miércoles, 14 de abril de 2010

Los comebarato, de Thomas Bernhard


Die Billigeser. Traducción de Carlos Fortea.


Debe ser ésta una de las pocas ediciones de un libro de Thomas Bernhard que no esté traducido por Miguel Sáenz. La verdad es que no percibo gran variación entre el estilo Bernhard-Sáenz y el Bernhard-Fortea, lo cual me lleva a la conclusión, por así decirlo, de que estamos ante, simplemente, el estilo Bernhard, naturalmente. Los comebarato es una novela corta en la que aparece el genio de Bernhard en todo su esplendor. Para situarla un poco dentro de su producción diremos que los datos de la primera edición son Suhrkamp Verlag, Frankfurt Am Main 1980, Alle Rechten Vorbehalten, y el ejemplar que tengo es de 1989, editado por Cátedra y la ilustración de la cubierta es de Dionisio Simón. Digamos pues que es posterior a su obra maestra Correción, de 1974, pero anterior a sus obras maestras El malogrado de 1983, y Tala, de 1984. Encontramos entonces a un Bernhard en el momento más genial de su obra. Los comebarato son un grupo de comensales que se reúnen diariamente en el comedor denominado CPV (Comedor Público de Viena) y escogen siempre el menú más barato. A ellos se les une el protagonista de la novela, un tipo dedicado a la vida espiritual únicamente y que se llama Koller. Koller perdió una pierna en un incidente con el perro de un vecino. Desde entonces disfruta de una pensión vitalicia que le permite dedicarse a su vida espiritual y a la elaboración del trabajo de su vida, Fisionomía. Para Koller el acercamiento a los comebarato, que son cuatro y de los cuales sólo se hablará uno por uno al final del texto, supone la culminación del capítulo más importante de los cuatro de los que se compone su tratado Fisionomía y que se llamará, naturalmente, Los comebarato. De tal forma que los otros tres capítulos quedan absolutamente eclipsados por el capítulo Los comebarato, y de tal forma que se desconoce por completo el contenido de esos otros tres capítulos de su estudio Fisionomía. Es una idea recurrente en Bernhard el que sus personajes se dediquen por completo a la elaboración de un estudio, tal y como apunta acertadamente el propio Fortea en el suculento prólogo de esta edición (unas 50 páginas que constituyen la tercera parte del libro) y que es uno de los pocos textos biográficos que he podido leer en los libros de Bernhard -por no decir el único. Así, que yo recuerde, Konrad en La calera realiza un estudio infinito sobre el oído humano, y Roithamer en Corrección, intenta crear un cono perfecto en el medio geométrico del bosque, Rudolf un estudio sobre Mendelssohn en Hormigón. Pero resulta que después de un buen número de páginas la voz narradora en primera persona toma posesión de la novela y se refiere a Koller como su amigo y relata el momento en que éste le invita al comedor habitual del narrador, el Auge Gottes, que Koller odia, pero al que no tiene más remedio que acudir para contar a su amigo el narrador el contenido del capítulo de Los comebarato de su obra Fisionomía. Koller es una persona básicamente espiritual, una persona "con el que con el tiempo ya sólo se podía constatar, total y exclusivamente, el interés por el pensamiento. Hay que decir que, naturalmente, el trato con una persona semejante es imposible a la larga." Y habría que añadir que el trato con cualquier otra persona es igualmente imposible a la larga, en una declinación del pensamiento de Bernhard que deja absolutamente indefenso a todos sus seguidores frente a la vida diaria y frente al drama humano de la existencia.
Y eso puede suceder porque nadie en realidad pretende ser entendido, nadie pretende en realidad ser soportable a la larga: "él no era un hombre al que otros pudieran aproximarse de forma natural, él mismo fue durante toda su vida un impedimento fundamental para cualquier relación humana, y existía por este hecho, lo contrario habría tenido que debilitarle inevitable y sensiblemente, y en última instancia, le habría aniquilado."
Bernhard no parece estar muy conforme con el sistema educacional austriaco, o bien mundial. Ya uno de los comebarato presumirá en ocasiones de tener estudios superiores sin ser cierto, de hecho el narrador alude a una secreta ilusión que contiene todo ser humano y que nunca se llevará a cabo, de forma que esta ilusión secreta terminará dándole la vida o bien aniquilándolo. Así Koller ha dedicado gran parte de sus energías a "defenderse del Insitituto y de sus mecanismos de destrucción, de la escuela en sí, que, dirigida contra la naturaleza de cada individuo, sólo destinada a disgregar la naturaleza de cada individuo y a destruirla y a la larga aniquilarla." Yo sospechaba que esto era así, que el Instituto pretende aniquilar nuestra existencia, de ahí los sueños recurrentes con exámenes nunca preparados y frente a profesores siempre odiados -así Kovalski.
La vida como regalo indeseado, del cual son últimos responsables evidentemente los padres de Koller, es otra de las obsesiones de Koller: "Sus llamados padres nunca habían tenido derechos sobre él, incluso se habían sustraído toda la vida al sentimiento de culpa por haberle engendrado, cometiendo con ello el doble crimen paterno."
Koller tiene claro que es necesaria una inquietud espiritual, en su caso, la elaboración del estudio Fisionomía, para poder subsistir, y de alguna forma le sorprende que no todo el mundo elabore su propio estudio Fisionomía:"Siempre le había horrorizado el hecho de que la mayoría de la gente consumía muy pronto su patrimonio espiritual, y de golpe y de la forma más repentina se encontraba ante la nada y tenía que seguir vegetando el resto de su vida con lo que él llamaba mínimo existencial espiritual."
En definitiva Koller debe dar las gracias de haber sido atacado por el perro ya que este incidente ha provocado su total ruptura con la sociedad y ha facilitado su práctica reclusión humana para poder elaborar su estudio e ir a comer cada día al CPV con los comebarato. Es significativo que el narrador y Koller se conocieran, ya en la época del colegio, cuando un día coincidieran en la farmacia del barrio. Desde entonces Koller siempre estimó la amistad del narrador, quien, en última instancia, era, en definitiva, el único amigo de Koller que lo aguantaba, que aguantaba sus desplantes, sus ataques, por así decirlo, físicos, y sus injurias, de forma que en algún punto de su ser el narrador creía conveniente continuar con la amistad de Koller.
Hay dos escenas de una hilaridad patética. Cuando Koller entra por primera vez después del incidente en el CPV intentando pasar desapercibido, y cuando se dirige hacia el Auge Gottes con el narrador. Es un relato sobre la amistad, sobre la incomprensión humana, sobre la futilidad de la vida de los demás, sobre el prisma absolutamente demencial que nos proporciona nuestra perspectiva de los hechos, de las personas y de los comedores públicos.
El fin no puede ser de otra forma en una novela de Bernhard. Creo que no sorprendo a nadie si adelanto que el estudio Fisionomía nunca será finalizado. El trabajo intelectual permanecerá inacabado, como sucede en todas las novelas de Bernhard. Es Los comebarato una obra magistral de la literatura y del pensamiento humano que nos obliga a tomar notas casi cada página ante la avalancha de ideas geniales y -me temo que resueltamente acertadas- descorazonadoras para con el alma humana.

domingo, 14 de marzo de 2010

Atentado, de Amélie Nothomb


Es conocida mi debilidad por los textos autobiográficos de Nothomb (magistrales me parecieron Metafísica de los tubos, 2000, El sabotaje amoroso, 1993, y Estupor y temblores, 1999), no así tanto por los de corte novelesco -aunque sean de carácter introspectivos y reflexivos como ésta que nos ocupa o Cosmética del enemigo, si bien ambos son también libros interesantes-. Atentado es una novela fabulatoria en torno al binomio bella-bestia escrita en 1998. En primer lugar el lector se ve sorprendido por el hecho de que la voz narradora sea masculina -igualmente pasaba en Cosmética-, es como si Nothomb pretendiera desembarazarse radicalmente del tono autobiográfico. Éste es uno de los hándicaps de la novela, en ocasiones nos estamos imaginando a la propia Nothomb plasmando ideas genéricas y brillantes y nos llevamos un chasco cuando comprobamos que el protagonista es un hombre, un hombre muy feo, horroroso, mosntruoso, y así delatamos la "falsedad" del texto. Sin embargo, desde la inusual dedicatoria ("Contra E"), hasta el devenir de los hechos -una alegoría mayestática del amor platónico-, nos hace pensar que estamos ante algo más que un texto de ficción -aunque le pese a Amélie-. Sólo he conocido a un autor capaz de ponerse en el lugar del otro género sin que la cosa chirríe, me refiero a Sandor Márai en La mujer justa o en La herencia de Eszther. El epicentro de la narración es el de la belleza y la fealdad como dos entes encaminados a la separación, el de lo inalcanzable que no por inalcanzable es desechado de nuestras aspiraciones, el de lo grotesco como divertimento (un feo no podrá ser más que amigo de la bella, otra cosa no llega ni a plantearse). También asistimos a una auténtica persecución -que no por consabida y aceptada resulta menos repulsiva- de la hipocresía del ser humano (la belleza está en el interior de las personas), y a la exposición sin escrúpulos de la dificultad existente entre las relaciones humanas, plagadas de equívocos y sobreentendidos absurdos. Roza todo el libro la erudición de Nothomb con múltiples citas culturales (inexacta me parece la comparación de la hermosa actriz con una ¿Virgen de El Bosco?, cuando la pintura de El Bosco se caracteriza sobre todo por figuras deformes y fantásticas, apropiadamante equiparadas con el protagonista; así mucho mejor resulta la comparación de ella con una Virgen de Memling) que dan relieve y peso a una trama de por sí algo ingenua y demasiado simplista. Se agradecen pasajes como: "Me acosté con la Cartuja de Parma, uno de mis libros preferidos", y es que no sé por qué razón en la mayoría de los libros los personajes nunca leen nada, ¡extraña paradoja!. No obstante la inteligencia y el talento de Nothomb aparece casi en cada página, convirtiendo lo que podría ser un librito intrascendente e infantil en una obra a leer entre líneas. Encuentro muchas afinidades con Nothomb, algo me dice que nos llevaríamos bien, al menos ella no se quejaría de mi póster de Jessica Alba -¡y menos del de Zhang Ziyi! Así, ante el estreno de la peli de su amada, El tropismo evanescente de no sé qué, un rollazo experimental aburridísimo dice Epiphane: "A lo largo de mi vida de espectador, me he tragado cantidad de bodrios por ver a una actriz que me gustara. Por malo que sea un guión, si veo a una chica guapa nunca me aburro. Me concentro en la chica, no veo nada más." ¡Que me lo digan a mi que me tragué Transformers dos veces! Por no hablar de la trilogía de los Piratas del Caribe... Ante un viaje - de huida de la realidad- a Japón para participar como jurado en un concurso de belleza -y es que el tipo es tan feo que se convierte en un modelo cotizadísimo y en una celebridad consecuentemente, otra paradoja de la fealdad-: "Tenía la extraña y tenaz convicción de que iba a morir. No "morir un poco", como dice el proverbio; sino morir de verdad." Muchas veces me asalta esa sensación al emprender un viaje, una circunstancia que he terminado por achacar a una muerte metafórica, una muerte del yo anterior al viaje para dar paso a un yo nuevo, rejuvenecido y repleto de nuevas experiencias y sensaciones -¡y de cuadros!-. Son muchas las veces que Nothomb te arranca una sonrisa: "He interrumpido un rato la escritura de este fax para mirar por la ventanilla: no había nada que ver y eso era lo interesante. Lógico: sobrevolamos Polonia. Alfred Jarry, como preámbulo de Ubu, escribió: "La historia se desarrolla en Polonia, es decir, en ninguna parte." Me encantaría vivir en Polonia." Estamos ante la mordaz e irónica postura típicamente nothombiana. La comicidad puede llegar a momentos hilarantes debido al surrealismo de las situaciones: "A las diez de la mañana me he encontrado con los restantes once miembros del jurado (...) he entablado amistad con una joven embajadora europea. Ambos nos preguntábamos cómo nos habían elegido para formar parte de un jurado en el que figuran un dentista peruano, un resaturador togolés y el nuncio del Papa: al parecer los organizadores tienen extraños criterios de selección." Es Atentado una novela divertida con una demasiado elocuente y evidente punto de partida: la belleza nunca podrá amar a la fealdad y viceversa, que, sin embargo, naufraga precisamente en lo simplista de su planteamiento. Por otro lado, el final -vaticinado al comienzo gracias a la lectura por parte del protagonista de una "novela polaca de romanos" y a una escena de la peli de la actriz- es esencialmente sádico y monstruoso, lo cual desmerece del tono peyorativo, grotesco y sensiblero del resto. Sin estar a la altura de sus títulos autobiográficos pienso que no es una pérdida de tiempo entretenerse unas horas con este pequeño libro, el cual depara algún momento para enmarcar, que no es poco. Ahora he empezado Biografía del hambre, y después de 40 páginas puedo adelantar que estamos ante otro gran título autobiográfico de la belga-japonesa. Espero publicar reseña en los próximos días.

lunes, 15 de febrero de 2010

Shostakóvich, de Árdov (II)


Continuamos comentando algunos pasajes de este magnífico libro publicado por siglo XXI. Cuenta Maxim: "Antes de la Segunda Guerra Mundial, mi padre viajó a Turquía para dar una serie de conciertos y, de paso, encargó allí un par de gafas. Fue a recogerlas dos días después y pagó la factura. El dueño de la óptica le dijo: -Le he hecho un par de gafas fabulosas. -Gracias. Y volvió a insistir: -¡Mire qué maravilla! ¡Tiraré las gafas al suelo y no se romperán! Tiró los anteojos al suelo y quedaron intactos. Mi padre reaccionó: - Muchas gracias, pero las quiero para otros fines. Pero el artesano no le quiso entregar las gafas y volvió a anunciar: - Ahora las tiraré una vez más y de nuevo no les pasará nada. Otro golpe y las gafas resistieron de nuevo. - ¡Y las tiraré por tercera vez! -exclamó el maestro artesano, y esta vez los cristales sí que se hicieron añicos." Siempre he pensado que los ópticos turcos están un poco locos. Lo que no ha trascendido es el final de la historia, ¿le haría otro par de gafas?, y en ese caso ¿serían igual de resistentes que las primeras?

Su hija Galina nos acerca al Shostakóvich más sensible: "Creo que conducir un coche resultaba para Shostakóvich contraindicado desde el punto de vista psicológico. Él era demasiado emotivo, vulnerable y, al mismo tiempo, poseía un sentido de la responsabilidad muy elevado..." No descubrió nada el compositor en esta ocasión, todo el mundo sabe que conducir es la gran maldición del hombre moderno, y eso si no abordamos el tema del aparcamiento en cuyo caso el problema alcanza dimensiones buzzatianas.

Shostakóvich compuso varias bandas sonoras para el cine, paradójicamente -y estando entre lo más mediocre de su producción, según mi modesta opinión- éstas le reportaban más beneficios económicos que una sinfonía o un concierto. Cuenta su hija Galina: "Cada vez que le encargaban a mi padre la música de alguna película, recibía una especie de plan de trabajo que incluía una relación de las escenas cinematográficas y su duración. Y aquella vez se marchó a Bolshevo, dejándose en Moscú la hoja del plan de trabajo. Tuvo que llamar a casa; encontré el papelito en su escritorio y me puse a dictar: "Bien, ¿ya lo tienes anotado? Trolebús en una calle de Moscú: seis minutos... Silencio blanco: tres minutos..." Lo del "silencio blanco" (una estepa nevada) le divertía especialmente porque decía: "¿Cómo quieres que exprese musicalmente ese "silencio blanco"?". Simple vanidad, sólo hay que escuchar el segundo movimiento de su concierto número dos para piano para saber cómo debe sonar una estepa nevada.

Boris Jaikin relata una anécdota acerca de Prokófiev: "Me lo contó Sergei Prokófiev en 1948. Después de que se estrenara el ballet Cenicienta, uno de los más importantes periódicos del país publicó la reseña redactada por Shostakóvich. Prokofiev llamó por teléfono a Shostakóvich y le agradeció su favorable opinión, a lo cual Shostakóvich le contestó:"Serguéi Sergueievich, no tiene por qué agradecerme nada. No sólo elogié su ballet; también expresé algunas opiniones reprobatorias, pero la redacción no las publicó por alguna razón..." Así, aunque parece que no tuvieron mucho contacto sí que se entreve cierto respeto entre los dos, indudablemente sabían del talento del otro.

En una carta de Shostakóvich al compositor Edison Denisov puede leerse: "Me pide sobre lo que debería hacer en adelante. Su indudable talento me impulsa a insistir en que sea compositor. Pero como aún le queda sólo un año de estudios universitarios, le aconsejo que termine la universidad. El camino del compositor es espinoso -perdóneme la frase banal-. Lo he padecido y lo sigo padeciendo en mi propio pellejo... Si se decide por este camino, no me maldiga en el futuro." Denisov llegó a ser uno de los principales compositores rusos de la segunda mitad del siglo XX. También finalizó sus estudios de Matemáticas.

Al final de su vida Shostakóvich padeció una enfermedad degenerativa que le dificultaba enormemente el movimiento, aún así acudía a los ensayos de sus obras, a hurtadillas, por la salida trasera, para que no le vieran subir peldaños como un anciano. Isaak Glinkman, en 1972: "La Decimoquinta Sinfonía se estrenó el 5 de mayo de 1972. La Sala de la Filarmónica estaba de bote en bote. El público no quiaba los ojos de encima al palco en que se encontraba Shostakóvich. Me pareció que muchos habían acudido al concierto no sólo para escuchar la sinfonía, sino también para poder admirar en persona al querido compositor. Vestía un traje negro, una camisa de un blanco inmaculado, y a distancia se veía tan joven y guapo como antes. Al finalizar la sinfonía, comenzó la ovación y el público saludó con inmenso entusiasmo a Shostakóvich, que apareció en el escenario. Entre bastidores me dijo: "¿Si supieras lo cansados que están mis pies para salir al escenario!". Y en su rostro se dibujó un gran sufrimiento."

No quiero reventar más cosas de libro, sin duda, una obra muy recomendable para acercarse al lado más humano de uno de los compositores más importantes del siglo XX.

jueves, 11 de febrero de 2010

Shostakóvich. Recuerdos de una vida, de Mijaíl Árdov.


Maxim i Galina Shostakovichi. Nash otets DSch. Traducción de Alexandr Kazachkov.


Este libro es un anecdotario de la vida del compositor ruso Shostakovich a través de sus hijos Maxim y Galina, conducido por el reverendo -y amigo de la familia- Mijail Árdov, y al que se suman extractos de cartas, documentos, e intervenciones de gente cercana al músico como otros músicos (Denisov, Tischenko, Rostropovich...), el propio Árdov o su amigo Isaac Glinkman.

En los años 40 la familia Shostakovich residía en la casa de los compositores en Gorino. Allí coincidieron con el también genial compositor Sergei Prokofiev. Cuenta Galina: "Un hombre furibundo asoma por la ventana y nos grita a los niños con voz estentórea:

- ¡Os voy a arrancar las orejas! ¡Me quejaré a vuestros padres! ¡No quiero veros más por aquí!

Es Sergei Prokofiev. A menudo jugábamos bajo la ventana de su habitación y no le dejábamos componer música."

¿Acaso estaría Prokofiev componiendo en aquellos momentos el entrañable cuento musical para niños Pedro y el Lobo? Ja, ja, ese Prokofiev que tanto adoraba a los niños ¡sobre todo si éstos no tienen orejas!

Por lo visto Shostakovich podía componer mientras sus dos hijos correteaban a su alrededor, nada podía distraerle de la escritura de la música. Así Galina: "Es sabido que Shostakóvich componía música sin usar el piano: se sentaba a la mesa y escribía notas. Y, en tal caso, no había que guardar silencio especial alguno: podía ladrar un perro o pasar un coche. Lo único que le alteraba era la alteración del orden. En su mesa de trabajo tenía lápices, una pluma, una regla... Y con frecuencia le rapiñábamos esos útiles."

El director de coro Klavdi Ptitsa: "Recuerdo que Alexander Glauk comentaba con admiración el extraordinario oido musical de Shostakóvich. Mientras ensayaban en la Gran Sala del Conservatorio de Moscú una de las sinfonías de Shostakóvich, durante la ejecución del primer Allegro, Alexsander Vasilievich, que estaba al atril, se volvió y vió que el compositor se acercaba presuroso arrugando la frente con una mueca dolorosa: "Aleksander Vasilievich, el segundo violín del tercer puesto de los primeros violines ha tocado un fa sostenido en vez de un fa...". Y en efecto, así había sido."

Pero por lo general Shostakovich era bastante respetuoso con la orquesta en los ensayos de sus obras, era consciente de que la orquesta debía ir asimilando la partitura poco a poco y sólo al final de cada ensayo hacía las oportunas indicaciones.

A Shostakóvich le encantaban todos los deportes, en especial el fútbol, incluso se sacó el carnet de árbitro. Cuenta su hija Galina: "Una vez, en la década de los cincuenta, mi padre veraneó en un sanatorio para miembros del Gobierno situado en Crimea, y allí le tocó hacer de árbitro en un torneo de tenis. Entre los veraneantes que jugaban a diario en la cancha estaba el general del ejército Iván Serov, que en aquella época dirigía el KGB. Y cuando el Jefé del Comité de Seguridad del Estado soviético cometía alguna falta e inmediatamente se ponía a protestar, Shostakóvich le bajaba siempre los humos con la siguiente frase: "Con el árbitro no se discute". Mi padre confesaba que gozaba de verdad al espetarle esta frase en la misma cara al máximo dirigente del KGB."

En realidad Shostakóvich tuvo bastantes problemas con el régimen debido a que su música fue tachada de no nacionalista en un determinado momento y tras la publicación de cierta Resolución del Comité Central en 1948. Cuenta Maxim cómo su padre fue interrogado tras visitar a su amigoTujachevski -quien fuera fusilado finalmente por Stalin-: "...Shostakóvich fue citado a la Casa Grande, es decir, a la NKVD (Ministerio del Interior) de Leningrado, donde se le interrogó: "Usted ha visitado la casa de Tujachevski. ¿No ha oído como Tujachevski debatía con sus visitas un plan para asesinar al camarada Stalin?". Mi padre se puso a negarlo todo. "Piénselo bien -insistía el interrogador-, trate de recordarlo. Algunos de los demás visitantes ya lo han confirmado en sus testimonios." Mi padre siguió firme, explicando que no había notado nada por el estilo, que no recordaba nada. "Le recomiendo con insistencia que recuerde aquella conversación", amenazó el interrogador. "Le daré algún tiempo para que se lo piense; su plazo expira a las once de la mañana. A esa hora vendrá a verme y continuaremos esta conversación".

Uf, y nosotros nos quejamos cuando sube el litro de gasolina dos céntimos, eso sí que era vivir en tensión. Al día siguiente volvió Shostakóvich muerto de miedo pero decidido a no delatar a su amigo. Después de esperar un rato y contestar al ser preguntado que esperaba a su interrogador le informaron que el interrogador había sido detenido. Así que se libró por los pelos de ingresar en prisión.

Shostakóvich viajó a algunos países occidentales como tal eminencia que era, aunque a él no le gustaba y nunca se le pasó por la cabeza la idea de desertar ya que en Rusia dejaba a su familia. Maxim cuenta, mediante el testimonio de Fadeyev y con motivo de una visita a Estados Unidos: "Shostakóvich entró en una farmacia de Nueva York para comprar aspirina. Pasó en el establecimiento no más de diez minutos, pero cuando salía a la calle vio que uno de los dependientes ya colocaba en el escaparate un anuncio publicitario que decía: "Aquí compra Shostakovich". Lo que me hace gracia de la anécdota es el verbo en presente "Aquí compra...", en lugar de "Aquí compró...". como si ya Shostakovich fuera cliente asiduo y para lo resto. También me da pena que si Shostakóvich entrara en la farmacia donde trabajo, no sólo no le reconocerían -bueno, yo sí, supongo- sino que si le explicasen al personal quién era les daría tan igual como si fuera una personaje de piedra. Ahora, si entrase cualquier personaje basura del corazón de estos tiempos...

Shostakóvich y su relación con los periodistas, según Maxim: "Algunos periodistas aún se muestran ofendidos con Shostakóvich, opinan que mi padre sentía antipatía por ellos sin motivos aparentes. Esta gente no quiere entender qué situación había tenido que soportar durante toda su vida. De hecho, el compositor y toda su familia éramos rehenes de un régimen criminal e implacable. Y nuestro padre debía sopesar cada frase que decía con mucha prudencia, teniendo presentes a sus omnipotentes verdugos."



-el comentario continuará con algunas anécdotas más-

martes, 9 de febrero de 2010

Corazones cicatrizados, de Max Blecher.


Inimi cicatrizate. Traducción de Joaquín Garrigós.


Max Blecher nació en 1909 en Botosani, en Rumania, murió en 1938. En este libro, de carácter autobiográfico, Blecher, de origen judío, narra su paso por el hospital para enfermos tuberculosos de la ciudad francesa de Berck. Por lo tanto percibimos aires de La montaña mágica de Mann, y de un posterior Thomas Bernhard en su serie de novelas autobiográficas, sobre todo en El aliento. La novela se inicia con la visita al doctor que le diagnostica una enfermedad vertebral debido a un absceso tuberculoso. La sensación de opresión e impotencia que siente el protagonista en la consulta del médico recomendado por el doctor Bertrand es descrita con un talento propio del mejor Kafka: "El médico había entrado de nuevo en la cabina. Emanuel pensó entonces en suicidarse ahorcándose de una de las barras metálicas con la correa de sus pantalones." Más tarde tendrá que realizarse la punción por parte del doctor Bertrand. Después de la misma, la desolación, la incertidumbre ante la gravedad de su enfermedad, las perspectivas ante el inminente traslado a Berck: "La tarde prosiguió en el cuarto su transcurso inútil y triste. El frasco de pus yacía sobre la mesa como evidencia irrefutable. Unos rayos cobrizos de sol jugaban en medio de una luz suave en la pared de la casa de enfrente. Emanuel sintió en el pecho una gran debilidad, diríase que respiraba algo del vacío y la desolación de aquella tarde melancólica." Para partirse de risa, vaya. Sin embargo el texto rezuma esperanza y ganas de vivir por los cuatro costados. Su estancia en Berck será menos traumática de lo que en un principio pudiera pensarse. El mal trago del corsé de yeso me resultaba extrañamente familiar, comencé a identificarme con Blecher -aún sin haber padecido nunca tuberculosis-: "La operación no era en absoluto complicada: el doctor cogía una tira, la revolvía en el yeso y la mojaba en agua. A continuación la aplicaba en toda su extensión en la espalda de Emanuel como una compresa. ¡Paf! Una... ¡Paf! Otra... Se pegaban a las costillas, al pecho, a las caderas. Se adherían a la piel como animales pegajosos vivos en insinuantes. El doctor trabajaba con una rapidez de albañil al que le volaran los ladrillos en las manos. " Frialdad, trabajo de albañilería, ¿cómo puede ningún tratamiento médico contemplar semejante bestialidad? La dignidad humana debe quedar por encima siempre de la curación antropomórfica. La vida de Emanuel en el sanatorio discurrirá por los cauces típicos de una convivencia en una mini-ciudad, tendrá amistades, amores, enfrentamientos, pérdidas irreversibles... Hasta que comprende que debe huir, huir lejos, hacia las dunas, donde encontrará refugio eventual: "En el ambiente anticuado de la vieja casa, en la transparencia de la vida que llevaba ahora, no se materializaba ninguna sombra de las que antaño se le cruzaban en silencio. Yacía al sol, luminoso y límpido, claro como un agua por la que ninguna imagen podía pasar dejando huella. Ahora se percataba de lo profundo y frágil que había sido su amor." Este tío lo que no quiere es dar golpe. En varios momentos de la narración aflora el Blecher poeta, un escritor con un talento inconmensurable y del que no sabemos de cuántas obras inmortales nos privó su temprana muerte.