jueves, 27 de agosto de 2009

Un hombre sin pasado, de Aki Kaurismäki


El finlandés Kaurismäki utiliza un motivo en principio no muy original -la pérdida de memoria del protagonista- para realizar un soberbio soliloquio sobre la felicidad, el amor, y la marginalidad. M es víctima de una paliza callejera -como fondo música sinfónica-, por la cual perderá su memoria e incluso su identidad. Siendo dado por muerto en el mismo hospital, M se levanta -sin que nadie se lo impida ni repare en él, aquí vemos cierto aire fabulatorio que impregna en realidad todo el film y que tiende la mano a una posible salida onírica-, y sale a la calle. Llega a una zona industrial, un barrio marginal donde encuentra hospitalidad en una pareja de auténticos desgraciados que malviven en un contenedor. Pero M no empieza una búsqueda -irremediable en cualquier caso- de su identidad, sino que comienza una nueva vida. ¿Olvidó qué es la memoria? ¿Olvidó también lo que significaba el compromiso vital con el pasado, con lo que realmente somos? Algo en su interior le dicta los pasos a seguir. Buscar un contenedor propio, encontrar un trabajo, ¡hasta se echa una novia del Ejército de Salvación! El rostro de Markku Peltola es uno de los mayores aciertos de esta producción. Me recuerda al Bill Murray de Lost in Traslation, expresión ausente, contenida, incapaz de recitar sus propios sentimientos ¿acaso los tiene? Bueno, podríamos decir entonces que perder la memoria es algo parecido a padecer jet-lag. Kaurismäki se pregunta qué es la felicidad, cuando nos presenta a esa pareja grotesca, sin posibles, pero plena de bondad hacia un desconocido. Qué es el amor, cuando M parece encontrarlo en la figura de la rubia del Ejército de salvación que le provee de ropa más presentable, una chica de la que no conoce más que de su propio yo. Pero sin identidad M no puede encontrar trabajo, "Nosotros le pondremos un nombre", decide la responsable de la empresa ante la demostración de habilidades soldadoras de M -fortuita y producto de un presentimiento en todo caso, ¿debe M recuperar su existencia a golpe de presentimientos?-. Un Robin Hood del siglo XX se cruza en su camino. M termina siendo sospechoso de robo a un banco y su mujer lo localiza gracias a este suceso. La realidad de su anterior existencia parece amenazar la nueva vida de M. Las figuras geométricas que Kaurismäki fabrica escena tras escena con una mesa interponiéndose entre dos personajes que hablan -¿se interpone o sirve de enlace?, ¿es la mesa un símbolo de la memoria de M, o de la ausencia de memoria de M?- son un recurrente artístico de Kaurismäki. La luz de Kaurismäki es embriagadora -tanto la interior como la exterior-, diáfana, casi irreal -teatralizada-, los personajes parecen flotar entre haces luminosos. Los movimientos son pesados, lentos, representan el hastío, la dejadez. Ver la peli en versión original facilita la comprensión de ese ambiente gélido -estamos en Helsinki-, distante, ¿alguien puede ser feliz en un suburbio de Helsinki, sin memoria, escuchando un rock n roll en una juke-box y hablando esa lengua tan ruda fonéticamente? ("El diablo me persigue en cada esquina, en cada calle", canta la banda del Ejército de salvación). A veces nos viene a la cabeza un cuadro de Vermeer, como cuando M explica a la jefa del Ejército la conveniencia de que la banda del movimiento toque R&B. Todo está milimétricamente estudiado, las ropas colgadas en los percheros, el reloj de pared, la habitación del fondo dentro de la habitación contigua, el perfil de la sombra en la pared, el mapa en ésta, trazos de bermellón aquí y allá, los cuadros sobre el mapa, ¡sólo falta la joven leyendo una carta! Kaurismäki es un genio de la escenificación, diría que es un auténtico maniático y supongo que trabajar con él debe ser un infierno para los técnicos de atrezzo, sonido y fotografía, pero el resultado es tan mayestático, tan impresionante que debe merecer la pena. Dentro de todo el pesimismo que rodea la peli existe una comicidad, un humor siniestro, que resulta esperanzador. La pregunta que se sostiene en toda la proyección es inquietante, ¿quienes somos sin memoria? ¿a qué clase social pertenecemos? ¿adónde vamos sin recuerdos? ¿debemos recuperarlos? ¿qué nos impide comenzar una nueva vida, una nueva existencia ajeno a todo y a todos? Definitivamente, un hombre sin pasado no es nadie.
Aquí la escena del repertorio y el "encuadre Vermeer":

domingo, 23 de agosto de 2009

Metafísica de los tubos, de Amélie Nothomb


Métaphysique des tubes. Traducción de Sergi Pàmies.




"En el principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se bastaba sola a sí misma." Así comienza la autobiografía más prematura que he leído nunca. Abarca desde el mismo nacimiento de Nothomb hasta los 3 años de vida. Algo realmente extraordinario pues yo no recuerdo absolutamente de antes de cumplir 4 o 5 años, y después tampoco, de hecho no recuerdo ni lo que hice ayer, pero bueno, esa es otra historia. Amélie nació en Kobe y durante dos años y medio estuvo en estado catatónico, ella lo simboliza con una imagen tubular, "El tubo no había emitido ni el más leve decibelio el día del parto". En un mundo en que la gente rinde culto a la regularidad y no cree en la teoría de los accidentes, Amélie fue un bebe bastante raro, sufría un extraño caso de "apatía patológica", era un vegetal, "Me convertí en el tipo de criatura con la que sueñan los padres: a la vez tranquila y despierta, silenciosa y presente, divertida y reflexiva, obediente y autónoma". Nothomb nos lleva por el mundo particular de su familia, su padre, es un diplomático belga asentado en Japón que se levanta a las cinco de la mañana para su clase de canto no, una práctica que Amélie no termina de entender "los ruidos que salían de la boca de mi padre no sabía si me gustaban; sólo sabía que me horrorizaban, que me producían pánico, que me habría gustado estar en otro lugar". Amélie tiene dos niñeras japonesas, una buena y otra mala. Nishio-san adora a dios-Amélie, pero "Kashima-san me rechazaba. Negaba mi existencia. Al igual que existe el Anticristo, ella era el Antiyó.", desde luego que los niños suelen ser un poco tiranos pero Amélie es que se creía Dios. Amélie despertó para el mundo el día en que recibió la visita de su abuela, ésta le dio a escondidas un pedazo de chocolate blanco. La vida podía ser dulce. Amélie comenzó a berrear. Sus padres hubieran preferido que siguiera en estado vegetativo. Amélie estuvo a punto de ahogarse en dos ocasiones. Una en la playa fue salvada por su madre a instancias de Hugo, un recogido vietnamita amigo de la familia, "varias personas mirándome sin moverse, fieles al viejo principio de jamás salvarle la vida a nadie, ya que eso implicaría obligarle a una gratitud excesiva para él". Qué considerados estos japoneses. La segunda vez fue un intento de suicidio a los 3 años, en la piscina. La niñera mala la vio y la dejó estar, ahogándose "Deliciosamente serena, contemplo el cielo a través de la superficie del estanque. La luz del sol nunca resulta tan hermosa como vista desde debajo del agua. Es algo que ya pensé durante mi primer ahogamiento". Nothomb adulta reflexiona sobre la muerte, elige el episodio sucedido en Okinawa en 1945, después de la rendición de Japón en la segunda guerra mundial. Centenares de japoneses fueron al extremo de la isla para tirarse del acantilado, temiendo la llegada de los americanos "desde lo alto de aquel magnífico acantilado, miles de personas se mataron porque no querían que les mataran, miles de personas se lanzaron hacia la muerte porque le tenían miedo a la muerte. Hay aquí una lógica de la paradoja que me deja estupefacta". Amélie ama a los peces, pero odia a las carpas, puede que porque al hombre se le dedica un mes al año simbolizado en una carpa y a l mujer nada. Una carpa es muy longeva, ¿por qué? "Para una carpa ser centenaria significaba revolcarse en una adiposa duración, suponía crear moho con su fangosa carne de pez de aguas estancadas". Amélie recibe como regalo de cumpleaños 3 carpas a las que llama Jesús, María y José. Amélie contempla a su hermana Julie, tumbadas las dos en una esterilla en la playa, tapadas con una toalla, Julie duerme, Amélie la observa inquisidora, pensativa, quizá le esté pidiendo explicaciones del porqué de la existencia, en la portada de este maravilloso libro.

viernes, 21 de agosto de 2009

Próximamente...














Si quieres conocer los entresijos de la traducción al español de...

Las benévolas, de Jonathan Litell.




Si quieres acceder al mundo de los secretos de la traducción...

Si pensabas que el traductor era una figura rutinaria y sin importancia...

Tienes que estar atento a este blog, porque próximamente...

y en exclusiva para El mundo de Kovalski...








Entrevista con María Teresa Gallego Urrutia.




La traductora al español de Las benévolas, de Jonathan Littell.




Para ir entrando en ambiente, este texto de la traductora titulado "Esta noche, como tantas otras"

miércoles, 19 de agosto de 2009

El nido vacío, de Daniel Burman


Un hombre y una mujer.

Flotando en el agua.

¿Están muertos?

En una libretilla, y sentado en su sillón del salón, así comienza el escritor Leonardo Vindel su nueva novela. El nido vacío refleja la crisis emocional y creativa que este autor sufre en plena madurez. Con ella Daniel Burman se confirma como uno de los grandes nombres del cine argentino. Rodeado por grandes talentos como Cecilia Roth y Oscar Martínez Burman rueda una fábula sobre los sueños, la inseguridad, y el vacío existencial. Vindel conoce a un doctor en psiquiatría en una de las múltiples reuniones con antiguos compañeros de facultad de su mujer Marta -deslumbrante Roth. Éste le habla del trabajo que está llevando a cabo. Estudia esa anomalía psicológica por la cual el individuo llega a creer como verdaderas fantasías no ocurridas en la realidad. A partir de ahí Vindel planifica una fantasía que no termina de desvelarse como cierta o imaginaria en un inteligente juego de prestidigitación que embauca al espectador más exigente. La atrevida forma de rodar, cámara en mano, los chispeantes diálogos entre Roth y Martínez -el fantasma de los celos como detonante de una nueva vía de comunicación en la pareja ya hastiada-, la habilidad en filmar cruces de miradas, gestos de disconformidad, de resignación, de esperanza, y la solidez de un guión -aunque traumático en ocasiones con saltos cronológicos no siempre bien definidos-, dotan a la película de una magia singular. La crisis está plenamente instalada en su vida. Su mujer flirtea con un compañero que le canta en su propio disco, su hija está tan distante que casi no la reconoce, su hijo ni aparece en la película, su talento está encallado, se le caen los dientes... La aparición en la familia de un nuevo escritor talentoso desplaza a Vindel a un segundo plano patético. Su amor platónico por una joven dentista cobra forma en las escenas más líricas de toda la proyección (el paseo por el parque volando la avioneta de control remoto, el beso oculto al despedirse en el coche de él,...). La brillantez de su yerno le conduce incluso a "copiar" ideas. Al final, un viaje reconciliador se torna en una expresiva llama de vida, una refulgente iniciación a una nueva obra, un paisaje tan perturbador como idílico, la sal del mar Muerto hace flotar a las personas. Una desconcertante regresión replantea todo lo visto, la fantasía como parte de la realidad, el proyecto de su nuevo libro, un tipo que quiere rectificar ciertos pequeños detalles de su vida anterior conforman una visión alternativa que no deja indiferente.

martes, 11 de agosto de 2009

Las benévolas, de Jonathan Littell

Traducción: María Teresa Gallego Urrutia
Este impresionante libro de casi mil páginas podría haberse subtitulado de diversas formas. Confesiones de un oficial de las SS, podría ser un subtítulo genérico, o también Historia de un asesino, con un toque a lo Süskind de El perfume, o también el más explícito y perturbador Delirios de un psicópata en pleno holocausto nazi. El conseguido ambiente es el gran logro formal de la obra. Littell se ha documentado extraordinariamente. Las andanzas del oficial Max Aue en plena segunda guerra mundial está narrado con un grado de virtuosismo y exactitud informativa -al menos eso parece- poco usuales en la literatura actual. Su objetividad narrativa es además una virtud que ayuda a contemplar al protagonista como un ejemplar ajeno a lo que está sucediendo. Las reflexiones de Aue con respecto a la llamada Solución final son tan encontradas como irresueltas. Resulta difícil imaginar qué pasaba por las mentes de aquellos altos cargos nazis en plena ejecución de judíos pero Littell nos presenta una posibilidad bastante creíble. No termina de estimular la compasión en el lector, eso sería imposible, pero sí es cierto que la ubicación de este personaje en pleno maremagnum, inmerso en el que quizás haya sido el mayor disparate de la historia moderna del ser humano, intenta convertir en comprensible lo que de entrada es incomprensible. Para ello tiene que deformar exageradamente la figura del hombre, dotarle de una traumática relación incestuosa en la adolescencia que derivará en una enfermiza atracción sexual por otros hombres -enfermiza no por ser homosexual sino por la naturaleza de esa atracción y los elementos que la justifican-, y canalizada hasta la demencia en el penúltimo capítulo del libro titulado Aire, un capítulo que quizás debió traducirse como Aria, y es que cada capítulo tiene el título de un movimiento musical, no llegando a ser una sonata o una suite (nos acordamos de la Suite francesa de Nemirovsky), ya que los títulos son Tocata, donde el protagonista-narrador expone su situación actual y los motivos que le conducen a escribir estas memorias "Hermanos, hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicaréis, y nos importa un bledo" -excepcional comienzo; Alemandas I y II, donde nos cuenta su destino en el frente ucraniano y donde comienzan las" Grandes acciones", puede que la parte más dura y visceral de la novela, donde Aue prácticamente no deja de ser un mero observador y cuya aquiescencia le plantea terribles conflictos éticos, unos conflictos que sin embargo no intentará resolver. En Courante Aue es enviado al frente en Stalingrado. Allí debe informar sobre el estado anímico de las tropas. La situación es tan surrealista como bosquiana, un auténtico infierno moral y literal. Es difícil no hablar sobre determinadas obras sin desvelar algunos detalles fundamentales de la trama. No es posible hablar de Los otros de Amenábar sin hacer referencia a la dualidad fantasmal de los protagonistas, no es posible hablar de El niño con el pijama de rayas sin plantear el desenlace como auténtica trampa moral al espectador. Con Las benévolas pasa otro tanto. Aue va ascendiendo como oficial de las SS a la vez que su mente comienza a patinar un poco. Las tripas que recoge su amigo Thomas en un ataque parece no haber sido un hecho real ya que su amigo a los pocos días está perfectamente y luciendo simplemente una cicatriz en pleno abdomen. Un sueño extraño y terrible refiere un punto de inflexión en la novela. Salvado milagrosamente de la muerte Aue llega a un hospital de Crimea para recuperarse de la herida en Zarabande, un tiempo de conjura intelectual, un tiempo para intentar esclarecer sus ideas, un tiempo y un lugar donde Aue reconoce algunas mentes pensantes que desafían al terror imperante. Finalmente volverá a Berlín como personal del estado mayor de Himmler en Minueto (en Rondós). Una inexplicable visión de Hitler con redecilla judía mientras da un discurso en el centro de Berlín hostiga a Aue desde entonces. El lector se pregunta si Aue está en sus cabales. Para rematarlo el asesinato no aclarado de su madre y su padrastro durante la estancia del propio Aue en la casa pomerana de la pareja hace saltar todas las alarmas. ¿Está loco Aue? ¿La herida le ha originado una desviación cerebral que le provoca alucinaciones? ¿Es Aue un asesino? ¿Es la Solución final una alucinación de Aue? A partir de aquí la novela adopta un enfoque casi de novela negra, aunque el peso de la realidad, la desfiguración humana en medio de la guerra, la destrucción de cualquier valor, toman las riendas una y otra vez, y las tribulaciones personales de Aue pasan irremediablemente a un segundo plano ¿a quién le importa lo que le pase a este hombre entre tanta maldad? ¿Qué importancia pueden tener dos muertos más? Y esta es una de las aterradoras propuestas de la novela. Ante el horror de la masacre judía sigue existiendo una cultura de lo penal, un salvaguarda del cumplimiento de la ley, ejemplarizado en los dos policías con nombres de pareja de cómic -Weser y Clemens- que acosan a Aue una y otra vez con interrogatorios impecables. Después del mencionado Aire, donde el protagonista deambula entre el desapego social y la sexualidad mal entendida como liberación del horror durante una segunda convalescencia, llegamos al último capítulo titulado Giga. Es cuando inequívocamente aflora la personificación del mal -casi como por casualidad- en la figura de Aue. La aparicion de un pequeño ejército de jóvenes y niños en la escapada de Pomerania con los rusos pisándoles los talones son una de las sorprendentes maniobras de Littell para inyectar en el lector una sensación de irrealidad y lirismo que pertenecen más al mundo de lo onírico y ficticio que al real, a lo que sigue la consecuente reflexión del lector, y los KL ¿a qué mundo pertenecen los KL? Pero no quiero reventar más la trama. Una novela mayúscula, un fresco inigualable del holocausto de la mano de un alto cargo de las SS, una conjunción de libro histórico y novela negra que revienta los convencionalismos y provoca la incertidumbre en el lector, lo desajusta de su cómoda vida cotidiana y le cierra un poco más los ojos ante una posible explicación de lo que ocurrió y nunca debió ocurrir. La partición de la obra en danzas musicales venga quizás justificada por la afición del protagonista al barroco y más concretamente al barroco francés, a la obra para teclado de Couperin y Rameau que ocupan un episodio importante y trágico de su estancia en Ucrania, lo que supuso para mí una extraña coincidencia ya que esos días precisamente le daba yo vueltas al caletre acerca de la música de estos dos compositores franceses y de su insuperable belleza. Por cierto, el motivo del título no aparecerá hasta la última frase del libro, el cual hace referencia al mito griego de Las Furias o Erinias o Euménides que aparecen en la Orestíada de Esquilo. La portada es una fotografía de Benjamin Loyseau sobre un cuadro de Miquel barceló titulado Paysage pour aveugles sur fond rouge, de 1989.

sábado, 8 de agosto de 2009

Austerlitz, de W.G.SEBALD


Traducción: Miguel Sáenz.
El año pasado estuve en la estación de tren de Amberes. Fui desde Bruselas, una mañana nubosa y gris, únicamente para ver el cuadro de la Virgen de Melun de Jean Fouquet, en el Museo de Bellas Artes de la ciudad de habla flamenca. Estuve en la ciudad el tiempo necesario para ver el cuadro y el resto del museo a toda prisa. Tuve que superar diversos obstáculos como una huelga de funcionarios, una línea de tranvías desconocida por mi y un calor bochornoso y húmedo, amén de unas décimas de fiebre, producida sin duda por la proximidad del cuadro de la Virgen rodeada por esos angelitos azules y rojos, maquiavélicos realmente, y que pretendían matarme. En tres horas estaba de vuelta en la estación. Una estación absolutamente impresionante, con una cúpula espectacular. Allí, mientras esperaba la salida del tren a Bruselas me topé con Sebald. Me habló de sus impresiones en aquel lugar, para él tan especial: "No se había extinguido todavía por completo el resplandor de oro y plata de los gigantescos espejos semioscurecidos del muro que había frente a las ventanas cuando la sala se llenó de un crepúsculo de inframundo, en el que algunos viajeros se sentaban muy distantes, inmóviles y silenciosos." Fue allí donde me contó Sebald su paso por la estación de Lucerna. Yo había estado el año anterior precisamente en la estación de Lucerna. Por momentos temí haber salido del libro de Sebald titulado Austerlitz, o que de alguna forma -e inconscientemente- desde que leyera este libro por primera vez en el año 2003 durante mi visita a Lisboa, mi vida se había dedicado a seguir los pasos de Sebald en la reconstrucción de los hechos narrados por el libro. Con respecto a la estación de Amberes me dijo Sebald que le había dicho Austerlitz que "el modelo recomendado por Leopoldo -el rey- a su arquitecto fue la nueva estación de Lucerna, en la que le cautivaba especialmente la concepción de la cúpula, que tan espectacularmente excedía de la escasa altura habitual en las estaciones de ferrocarril, una concepción adoptada por Delacenserie en su construcción inspirada por el Panteón romano, de una forma tan impresionante, que incluso hoy, dijo Austerlitz," me dijo Sebald, "exactamente como era la intención del arquitecto, al entrar en la sala nos sentíamos como si, más allá de todo lo profano, nos encontrásemos en una catedral consagrada al comercio y el tráfico mundiales". Yo apenas recordaba la estación de tren de Lucerna, tan sólo reparé en unas grandes escaleras y en una espectacular vista a la salida de la estación, un recorrido que hice no menos de quince veces minutos antes de la partida hacia Zúrich ,ya que dudaba entre subir o no de nuevo toda la muralla de la ciudad para ver una fuente pérfida y extremadamente hermosa que me esperaba en las inmediaciones de un colegio -aunque yo sabía que mi yo irracional buscaba el rostro de una joven adolescente a la que había visto en el campo de fútbol departiendo con las amigas y que tan honda impresión me había causado-, y que finalmente no tuve tiempo de revisitar. Pero a Sebald no le interesaban mis historias de viaje, tan vulgares, simplemente él continuó contándome la historia de Austerlitz, y cómo se lo había encontrado en una ciudad belga cuando visitaba el fuerte Breendonk, en Mechelen "El camino que rodeaba la fortaleza pasaba junto a los postes negros de alquitrán del lugar de las ejecuciones y junto al terreno de trabajo donde los presos tenían que nivelar los terraplenes en torno a los muros, más de un cuarto de millón de toneladas de guijarros y tierra, para cuyo desplazamiento no disponían más que de palas y carretillas." La historia de Austerlitz desembocó en la de un niño acogido por una familia de campesinos, hasta que comienza a sospechar que sus padres no son aquellos, una historia de emancipación de la identidad, y que le llevará finalmente a la ciudad de Praga, a la búsqueda de una hipotética madre, deportada a comienzos de la segunda guerra mundial, una actriz judía que acabaría en el campo de Theresiendstat. Sebald me contó cómo Austerlitz le había contado una visita a Marienbad hacía unos años junto a una amiga "Cada una de esas imágenes de Marienbad, la de Schumann loco y la de las palomas confinadas en ese lugar de horror, me hizo imposible, por el tormento que entrañaban, lograr el más mínimo autoconocimiento". Fue cuando recordé la película de Alain resnais El año pasado en Marienbad, y el documental sobre la Praga de Kafka que rodara Manuel Vincent para televisión española, y cómo las galerías frías y solitarias del antiguo balneario de Marienbad se habían convertido para mi -junto a la novela de Sebald- en un reclamo ineludible para los próximos años, quizás con la esperanza de encontrar el bello y misterioso rostro de Delphine Seyrig entre esculturas de intenciones ignoradas. Sebald me confió el secreto de su novela Austerlitz allí, en un banco de la estación de Amberes, la estación más hermosa del mundo, me dijo cómo Austerlitz había investigado un documental en el que buscó desesperadamente a su madre, y cómo creyó llegar a encontrarla, "Varios días sucesivos estuve examinando en el Archivo Teatral de Praga en la Celtná los datos correspondientes a 1938 y 1939, y allí, entre cartas, expedientes personales, programas y recortes de periódicos amarillentos, tropecé con la fotografía, no firmada, de una actriz, que parecía concordar con el oscuro recuerdo de mi madre, y en la que Vera, que había contemplado antes largo rato el rostro de la espectadora copiado por mi de la película de Theresiendstat y luego, sacudiendo la cabeza, la había dejado a un lado, reconoció inmediatamente, y sin duda alguna, como dijo, a Ágata, tal como era en aquella época...", le dijo Austerlitz a Sebald y luego Sebald a mi, en junio de 2008, en la estación de Amberes. Sebald me dijo que como en todos sus libros en este libro de Austerlitz incluiría fotografías en blanco y negro, unas fotografías increíbles, como esa en la que aparece Austerlitz niño disfrazado para un baile de época. Sebald me dijo que aquella novela trataba sobre el holocausto nazi, sobre la conveniencia de conocer la existencia del mal. Sebald me dijo que, inspirado por Bernhard quizás, su protagonista era un ingeniero que durante años llevaba a cabo un estudio incompleto recluido en su biblioteca de Londres, y cómo recorrerían diversos lugares de la capital inglesa, como el observatorio de Greenwich, y me contó cómo Austerlitz le había confesado que se pasaba las noches en vela deambulando a pie por la ciudad. Luego subí al vagón del tren, me puse a hojear el catálogo del museo de Bellas Artes de Amberes que había comprado y recordé contrariado cómo Sebald había fallecido en accidente de tráfico años atrás, y cómo, sin duda, mi encuentro con Sebald y su Austerlitz en la estación de Amberes no había sido más que una ilusión.