir, era un sentimiento grandioso tener un coche, y además inglés, blanco, con asientos de color rojo y salpicadero de madera. Y todo ello por mi Helada, pensé").
Bernhard hará múltiples viajes, se adentrará incluso en Hungría donde tendrá un accidente que casi le cuesta la vida. El coche blanco quedó hecho papilla. Finalmente un astuto abogado ("un joven abogado que residía en el Heinrichshof") conseguirá que el seguro del coche húngaro con el que chocó se hiciera cargo de un nuevo coche Herald para Thomas Bernhard.
5. Premio Nacional Austríaco de Literatura (pero el Pequeño ¿eh?)
Es éste uno de los relatos más eminentemente bernhardianos. En él la retórica del genio asoma con intrepidez. En el momento en que le es concedido este premio Bernhard asume que se trata de una auténtica humillación, que es el premio pequeño austríaco, no el Premio Nacional a toda una carrera sino el Premio Nacional por una obra que se suele entregar a jóvenes promesas, normalmente menores de 30 años. Cuando Bernhard recibe este premio cuenta ya con 40 años y de alguna forma advierte cómo el resto de premiados de años anteriores le pueden mirar por encima del hombro como diciéndole, al fin eres uno de los nuestros. Bernhard tiene que corregir a sus amistades, éste no es el gran premio nacional sino el pequeño premio nacional. Bernhard ni siquiera se presentó a este premio sino que fue su hermano quien entregó un ejemplar de Helada al límite del plazo convenido. Ahora tendría que recoger el premio, pero eso es una contradicción ("Ambos premios eran una infamia y era una vileza aceptar cualquiera de ellos"), le dirían, así Bernhard "Teníamos un gobierno indigno que no reparaba en medios para ponerse en escena y permanecer en el poder, y aunque el Estado se fuera al diablo, quitaría a ese Estado los 25.000 chelines" -a eso le llamo yo llevarse bien con el Estado-.
Digamos que al ministro no le sentó muy bien el discurso de Bernhard ("somos austríacos, somos apáticos... No tenemos nada que decir, salvo que somos miserables...", entre otras lindezas made in Thomas B.) y se fue dando un portazo antes de que éste terminara.
6. El premio Anton Wildgans.
Año: 1967.
Concedido por : la Asociación de Industriales, con sede en el palacio de la Schwarzbengerplatz de Viena. Dotación: 25.000 chelines.
Qué piensa hacer Bernhard con el dinero: "poner en lugar de las viejas y casi podridas contraventanas de mi casa otras nuevas".
Quién era Anton Wildgans: "un Holderlin a la vienesa", luego, deducimos que fue un premio por la trayectoria poética de Bernhard.
Incidencias: la ceremonia no se celebró porque fue poco después de la entrega del premio nacional y el ministro, que también debía asistir a la entrega del Wildgans dijo "que no quería ser invitado de honor en una ceremonia en cuyo centro figurase cierto señor Bernhard" (¿a quién se referirá?). Así que Bernhard recibió lo que él llamó una "desinvitación" y también por correo su correspondiente diploma (¿de mal gusto?) y le ingresaron en su cuenta los 25.000 chelines.Este premio lo recibieron Josef Winkler en 1980 y Peter Handke en 1984, aunque Handke lo rechazó.
7. El premio Franz Theodor Csokor.
Los autores teatrales Csokor y Hovarth se alojaban en el mismo edificio que el abuelo de Bernhard ("Mi abuelo, como sé, paseaba a menudo con Csokor y Hovarth").
Csokor le presentó a Bernhard en una ocasión a cierto escritor, George Saiko: "Este hombre, dijo Csokor, fue en otro tiempo director de la Albertina de Viena, y esa información me impresionó enormemente." Bernhard le enseña Salzburgo a Saiko, autor de El hombre de los juncos, "pero él hablaba sólo de la novela, trataba de meterme en la cabeza su teoría sobre la novela, sin consideración, no tenía la menor idea de que su teoría continuamente expuesta me daba ya dolor de cabeza, y en definitiva, durante toda mi vida, nada he odiado más que las llamadas teorías de la novela, y por añadidura expuestas por teóricos fanáticos, como era Saiko, los cuales, como es totalmente lógico, quitan a sus oyentes toda afición por la materia, simplemente a causa de la intensidad de su voz."
La teoría de los zapatos de Saiko: "me explicó la ventaja de, cuando se compran zapatos, no hacerlo antes de las cuatro de la tarde, porque sólo a las cuatro de la tarde tiene el pie la consistencia adecuada y necesaria para comprar zapatos". Menos mal que sólo puedo comprar zapatos los sábados por la tarde, justo después de las cuatro de la tarde, en realidad ¡a las cuatro y dos minutos!
Ni Bernhard ni Handke: "En aquella época, el Burgtheater había puesto en escena mis obras La partida de caza y El presidente, y La cabalgata sobre el Lago Constanza de Peter Handke, y eso, increíblemente, había motivado que una Delegación del llamado Senado de la Artes del Estado, encabezada por su presidente, el escritor Rudolf Henz, presentara en forma de resolución al Ministerio de Cultura la petición de que el ministro interviniera ante la dirección del Burgtheater para que no se volviera a representar a Bernhard ni a Handke, porque Bernhard y Handke, como podía leerse a diario en los periódicos vieneses, eran malos escritores, y él mismo, Henz, y su gente del Senado de la Cultura, buenos."Ya Sebald en su colección de ensayos sobre literatura titulado "Pútrida patria" escribía en 1985: "La descripción de la infelicidad incluye en sí la posibilidad de superación. Donde se muestra más claramente es en dos autores aparentemente contradictorios, como Bernhard y Handke: cada uno a su manera tienen buen talante, a pesar de su exactísima visión de la historia calamitatum". Vamos a ver, estimado Sebald, Bernhard y Handke ¿tienen buen talante?, ya, a pesar de su particular visión del caos y la aniquilación personal, lógico, todo encaja. Pero Sebald dice más: "Ni el extraño humorismo de Bernhard ni la celebración de Handke hubieran podido lograrse, como contrapeso de la experiencia de la infelicidad, si no hubiera sido por la escritura." Es decir, les salvó la escritura.
No era la primera vez que Bernhard arremetía contra este hombre, Henz, ya en Tala leíamos: "Durante decenios, ese presidente del Senado de las Artes fue sólo una persona asquerosa para las dos, y ahora la Schreker lo abraza de repente en la llamada Sala de Audiencias del Ministerio de Cultura, con su cheque en la mano y pronuncia además un insulso discurso de agradecimiento". ¿Quizás estamos ante una intensa autocrítica de su propia actuación?
8. Premio de Literatura de la Cámara Federal de Comercio
(el último premio aceptado).
Obra premiada: El sótano ("desde el principio no relacioné ese premio con mi actividad de escritor sino con mi actividad de aprendiz de comercio").
Premio compartido con: Okopenko e Ilse Aichinger.
Lugar: Antiguo Palacio Klesheim.
9. El Premio Büchner.
Año 1970.
Lugar: Darmstadt.
En el discurso Bernhard no hablaría sobre Büchner, hablaría sobre cualquier cosa menos sobre Büchner, porque cuando alguien recibe un premio Kant o un premio Durero habla realmente de Kant o Durero pero cuando recibe el premio Büchner es absurdo hablar de Büchner cuando todo el mundo sabe todo sobre Büchner. Por cierto ¿quién fue Büchner? (Georg Büchner fue un dramaturgo nacido en 1813 y muerto en 1937, también inventó el célebre embudo Büchner útil en prácticas químicas -ya decía yo que me sonaba este Büchner-.)
Definitivamente el Premio Büchner es el más importante galardón concedido en Alemania. Pasando revista a algunos galardonados vemos a Josef Winkler (2008), Canetti (1972), Peter Handke (1973) -vaya coincidencia, de repente se olvidaron de que Canetti era judío y de que Handke y Bernhard estaban vetados-, Gunter Grass (1966) y Elfried Jelinek (1998).
Lo curioso del relato es que para recibir ese premio hay que formar parte de la Academia Alemana. Bernhard fue nombrado miembro sin él pedirlo para recibir el premio, así que cuando recibió el premio se borró de dicha Academia.

DISCURSOS.

Discurso con motivo de la concesión del Premio de Literatura de la Libre y Hanseática ciudad de Bremen.
En principio iba a tratar sobre los músicos de Bremen -dado el componente artístico musical de Bernhard-, pero pronto desechó esa idea y fue a algo más práctico: "no voy a contar nada". En un agudo planteamiento de las más básicas sensaciones del ser humano leyó: "Tenemos mareos y tenemos frío". Al fin alguien puso el dedo en la llaga del gran problema de la Humanidad: "Tenemos ahora grandes pretensiones, no nos cansamos de tener grandes pretensiones."
¿Qué pretendía Bernhard con este discurso?
Discurso con motivo de la concesión del Gran Premio Nacional Austríaco.
Aquí es donde se lió el tomate. La verdad es que es un bonito discurso, un poco pesimista, pero bonito al fin y al cabo. Comienza:"Distinguido señor ministro, respetado público, no hay nada que alabar, nada que condenar, nada a lo que culpar, pero muchas cosas son ridículas, todo es ridículo si se piensa en la Muerte."
Me gusta mucho cuando dice casi al final -el discurso es bien corto, por dios-: "Lo que pensamos es repensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos no está claro". Eso ¿estaba repensado?
Discurso con motivo de la concesión del Premio Georg Büchner.
Aquí sobrevuela Bernhard, el gran justiciero de la pantomima, el gran rey de la ironía crítica: "Tenemos, decimos, derecho a la justicia, pero sólo tenemos derecho a la injusticia...".
Demonios, me perdí.
También: "El problema es enfrentarse con el trabajo, lo que quiere decir con la aversión interior y la apatía exterior...".
El trabajo es lo que hay, demonios.
Sobre mi dimisión (de la Academia de la Lengua y Poesía).
La elección de Scheel, ex-presidente general, fue la gota que colmó el vaso, como suele decirse. Pero el discurso de Bernhard se centra un poco en el Anuario editado por la Academia donde figura según Bernhard: "Una larga lista de todas las oscuras distinciones imaginables e inimaginables que esas lombrices intelectuales han recibido el año anterior".

Comentario final.
En definitiva, Mis premios se trata de una obra breve pero intensa, fundamental para conocer ciertos aspectos personales de Bernhard, como su particular relación con los Premios y la vinculación material con los mismos, y también para acercarnos al epicentro creativo de algunas de sus extraordinarias narraciones autobiográficas. Podríamos subtitularlo como Séptimo volumen de su autobiografía, después de los cinco volúmenes "oficiales" y de El sobrino de Wittgenstein.
Ahora sólo queda a este blogger desear que la editorial correspondiente se haga con los derechos de la incompleta Terranova y la publique de una vez por todas. Cada día que pasa sin poder leer Terranova es un día perdido para la Humanidad, alguien tiene que poner fin a esta locura.

sábado, 12 de febrero de 2011

El estado de las cosas, de Wim Wenders (1982)


Capítulo II sobre la filmografía de Wim Wenders.


Der Stand der Dinge. The state of things. El estado de las cosas. 1982. 117 min.


No tengo ninguna bibliografía relativa al cine de Wenders (lo cual pondrá de relieve mis carencias pero también dará una visión desprovista de prejuicios de su obra), así que contaré cómo llegué al interés por ella. Si bien yo ya conocía desde hace muchos años a este director (no obstante había visto varias pelis como El cielo de Berlín, Tan lejos, tan cerca, París, Texas, El hotel del millón de dólares o la propia Lisbon Story, e incluso sus más recientes y brillantes Tierra de abundancia y Llamando a las puertas del cielo) realmente no había profundizado en sus años "alemanes". Fue leyendo la monografía de Andrew Horton sobre Theo Angelopoulos donde leí en el capítulo "Angelopoulos y el cine europeo": "Las semejanzas e influencias, como veremos más adelante, son muchas, pero comencemos con uno de ellos: Wim Wenders. James Quandt (que no sabemos quién es pero debe ser un tío listo) ha señalado que tres de las películas de Angelopoulos - Viaje a Citera, El apicultor y Paisaje en la niebla- forman parte de una ambigua trilogía de la carretera que tiene bastantes semejanzas con la trilogía de Wim Wenders compuesta por Alicia en las ciudades, Momento equivocado y Reyes del asfalto. "La visión que tiene el director griego de su país, indica Quandt, con sus cines clausurados, su juventud sin horizontes y sus ancianos desilusionados, sus pueblos sin rostro y sus autopistas, coincide con la visión que tiene Wenders de Alemania."
Bueno, esto es un rollo, pasaré a escribir sobre la peli que nos ocupa.
En primer lugar: gran peli, película extraordinaria. León de oro en Venecia en 1982.
Es una película muy cinematográfica -muy agradecida para el crítico y para el espectador-, y que versa sobre el cine mismo. Una suerte de Ocho y medio de Fellini o de La noche americana de Truffaut, pero con el claro acento Wenders.
Los primeros 9 minutos de la película nos adentran en un escenario post-apocalíptico en el que discurren algunos supervivientes (The survivors). Pretenden llegar a la playa ("llegaremos a un lugar donde permanecer") pero se van derritiendo por el camino. Van ataviados con máscaras, portan a los niños -alguno queda en el camino-, y Mark -el invulnerable- los conduce finalmente a una playa paradisíaca y desierta. Allí asistimos al corte del director. La imagen, una suerte de blanco y negro donde los tonos grises son sustituidos por tonos arcillas y ocres, da paso al más académico blanco y negro de la peli de Wenders.
Un director alemán, Fritz Munro (Patrick Bauchau), está rodando su primera película con dinero americano. El productor, Gordon, ha desaparecido y el metraje de la película se ha terminado cuando aún quedan escenas por rodar. El cámara Joe (Samuel Fuller) -quien tiene a la mujer con un ataque de apoplejía en un hospital de Los Angeles- le confiesa a Friedrich que llevan dos días rodando con los restos de película sobrantes.
Comienza la búsqueda de Gordon (Allen Garfield -hay una discusión muy graciosa respecto a un tal Garfield que actuaba en una peli de ladrones entre Gordon y el chófer de su caravana-) -como en todas las pelis de Wenders hay una búsqueda, sin ir más lejos la del reaparecido director Fritz Munro en Lisbon Story de 1984 como expatriado-, es una búsqueda concreta, no existencial, no se trata de una búsqueda mística ni de la propia identidad (no estamos ante un Stifter), en realidad ¡buscan al productor para que siga soltando los cuartos!
Esa noche Fritz suelta un discurso al equipo técnico y a los actores. Explica que están esperando el regreso de Gordon para poder seguir filmando. La estrella de la película, Mark, se entretiene sumergiéndose en el baño, a veces se rueda así mismo en esa actividad. También comparte momentos íntimos con la actriz francesa -a quien Fritz le ha prestado un libro, The searchers-. Ella le dice: "nuestra relación es como un deja vu, nada va a sorprendernos en muestra relación".
Las hijas de Fritz hablan en la playa sobre el cine de ciencia ficción, siempre trata sobre el espacio.
La acción -digamos que la inacción, el equipo de rodaje espera la llegada de Gordon matando el tiempo- se desarrolla en un hotel en la costa de Sintra. Nos viene a la mente el rodaje de la segunda película de Paul Auster como director, La vida interior de Martin Frost, una obra irregular cuyo mayores méritos eran el título y los exteriores de la mencionada ciudad lisboeta (hasta Irene Jacob hacía aguas, demonios). Esta situación de espera -a la par que se realiza la búsqueda- también nos conduce a la venidera Sonatine de Takeshi Kitano, donde una banda de gánsteres espera en un chalet de la playa a la espera de nuevas órdenes del jefe del clan (por cierto, Kitano también ganaría el León de oro en Venecia en 1997 por Hana Bi Flores de fuego).
El simple hecho de ver las imágenes de la ciudad, esa casa palaciega propiedad de Gordon donde Fritz encuentra a Denis el Manitas revisando pruebas de rodaje y los titulos de créditos así como la biografía del propio Fritz, mediante un rudimentario ordenador, esas calles, esa estación de tren, con el corazón palpitante entre los dos castillos de Sintra, el Nacional y el de Pena, me emociona, me acuerdo de mi visita en 2003 y también de la excentricidad de William Beckford, quien decidió restaurar un viejo palacio aquí mismo.
En esa parte la película encierra algunos puntos brillantes. Cuando Joe pide a Mark que le lleve al aeropuerto (se marcha a Los Angeles, su mujer ha muerto), éste le pregunta "¿Se va por mi actuación?". Antes de marcharse le dice a Fritz que cuando llegue Gordon con la pasta le avise que él volverá en 12 horas para ponerse tras la cámara.
La música de Jurgen Knieper (también colaboró con Wenders en El miedo del portero al penalty de 1971, El amigo americano, 1977, y luego en El cielo sobre Berlín de 1987, entre otras) es electrizante. Basada en simples acordes que salen como agónicos desde un órgano ochentero Knieper envuelve la iamgen de una forma casi quimérica, onírica , dotando a las escenas del mismo aire de irrealidad que impregnaba la propia peli de ciencia ficción de Fritz, The survivors.
Llega el momento inaplazable en el que Fritz decide ir hasta Los Ángeles para buscar definitivamente a Gordon. Es la segunda parte de la película. Qué pasa con Gordon. Parece que blanqueaba dinero. Tiene algunos asuntos turbios. "No sé de Gordon más que el resto", le confiesa Joe, "Nadie quiere contarme nada", dice desesperado Fritz. La financiación de la peli también esconde algunos secretos que no voy a desvelar. La escena de la persecución vista desde un piso alto es magistral. Luego encuentra a Gordon por casualidad en la caravana de su nuevo amigo.
Hay guiños a John Ford. Más que guiños son homenajes. El libro que Fritz presta a la francesa es The searchers, la novela de Alan Le May sobre la que Ford se basara para su peli (en España, Centauros del desierto, con John Wayne y una jovencísima Natalie Wood). También Horton ve semejanzas entre Ford y Angelopoulos, y de rebote añado yo que con Wenders. Ford rodaba en aquellos eternos exteriores de Monument Valley, algunos dicen que para estar bien lejos de los productores californianos. Es una especie de liberación del escenario habitual, tal y como le pasa a Angelopoulos cuando rueda en la Grecia más desconocida y rural. Wenders se ha ido a Sintra. También cuela algunas imágenes de Lisboa, la francesa lee en el tranvía y también la formidable escena en la taberna donde coinciden Joe, la francesa y el guionista Robert (el guión de El estado de las cosas está coescrito por Wenders y Robert Kramer).
Robert tiene una presencia muy cómica cuando explica, mientras tiende ropa junto al guitarrista de country del bigote, su infancia en California, sus problemas dentarios y del habla. Cuando Fritz está en Hollywood buscando a Gordon pasa por una sala de cine (un cine club se supone) donde proyectan The searchers de John Ford. Otro guiño cinéfilo es cuando Fritz se posa sobre la baldosa de su tocayo Lang en el paseo de la fama.
La guapa y joven violinista ensaya lo que parece ser una sonata del belga Ysaye, con evidentes ecos bachianos. Los primeros ensayos suenan fatal, con una desafinación bastante molesta. La cosa mejorará un poco después, cuando toca al aire libre. Es el personaje más aislado e incomunicado de todo el elenco. Así mismo el estaff de la peli es como una torre de Babel. Se habla el alemán, el francés, el inglés.
La noche después del discurso (the speech) de Fritz en Sintra la pasan algunos miembros del equipo con insomnio. La violinista se desespera, duerme desnuda y Wenders aprovecha para crear un bonito e insinuante plano. Ella decide dejar de intentar dormir y enciende la radio. Suena una música orquestal. Sólo se escuchan unos breves compases. Parece algo de Arvo Part, o al menos de ese estilo. Joe en su insomnio bebe whisky y fuma. Denis el manitas manipula lo que parece ser un emisor de radio. Denis terminará ser la respuesta a algunos interrogantes. Cuando Fritz lo encuentra en la casa de Gordon en Sintra Denis le dice "intentaste boicotear el proyecto desde el principio". Creemos que se refiere a la elección de Fritz de rodar en blanco y negro. También le dirá Denis: "Rodar películas es un suicidio". Un comentario que enlaza con otro que más tarde en Los Angeles le dirá el propio Fritz a Gordon: "Todas las películas tratan sobre la muerte".
Cuando Gordon y Fritz huyen por las calles de Hollywood durante toda la noche -a esas alturas Fritz sabe que la peli nunca se terminará y que Gordon no tiene un duro, aunque tampoco sabe de quién ni por qué huyen- Gordon le cuenta cuando unos prestamistas americanos se interesaron por la peli y le enseñó las pruebas de rodaje. "¿Qué pasa con el color?", le dijeron, "Parece como si fuera en blanco y negro". Gordon se parte de risa, no es que parezca en blanco y negro es que ES en blanco y negro. Con lo cual el proyecto no suscitó más interés entre los inversores.
"La vida es en color pero el blanco y negro es más realista", le dice Joe a Fritz en un momento de la peli, antes de viajar ambos por separado a Los Angeles.
Kate, la mujer de Fritz instruirá a una de sus hijas al borde de un acantilado, en lo que parece ser un paisaje propio de Cascais: "Todo es cuestión de claros y oscuros", refiriéndose a la naturaleza y al dibujo que intenta realizar desde aquella privilegiada situación.
El narcisista Mark se apunta al tema blanco y negro versus color: "en blanco y negro se ven las cosas más claras".
La propia peli de Wenders es en blanco y negro y es una peli de un autor alemán -aunque no es una peli americana sino europea-. Es una especie de juego retórico el que nos plantea Wenders, un juego de espejos muy inteligente.
La actriz francesa parece ser la auténtica canalizadora del impulso creativo de Fritz. Ella escribe en una cuaderno algunas notas ("Un raro sentido del tiempo", le asalta en Lisboa).
Hay una extraña escena en la que "el tronco seco del enebro" entra por la ventana rompiendo todos los cristales de la habitación de Fritz (un reflejo de un pasaje de la novela The searchers). Bueno, la peli está repleta de detalles fascinantes. Sólo puedo animar a su visión. No lo lamentaréis. Por cierto, el final es impactante.

domingo, 6 de febrero de 2011

Verano tardío, de Adalbert Stifter.


Der Nachsommer (1857).
Traducción de Carmen Gauguer.
876 páginas distribuidas en 3 tomos con los siguientes capítulos:
Tomo I. El interior. El caminante. El refugio. El hospedaje.La despedida. La visita.El encuentro. Tomo II. La expansión. El acercamiento. La percepción. La fiesta. El pacto.
Tomo III. La realización. La confianza. La confidencia. La mirada retrospectiva. El desenlace. El

Sinopsis.

Tomo I.

Tomo I comienza con el capítulo El interior. En él el narrador nos presenta la casa de su infancia. El protagonista gozará de un capital estimable procedente de la herencia de un tío abuelo y que será administrado por su padre. Asistimos al despertar del interés que las ciencias despertaron en nuestro héroe desde el principio. "Pedí que ya no me pusieran más profesores, que trataría de llevar esos estudios por mi cuenta. Mi padre accedió a mi deseo y me sentí muy a gusto sin profesores y dependiendo de mí mismo." En el siguiente capítulo, El caminante, enseguida nos viene a la mente el paseante de Robert Walser, bastante posterior a Stifter "Ya he dicho que me gustaba mucho subir a montes elevados y contemplar desde allí el paisaje". El libro es meramente descriptivo pero en él también presenciamos la evolución científica del narrador quien cada vez se interesa por más materias, plantas, árboles, montañas, formaciones rocosas y finalmente geología, que parece ser la ciencia que escogerá el llamado caminante -anónimo-, serán la obsesión de su día a día. En El refugio nuestro caminante se dirige a una casa con una fachada repleta de rosas con el fin de refugiarse de una tormenta que amenaza. Allí traba relación con el dueño quien le asegura que esa tarde no lloverá. El caminante, extrañado, le hace ver que todos los indicios -consultó su instrumental metereológico- así lo indican pero que si no quiere darle cobijo él seguirá su camino y que no le importará mojarse un poco. El anfitrión dice que de ningún modo, se quedará allí hasta que resuelvan su dilema. Hasta que no se compruebe si lloverá o no el caminante encontrará hospitalidad en esa casa. Creo que es la peor elección que pudo tomar el caminante ya que el anfitrión es un pesado de aupa. Primero lo conduce a una sala de descanso y allí lo deja, descansando hasta la hora del almuerzo. El caminante -que empieza a preocuparse cuando pasan los minutos y no hay señal del tipo- husmea entre los libros de la estantería y se entretiene leyendo uno sobre viajes de Humboldt. Cuando por fin aparece el dueño, que va vestido demasiado campechanamente según piensa el caminante, toma el volumen de Humboldt y lo devuelve a la estantería. Todo tiene que estar en perfecto orden. Ahora viene lo peor. El tipo empieza a enseñarle toda la casa, cada habitación, el caminante, para no ser menos, se pone a describir hasta el último detalle ornamental de cada mueble. Luego salen al jardín, se van para un cerezo enorme en una colinilla y ahí se quedan un rato, mirando el horizonte. Luego sigue la visita, le enseña lo que será su habitación para pasar la noche, sí, porque a esas horas ya han decidido que se quedará a dormir. Sigue enseñándole la propiedad -que al lector le parece inabarcable e inacabable-, así le muestra la ebanistería donde trabajan unos artesanos restaurando muebles antiguos. El capataz, Eustach, les enseña -a petición del anfitrión- sus libros de dibujos, dibujos de iglesias de la región, de objetos sagrados y de objetos profanos. El caminante que también ha aprendido a dibujar plantas y demas motivos de la naturaleza se interesa por las construcciones arquitectónicas y elogia el arte del empleado. La cosa no termina ahí, cuando se retira el listo del dueño el jardinero llama aparte al caminante y le dice que hay una cosa que se le ha olvidado enseñarle el dueño de la casa, y le conduce hasta un invernadero de cactus. Al día siguiente creo que es cuando viene la conversación sobre el buen estado en el que están los arbustos y árboles del jardín. El dueño empieza a explicarle sus métodos para librar a sus plantas de las orugas y demás insectos perniciosos. Antes han hablado de cómo sabía el dueño que no iba a llover, porque finalmente no cayó ni una gota. El sistema era muy simple. Él tenía muchos intrumentos como barómetros, higrómetros y muchos lo-que-sea-rómetros, a lo que contestó el caminante que él también y todo apuntaba a lluvia. Luego el dueño le habla de señales del cielo, como formación de nubes, también dice el caminante, también vi que las señales indicaban lluvia pero no llovió. Finalmente el dueño le desvela la realidad -y origen- de sus conocimientos infalibles. Se basó en el comportamiento de los animales. Según él los insectos son los seres que mejor predicen la lluvia, pero como los insectos son difíciles de observar se limitaba a observar a los pájaros que se comportaban según la reacción de los insectos o algo así -demonios, hay que ser retorcido. Después le explica por qué están sus especies arbóreas en tan buen estado de salud. Es porque crea el entorno adecuado para cada una de ellas, además facilita la concentración de pájaros que se comen las larvas de los insectos. Para ello ha ideado una red de habitáculos útiles para la instauración de nidos de aves canoras. Sin duda al llegar a estos pasajes uno siente como leer al Stifter es lo mejor que hay. Pero ¿por dónde va el caminante? Algún sitio de los Alpes, supongo. Leo Rohrberg, Landegg, Asper. Después de despedirse de su anfitrión le pregunta al primer lugareño que encuentra de quién es la casa blanca de rosas pues ninguno se ha presentado al otro, es decir, el viejo canoso no le ha dicho quién es y ni siquiera le ha preguntado el nombre al caminante. Le dicen que es el colono de Asperhorf, cosa que al caminante no le gusta mucho porque colono significa campesino o algo así en aquellos parajes y aquel hombre parece ser un gran señor. También le dan el nombre de un tal Risach. El caminante vuelve a casa de sus padres, a la gran ciudad, allí reparte regalos a su familia y advierte la belleza que ha desarrollado su hermana Klotilde. Le cuesta un poco hacerse a la vida urbana pero poco a poco se va adaptando, retoma sus estudios científicos y visita la librería donde pasa horas enteras. También participa en actividades sociales como reuniones y fiestas, acompañado de su familia. Conoce a jóvenes que les hablan de jovencitas muy bellas, como Probern que se ha enamorado de una tal Tarona. Hay un momento clave que es cuando asiste a una representación teatral del rey Lear de Shakespear en el teatro Imperial. A la salida ve a una joven muy hermosa llorando por la emoción que le ha provocado la obra. El caminante se está dedicando a dibujar rostros y piensa en esta joven como el rostro más hermoso que ha visto nunca. Intenta copiar un cuadro de la pinacoteca de su padre que representa a un niño leyendo. En una visita a una amiga de su madre que vive sirviendo en Palacio y que tiene una hija que trabaja igualmente en Palacio con la excusa de devolverles un libro que le habían prestado -no se especifica de qué libro se trata y me quedo con la incógnita- tropieza con una hilera de coches que salen del lugar después de una audiencia real. En el último carruaje cree adivinar la figura de su anfitrión de la montaña. Luego preguntará a sus amistades y la joven Henrietta le dice que es el señor barón von Risach, quien tiene una propiedad en la montaña. Además es conocido de la familia desde su juventud, concretamente del difunto marido de la señora. Al comienzo de la primavera el caminante se va de viaje y decide pasar por la casa de las rosas, como ya la ha bautizado. El aspecto de toda la proiedad es bastante diferente del que conoció el año pasado. Allí encuentra una gran hospitalidad. En un momento en que el anfitrión enseña unos pájaros al caminante se lee el pasaje que alude al título del libro. "Entonces, los pájaros juguetones se vuelven serios, se dedican sin cesar de alimentar a las crías, a educarlas e instruirlas para que adquieran la capacidad de trabajar seriamente, sobre todo, de emprender el largo e inminente viaje. Hacia el otoño viene de nuevo un período de mas libertad. Entonces tienen una especie de verano tardío y juguetean un poco hasta que se marchan." Está unos días y luego se va de viaje a las montañas donde recopila información y material científico para sus estudios. El paso por la casa de las rosas le ha cambiado la perspectiva del procedimiento científico. El orden y la disciplina del anfitrión ha contagiado su forma de actuar. Recoge en piezas muestras de todo el material encontrado. Se hace con una gran piedra de mármol rosado y amarillo que decide regalar al anfitrión. Ya en verano vuelve a la casa de las rosas y allí pasará unos días cálidos, conversando con Gustav, el hijo, sobre materias científicas, asistirá también a las clases que imparte el anfitrión a su hijo, y en definitiva se encontrará con una disposición de habitaciones para su recreo y estudio de piezas recolectadas. Un día llega una visita a la casa. Son Mathilde, la madre de Gustav -recordemos que es hijo adoptivo del anfitrión- y la hija de ésta, Nathalie, una joven de enorme belleza. Esta chica le recuerda a alguien pero no cae en quién puede ser. El caminante experimenta una hospitalidad diferente en este caso, una hospitalidad familiar que le recuerda a la que siente en la casa de sus padres. Mathilde le ha traído un regalo a Gustav. Se trata de la obra completa de Goethe, son además los ejemplares que ella ha ido leyendo y llenando de anotaciones y reflexiones. Gustav se plegará a la decisión paterna con respecto a los títulos a leer en cada momento, ya que algunos no son recomendables a la temprana edad del joven. Resulta evidente que se está despertando en el caminante algún tipo de sentimiento turbador. De alguna forma se encuentra melancólico y no sabe esclarecer el motivo. Por su lado la hermosa Natalie apenas dice nada y él no se atreve a fijarse en ella más tiempo de lo que el decoro le permite. Finalmente se despedirán la madre y la hija pero asegurando que el anfitrión devuelva la visita a Sternenhof. Recibirán también la visita de un forastero con sus dos hijas, a quienes devolverán la visita, a Ingohf en este caso. En definitiva, esta gente se pasa el día visitándose y devolviendo visitas. Hay que decir que nuestro joven héroe se ocupa de su propia formación y que disfruta, como se dijo al principio, de un capital heredado por su tío abuelo con cuyos intereses tiene de sobra para sus viajes y gastos cotidianos. Antes visitarán una iglesia en la población de Kerberg de la mano y guía del artesano Eustach: "Contiguo al cuerpo central se veían dos planchas plegables con escenas en semirrelieve: la anunciación del ángel, el nacimiento del Salvador, la adoración de los tres reyes y el tránsito de la Virgen." Uno lee esto y piensa en la cantidad de tesoros que debe haber por los pueblecillos de los Alpes. El caminante intentará conseguir para el jardinero una especie de cactus (Cereus) extraordinario que hay en la finca de Inghof: "Le aseguré que iría un día con él al Inghof, y hasta le dije que, si no era una incoveniencia y si no había grandes obstáculos que lo impidiesen trataría de conseguir que esa planta pasara a su poder." Cuando están en la propiedad de Mathilde y Natalie el anfitrión le muestra los muebles en estilo antiguo que han realizado en su ebanistería. Proclama un bonito discurso sobre la integración del estilo antiguo en las viviendas modernas. Definitivamente el Stifter es grande. Cuando el caminante regresa por última vez a Asperhof el caminante le pide al señor canoso que le deje dibujar los muebles para poder enseñárselos a su padre. Enseguida le prepara una habitación expresa para tal fin con un caballete y una mesa para dibujar.

Tomo II.

El tomo II del Stifter -no nos confudamos, integrado en el mismo volumen, no es como el Musil-, empieza con el capítulo Expansión, y en él el caminante se va a los montes a seguir con sus trabajos -¿intelectuales? ¿bernhardianos?, bueno, no, simplemente trabajos científicos-. Realmente estos trabajos son trabajos geológicos. Pero veremos cómo nuestro caminante va cambiando de perspectiva investigadora. Reacciona ante la naturaleza dibujándola. Luego someterá sus ensayos paisajísticos a la mirada atenta del anfitrión y del maestro ebanista Eustach. Ellos alabarán la nueva iniciativa del joven, si bien no repararán en sugerir unas oportunas correciones que el caminante agradecerá sobremanera. El anfitrión le suelta un discurso sobre su nueva manera de enfocar el arte y la naturaleza. Le recomienda que no se centre unilateralmente en ningún campo, y que cuando tenga cierta base en cada materia sí se dedique definitivamente a una sola investigación. "Contemple los fenómenos insignificantes, sí, hasta fútiles de la vida", le aconseja. También le habla de la sabiduría escondida en las obras literarias, y en su afición por éstas en lugar de por la temática filosófica, pues el saber debe obedecer a una intención y no expresarse así porque sí, argumenta el anfitrión. Llegará a su casa de la ciudad y con gran ilusión mostrará los dibujos a su padre. Éste queda maravillado tanto de los dibujos de muebles como de los paisajes -éstos se los mostrará unas semanas más tarde-. El caminante lamentará no haber encontrado los restos de los revestimientos que en el viaje anterior le había traído especialmente a su padre y para cuya ubicación ha remodelado el jardín. Una especie de turbación indefinida ha aparecido en el corazón del caminante, aunque no se dan más detalles al respecto. El caminante había comprado la vez anterior una cítara que llamó mucho la atención de su hermana Klotilde, así que le trajo una segunda cítara realizada por el mismo lutier. Klotilde le revela querer aprender español, técnicas de dibujo y por supuesto el manejo de la cítara. El padre ha quedado tan impresionado por los dibujos del caminante que, ante la sugerencia de su esposa, decide acudir en persona a la Casa de las Rosas en la próxima oportunidad. Esa oportunidad no se presentará en la siguiente primavera por motivos de trabajo y así el caminante irá de nuevo solo a la casa de las Rosas. Allí el anfitrión celebrará el cambio experimentado por el joven. Le cuenta la anécdota de los campesinos andando de puntillas frente al efebo para no despertarlo. Asistimos al bello diálogo y explicación posterior del anfitrión respecto a la estatua de Venus de la escalera, una estatua que centrará muchos momentos de regocijo en la posterior tendencia artísitica que se despertará en el caminante. Encontrada en un lugar de Italia en principio fue adquirida por el anfitrión como estatua de yeso. Sólo despues en el proceso de limpieza descubrieron que tras la capa de yeso se ocultaba una hermosa figura de mármol -de ahí el enorme peso que refirieron los transpotadores- de estilo helénico muy conservada por la protección ofrecida por el yeso durante años, siglos quizás. ("Con el yeso, el mármol había quedado protegido de la incuria de los tiempos posteriores, de manera que no hubo de absorber el agua turbia de la tierra ni otras impurezas, y era más puro que todos los mármoles antiguos que yo había visto, sí, era tan blanco que la figura parecía haber sido hecha no mucho tiempo atrás"). Resulta que el anfitrión tiene una pinacoteca muy apañada, incluso tiene un Guido Reni y dos Tiziano. Éste le contará a nuestro héroe caminante -anónimo hasta ahora y así permanecerá hasta casi el final de la novela- la historia de la adquisición de un cuadro italiano de una Virgen que se aleja un poco del estilo rafaelesco. Es la historia de una restauración. Grande el Stifter. Al final nos quedamos con las ganas de averiguar el autor de tal maravilla, si bien la mirada de la Virgen hacia el cielo queda un poco rara. El caminante va hasta la ciudad de Lautertal, a un establecimiento llamado Rothmoor, donde encarga un centro de fuente de mármol para su padre. Está inspirado en una flor con sus pétalos -la uva raposa-. De hecho una serie de extravagantes indicaciones técnicas realizadas por el propio caminante son acogidas en principio por excepticismo por los artesanos para luego convertirse en una especie de punto de ignición para nuevos horizontes empresariales. Luego, de regreso a la Casa de las Rosas, pág. 438: "Durante mi travesía de los montes subí a la cima del Eiskar, me senté sobre un bloque de piedra y a lo largo de casi toda la tarde contemplé, sumido en mis pensamientos, el paisaje que se extendía ante mí". En una visita al Sternenhof el caminante se maravillará con la ninfa con jarra de la fuente del jardín e irremediablemente la comparará con la estatua griega de la escalera de la Casa de las Rosas, de gran belleza también, aún siendo más moderna. Cuando finaliza el verano el caminante vuelve por enésima vez a casa de sus padres. Llega un momento en que nos perdemos entre tantas idas y venidas. Nada más llegar se encontrará con una extraordinaria sorpresa, o, mejor dicho, con dos. Por un lado se queda admirado al ver el emplazamiento para los revestimientos que su padre ha construido en el jardín. El secreto de tal maestría hay que encontrarlo en el envío que el propio anfitrión de la Casa de las Rosas de diversos dibujos de muebles y detalles ornamentales ha realizado por propia iniciativa. Además el padre de nuestro héroe le muestra el magnífico regalo recibido por el mismo anfitrión: la mesa para instrumentos de música. Entonces el caminante se ve en la obligación de volver a la Casa de las Rosas de inmediato para agradecer el increíble presente recibido. Al día siguiente parte en una carro de postas. En el Asperhof será muy bien recibido como siempre, a pesar de que hace poco que abandonó el lugar. Será invitado a un viaje por tierras altas, una invitación que no puede rechazar el caminante, además Mathilde y Natalie formarán parte de la excursión. Es cuando sucede la primera conversación -torpe y un poco forzada- con Natalie, sobre el estudio del español y sobre Calderón de la Barca. En el caminante se van sucediendo una serie de experiencias tanto ambientales como de inquietud artística que derivan en una mayor valoración de la pinacoteca del anfitrión, de modo que al llegar a casa de sus padres de nuevo quedará impresionado por la belleza de las pinturas antiguas de su padre, una belleza que anteriormente había permanecido oculta para él. En la página 470 encontramos un pasaje muy emocionante: "Con el corazón henchido y exaltado, en mi espíritu parecía surgir más y más la cuestión de si un tal proceder, el arte, la literatura, la ciencia, circunscribía y consumaba la vida o si había algo aún más lejano que la abarcaba y la llenaba de una felicidad muy superior." Después de La expansión vinieron El acercamiento y La percepción. En este último capítulo, en la página 491 leemos: "Allí donde aparece la pura soberbia que rechaza todo lo anterior y quiere crear a partir de sí misma, allí se acaba el arte, al igual que otras cosas de este mundo, y quien así obra se arroja en la inanidad." En el caminante se está produciendo un transformación perceptiva, digamos que empieza a brotar en él una sensibilidad artística que antes no existía. Cuando regresa a casa de sus padres queda conmovido por las pinturas de su padre, especialmente por la joven de bucles dorados de Holbein. También sufre una especie de conmoción al presenciar la colección de piedras preciosas de su padre y observa cómo la figura paterna se va recreando ante su mirada, consolidándose su amor familiar en todos los sentidos, experimentando una especie de sensibilización retroactiva al darse cuenta de cómo su padre -y también el anfitrión- "perdonaron" de alguna forma y en algún momento su falta de apetencia artística al no saber valorar las pinturas y piedras en un caso y la estatua de la escalera en el caso del anfitrión. Ya en la ciudad empieza a relacionarse socialmente y acude a la casa de la ajada princesa con quien mantiene enriquecedoras conversaciones sobre arte y literatura. Presenciamos el desarrollo motivacional e intelectual del caminante anónimo en su nueva temporada en los montes, pensionado en la Posada de los Arces, junto a Kaspar y otros trabajadores. "Como ya ocurría en los últimos tiempos, ahora tampoco podía contentarme con la mera recogida del material de mi ciencia, ya no podía consignar simplemente lo que había encontrado de forma que surgiera cómo estaba situado todo en capas superpuestas o yuxtapuestas -aunque eso seguía haciéndolo con toda minuciosidad-, sino que también me preguntaba por las causas, por qué existía una cosa, y por el modo como había surgido. Seguía elaborando esas ideas y escribía lo que me pasaba por el alma. Tal vez eso dé algún fruto en un tiempo futuro." Después de unas emocionantes expediciones con escaladas alpinas de mérito el caminante volverá a la Casa de las Rosas, si bien esta vez un poco más tarde que otros años. Allí se encuentran de visita Mathilde y Natalie. El encuentro entre ambos sonrojará a la joven. Darán un paseo en el que intercambiarán impresiones y recorridos por la zona. El diálogo entre ambos discurre con cortesía, casi con artificiosidad, pero entrevemos en el caminante un germen de sentimientos que deben terminar floreciendo. "-Vamos a celebrar una pequeña fiesta en el Sternenhof. Usted sabe que hemos empezado a quitar el revoque con el que cubrieron en años pasados los grandes sillares que revisten los muros de nuestra casa, porque nuestro amigo opinaba que desfiguraba la casa y que ésta sería mucho más bella si lo quitaban y aparecía la piedra desnuda." El amigo -definitivamente- es el barón von Risach, el anfitrión del caminante. Este señor adoptó a Gustav, el hijo de Mathilde y hermano de Natalie en circunstancias y condiciones aún no alclaradas, lo cierto es que Mathilde está muy agradecida al anfitrión y sólo sabemos que ambos se saludan con un beso en los labios, no tenemos más datos sobre la verdadera naturaleza de su relación personal. A Stifter -ya no sé cómo llamarlo- le será encargado por von Risach un dibujo de los revestimientos de su padre, una empresa que llenará de orgullo y responsabilidad a Stifter. "Luego llegó otra época; me pareció que la ciencia ya no era la última meta, que no era importante saber o no una cosa precisa, el mundo brillaba con una suerte de belleza interior que había de abarcar de golpe, no a trozos, yo lo admiraba, lo amaba, trataba de atraerlo hacia mí y deseaba con ansia algo desconocido y grande que debía de haber en él." En la página 547 y alabando el mármol como material de la belleza: "Una estatua puede ser de mármol, de metal o de madera, y en menor medida de piedra tosca, y no puede ser en absoluto de diversos elementos ensamblados. " Stifter quedaría espantado con algunos autores contemporáneos como Chillida o Serra, y no digamos con el "pintor" Anselm Kiefer.La medición del Lautersee: resulta que el trabajo de campo que está llevando a cabo el caminante es el de la medición en todos sus aspectos del lago Lautersee. Para ello va acompañado del operario Kaspar y otros de nuevo. Por fin terminaron en el establecimiento de Roothmor la fuente de mármol que el caminante regala a su padre: "Para corresponder a mi regalo, mi padre me entregó, en hermosa encuadernación y con relieves en las tapas, el Cantar de los Nibelungos. Le di calurosamente las gracias." Menudo regalo.También le enseña el retablo de Kerberg que el caminante ha dibujado con gran esmero. El padre le instruye en los cambios producidos por la restauración sufrida y le llama la atención sobre los ornamentos y la errónea disposición de algunas figuras, invitándole a que consulte su biblioteca al respecto: "Los libros de mi padre aumentaron mi interés por el asunto del que trataban; le pedí que me dejara llevármelos a mis apartamentos y empecé a examinarlos, y ellos me indujeron a querer conocer desde el principio y con más detalle, la arquitectura y su historia, y a que comprara, siguiendo el consejo de mi padre y de otros, todos los libros que se necesitaban para ello." Es decir, los libros actúan como un resorte retroactivo, nos movemos hacia ellos desde una impresión artística, por ejemplo, y su consulta nos devuelve el interés exponencialmente aumentado hacia el objeto artístico en cuestión -y por ende hacia otros similares y/o relacionados. El libro está repleto de momentos lírico-naturales, página 570:"Mi ventanuco daba a los tres picos nevados de los Leiterköpfe, detrás de los que se alzaba la aguja escarpada, esbelta y cegadoramente blanca, del Karpistze y junto a los que se extienden los bancos de los glaciares del Simmi, brillantes como piedras preciosas." El último capítulo del Tomo II es El pacto. En él el caminante, tras finalizar parte de su trabajo en las montañas y en el Lautersee quiere hacer una visita a la Casa de las Rosas. Allí ya no le esperaban pues ha llegado la época de la rosa marchita. Le indican que se encuentran en el Sternenhof. Hacia allá se dirige igualmente donde se encuentra con Mathilde y Natalie solamente. El séquito del barón ha emprendido una excursión de varias jornadas de duración. En esa estancia en el Sternenhof se producirá el decisivo encuentro entre el caminante y Natalie, como no podía ser de otra forma en la gruta -conformada por el muro de enredadera y los dos amplios robles que encuadran la fuente de la figura de la ninfa-, mientras contemplan la excelsa figura de la ninfa. Allí se declaran ambos su amor torpemente, casi por casualidad, después de equívocos y distracciones y evitaciones de malentendidos.

Tomo III.

El tomo III comienza con la cena después de la conversación entre los jóvenes. Deciden tras el pacto entre ambos -mantener la inclinación del uno sobre el otro el resto de sus vidas- comunicarlo a sus respectivas familias, quienes tendrán que dar el visto bueno a la relación. El caminante regresa a su casa en la ciudad donde pone al corriente a su padre. Éste ve con buenos ojos la elección de su hijo y confía en su buen criterio. La madre y su hermana Klotilde también serán felices con la buena nueva. Otra vez debe regresar el caminante al Sternenhof para comunicar esta aceptación, antes pasará por casa de la princesa quien le hablará de una joven muy hermosa, Tarona, la misma que le refería su amigo Probern, y le invita a que haga un dibujo de ella, ante esta sugerencia el caminante se sonroja pues su corazón late por Natalie. También la hermana le pide que haga un dibujo de Natalie para así conocerla, sin embargo el caminante dice no atreverse a pedirle a su amada que pose para él, consintiendo en copiar algún retrato ya existente de la misma para así regalárselo a su querida hermana. Digamos que en esta fase de la novela la melancolía que empezó a sufrir el caminante unos cientos de páginas antes y la incertidumbre con respecto al más allá de la ciencia y el arte obtienen su respuesta en la dulce Natalie. Los glaciares del Simmi y la punta del Karspitze, que han sido objeto del estudio del caminante, así como el dibujo de la iglesia de Klam que su anfitrión y Eustach han traído de aquella ciudad, son meros personajes anecdóticos dentro de la trama espiritual que está padeciendo nuestro héroe. El padre le recomienda que haga un viaje por diferentes ciudades del mundo para enriquecerse como persona antes de concretar su relación amorosa. Su anfitrión y amigo en el Asperhof le recomienda igualmente que se tome una especie de vacaciones para tomar perspectiva de los acontecimientos intensos que han tenido lugar y también le dice que tendrá que hacerle una confidencia a la vuelta de este viaje. En el Asperhof el caminante verá como es recibido igual de bien que siempre pero además nota cierta condescendencia con él por parte de todos los empleados, como si supieran de su próximo futuro con la señorita Natalie. Visita al jardinero del Asperhof quien le muestra orgulloso el magnífico estado del Cereus peruvianus, obtenido gracias a la intervención de nuestro caminante. Fijan su atención a las flores de diferentes cactus con el manejo de una lente de aumento. Viajará junto al anfitrión, Gustav, Eustach el artesano de la ebanistería y su hermano Roland -que suele viajar por las montañas buscando motivos de dibujos para el anfitrión- hacia una iglesia de estilo gótico alemán del siglo XIV a dos días de distancia. Esta iglesia la está restaurando el anfitrión y se ha convertido en su propio proyecto personal de revitalización de la belleza antigua. En la página 651 se establece una discusión o diálogo sobre el arte, la creación y el artista: "El verdadero artista no se plantea la pregunta de si su obra será comprendida o no." El caminante participará activamente en esta conversación: "Dado que el arte tiene tanta influencia en las personas, según he tenido ocasión de observar, si bien brevemente, en mí mismo me he preguntado ya muchas veces si el artista. al proyectar su obra, tiene en cuenta a sus congéneres y piensa qué ha de hacer para influir en ellos como desea." Luego el caminante emprenderá varios viajes: uno con su padre a su lugar de origen, otro con su hermana Klotilde para mostrarle las montañas y la naturaleza así como el motivo de sus muchos paisajes, y finalmente uno más peligroso y arriesgado en pleno invierno hacia los glaciares de Echertal junto a su viejo amigo Kaspar. Muchos intentarán disuadirle de que no emprenda esa misión pero el caminante escoge un momento climático adecuado para adentrarse en las cumbres nevadas donde descubrirá una belleza tan solo comparable a la de su amada Natalie. Regresará al Asperhof con la idea de que el anfitrión von Risach le haga finalmente la confidencia que le tenía anunciada. Visitará de nuevo al jardinero y volverán a ver la evolución del Cereus. Después tendrá ocasión de que el anfitrión le inmiscuya -junto a Roland, al cual han visitado anteriormente en su taller y han visto el inmenso cuadro de rocas inventadas que está confeccionando- en la valoración de unos grabados de cobre que han llegado a sus manos con la intención de serles vendidos. Finalmente decidirá comprar las carpetas enteras para desenvolverse de los que no tienen el nivel mínimo pues según él la obra de arte mala distorsiona los sentidos y envenena al arte más puro. Parece que él es el más adecuado para dirimir esta cuestión, un tema, como se verá más adelante del que tiene realmente otra opinión, bueno, si me acuerdo ya la diré. Mencionar cómo Roland se está volviendo cada vez más ensimismado y el anfitrión llega a decirle al caminante que Roland necesita hacer un viaje para dibujar. Este detalle ,y uno apreciado cientos de páginas atrás cuando Roland se queda mirando a Natalie hace pensar que el joven siente algo por la joven, ahora prometida del caminante. También se hablará sobre un nuevo libro que ha adquirido el anfitrión sobre cultura de la seda o sericultura. El caminante acompañará a von Risach a ver las obras de un puente que está recontruyendo. Tras varios días de estancia comenzarán las confidencias del anfitrión. Pues según mis notas no he tenido que esperar mucho para traer a colación otro pensamiento del anfitrión mientras relata sus comienzos familiares y estudiantiles al caminante: "De ahí viene el fenómeno de que nobles obras de arte puedan entusiasmar y emocionar a una época y luego venga un pueblo al que ya no dicen tales obras." Entonces, si el anfitrión piensa de ese modo, ¿por qué desecha de manera tan fulminante algunos de los grabados de cobre? ¿No podrían ser éstas de esa clase de obras que no son apreciadas en su época?Ya en la página 411 habíamos podido leer: "Para la comprensión del arte, para quienes contemplan sus obras y hablan sobre ellas, las interpretaciones de las mismas, ese revestir la esencia con palabras, es una cosa muy útil, pero no hay que convertir las palabras en el asunto principal ni hay que aferrarse a un sentido que se les atribuya, de tal manera que se condene cuando no esté acorde con ese sentido." Digamos que es una visión de lo que Tom Wolfe describirá magistralmente en su La palabra pintada, sobre los movimientos artísticos del siglo XX. Sigamos, el capítulo La confidencia -junto a La mirada retrospectiva- pretende ser el más largo de toda la novela, y a fé que va a conseguirlo. Podría ser una pequeña novela independiente ya que cuenta la vida del anfitrión. En la primera charla von Risach le cuenta al caminante cómo trabajó para el Estado y cómo también terminó dejando esa actividad por no resultarle en definitiva esencial en su vida. En una segunda charla le contará cómo pierde a su familia y termina dando clases especiales a un niño de una familia acaudalada que lo acoge singularmente -en el Heinbach- y cuya hija mayor resultará ser Mathilde. Es en este capítulo donde el anfitrión se sincera con nuestro héroe. En la página 733: "Es un hecho singular y más significativo de lo que se cree que con el paso de los años aumente la amplitud de los proyectos". El relato avanza hasta conducir al amor entre von Risach y Mathilde, de 15 años. Esa inclinación, como le gusta llamar al amor al Stifter, se verá enfrentada a la opinión de los padres, quienes velan por el paso a la adultez de su hija sin interferencias que encarezcan su educación adolescente. Finalmente se presenta al joven caminante como Heinrich, y más tarde como Heinrich Drendorf. Digamos que han pasado 800 páginas sin conocer el verdadero nombre de nuestro héroe, ¿ni siquiera su amada y prometida Natalie sabía el nombre? El tercer tomo de Verano tardío es definitivamente -aunque quizás metafóricamente- plomizo. Envuelto en las confidencias del anfitrión von Risach (capítulos La confidencia y La mirada restrospectiva) sólo algún momento entre lo ridículo y lo emocionante nos depara alguna sonrisa: "En los últimos días de mi estancia en la Casa de las Rosas fui a casa del jardinero y le pedí que me proporcionanra la receta para preparar el aglomerante que impide que entre el agua por las junturas de los cristales de invernadero y que gotee en el interior." Como sigas así te van a devolver el regalo con El anillo del nibelungo de Wagner.Hay presentaciones, visitas entre ambas familias, buenos deseos, y mucho romanticismo sin doble intención en El desenlace. Realmente decepcionante la última fase de este gran libro, una obra maestra en su primer tomo, una buena novela en el segundo tomo y una convencional historieta para colegiales en el tercero. Uno espera -en vano- que surja algún contratiempo, algún secreto oculto entre las familias, algo que desestabilice la situación absurdamente idílica. A escasas 40 páginas del final nada parece aventurar un paso de este tipo en el novelista. El reencuentro narrado por el anfitrión entre él mismo y Mathilde es espantoso. Después de años despreciando a von Risach, Mathilde aparece un día a las puertas de su jardín con un niño, Gustav -llamado como el anfitrión-, para pedirle perdón por su actitud durante años -después de un matrimonio con segudnas personas de ambos-, y von Risach la excusa y así comienzan una extraña relación de amistad con el recuerdo de su amor pretérito en la retina y con la asunción de la responsabilidad de educar a Gustav por parte del anfitrión.¿Dónde quedaron aquellos largos paseos por las montañas alpinas del caminante? ¿Aquella infatigable búsqueda, en el arte y la ciencia, del objeto de nuestra vida? ¿Dónde la vida introspectiva alejada de la sociedad de Heinrich, dedicada al trabajo investigador y la recreación en el dibujo y la arquitectura y las piedras preciosas? Todo sepultado bajo el manto de su inclinación hacia Natalie. Vemos en Alfred, el hermano pequeño de Mathilde, alumno del barón von Risach -título nobiliario obtenido años más tarde por su período junto al emperador-, un adelanto del propio Gustav, hermano pequeño de Natalie. Hay personajes secundarios como Eustach, el artista ebanistero, o Roland su hermano, vagabundo dibujante incansable de iglesias perdidas en los Alpes, que quedan en un segundo plano y del que se podía haber conseguido mayor presencia, dramatizando un poco la trama. Al final sucede lo increíble, y es que las tres personas que podrían haber competido con Natalie en belleza resultan ser ¡la propia Natalie! Me refiero a la joven que lloraba a la salida de la representación del Rey Lear al que acude Heinrich antes de conocer a Natalie, y a la joven Tarona que el amigo de Heinrich, Probern, le había referido como la mujer más hermosa que nunca había visto, y es que averiguamos que el apellido de Natalie no es otro sino Tarona. Antes de la ceremonia el joven Heinrich hace caso a su padre y emprende un viaje por Europa para..., bueno, no sé muybien para qué, yo creo que para disfrutar por última vez de la soledad del caminante, pero en el libro se alude a un viaje de aprendizaje que le sirva de base y de apoyo para su próxima vida familiar -el punto álgido de toda existencia-. El caso es que Heinrich no se va de viaje una semana a Venecia y Roma, ni un par de semanas, ni un mes, ni seis meses,..., la cuestión es que Heinrich se va de viaje ¡dos años menos un mes y medio! Uno a estas alturas está curado de espanto con el Stifter y nada le sorprende ya pero esta vez sí que el Stifter ha accionado un resorte de cordura, y que nos dice que tamaño viaje es una insensatez. No sabemos qué pensará esa joven prometida, no se refiere en ningún caso que existiera ni una pequeña discusión respecto al tema. Pues Heinrich viaja por Italia, Grecia, va a España, donde queda admirado por las montañas nevadas meridionales (¿Sierra Nevada, la Sierra de las Nieves malagueña?), y por los Países Bajos, etc... A la vuelta al fin se casan en el Asperhof. Aparecen varias fincas en la novela. La más importante es desde luego el Asperhof, que es la residencia del barón von Risach. Las fincas toman el nombre de sus propietarios pero con el tiempo los nuevos propietarios van heredando el nombre del antiguo, así no se llama Gusterhof (por Gustav von Risach) sino como el antiguo dueño (¿Aspergillus?no, seguro que no, no me acuerdo del anterior propietario del Asperhof). Lo mismo sucede con el Sternenhof, la finca de Mathilde y Natalie, que en realidad se llaman Tarona, debería ser por tanto el Taronerhof. En esta ocasión son los residentes quienes toman el nombre de la propiedad, llamándose a sí mismas Mathilde y Natalie Sternenhof. Otras fincas son el Inghof, donde están las dos hermanas que tocan la cítara maravillosamente, y el Heinbach, donde el joven von Risach conoce a la joven adolescente Mathilde. El anfitrión compra una finca cerca del Asperhof y la llamará Gusterhof -esta vez sí-, y el padre del caminante también comprará una pequeña casa de campo a la que llamará el Drendhof. En la celebración del casamiento se conocerán los diferentes regalos. Todos son parabienes y felicidad. El Stifter chirría por momentos, lo impensable en el primer tomo, plagado de espiritualidad y alejamiento de lo convencional. El barón regalará a Heinrich una mesa de mármol extraordinaria fabricada con la pieza de mármol que el propio caminante le ofreciera tiempo atrás. Eustach elaboró una mesa maestra increíble. También habían restaurado unos revestimientos que completaran los que Heinrich regalara a su padre en su momento. El amigo de Heinrich artesano de joyas se ocupó de crear una joya inigualable. Una de las escenas más grotescas es cuando aparece el maestro de cítara de Heinrich tocando por allí su instrumento con gran maestría. Hacía años que había desaparecido y ahora allí estaba. Heinrich manda a comprar la tercera cítara fantástica que el lutier de la montaña tenía aún sin vender y se la regala a su maestro. Se hace mención a la finalización del gran cuadro que Roland estaba pintando en su taller. Para colmo de males el supuesto enamoramiento de Roland con Natalie se descubre falso. En realidad Roland está enamorado de la hija de un guarda forestal cuyos ojos son muy parecidos a los de Natalie Tarona, y como pasaba mucho tiempo sin ver a su amada se reconfortaba fijándose en los de la hijastra de su amo. Es decir, ni una sombra de infelicidad en toda la resolución de la trama. Y para asegurar la felicidad incluso más allá del tiempo que ocupa el libro tanto el padre como el anfitrión hacen unos testamentos exorbitantes para con la pareja. Uno piensa, Sitfter me toma el pelo, toma el pelo a todos.

Consideraciones sobre el Stifter.

Temática.
Estuve unos días pensando en la cuestión fundamental del Stifter:
- la felicidad como hecho grotesco e inviable (la ridiculez de la felicidad total): teoría mantenida por Stifter haciendo una exageración perfeccionista en la resolución de su trama, sobre la que no acecha ninguna sombra de desdicha;
- el camino hacia el conocimiento de sí mismo (inacable) (a través del conocimiento del entorno, de la ciencia y del arte y como reflejo en la persona amada);
- lo inspirador de la melancolía inexplicada -que siempre remite al amor-;
- la caducidad del sentimiento humano (inclinación hacia una persona/amor). Esto queda bien reflejado de forma irónica con la irreal puesta en escena de los sentimientos de cada miembro de ambas familias, así como de los propósitos y los legados para el futuro. Todo puede planificarse para una vida plena de felicidad, todo salvo los sentimientos que de una forma u otra terminarán sucumbiendo ante la naturaleza humana -imperfecta y evolutiva.
- lo emocionante que resulta la búsqueda del sentido de la vida (a través de ciertos rituales pedagógicos y de aprendizaje).

Carencias.
Hay algunos puntos en el Stifter que en lugar de revelarse como carencias hacen que su mensaje se nos presente como algo complejo y sensible a diversas interpretaciones:
- la ausencia de interés de Heinrich Drendorf por las personas que le rodean. La ausencia de problemas personales -ausencia de conflictos-, de comprensión de los figurantes, sostenidos como meras marionetas por el autor. Este desinterés parece ser recompensado injustamente a nivel afectivo, material y emocional;
- lo desdibujado de la mayoría de los personajes -que revierten en la posibilidad del comportamiento anteriormente citado de Heinrich-;
- la eficacia del relato "natural", entendiendo por éste aquellos pasajes relacionados con el caminante y su contacto con el exterior, casi nunca convertido en mirada introspectiva a pesar de la gran influencia que tienen sobre él;
- la ineficacia, por tanto y dado lo anterior, del relato "humano";
- lo moderado y académico de los diálogos entre los protagonistas (movidos continuamente por la mutua admiración, respeto y afecto -exentos de causas comprobables en el texto-);
- ausencia de hechos decisivos (la trama trasncurre casi por inercia, nadie "se sale del tiesto", como se suele decir).

La redacción.
También es oportuno comentar la abundancia en detalles de escenas, miradas, observaciones, etc... que no serían posibles sin la redacción de una especie de diario del caminante, un diario cuya presencia en ningún caso se nos delata, así como la naturaleza cronológica de esta redacción. En ningún punto de la narración se nos hace entrever que el autor conoce qué pasará a continuación. Es este uno de los grandes valores del Stifter. Digamos que la narración en tercera persona acompaña al caminante en su deambular, sin adelantarse y también casi sin echar la mirada atrás para reflexionar sobre algún hecho pasado -lo que conduce a la solución de determinados enigmas al final del texto -casi por obligación-, como la intención de von Risach de emparentar desde el principio a Natalie con Heinrich o el verdadero objeto de las miradas de Roland sobre Natalie, pero que dejan algunos otros en el aire como el papel de las dos bellas hermanas del Inghof o de la princesa amiga de Heinrich o de la dama de Palacio y su hija quienes le prestaron un libro del que desconocemos el título-. Es además una cronología absolutamente lineal.
La intención.
Algunos de los sentidos del libro expuestos pueden no coincidir con la realidad de la intención de Stifter. Me preguntaba si la intención era algo palpable en una creación, si la intención podía hacer mejor o peor una obra de arte. Resolví que la intención no podía alterar la obra en sí aunque sí la percepción que de dicha obra tiene el espectador, lector en este caso. Que Stifter quisiera hacer una apología de la vida en familia, un tributo a la búsqueda del individuo con un fin eminentemente cristiano, no es algo que me interese en la valoración de su novela. Lo que yo veo en esta novela es que la búsqueda de uno mismo no puede ni debe acabar nunca, que los medios que se ponen a su disposición pueden ser tan numerosos como alejados, bien sea científicos, artísticos o relacionados con la naturaleza, pero que, y esto es algo tan diáfano como el agua cristalina, es necesario realizar esta búsqueda, pues de lo contrario no somos nada.

El Arte.

Por último me gustaría reseñar la presencia del arte y de la sensibilidad artística en toda la obra. Sentimos la admiración por la obra de Goethe, por los viajes de Humboldt, por la pintura de Reni, Holbein, Tiziano... (digámoslo ya, no nos creemos que unos particulares posean una colección tan importante de pintura antigua), así como por la historia de la arquitectura gótica.

viernes, 4 de febrero de 2011

Tokyo-Ga, de Wim Wenders (1985)


Érase una vez un documental que el cineasta alemán Wim Wenders (1945) había rodado en 1985 en la ciudad de Tokyo. Digamos que Wim Wenders se fue a Tokyo para encontrar el "Tokyo de OZU", digamos que se fue a Tokyo, cámara en mano -si bien llevó a su propio operador, no nos engañemos, los créditos así lo demuestran-, para buscar la esencia de las películas de su admirado director de cine japonés Yasujiro Ozu. Ya desde el comienzo habla de las películas de Ozu como de un tesoro. Bueno, pues Wenders se mete en un avión pero no ve la peli que proyectan -como siempre-, pero termina viéndola -como siempre-, aunque sin voz. En las imágenes -difuminadas por la situación escorada del asiento de Wenders- nos parece reconocer a Henry Fonda y Katherine Hepburn, posiblemente esté viendo En el estanque dorado. Wenders reflexiona sobre lo impostado de la creación fílmica, sobre su artificiosidad, puesta de relieve sobremanera ante la ausencia de sonido.
El niño rebelde.
En el aeropuerto Wenders filma a un niño malcriado que se arrastra por el suelo obligando a su madre a ir tras él, levantándole una y otra vez. Wenders cree reconocer en ese niño insoportable a algunos niños rebeldes de las pelis de Ozu.
El cementerio de cerezos en flor.
Lo primero que hace Wenders al llegar a Tokyo es ir a un cementerio donde hay un paseo rodeado de cerezos en flor y donde se reúnen comensales -en traje ellos, bien vestidas ellas, como si fueran todos ejecutivos- para comer o merendar en el suelo, sobre un mantel improvisado. Es todo tan extraño, me digo, debe parecerle todo tan extraño a Wenders, me digo también.
La calle, el juego de bolas.
Wenders filma una calle comercial en Tokyo, es una calle estrecha, la filma con dos objetivos diferentes, todo cambia según el objetivo. Hay un establecimiento infernal repleto de máquinas de juegos alineadas uno junto a la otra, hasta decenas llegan a contarse. Los jugadores están idiotizados frente a sus respectivas máquinas, jugando con unas bolas metálicas que deben sortear unos clavos y llegar a un objetivo, la mayoría de ellas salen sin éxito. Se nos escapa el sentido del juego, es una suerte de pinball pero muy alejado de lo que son las máquinas de marcianitos que por aquella época ya existían en nuestro país, y seguro que mucho más avanzadas en Japón. Al final del juego los jugadores recogen las bolas ganadas y las canjean por vales -ilegales- que a su vez canjean por regalos -o por dinero en comercios ilegales, que todo el mundo conoce-. El juego se llama pachinko.
Golf en azoteas.
Wenders visita la azotea de un edificio. Allí se juega al golf. Pero es un golf muy particular. Como dice Wenders, la esencia del juego -introducir la pelota en un hoyo- se ha perdido. Los golfistas -trajeados- descargan su pad contra una bola cuyo objetivo es dar en una diana. Sólo uno, en un lugar casi escondido intenta meter la bola en el hoyo, pero es un golpe muy fácil -nunca lo logrará.
Entrevista con Chishu Ryu.
Wenders se entrevista con el actor fetiche de Ozu: Chishu Ryu. Ryu hizo papeles normalmente de gente mayor que él. El problema no era sólo actuar como un anciano, sino parecerlo. Yo creo que aquí la traducción es errónea, supongo que Ryu quiere decir que lo importante no sólo es la apariencia física de anciano -merced al maquillaje- sino la forma de moverse, de gesticular de un anciano. Wenders alaba las cualidades de Ryu pero éste contesta modestamente, le da todo el mérito a la forma de dirigir a los actores de Ozu. Yo simplemente hacía lo que me decía Ozu, viene a decir Ryu. Cuando varias señoras ya mayores reconocen a Ryu en una estación de tren éste saca del error a Wenders. No lo reconocen por sus pelis con Ozu, sino porque ha actuado recientemente en una serie de TV de éxito.
Lo americano.
Wenders se dirige a la inauguración del nuevo Disney de Tokyo. Está lloviendo. A medio camino Wenders cambia de opinión, no le apetece asisitir en Japón a un evento eminentemente americano. Se llega a un parque y qué se encuentra: una concentración de fans rockabilly que bailan al son de las canciones de Grease y van peinados con brillantina ellos y con coletas ellas. Wenders no puede escapar a la influencia americana. Pero la escena es de lo más grotesca. El movimiento de los jóvenes japoneses no deja de ser ridículo. Ellos parecen disfrutar. Wenders no escatima cinta para rodar estos bailes -torpes y arítmicos.
Encuentro con Herzog.
En esto que Wenders se sube a la torre de Tokyo y allí se encuentra con su amigo y compatriota el director de cine Werner Herzog. Herzog entonces hace un discurso sobre la búsqueda de imágenes puras y transparentes. Decide irse de viaje al espacio para conseguir tal fin, según él esto ya no es posible en la tierra.
Wenders le deja hablar. Luego Wenders confiesa a través de la voz en off que narra todo el documental que él busca esas imágenes puras en la tierra.
Entrevista con el cámara de Ozu.
Es el operador de cámara de Ozu durante casi toda su trayectoria profesional, primero como ayudante de cámara, luego como operador de cámara. Se vive un momento emocionante cuando confiesa a Wenders que cuando murió Ozu y él siguió trabajando con otros directores se dio cuenta de que Ozu se había llevado todo lo cerativo que él podía dar. Le aslatan las lágrimas y pide a Wenders que lo deje solo. Antes han visitado la tumba de Ozu en el cementerio de Kita-makura, sobre la que no hay nombre alguno, sólo un kanji escrito que significa la nada, el vacío. Wenders reflexiona sobre la nada, le aterra.
En esa conversación el operador de cámara de Ozu le explica a Wenders la forma de colocar la cámara casi a ras de suelo para planos largos y algo más elevada para planos más cercanos, con el uso de un trípode ideado por el propio Ozu. Aquella manera de rodar obligaba a este hombre a estar arrastrándose por el suelo durante todo el rodaje por lo que iba con una mantita a cuestas todo el tiempo.
El documental comienza con los créditos y primera escena de Cuentos de Tokyo (1953) y finaliza con la última escena de esta misma peli.
La banda sonora es del trío de jazz Dick Tracy que crea una música envolvente ideal por su indefinición y dispersión para el desarrollo de la película.
Algunas escenas:
Pachinko:
http://www.youtube.com/watch?v=rur5k3BCSI8
Kita-makura:
http://www.youtube.com/watch?v=sM7p1ROleZ4
Herzog:
http://www.youtube.com/watch?v=Olr46_F2L6U
Banda sonora:
http://www.youtube.com/watch?v=3F-0YRW1laM

Con este documental he comenzado la visión de películas de Wenders de los 70 y 80, de las que espero dar cuenta próximamente.