sábado, 26 de septiembre de 2009

La náusea, de Sartre (II)

Leí este libro hace muchos años. Ahora me doy cuenta de que no me acuerdo absolutamente de nada. Empiezo a dudar de si realmente existió este libro antes de ahora, de si este libro ha sido reescrito con el paso de los años, de si realmente existió Sartre con esa ridícula pipa. "A veces acierto a pronunciar en mi relato esos hermosos nombres que se leen en los atlas: Aranjuez o Canterbury. Provocan en mi imágenes nuevas, como las que conciben, según sus lecturas, las personas que nunca han viajado; sueño basándome en palabras, eso es todo." Este párrafo no me dejó indiferente, yo iba a partir hacia Aranjuez dos días después y aquello me resultó algo más que una casualidad, de alguna forma el libro estaba apoderándose de mi vida. Además, y con respecto a lo que Roquetin sostiene, las palabras de los lugares que yo sí había visitado habían proyectado las sensaciones de mis viajes, sitios como Sintra, Dahlem, o Salisbury (adonde nunca llegué, pero que Naipaul reinventó en su prodigiosa El enigma de la llegada), evocaban unas vivencias que iban más allá de la realidad. Así que pensé que también los nombres de los lugares podían reelaborar los recuerdos, o bien anticiparlos. Roquetin, como cualquier otro escribiente, tiene que justificar su actividad, e incluso renegar de ella: "No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras. " Pero a veces las palabras te buscan a ti, como esos nombres de lugares antes reseñados. Por ejemplo siempre quise escribir sobre alguien que visitaba el Museo de Pérgamo, por el simple hecho de poder escribir "Museo de Pérgamo". E incluso fui hasta allí para poder escribir luego que había estado en el Museo de Pérgamo. Sobre aquellos dúctiles profesionales que engendran familia y se instalan en lo hegemónico Roquetin comenta: "Quisieran hacernos creer que su pasado no está perdido, que sus recuerdos se han condensado y convertido delicadamente en Sabiduría". Cuando los recuerdos es lo único que nos queda debemos echarnos a temblar, porque lo único que conseguiremos será manosearlos hasta conseguir su deformación, y así sólo seremos unos seres -aún más- deformes. Pero Sartre es también capaz de dibujar una enorme sonrisa melancólica en el lector: ""La lluvia ha cesado, el aire es tibio, por el cielo ruedan lentamente bellas imágenes negras; es más de lo que se necesita para enmarcar un momento perfecto; Anny provocaría en nuestros corazones pequeñas y oscuras mareas para reflejar esas imágenes. No sé aprovechar la ocasión; voy sin rumbo, vacío y tranquilo, bajo este cielo desperdiciado. " Y vuelve Sartre-Roquetin a hacerme pensar con esta última y enigmática frase. Es como la impotencia que te asalta cuando estás frente a un Rogier Van der Weyden, o un Gerard David. Son tan hermosos sus colores, su dibujo, su composición, que no sabes qué hacer allí, frente a estos cuadros. Te limitas a observar por aquí y allá, anotas el nombre del cuadro, el año, quizá apuntes algo que te llama la atención del mismo, pero sabes que tarde o temprano lo olvidarás y serás peor persona que cuando lo recordabas, como cuando olvides ese cielo nuboso y con imágenes negras, en definitiva, el cielo habrá sido tontamente desperdiciado. A veces Roquetin no puede esquivar al Autodidacta: "-¡Señor, oh señor!Bueno, me tiro al agua: ¿me haría usted el honor de almorzar conmigo el miércoles? -Con mucho gusto. Tenía tantas ganas de almorzar con él como de ahorcarme". Ja ja, ese "con mucho gusto" lo deja todo bien claro, a nadie se le dice " con mucho gusto" por gusto, pero las palabras nos traicionan, nos encadenan y dirigen nuestras vidas, de tal forma que una palabra mal pronunciada en el momento inexacto puede ser fatal -y no al contrario. En el café Malby Roquetin comienza a sospechar que su dueño Fasquelle está muerto -o al menos tiene gripe-, y él tiene la necesidad de verlo, cuando su plan se estropea su existencia queda a la deriva: "Me repetía angustiado: ¿adónde ir? ¿adónde ir? Todo puede suceder." Hay que acudir a la literatura, siempre, puede ser nuestra única posibilidad de salvación: "Entré en la sala de lectura y tomé de una mesa La Chartreuse de Parme. Trataba de absorberme en la lectura, de encontrar un refugio en la clara Italia de Stendhal. " Pero en ocasiones la lectura también puede acabar contigo, puedes creer que es tu realidad, que tu vida no te pertenece y que pertenece sólo a los libros, a no ser que alguien te incluya en su propia novela, con lo que tu vida sería igualmente incontrolable. Cuando llegué a este punto de la novela yo andaba por el jardín del Príncipe en Aranjuez...

-continuará-

2 comentarios:

SRTA TEMPLARIA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
k dijo...

gracias, templaria, yo en realidad no he entendido nada y estoy hecho un lío, pero algún día desenmascararé a Sartre y lo presentaré al mundo como el mayor narrador cómico de la historia jeje, saludos