Contes
carnivores.
2008 Editions du Seuil
2010 Acantilado
Traducción del francés por Marcelo
Cohen.
Prólogo de Enrique Vila-Matas.
Bernard Quiriny nació en Bélgica en 1978. Es profesor de Derecho y
Filosofía en la Universidad de Burgundy, Francia. Sus libros de relatos cortos
han recibido numerosos premios.
Sanguina.
El narrador se aloja en un hotel en
Barfleur. Allí traba conversación con un extraño, éste, ante la mirada
incrédula de su interlocutor, ingiere una ampolla de sangre junto a un zumo de naranja. Para explicar esta singular costumbre el extraño
relatará una asombrosa historia acaecida 15 años atrás en Bruselas, la historia
de la mujer ("Entonces se quitó la blusa y me vi ante el espectáculo
más extraordinario que se me haya dado contemplar") con piel de
naranja.
El
episcopado de Argentina.
Una asistenta viuda entra al servicio del
obispo de San Julián en 1939. Poco a poco desentrañará el misterio que envuelve
al obispo ("Me invitó a acercarme a la cama y poner la mano sobre la
frente del muerto"), o debería decirse... a los cuerpos del obispo.
"Qui
habet aures".
En 1965 un empleado de banca, Renouvier,
descubre tener un extraordinario poder auditivo. Gracias a las conversaciones
detectadas a distancia consigue establecer un equilibrio envidiable en sus
relaciones laborales, familiares y sociales ("La lucidez de Renouvier
asombraba; lo calificaban de fino psicólogo, de caballero cabal"),
hasta que el asunto se escapa de su control -una chica se enamora de él- y
termina en tragedia.
Unos
cuantos escritores, todos muertos.
El narrador, merced a un tal Pierre
Gould (¿algo que ver con Pierre Menard, autor del Quijote de Borges, o quizá con Glenn Gould, el excéntrico pianista canadiense? ya empiezo a ver fantasmas), reúne una serie de biografías de escritores desconocidos (una
fórmula, la del descubridor de falsos talentos, que ya pusieron en práctica
William Beckford en sus Memorias biográficas de pintores
extraordinarios o Stanislaw Lem en Vacío perfecto, y más recientemente
Danielewski en La casa de hojas -con esa turbulenta serie de
referencias bibliográficas en las notas a pie de página-, sin olvidar al
hilarante filósofo Selby de El tercer policía de Flann
O´Brien, en definitiva, una fórmula que perdió el factor sorpresa y que por
tanto ¿está agotada?). Así, Enzo Trastani publicó diez libros con nombres de
composiciones musicales. Adolphe Morceau escogía superficies relacionadas con
el contenido de sus libros para redactarlos sobre ellas. Malcolm y Clarence
Galtho fueron mellizos, ingleses, y escribieron sus libros conjuntamente.
Pierre Alexandre Skovski fue un joven prodigio que redactó su autobiografía a
los 16, a los 20 quemó toda su producción y a los 21 se pegó un tiro en la
cabeza. Francisco Martínez y Díaz escribió un solo libro, Historias
leídas en un espejo ("No serán obras maestras -dice Pierre
Gould-, pero a mí me gustan mucho" -algo me dice que semejante
afirmación va dirigida al crítico potencial de estos cuentos, oiga, mis cuentos no será obras maestras pero ¿a que le gustan mucho?). Nicolas
Sambin fue el verdadero autor de Jardines deshabitados -¿un guiño a El
jardín de senderos que se bifurcan de Borges?- de Henri
Quesnel. El problema es que a Quesnel tampoco lo conocía nadie. Marceline
Echard pasó los últimos 15 años de su vida intentando demostrar que Hitler
seguía con vida. Según el narrador este autor aparece en La vida:
instrucciones de uso de Georges Perec -no, Quiriny no
inventó a Perec, aunque seguro que le habría gustado hacerlo (este juego parece
gustarle a Quiriny, es decir, la idea de entremezclar algún autor real -Perec,
Breton, de Quincey, Arrau, Rubinstein- entre su amalgama de personajes
pseudorealistas). Benoit Sidonie, profesor italiano, amigo de
Breton, escribió 6 relatos pornográficos que ningún editor quiso publicar.
Pierre Laroche de Méricourt, vanidoso y cínico, escribió la novela Mareas
negras (el hecho de que Laroche comparta nombre de pila con Gould -¿Doppelgänger de Quiriny?-, y que haya un relato incluido en este libro con ese
título da que pensar, pero ¿qué es lo que da que pensar? es a lo que no he
podido responder todavía). Bertrand Sombrelieu se ocupó de publicar por su
cuenta y riesgo una serie de biografías de desconocidos, homónimos de
personajes ilustres, incluido el suyo propio, Bertrand Sombrelieu, "propietario
de un hotelito en los Pirineos" -una broma que utiliza el propio
Quiriny con alguno de sus personajes como los músicos Gaudí, Morand y Murakami.
Quidproquopolis
(De cómo hablan los yapus).
Un joven universitario relata la investigación de una lengua nativa del Amazonas (imposible no
acordarse de Ten thousand years older, el documental de
ficción que Werner Herzog incluyera en la película colectiva Ten
minutes older). Ante el fracaso de todos sus predecesores ("Hace
unos años, un investigador belga llamado Pierre Gould arriesgó una seductora
hipótesis para dar cuenta de las aberraciones del yapu") consigue
formular una teoría que conjuga el malentendido y el absurdo como base de
comunicación.
Mareas
negras.
Un trabajador del puerto de Amberes conoce
a Pierre Gould (como hemos dicho, personaje presente en varios de los relatos, como una sombra
tutelar, e incluido también en el relato-prólogo de Vila-Matas, Un
catálogo de ausentes, un magnífico cuento en el que el narrador pretende
escribir una Historia general del vacío, y donde sale a relucir una Historia
general del aburrimiento, obra de 1788 de Pierre Gould, "insigne
antepasado, por cierto, del Pierre Gould que aparece siempre en los relatos de
Bernard Quiriny, uno de mis escritores favoritos" -con la salvedad de
que Pierre Gould NO aparece en TODOS los relatos de Quiriny, lo cual constituye
un error lamentable de Quiriny, y lo que conduce al lector a la siguiente
reflexión: ¿quién es Pierre Gould, por qué sale sólo en algunos relatos de
Quiriny y, sobre todo, el Pierre Gould que aparece es el mismo en todos los
relatos?-, y que contenía como apéndice un extravagante -la enumeración de
todas las defunciones acaecidas en la historia de la humanidad- Catálogo
de ausentes -un proyecto inabordable por su exagerada extensión y que
recuerda (no por su naturaleza, sí por su complejidad) a la novela interminable
de El jardín de los senderos que se bifurcan de Borges, donde
se lee, relativo al libro de Ts´ui Pên: "Antes de exhumar esta carta,
yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé
otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya
última página fuera idéntica a la primera con posibilidad de continuar
indefinidamente (...) Casi en el acto comprendí; el jardín de los senderos que
se bifurcan era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me
sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio"- y
en el que el narrador dice preferir limitarse "a ser un personaje de
Pierre Gould. O mejor dicho, hacerme pasar por el Pierre Gould actual, por el
héroe -tal vez el doble- de Bernard Quiriny", y al final del relato:
"A veces me hago pasar por Pierre Gould, por el historiador del
aburrimiento, pero a veces también por su descendiente, ese que también se
llama Pierre Gould y aparece en los relatos de Bernard Quiriny"; un
relato, el de Vila-Matas, escrito por el narrador entre cuatro paredes blancas,
como si acabara de leer a Henry David Thoreau ("Antes de que podamos
adornar nuestras casas con objetos bellos las paredes deben estar desnudas,
nuestras vidas deben estar al desnudo"), si bien el lector sospecha que
el autor de Un catálogo de ausentes está entre cuatro paredes blancas por algún
tipo de recomendación sanitaria -que está en un manicomio, vaya). Gould lo introducirá en la estética de las mareas
negras, esas catástrofes ecológicas que Gould equipara en belleza con el
"arte" del asesinato. Así, este extraño individuo presta al
narrador -frente al petrolero mexicano "Pedro Páramo" (otro guiño, bastante menos tangencial que el del jardín)- un
folleto con una conferencia suya (que incluye extractos de Del
asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de
Quincey, según nota de Cohen -¿no debería haber sido el autor y no el traductor quien firmara esa
nota a pie de página?) e invitara al narrador a una excursión iniciática hasta Finisterre, un viaje que finalizará
de forma tan instructiva ("Había que rendirse a la razón: ya que no
podía salvar el cabo de Finisterre, podía al menos contemplar la belleza del
espectáculo") como delirante.
Mezclas
amorosas.
Un empleado de banca -recordemos que Josef
K. era también empleado de banca- llamado Renouvier (¿el mismo de Qui
habet aures?) planifica los días de la semana de tal forma que pueda
citarse con sus tres amantes sin desatender -o al menos eso cree él- sus
compromisos familiares ("Su corazón era como un escritorio bien
ordenado, con una gaveta para cada relación; cuando Renouvier abría una no
pensaba en las otras"). Todo funciona a la perfección durante años hasta que un día el
espejo del tocador de la habitación del hotel devuelve una imagen que no se
corresponde con la imagen lógica que debiera reflejar. Asustado -o arrepentido-, decide poner fin a sus
aventuras extramaritales, una decisión que, sin embargo, no servirá para
abrirle los ojos a un secreto conyugal que ni siquiera llega a imaginar.
Crónicas
musicales de Europa y otros lugares.
Al igual que sucedía en Unos
cuantos escritores... Quiriny vuelve a recopilar una serie de autores
excéntricos -aunque en esta ocasión no son recomendaciones de Pierre Gould. Se trata de compositores con peculiares métodos de creación.
En La invención de Gaudí el músico belga Antonio Gaudí estrena
una innovadora obra en el Teatro Real. Para ello ha diseñado un portentoso
instrumento que reúne todas las modalidades de sonido. Gaudí ofrecerá un
estruendoso concierto del que nadie saldrá indiferente. En Haciendo
bramar la torre es el japonés Yoshio Murakami (el mundo
del escritor Haruki Murakami se instala, sobre todo en sus primeras novelas,
entre lo fantástico y lo grotesco, un universo al que no sería ajeno este libro
de Quiriny) quien proyecta realizar sobre la torre Eiffel una obra
físico-musical mayestática, usando para ello la vibración de la estructura de hierro
del monumento. La prueba realizada con una maqueta no será suficiente para la
aprobación de dicha representación -una nota común en algunos finales de
Quiriny es el de la inconclusión o mejor dicho, de la conclusión decepcionante.
En La dificultad no es nada el músico argentino Eduardo Morand
compone una serie de partituras de tal complejidad técnica que resultan
imposibles de tocar por intérprete humano alguno ("Arrau, Bolet y
Rubinstein han dejado caer los brazos frente a su Estudios para piano").
En La música que flota en el aire un extraño cuarteto resuena
indefinidamente en un enclave concreto de la Columbia británica. El
protagonista de Sinestesia, Thomas Garner huele la música,
describiendo la misma en base a olores reconocidos ("No son
alucinaciones. Yo huelo a Bach y huelo a Fauré como vosotros oléis el jabón, la
lavanda y la vainilla"). Noticias tristes de Eicher nos
narra la singular aparición de un pianista francés de jazz. Herido, inconsciente
y amnésico, se verá incapaz de reconocer ninguna de sus antiguas melodías.
Recuerdos
de un asesino a sueldo.
Recoge las memorias de un asesino a sueldo en
cinco capítulos. El aburrimiento de un hombre de negocios de
48 años le lleva a contratar al asesino con la peligrosa intención de salir de
la monotonía. En el asunto Yaporov nuestro asesino particular
tiene un pequeño imprevisto que le conduce a una acertada reflexión. En Dylan,
la viuda de un diamantista quiere deshacerse de su nieto, cree que es el
diablo. En Autorretrato vuelve a aparecer el libro de Thomas
de Quincey ("Un amigo cercano -lo bastante cercano para saber cómo me
ganaba la vida- me lo regaló cuando cumplí cincuenta años; todavía no lo he
leído") y al final su trabajo tendrá mucho que ver con la obra maestra
de un artista contemporáneo. Dos últimas infidelidades cuenta
dos casos -tan breves que parecen escritos a desgana- en los que utilizó
métodos poco convencionales, en el último de ellos, la belleza de la víctima le
hará replantearse el sistema empleado.
El
cuaderno.
El gran escritor vienés Axeles posee un
cuaderno en el que va anotando, se piensa, ideas para futuros escritos -en uno
de los relatos de La niña del pelo raro de David Foster
Wallace hay un personaje femenino que tenía más o menos la misma costumbre:
"Él era un bebedor compulsivo de café. D.L. siempre estaba sentada en
las cafeterías, sola provista de un cuaderno para atrapar pequeños atisbos de
inspiración antes de que pudieran escaparse"; una técnica que también utilizaba Chéjov, como se dice en el mismo cuento de Quiniry) . En cualquier
momento y situación coge la pluma y escribe algo en el cuaderno, los presentes
se preguntan de quién habrá cogido esta vez el maestro el tema para una
composición magistral (y, curiosamente, a veces los cuentos de Quiriny dan esa
sensación de apunte provisional que espera ser desarrollado). Finalmente, un
joven autor sin talento, Bastian Picker, se propone -tal y como confiesa al
narrador- robar el cuaderno, elemento indispensable para salir del
atolladero en el que se encuentra su inspiración ("La comedia duró casi
seis meses. Obsesionado con el cuaderno y los temas para libros que contenía,
Bastian ordenó su vida en función de la de Axeles, aterrorizado por la
eventualidad de no estar presente cuando se presentara la ocasión de apoderarse
de él"). Cuando consiga su objetivo, Picker comprenderá el auténtico
sentido de las anotaciones del maestro.
Extraordinario
Pierre Gould.
Recoge algunos pensamientos (sobre los
sueños, la báscula total, su árbol genealógico, los ratones de biblioteca, un
reloj que avisa de la muerte del portador, un libro escrito en el cuerpo de una
mujer -¿quién no ha visto The Pillow Book de Peter Greenaway?-,
tres proyectos, la fortuna, la timidez en el amor- del excéntrico Pierre
Gould, y donde resaltan "La impaciencia de Pierre Gould no tiene
límites" y el estrambótico cartel leído por el escritor Jan Zabrana en
algún lugar de la Checoslovaquia comunista: "Debido a los trabajos en
la vía de desvío, la carretera nacional se encuentra momentáneamente reabierta".
El
pájaro raro.
Jacques Armand es un artista que realiza
sus pinturas en huevos de todo tipo (Paisaje del Zambeze, sobre huevo de
avestruz, y Homenaje a Escher, lápiz sobre huevo de cisne, son algunas de sus
obras). Durante una exposición retrospectiva en 1987 el narrador tiene ocasión
de realizar una visita a puerta cerrada junto al artista. Ante una de las obras
Armand se parará de forma enigmática ("pareció turbarse, como si
acabara de percibir el fantasma de un amigo fallecido").
Una
borrachera perpetua.
Posiblemente sea éste el mejor cuento de todo
el volumen. Se divide en Una bibliografía pobre, que selecciona las
pocas menciones que de un brebaje centroeuropeo denominado zveck -un
término que homenajea al célebre soldado de Hasek- se hace en la historia de la
literatura; Notas sobre mi padre descubre la actividad como
agente doble de los servicios secretos de espionaje británico del padre del
narrador; El manuscrito es la transcripción literal de un
pequeño texto del padre salvado de la quema y que narra un episodio
fantástico de tres accidentados espías en un lugar indeterminado -yo me inclino
a pensar en un lugar perdido de la Rumanía más ancestral- en plena guerra
mundial y que acabará en un mesón pintoresco -y pienso en El baile de
los vampiros de Polanski-, donde se celebra una fiesta local y en el que se servirá una bebida de extraños e irreversibles poderes ("Luego,
sin dejar de mirarme con insistencia, me soltó el puño como para dejar que yo
decidiera libremente. Beber o no beber, ésa era la cuestión"); Una
borrachera perpetua establece una hipótesis acerca del verdadero
destino del padre del protagonista. Un relato con evidentes tintes borgianos
-quizá podría llevar esa etiqueta algún cuento más, quizá todos -o puede que ninguno-, en cualquier
caso estaríamos ante un Borges menos barroco en su lenguaje -¡mucho menos barroco!-, menos enigmático -¡mucho menos enigmático!- y
emplazado casi siempre en la caricatura, cuando no en la parodia, con un uso
parecido de los recursos en la presentación de la trama -un extraño le cuenta, un extraño le envía una carta, un manuscrito que se creía perdido,...-, un fino -y
macabro- sentido del humor y una evidente afición por los nombres
equívocos y los juegos de identidades, cuentos que denotan admiración por Poe
(supongo que no es casualidad que en el relato de Vila-Matas que actúa como
prólogo tenga una presencia determinante el final de El relato de
Arthur Gordon Pym, así como un relato de Nabokov, Ultima Thula -donde
Falter resolvió el enigma del universo-) y Kafka -no sería justo decir que
Quiriny aspira a ser el heredero de Borges o Poe, mucho menos de Kafka,
simplemente porque eso aniquilaría para siempre a Quiriny- y que, como sugerí
anteriormente, en ocasiones parece beber de la estela de Murakami -con su visión de cómo lo mágico e increíble convive con la cotidianidad- e incluso
del Vila-Matas de Exploradores del abismo (en el
prólogo el barcelonés cita unos versos de Hilda Doolittle, "somos
navegantes, exploradores de lo desconocido", que parecen hacer referencia a su colección de cuentos). La mayoría de críticos de estos Cuentos carnívoros coinciden en las mismas influencias. Jacinta Cremades en el cultural los ha relacionado con Poe, Borges y Aymé; Juan Cervera de rockdelux con Poe, Borges, Kafka y Cortázar
-si bien, admitiendo caer en el tópico de las referencias-; Sergio Rodríguez
Prieto de El País con Borges, Buzzati y
Aymé. Unos relatos, en definitiva, entre lo fantástico y lo surreal -no en
vano aparece el nombre de Breton en uno de sus cuentos-, y que el autor hubiese
querido -no sé si lo habrá conseguido finalmente- que se definieran con la cita
de Ambroise Pierce que abre el volumen: "Si estos hechos pasmosos son
reales, voy a volverme loco; si son imaginarios ya lo estoy".
Cuento
carnívoro.
Es el último relato del volumen y, junto con Sanguina, el
único que pueda catalogarse como "carnívoro" (en su acepción más antropofágica) -¿que por qué el volumen
adopta ese nombre genérico? no lo sé, pregunten a Quiriny, o mejor ¡a Pierre
Gould! Un inspector de Scotland Yard jubilado planea escribir sus memorias. Un
caso, el del botánico John Latourelle, hallado muerto en su
invernadero, es el elegido por Groove como uno de los más extraordinarios
de su carrera. Con el propósito de ayudar en la resolución del misterio
un antiguo colaborador del botánico escribe una carta al inspector desde el
otro lado del Atlántico ("Latourelle mantenía con sus plantas una
relación malsana y patética"). Su teoría no deja de ser asombrosa y
finalmente Groove aclarará el enigma del botánico sin necesidad de recurrir a
ella -lo que, paradójicamente (y gracias a un destello genial de Quiriny), deja sin sentido al título del cuento, y,
consecuentemente, al de la colección de cuentos, y, consecuentemente o no, a este
comentario.
Bernard Quiriny nació en Bélgica en 1978. Es profesor de Derecho y Filosofía en la Universidad de Burgundy, Francia. Sus libros de relatos cortos han recibido numerosos premios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario