Casi cien años después de su publicación en un periódico japonés (1912-13), ediciones Sartori publicó en España (2011) esta magnífica novela de Natsume Soseki en la traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, habituales en las traducciones de la obra de Soseki al español. La leí en el momento de su aparición y ahora he vuelto a releerla con el mismo interés que la primera vez. Escrita tras la trilogía formada por Sanshiro, Daisuke y La puerta (editadas por Impedimenta), y antes de la que es para muchos su obra maestra, Kokoro -¿cómo afirmar esto si todas son obras maestras?-, esta novela -calificada de humanista- representa uno de los puntos culminantes de su narrativa.
Personajes.
Personajes.
Jiro: el narrador.
Ichiro: hermano mayor de Jiro.
Nao: esposa de Ichiro.
Ogeshi: hermana de Jiro e Ichiro.
Okada: amigo de la familia de Jiro.
Okane: esposa de Okada y antigua sirvienta de la familia.
Osada: acogida y sirvienta en la casa familiar.
Okane: esposa de Okada y antigua sirvienta de la familia.
Osada: acogida y sirvienta en la casa familiar.
Misawa: amigo de Jiro.
Señor H: antiguo compañero de estudios de Ichiro.
El libro se divide en cuatro partes que transcurren en cada una de las estaciones, así: Amigo, en verano, Hermano, en Otoño, Después del regreso, en invierno, y Angustia, en primavera.
Amigo. Jiro llega a la estación de Umeda de Osaka para visitar a Okada - pupilo residente en la casa de Jiro en su época estudiantil (soshei, una figura costumbrista que conocemos de otras novelas de Soseki )- y concertar el enlace entre un amigo de éste, Sano, y la sirvienta de su familia, Osada -la similitud fonética de los nombres, Osada, Okane, Okada (para colmo, en la ciudad de Osaka), parece indicar algo, no sé qué, puede que sea un simple juego narrativo, quizá una conexión entre personajes por afinidad social-. Y es éste -la concertación de matrimonios- otro argumento costumbrista que aparece, aparte de en otros títulos de Soseki, en algunas películas de Ozu (El otoño de la familia Kohayagawa, Otoño tardío, Primavera tardía,...), y es que, cuanto más leo a Soseki y más veo a Ozu, más referencias del escritor encuentro en el cineasta). A todo esto, Jiro quiere aprovechar este viaje para subir al monte Koya con su amigo Misawa.
Al llegar, Jiro pregunta por Misawa -al lector le sorprende que Jiro se haya citado con su amigo en casa ajena-, pero éste anuncia en una postal un retraso de dos días, lo que obliga a Jiro a dilatar su estancia en casa de Okada. La idea que Jiro guardaba de Okane se ve corregida por la buena impresión que le causa ella en este nuevo encuentro -no es el único que sufrirá este cambio de percepción y el resultado de ello en los personajes es revelador: "En los comentarios de mi madre y hermano sobre Okane-san se vislumbraba una imperceptible melancolía por los cambios que ellos mismos habían experimentado en ese tiempo", p.120. Resulta sorprendente cómo en una simple frase Soseki condensa toda una profunda reflexión sobre el efecto del tiempo -del que creemos escapar y cuyo inevitable paso evidenciamos en el rostro de aquellos a quienes hacía un tiempo no veíamos -por favor, ¿quién inventó la reunión de antiguos alumnos?-. Un gesto, una sonrisa, pequeños detalles de la vida cotidiana -descritos con emocionante lirismo- sirven de base para la formación de sentimientos. Como en toda novela de Soseki los protagonistas son las emociones, sus vaivenes, las reflexiones que provocan en los personajes (como en Kokoro, Daisuke,...), creando un mundo rico en impresiones y con el que cualquier lector puede sentirse identificado ("me levanté, me dirigí a la ventana y miré hacia el lejano paso de Kuragari, cuyo suelo parcheado reflejaba la luz cegadora del día. De pronto, sentí unas ganas irrefrenables de ir a Nara" -yo ahora mismo estoy sintiendo unas ganas irrefrenables de ir a Osaka y subir el monte Koya- ) (y en este sentido me viene a la memoria otro cineasta, éste actual, Hong Sang-soo, y sus magníficas The turning gate, The day he arrives o Un cuento de cine).
Cuando Jiro decide volver a Tokio sin esperar más a Misawa recibe la noticia de que su amigo está ingresado en el hospital por una dolencia estomacal -no es casual que el amigo de Jiro sufra esta afección -desde el principio difusa y a falta de un diagnóstico- pues Soseki padeció úlcera de estómago y finalmente murió por esta causa (resulta irónico que Jiro, tras un comentario de Misawa -que se las da de entendido en la materia-, reconozca no saber qué enfermedad es esa)-. A partir de ahí la trama se desarrolla alrededor de las visitas diarias de Jiro a Misawa quien no expresa especial agradecimiento por el interés de Jiro, lo que le provocará dudas acerca de esta amistad. Misawa cuenta a Jiro la historia de una hermosa geisha ingresada en la habitación de al lado –y probablemente por culpa del propio Misawa-. Comienza un silencioso combate por desenredar los sentimientos de cada uno hacia la geisha enferma: “Si mi interés aumentaba, el suyo lo hacía el doble, y si disminuía el suyo, el mío crecía sin límite. Tan parco en palabras y seco como era, en el fondo de su corazón albergaba sentimientos puros. Era una persona capaz de desplegar un inmediata e intensa pasión por cualquier cosa que le interesara.” La amistad entre Misawa y Jiro se ofrece al lector como inexplicable -¿no es toda amistad inexplicable -es más, no es ridícula-?-, así, sobre Misawa dice el narrador Jiro: "Sus cambios de humor eran impredecibles y nuestra a mistad era una continua sucesión de oscilaciones".
Pero hay algo misterioso en la permanencia de Jiro en Osaka, ni la enfermedad de Misawa ni la geisha ni su hermosa enfermera son motivo suficiente para su demora. Algo intuimos cuando se refiere a Okane ("En sus encantadoras maneras había una insinuación de coquetería y eso provocó que mi respuesta sonara completamente fuera de lugar"), también en la forma de tratar con ella cuando Jiro pide a Okada un préstamo para Misawa -es muy frecuente la petición de un préstamo en las novelas de Soseki, sucede, por ejemplo, en Daisuke-.
Como siempre me pasa, la finalidad, origen y sentido del comentario de un libro me supera -había llegado un punto en el que incluso no encontraba sentido a la lectura, pero eso no era preocupante porque estaba en una etapa post-Proust en la que cualquier texto que no fuera En busca del tiempo perdido me parecía ingenuo (claro, que eso fue antes de Almas muertas, de Gógol)-. La primera interrogante que me planteaba era para qué, luego cómo, luego por qué, etc..., hasta llegar a un desasosegante, ¿qué es la existencia? Curiosamente este libro de Soseki trata sobre eso justamente, sobre la existencia -dentro de mi incredulidad me preguntaba, ¿no es de lo que trata cualquier libro?-, las relaciones humanas -la amistad, la familia, el amor-, la huella de la percepción (los reflejos de un mar acorazado de plata que brillan como la tripa de una sardina), la cuestión crucial: quiénes somos ("Tenía razón. Todo mi coraje se había esfumado", p.173), cómo vemos a los demás ("parecía un pez varado en la arena, dando coletazos en su fútil lucha por la vida", p.161, sobre su hermano), todo ello junto ("Sus pálidas mejillas se sonrojaron tan levemente que en realidad quizás se debiera al parpadeo de los farolillos que iluminaban el interior del vagón", p.175)
Como siempre me pasa, la finalidad, origen y sentido del comentario de un libro me supera -había llegado un punto en el que incluso no encontraba sentido a la lectura, pero eso no era preocupante porque estaba en una etapa post-Proust en la que cualquier texto que no fuera En busca del tiempo perdido me parecía ingenuo (claro, que eso fue antes de Almas muertas, de Gógol)-. La primera interrogante que me planteaba era para qué, luego cómo, luego por qué, etc..., hasta llegar a un desasosegante, ¿qué es la existencia? Curiosamente este libro de Soseki trata sobre eso justamente, sobre la existencia -dentro de mi incredulidad me preguntaba, ¿no es de lo que trata cualquier libro?-, las relaciones humanas -la amistad, la familia, el amor-, la huella de la percepción (los reflejos de un mar acorazado de plata que brillan como la tripa de una sardina), la cuestión crucial: quiénes somos ("Tenía razón. Todo mi coraje se había esfumado", p.173), cómo vemos a los demás ("parecía un pez varado en la arena, dando coletazos en su fútil lucha por la vida", p.161, sobre su hermano), todo ello junto ("Sus pálidas mejillas se sonrojaron tan levemente que en realidad quizás se debiera al parpadeo de los farolillos que iluminaban el interior del vagón", p.175)
En el tercer capítulo, Después del regreso, esperamos que tenga lugar la conversación pendiente entre los hermanos, pero la postura de Ichiro, que pasa horas recluido en su despacho dedicado al estudio y enfrascado en misteriosas ensoñaciones y pensamientos (una actitud que ya leíamos en Soy un gato, por ejemplo, donde el protagonista se encerraba a escribir haikus) y la huidiza actitud de Jiro, provocan que el encuentro se vaya postergando hasta que su sentido se haya perdido. Jiro, consciente de que la permanencia en la casa se hace insostenible -por el distanciamiento con su hermano, por la difícil relación que mantiene con su hermana Oshige, por la cercanía de Nao-, decide mudarse. Este hecho le liberará del yugo familiar pero a la vez lo enfrentará a una preocupante sensación de vacuidad -los días pasan sin color alguno y su inactividad queda de relieve más que nunca-.
La Angustia del último episodio se refiere a Ichiro quien finalmente realiza ese viaje esperado con el señor H. (viaje propuesto por Jiro, que se supone balsámico y que en realidad esconde otra razón primaria, la de desvelar la mente de Ichiro). El señor H. se compromete a escribir una carta a espaldas de su amigo relatando los episodios que pudieran interesar a la familia sobre el estado del profesor atormentado. Esta carta, que ocupa el grueso del capítulo, es larguísima y está extraordinariamente bien escrita. En ella se revelan los grandes problemas existenciales del hermano de Jiro ("-Morir, volverme loco o abrazar de lleno la religión. Ésas son las tres únicas puertas abiertas para mi -declaró al fin. Cuando lo hizo parecía un hombre encaminado al borde del abismo de la desesperación-. Y a pesar de todo no creo que pueda abrazar la religión ni tampoco morir, pues estoy ligado a la vida. Eso sólo me deja una alternativa, la locura. Al margen de lo que pueda ocurrir en el futuro, ¿te parece que ahora estoy en mi sano juicio? ¿No hay ya algo que no funciona dentro de mí? Realmente esa posibilidad me asusta" -aquí apreciamos una evidente influencia de los textos de Dostoievski, el tormento interior de sus personajes, la simpatía por la locura, la desesperación como normalidad,...), la preocupación constante que despierta en el señor H., y las conclusiones a las que este llega, así como algunos detalles sobre los sentimientos de Ichiro quien pudo estar enamorado de Osada ("Te dije que Osada-san ha nacido para ser feliz, no que pueda hacerme feliz") y cómo esta atracción había desaparecido tras su casamiento -todo lo contrario que le había sucedido a Jiro con Okane-. El sufrimiento interior de Ichiro es descrito con detalle por el señor H.: "No hay nada más frustrante que hacer algo y tener siempre en mente que no sirve para nada, que no va a llegar a ninguna parte"; Ichiro es un espíritu inquieto, no puede estar sin hacer nada, sin embargo nunca encuentra la paz mental -"No importa lo que hiciera, desde el primer momento sentía la condena de que no lo podría lograr"-. Y ese estado de continua agitación le conduce al terror -"Dice que está insoportablemente asustado"-. Anteriormente disfrutaba de la belleza, "pero eso es algo que ya no me puedo permitir", declara en un premonitorio tono bernhardiano ("¿Hasta dónde han llegado nuestras mentes y de dónde partían?", es otro pensamiento que podríamos entroncar con la narrativa venidera de Thomas Bernhard, y no sólo ahí, en cierto momento el señor H. le escucha balbucear "Einsamkeit, du meine Heimat. Eisamkeit", es decir, "la soledad, mi patria. La soledad", tomado de Así hablaba Zaratrustra de Nietzsche; y un tercer apunte que recuerda a Bernhard es cuando en Hakone se dirigen a un onsen -aguas termales- y exclama "¡Qué desperdicio ir a un onsen y limitarse exclusivamente a soportarlo!" -¿acaso no se imaginan ustedes a uno de esos personajes bernhardianos, cascarrabias?-).
Sé que los lectores están deseosos de conocer el itinerario de los dos intrépidos viajeros, es decir, partir de Numazu hasta Shuzenji y luego a Ito, pasando por Odawara, de Odawara a Hakone, de Hakone a Benigayatsu. En Odawara el señor H. cuenta una anécdota de Mallarmé relacionada con la rigidez, y que pretende relacionar con el comportamiento de Ichiro, un alma sensible cuyo único propósito es el de torturarse. Y aquí se encuentra el gran dilema de la novela, de todo existencialismo supongo, es decir, la conveniencia de renunciar a una percepción de la vida derivada de una alta intelectualidad -que termina aniquilándolo como individuo- a cambio de obtener algo de paz -¿no se dice que es el ignorante el único que puede encontrar la paz, la felicidad?-. Hay un pasaje de la carta del señor H. que es realmente emocionante y resume el actual estado de Ichiro así como el incierto futuro que le aguarda: "Me doy cuenta de lo feliz que sería si nunca despertase de ese sueño, pero al mismo tiempo, también me doy cuenta de que se sentiría profundamente triste si nadie lo despertara". Esto nos lleva a la siguiente reflexión, ¿de qué materia están hechos los sueños? Bueno, no, esa reflexión no era sino ¿cuánto de perjudicial puede ser un sueño?
Con la carta finaliza el libro.
Quedan por tanto muchas cuestiones en el aire como son el futuro del matrimonio de Ichiro con Nao, la resolución de las inclinaciones de Jiro hacia su cuñada, de Ichiro hacia Osada, el encuentro con la joven que le propone Misawa a Jiro, etc...
Ficha de Satori Ediciones
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