domingo, 13 de septiembre de 2009

Primera nieve en el monte Fuji, de Yasunari Kawabata


Traducción directa del japonés de Jaime Barrera Parra.


Primera nieve en el monte Fuji es uno de los relatos incluido en el volumen del mismo título y que datan de 1958 excepto dos de ellos, Un pueblo llamado Yumiura y El crisantemo en la roca, y que fueron añadidos por Kawabata después de que recibiera el premio Nobel en 1968. En el relato Primera nieve se narra el reencuentro casual de una pareja después de la segunda guerra mundial y cómo realizan una escapada en un tren y a través de cuyas ventanas admiran una imagen del monte Fuji con una corona blanca que parece ser la primera nevada del año ("Utako, pues, había recordado la fotografía del periódico de esa mañana después de haber visto el monte Fuji, cuando Jiro le había dicho: "Ya hay nieve en el monte Fuji". Pocas personas tienen razones para observar con tanto detenimiento una fotografía del monte Fuji en el periódico"). A partir de aquí se entrecruzan los recuerdos, los reproches contenidos, las reverberaciones de un amor, frustrado definitivamente por la muerte de un bebé, de esta ex-pareja, cuyos caminos se han distanciado irreversiblemente, pero cuyos corazones parecen estar más cerca que nunca, a no ser que todo sea una duce ilusión, como cuando las nubes que circundan la cima del Fuji hacen creer que es nieve lo que en su cumbre está depositado. Es éste el relato más comprometido con su país -y la destrucción de la guerra-, con la sinceridad -de unos maltrechos adultos sin esperanzas-, y con la configuración abstracta -vertida en concreciones apenas banales- de lo que un amor supone, desde el simple color de una piel, hasta el desvío de una mirada, todos ellos detalles que parecen confluir en lo absurdo que a veces planea sobre las relaciones entre los seres humanos ("Ahora que no hay nubes se ve que sólo hay un parchecito de nieve en la cumbre. ¡Nada del otro mundo!, ¿verdad? -¿Tú crees? -dijo Utako tocando desprevenidamente la mano de Jiro-. ¿No será porque ayer también lo miramos? Hasta el monte Fuji puede resultar aburrido cuando se le mira constantemente."). En Sin palabras, un anciano escritor ha perdido el habla a causa de un derrame cerebral. Otro escritor más joven visita al maestro dispuesto a intentar que al menos vocalice las letras a y t para así pedir agua o té. El resultado de la entrevista es una reflexión monológica del visitante que pretende extraer una última obra del gran maestro a través de su hija, pero el viejo no parece dispuesto a colaborar ("Usted nunca escribió una novela en primera ni una autobiografía. Pero ahora que no puede escribir por sí mismo, hacer una obra de este género por medio de la mano de otro puede convertirse en un medio de revelar novedosamente uno de los destinos del arte.") Los destinos del arte, la obligación del artista para con el público, la autoridad de las obras de arte, la significación de la identidad artística, el derecho al silencio del artista, son temas que acuden a este hermoso relato que está ornamentado con la historia del fantasma de una mujer joven que se sube a los taxis, de forma que nos quedamos preguntando qué relación existe entre el espectro y la ausencia de sonidos del maestro, entre la aparición paranormal y la creatividad literaria. En Un pueblo llamado Yumiura, Kawabata reflexiona sobre el poder de los recuerdos, y sobre la forma en que estos pueden ser modificados por otras personas. Un escritor recibe la visita de una mujer que le describe un hipotético encuentro entre ambos treinta años atrás. La falta de memoria del escritor le imposibilita certificar la autenticidad de la historia de la mujer, quien afirma que este le pidió matrimonio aquel día en su habitación ("Pero este pasado, el encuentro imprevisto con Kozumi en un pueblo llamado Yumiura, parecía estar viviendo con intensidad en aquella mujer. En Kozumi, que de alguna manera había cometido una falta, ese mismo pasado se había perdido completamente y estaba muerto"). ¿Somos propietarios de nuestros recuerdos? ¿Qué significan los recuerdos? ¿Pueden ser estos manipulados a conciencia y terminar siendo tan creíbles como los reales? Estas preguntas me las hacía yo últimamente -no recuerdo a cuento de qué- y entonces me encontré con este relato de Kawabata que ponía el dardo en la diana. Una hilera de gingko es un hermoso relato en el que una familia observa como la mitad de los gingko de la calle están deshojados mientras que la otra mitad lucen frondosos. Las teorías acerca de esta circunstancia, las elucubraciones en base a sus percepciones diarias de los árboles, y la relación metafórica de éstos con los hijos del matrimonio, que terminarán emancipándose en breve, conforman un ejemplar relato que aúna belleza narrativa, inteligencia expositiva, y brillantes diálogos, con subtramas como la del robo del monedero de la hija por parte de una vendedora ambulante, o el gusto por determinados colores de las frutas de la esposa. Otros relatos aparecen en el libro como son Gotas de lluvia (en el que el diferente sonido de las gotas de lluvia y de la lluvia en sí refiere una singular situación entre parejas finalmente cerrada por la sorpresiva declaración de la joven origen de la discordia), Lo que su esposo no hacía, Con naturalidad (donde un actor ambulante cuenta al protagonista su historia de travestismo en la guerra para evitar ser llamado a filas), o el final dramático-coral en forma teatral con Las muchachas del bote.

2 comentarios:

e. r. dijo...

HOla, Kovalski
Kawabata es genial. Por lo pronto, sigo buscando libros de Curzio Malaparte. Así estoy al día con este mundo.
Saludos

k dijo...

hola e.r., pues estos días también leí de Kawabata Lo bello y lo triste, y me recordó por el tema de la venganza amorosa a El color prohibido de Mishima. Yo ya he localizado en la biblioteca municipal algún libro de Malaparte, incluido La piel, a ver si me llego esta semana y los leo, ya daré parte si acaso, saludos