miércoles, 2 de septiembre de 2009

El sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb


Le sabotage amoureux. Traducción de Sergi Pàmies.




Estamos ante el segundo tomo de la autobiografía que Amélie Nothomb comenzara con La metafísica de los tubos. Nothomb tiene 7 años y ahora está en Pekín. Pero China apenas aparece en la novela: "Uno empieza a comprender que interesarse por China equivale a interesarse por uno mismo. Por razones muy extrañas, que, sin duda, tienen que ver con su inmensidad, su antigüedad, y su grado de desigualdad de civilización, su orgullo, su monstruoso refinamiento, su legendaria crueldad, su roña, sus paradojas, más insondables que en cualquier otra parte, su silencio, su mítica belleza, la libertad de interpretación que su misterio sugiere, su complejidad, su fama de inteligencia, su sorda hegemonía, su permanencia, la pasión que despierta, y, finalmente, y sobre todo, su desconocimiento, por estas razones poco confesables, pues, la tendencia íntima del individuo consiste en identificarse con China, peor todavía, en ver en China la emanación geográfica de uno mismo." Es éste un volumen menos brillante que el anterior, quizás porque el fenómeno sorpresa ha desaparecido en parte. Pero el texto gana en estabilidad estructural y en rigor narrativo. En el gueto de San Li Tun están instaladas las familias de los diplomáticos europeos y de otros países. Allí se ha originado una guerra entre los niños, una guerra mundial a pequeña escala. Nothomb reflexiona sobre la naturaleza de un país comunista: "Pero la auténtica belleza debe dejar lugar a dudas: debe dejar al alma una parte de su deseo. En este sentido mi frase era hermosa. Aquí la tienen: Un país comunista es un país en el que hay ventiladores." Y para ilustrarlo Nothom cita una película de Kusturica de 1985, Papá está en viaje de negocios, en la que una escena de interrogatorio comunista tiene 3 personajes, el interrogador, el interrogado...¡y el ventilador! Amélie no entiende por qué los adultos tienen amigos: "Mis padres tenían amigos. Eran persnas con los que se juntaban para beber alcoholes de todos los colores". La mirada de una niña desnuda por completo el absurdo mundo de los adultos: "A veces los amigos bailaban. Era un espectáculo que producía consternación", y también "Resumiendo: los amigos eran una especie de personas con las que uno se juntaba para entregarse en su compañía, a comportamientos absurdos, incluso grotescos, o para librarse a actividades normales para las que no eran necesarios" -(JAJAJA -risa de Kovalski-). Puede que "abandonarse" quedara mejor que "librarse" en la traducción -excepcional por otro lado- de Pàmies, aunque desconozco el término empleado por Nothomb en el francés original. Amélie es la exploradora de su ejército, tiene una importante misión y no tiene tiempo ni para amigos ni para el amor, prefiere pasar el tiempo leyendo Las mil y una noches. Tras esa mirada infantil existía un mundo, el del régimen comunista opresor: "En tres años, sólo tuvimos una auténtica comunicación humana con un chino: se trataba del traductor de la embajada, un hombre exquisito que llevaba el nada previsible nombre de Chang. Hablaba un delicioso y rebuscado francés, con encantadoras aproximaciones fonéticas: por ejemplo, en lugar de decir en el pasado, decía en el agua muy fría, ya que era así como había interpretado la expresión "antaño". (Aquí Pàmies acertadamente hace una nota al pie explicando que "antaño" es "autrefois" en francés y "agua muy fría" es "eau très foide"). (...) Pero de tanto referirse al agua muy fría, el señor Chang acabó llamando la atención: de la noche a la mañana desapareció". Y Nothomb llega a un momento hilarante: "Fue sustituido por una china arisca que llevaba el nada previsible nombre de Chang". Pronto Amélie aprende a detestar al sexo masculino a cuyos ejemplares denomina "ridículos": "Sentía simpatía por los ridículos, y al mismo tiempo su destino me parecía trágico: nacían siendo ridículos. Nacían con, entre las piernas, aquella cosa grotesca de la que se sentían patéticamente orgullosos, lo cual los hacía más ridículos todavía". (Extraña ubicación en la frase de "entre las piernas", no sé si a causa de Pàmies o de Nothomb). Total, que Amélie conoce el amor en la figura de Elena: "Cuando la veía me olvidaba de mi existencia. Aquella amnesia auspiciaba los más extraños comportamientos". ¡Es lo que me pasa a mi cuando veo a Natalie Dormer como Ana Bolena en Los Tudor! (jeje). La nieve sobre la ciudad embarrada se apodera místicamente de la mente de Amélie: "Un día escribiré un libro que se titulará Nieve de ciudad. Será el libro más triste de la historia de los libros". Finalmente no lo hizo, y sí que lo hizo Orhan Pamuk. La pequeña Amélie entrevé lo que puede ser algo parecido al mal de Stendhal: "La inmensa agua helada que reflejaba la luz boreal y emitía ruidos terribles bajo los patines me provocaba un éxtasis tan intenso que contraje dolores de cabeza. No tenía ninguna defensa inmunitaria contra la belleza." Una Virgen de Pinturicchio me hizo sentirme así hace unos meses. La guerra terrible entre los niños, de la que Nothomb da buena cuenta con episodios realmente horripilantes, con niños regados con orines, vapuleados por otros niños, vomitados -¡hasta había una cuadrilla experta en vómitos!-, tiene que finalizar por intervención de los adultos. Su amor por Elena le hace ver con mayor claridad -o confusión- el devenir de la Ilíada homérica: "En mi caso, cuando hacía la guerra, conocí a la bella Helena y me enamoré de ella, y por culpa de eso tengo una visión distinta de la Ilíada". Tal era el amor que Amélie sentía por Elena que llegó a dar 80 vueltas al patio en el recreo, padeciendo asma, en una situación que la propia protagonista definió como de "sabotaje amoroso".

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