Vale, me dije, voy a ir hasta
allí y voy a sacar el libro de Valeriano Bozal dedicado a Peter Brueghel. Sí,
me dije, es lo mejor, de otro modo, no habrá salvación. Recuerda lo que pasó la
última vez, me dijo una voz. Sí, sí, lo recuerdo –torcí el gesto, me temblaron
las manos, el corazón se me heló. Ahora -¿tenía algún sentido el término
“ahora”? ¿no éramos en realidad únicamente
un recuerdo de nuestra existencia más reciente?-, digo, ahora lo veo todo de nuevo,
como si hubiera sucedido ayer -¿qué clase de falsa epistemología subyacía en
aquella paradoja?-. Fue hace muchos meses, el Hildesheimer…, me dije –todo
estaba borroso, incluso mi visión se tornó neblinosa, una pestaña se me había hincado en la córnea. Recuerda cuando fuiste a
aquel sitio en Babel, sí, donde guardaban los libros en anaqueles
milenarios, dijo la voz. Bueno, no era exactamente en Babel, era más bien la Biblioteca
Municipal, ese edificio azul feo en la Avenida de Europa. Ya, era para darle un
toque borgesiano a la cosa, ironizó la voz, quejumbrosa, hastiada de ejercer el
mismo juego una y otra vez. Ah, vale, sí, ahora recuerdo, estuve muchos días recorriendo
por los pasillos de la Biblioteca babeliana, le seguí la jugada, si bien en
contra de mi voluntad -¿y cuál era mi voluntad salvo la de continuar
con vida un solo día más? Fue después de mucho deambular por aquellos intrincados
laberintos de mal gusto cuando encontraste al bibliotecario mayor, me ayudó la voz al
principio de mi relato. No era el bibliotecario –corregí a la voz-, era un
subalterno. Cierto, allí empezaron todos tus males. No sé, le corregí, mis
males ya los venía arrastrando desde había tiempo, es posible que desde el
mismo día de mi nacimiento, en la lejana ciudad de Palmira... ¡No interrumpes
la narración con inútiles evocaciones!, se enojó la voz. Cuenta qué paso, ¡con
todo lujo de detalles! No creo que eso importe mucho, reflexioné. La mirada del
subalterno era gélida, ¡glacial! Le extendí un papel en el que había
apuntado todos los datos referentes al libro. El fin del mundo: narraciones sin
amor. Autor. Wolfgang Hildesheimer (1916-1991). Editorial: Magisterio español,
D.L. 1969. Descripción física: 192 p. 18 cm. Colección: Novelas y cuentos; 49.
Bien, bien, dijo el
subalterno. Bien qué, le dije. Aquí faltan datos, es evidente. ¿No cree usted que
aquí faltan datos? ¡Me toma por idiota! –gritó encolerizado, su mirada ahora
era infernal-. Yo no había ido hasta allí para volverme de vacío, así que tuve
que hacer de tripas corazón, como suele decirse, e intentar conformar al
subalterno y sus demenciales requerimientos. Dígame, por favor, qué datos faltan. ¡Pues
todos!, ¡la signatura!, ¡la signatura es fundamental! Yo no tenía ni idea de
qué quería decir con aquello de "la signatura". Supuse que sería un código
interno de localización geográfica. Tiene que buscarlo en aquel terminal. Allí encontrará
la signatura, me indicó no sin cierta misericordia, como el que se apiada del
reo condenado a muerte en las horas previas a la ejecución. Me dirigí hacia el
terminal. El camino era serpentino. Inevitablemente había que cruzar un puente
colgante de gran inestabilidad. El vértigo que yo padecía desde la infancia no
me ayudaba. Pensé en el Hildesheimer, “narraciones sin amor”... Aquello me dio
fuerzas. Cerré los ojos, me así a las barandillas como pude y en pocos minutos
–aunque lentamente, mi cerebro ideaba mil y una permutaciones acerca de una
caída al vacío-, llegué al terminal. Di
fácilmente con la signatura -¿esto era todo?. La vuelta fue más llevadera. La embriaguez del
descubrimiento me llevaba en volandas. Cuando le di la signatura al subalterno
éste meneó la cabeza en señal de desaprobación. No está usted respetando el
procedimiento, me dijo. El Hildesheimer…, pensé. Cuál es el procedimiento,
inquirí extrañado –cuando ya debía haber aprendido que la extrañeza era una
condición habitual en aquel paraje de desolación, deconstruyendo su auténtico significado para convertirlo en una simple broma ditirámbica. Debe rellenar este
formulario. Me tendió un pliegue de varias hojas con numerosas casillas en
blanco. Pero oiga, no tengo todo el día, protesté. Yo sí, se defendió el
subalterno, indiferente. Rellené el cuestionario, ¿qué podía hacer si no?
Aquella actividad, lejos de extenuarme –como debía haber sucedido-, me dio más
confianza en mí mismo –la confianza, ¿cuándo la había perdido?, ¿acaso la había tenido
alguna vez?, eran todas preguntas retóricas. El Hildesheimer, cada vez más cerca, me
animaba. Aquí tiene. Entregué al subalterno debidamente relleno el
cuestionario. Bien, bien, estuvo hojeándolo minuciosamente durante minutos –a
mi me parecieron horas. A este paso el Hildesheimer será devorado por las
polillas, y entonces será demasiado tarde, pensé. Mire, le voy a ser sincero,
dijo el subalterno. Éste libro está en depósito. ¿Qué significa que está en
depósito?, pregunté midiendo cada palabra, si bien yo era consciente de lo que
significaba aquello –ya saben, la verdad última siempre es conocida, aunque a
veces intentemos ignorarla por nuestro propio bien y el de nuestros seres queridos. Pues eso, que hay que
bajar al depósito a por el libro. Bien, le dije, aquí le espero. Verá usted, no
es tan fácil. Ahora mismo estoy solo, se justificó el subalterno. No puedo
abandonar mi puesto así como así. ¡Que yo tengo una responsabilidad! Pero oiga,
le dije, ¡he visto a sus compañeros en la cafetería!, ¿no puede llamarles para
que le sustituyan un momento?, repuse un poco impaciente. Usted no conoce las
normas. Usted no ha leído el relato Las leyes de la aristocracia, de Franz
Kafka. No desconfío de Kafka, ese gran visionario, pero no entiendo que… -mi tono ya no era impetuoso, el cansancio empezaba a hacer mella en mi euforia inicial. Las normas son las normas,
y ahora mismo no puedo ir a por el libro requerido, si prefiere volver otro día…
–bajó la mirada como dando por finalizado el asunto. Pero entonces, dije
nervioso, ¿por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué me hizo recopilar los datos
del libro? ¿Por qué me hizo cruzar el puente de la muerte? ¿Por qué me hizo
rellenar el cuestionario? Normas, señor, las normas… Mire, le dije, no preciso ya
el Hildesheimer, volveré otro día. Adiós, señor.
Ha sido un relato realmente
patético, señor Kovalski, dijo la voz, a la que había olvidado por completo.
Bueno, para mí lo patético tiene un gran valor. ¿Qué quiere decir? No sé. El
caso es que cuando esta semana fui a la biblioteca de Babel a por el libro
de Bozal sobre Brueghel, que estaba en depósito, no albergaba muchas esperanzas de conseguirlo. Le contaré cómo actué, llevando a cabo las más precisas y adecuadas pertinencias. Tuve la precaución de apuntar el código de la signatura, así como
todos los datos biográficos del volumen, no obstante era conscente de que todo sería inútil.
Pieter Brueghel: Triunfos, muerte y vida/Valeriano Bozal. Editorial: Abada,
Madrid, 2010. Descripción física: 123 p.; il. col.; 25 cm. Colección: Lecturas
Historia del arte y la arquitectura. Signatura: 64706. Me sorprendió al llegar
que todo parecía renovado. Había luz natural, la bibliotecaria subalterna era
una joven muy diligente, los suelos estaban recién encerrados, el olor a libro
nuevo se entremezclaba con el del perfume de la joven. Enseguida cogió la nota y me dijo: rellene este formulario, por favor. Era una pequeña cuartilla
en el que sólo había que consignar algunos datos. Cuando levanté la mirada, la
subalterna no estaba. Ya empezamos, me dije. Me puse a hojear las novedades:
Las memorias del señor Schnabelewopski, de Heine. Pensé que el Gobierno había
recortado el presupuesto de las bibliotecas públicas a cero euros, me dije. Aquí tiene,
oí una voz a mis espaldas. Me giré, era la joven subalterna, traía en sus manos
el libro sobre Brueghel. Con lágrimas en los ojos lo cogí, le di la vuelta, lo
abrí, pasé algunas páginas, era maravilloso.
4 comentarios:
¡Qué biblioteca de pesadilla! El asunto con este texto es que a uno le entran más ganas de leer el Hildesheimer que el Bozal, aunque solo sea por solidaridad con tanta desventura. Leer, leer, “de otro modo no habrá salvación”, pero también sin comillas. Me exasperó la actitud del subalterno del bibliotecario. Obstaculizador, retaceador de información. Me recordó al guardián de Ante la ley. Sempiterno: “no tengo todo el día”; “yo sí”. Por burlarlo, me fijé en el catálogo del Instituto Goethe en Buenos Aires. No está El fin del mundo. Narraciones sin amor. Sólo Mozart y Las aves del paraíso también son falsas (este título no me gusta nada, parece de varieté). Buscaré. Gracias. Más de un saludo.
Gracias por tu comentario, Vero, sólo era un relatillo para animarme a reemprender el blog -próximamente Kafka, no sé cómo ni cuál ni cuándo pero Kafka seguro-. De Hildesheimer he leído Tynset -genial-, y el de Mozart también. No sé si sabes que formando parte del jurado de un premio austríaco Bernhard votó a Canetti pero al final le dieron el premio a Hildesheimer (lo cuenta en Mis premios), claro, eso fue antes de que tuvieran una gran confrontación (Bernhard versus Canetti), saludísimos.
Bien por el reemprendimiento y por seguir con Kafka. (Aunque aquel a quien Kafka hirió sigue siempre con Kafka. ¿Cómo discontinuar?). No sabía lo del premio, no leí los de Bernhard (qué juego de palabras más tonto, disculpas). Interesante. Saludérrimos.
estimada vero, creo que no medí bien las consecuencias de enfrentarme a la metmorfosis de Kafka...Aquí te dejo mi comentario a Tynset por si te interesa: http://elmundodekovalski.blogspot.com.es/2011/04/tynset-de-wolfgang-hildesheimer.html, y también el de Mis premios http://elmundodekovalski.blogspot.com.es/2011/02/mis-premios-de-thomas-bernhard_23.html, visité la web del Instituto Goethe de B.A.,muy interesante,suerte de los bonaerenses,celebrados saludos
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