sábado, 16 de febrero de 2013

En mitad de la noche un canto. Jiri Kratochvil.


Uprostred nocí zpev (1992).
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús.
Impedimenta 2010.

Patricia Gonzalo de Jesús cita en su introducción a escritores checos como Kundera, Hasek o Hrabal, para usarlos como referencia a la obra de Kratochvil (Brno, 1940). Finalmente escribe de En mitad de la noche un canto: “Y aunque Jiri Kratochvil ha declarado repetidamente su admiración por Milan Kundera y, sobre todo, por el dramaturgo Ivan Vyskocil (y su literatura experimental y del absurdo), no puedo evitar sentir esta obra más cercana al placer palabrista por la fabulación, por la recreación, a ratos nostálgica y a ratos grotesca, como actitud ante el mundo, ante un mundo  al que de otro modo resultaría difícil encontrar un sentido.”
Particularmente, y para dar una idea al lector de por donde van los tiros, yo diría –sin pretender epatar- que el estilo de Kratochvil aúna los lirismos fabulatorios del lituano Milosz, los destellos bien mágicos de García Márquez, bien esperpénticos de Mrozek, con la narrativa desenfadada, tragicómica, pero entrañablemente reflexiva del propio Hrabal, además la acción se sitúa en plena posguerra con el régimen estalinista en la sombra–un compromiso ausente en Hrabal, por lo que ha sido alguna vez criticado, si bien defendido por el propio Kundera en su libro Un encuentro. Al hilo de este asunto me acuerdo de Márai y algunas de sus novelas como La mujer justa, pero claro, las escribió en el exilio, con lo cual estaba a salvo del régimen comunista húngaro. O sea, un cóctel de impredecibles -pero esperanzadoras- consecuencias.
Después de terminar la lectura de En mitad de la noche un canto podemos decir que el resultado es magistral, o al menos cercano a esa línea que separa lo magistral de lo no magistral –si es que existe esa línea y si es puede existir lo magistral después de Bernhard. La mejor señal que denota el impacto que tiene en nosotros un nuevo autor es el impostergable interés que por el resto de su bibliografía nos sacude tras cerrar la última página, como si fuera ya el único escritor de la Tierra (¡demonios, tengo que leer todos sus libros!, nos decimos impacientes). 
Kratochvil es un autor poco conocido en España que ha sido encuadrado en la era post-Kundera, una era cuyo comienzo se fecha en 1989, cosa que no entiendo pues Kundera sigue en activo, acaso debería denominarse era post-Hrabal (muerto en 1997, siendo su última gran obra, Bodas en casa, de 1986). Pero estas premisas clasificadoras deben dar igual. Leí el libro evitando las alas de la cubierta que informaban del autor. Conforme avanzaba me preguntaba una y otra vez cuándo pudo ser escrito y si el escritor estaría aún vivo –confieso que miré las solapas en el tercer capítulo.
En mitad de la noche un canto participa más de las novelas de aprendizaje (bildungromans) que de la búsqueda odiseica, ahora explicaré a qué me refiero, si es que puedo. El infante protagonista se enfrasca en la búsqueda de su progenitor a partir del día uno de su concepción –y asistimos al viaje adolescente entre personajes a cual más grotesco-: “Fui concebido bajo un cielo iluminado por proyectiles y con la tos asfixiante de los lanzacohetes katiusha como ruido de fondo, y nací poco antes de la Navidad de aquel año que sería el último de la guerra y el primero de la paz.” Un grupo de soldados asaltaron la propiedad y abusaron sucesivamente de la madre del protagonista a finales de abril de 1945. El bebé será ochomesino, aunque quizás esto no sea suficiente para justificar su enrevesado –y mágico- mundo interior. Desde entonces el narrador espera una especie de señal que lo conecte con su padre desconocido. Puede ser una frase casi inaudible de un hombre a punto de ahogarse en la presa de Brno, o bien una carta hecha pedazos en la calle  Jakubska, que le pondrá sobre la pista de un tal Padre Prudencio, de Río de Janeiro.
Pero hay dos voces en este libro que se van alternando por capítulos. En los pares, la voz narrativa está igualmente en primera persona pero el tratamiento no es tan formal, no hay puntos al final de cada párrafo ni mayúsculas al principio de los mismos. Una herramienta que utiliza Kratochvil para diferenciar los dos personajes –o quizás esta técnica esconda algún truco más.
En Los felices años de la posguerra el joven protagonista acompaña a su padre –éste es otro joven- hasta una cabaña de cazadores en el monte Beskydy. Allí recibirán la visita de unos particulares funcionarios que sugieren al señor Simónides utilizar a su hijo como cebo para cazar linces caníbales. Simónides se la juega al negarse ante tamaño disparate: “Hay momentos en la vida de un hombre, observó por su parte el segundo funcionario, en los que uno se encuentra ante una disyuntiva crucial, y la suya, señor Simónides, su hora de la verdad acaba de sonar”. Estamos ante una sutil alusión a la condena kafkiana, y puede que no sea una barbaridad relacionar a Kratochvil también con algunos aspectos de Kafka, y en particular, como veremos, con La metamorfosis -perdonen mis lectores, últimamente veo a Kafka en todos lados, quién puede saber qué sería de la literatura sin Kafka y sin Brod.
En El salto de la pulga volvemos a las andanzas del joven bastardo quien asiste con su madre a una función del circo de pulgas. En un descuido del domador el jovencito se hace con un cañoncito y su pulga correspondiente. La pulga terminará adquiriendo proporciones oníricas, y el protagonista, tras una especie de ataque epiléptico se instalará en la vista de la pulga: “Durante un instante contemplé la ciudad desde la altura de los tejados”, para finalmente vengarse de un abofeteador de rubias en plena calle Husovice.
En El laberinto conocemos la borgiana idea del abuelo de construir un laberinto en el ático de la casa (“el laberinto era un viejo sueño del abuelo: había visto uno siendo oficial artesano ambulante, aún antes de la primera guerra mundial, en algún lugar de los Países Bajos, y le hechizó). La idea de que el padre pudiera esconderse allí del gobierno le abordará más adelante, y es que después del episodio de Beskydy el padre tendrá que emigrar al extranjero, su búsqueda por parte del narrador será análoga a la del primer personaje, y aquí empezaremos a confundir uno con otro, los dos jóvenes –les debe separar alrededor de una década- buscarán a un fantasma, de forma que hasta cuando aparezcan –en aquella foto de grupo de un aparente simposio internacional en el Mar del Plata, y en la figura del soldado Lopujin, en el “imponente edificio de la antigua dirección de los ferrocarriles Moravo silesianos”-renegarán de ellos.
Seguirán a estos capítulos otros igual de fascinantes titulados La peluca pelirroja, El último verano en tierra morava, Sangre para la princesa azteca, Poli-Story (y continuación, donde se narra la protección que uno de los policías que tomaron testimonio a su madre hace del pequeño durante años y de cómo a su muerte le cede unos planos para construir un extraordinaria artilugio en forma de aspiradora cuya función desconocemos pero que le sirve al joven para embarcarse en el loco proyecto de su construcción), Final feliz para el cuento de la Cenicienta, El novio, En el pozo Wilhelm Pieck, Un largo día de agosto, El zar de los muertos (y continuación, donde el protagonista es internado en el castillo de Schwarzbild junto a otros enfermos hepáticos, un lugar, el castillo, donde encontrará además el amor en Danielka, y que, al contrario que ocurría con el castillo kafkiano, al que el agrimensor pretende llegar sin éxito, es una cárcel de la que el joven intentará huir: “era uno de los días más fríos de aquel extraño comienzo de la primavera, había nevado con insistencia a lo largo de todo el día, así que cuando me descolgué  del ventanuco del sótano…”), La solitaria Margareta (quizás el mejor capítulo del libro, donde su abuelo por parte de padre, experto en gótico temprano cisterciense checo decide un día aislarse “con la intención de abrazar su extraordinario destino, y en su cuartito comenzó a escribir, y a los diez meses aquel excéntrico aislamiento dio su primer fruto, el tomito de lírica bucólica, reflexiva, patriótica, amorosa y de circunstancias Camino a través de las brumas, a través del sueño, y al año siguiente un fruto más, el librito En mitad de la noche un canto”, con el que Kratochvil consigue describir su propia obra y convertir un episodio anecdótico en un juego de espejos propio de Escher –o de nuevo Borges-, donde la novela citada está dentro de la novela real, que a su vez está citada mágicamente en un capítulo de esa novela, que a su vez…, y que nos despierta la idea de que quizás los capítulos informales de la novela se correspondan con ese escrito crepuscular del abuelo), El lugar en el que hoy se encuentra, y el capítulo final En mitad de la noche un canto, que transcribe la carta al padre con este inquietante segmento próximo al fin: “¿y de verás ha ocurrido todo esto? ¿pero qué exactamente? ¿y qué garantía tengo de que quien está narrando aquí no sea ya sino aquél  acerca de quien se narra? ¿y qué garantía tengo de que lo sea?”.

sábado, 2 de febrero de 2013

La metamorfosis. Franz Kafka.

La metamorfosis. Franz Kafka.
Edición: Valdemar.
Traducción: José Rafael Hernández Arias.

Cambiar de idea. Zadie Smith.
Edición: Salamandra.
Traducción: Isabel Ferrer Marrades.

Leía aquellos días los ensayos de Zadie Smith reunidos en Cambiar de idea. (Una noche me sorprendí lleno de júbilo riendo a carcajada limpia con las demoledoras críticas de cine de Zadie. A la pobre le hacían ver unas pelis malísimas. La descripción de la cara de Steve Martin en Shopgirl era sencillamente genial -sobre todo tras entrarme que el guión era de Steve Martin, basado en una novela de ¡Steve Martin!). Uno de los ensayos lo dedicaba a Kafka. Digamos que el texto recorría la personalidad solitaria del escritor, los problemas epistolares con su novia, así como algún que otro controvertido aspecto como el de su pose sarcástica antisemita –era judío y Zadie escribe cómo la palabra tolerancia era descrita como vil por Franz-, o su sentimiento de inferioridad ante la figura de un amigo escritor. Zadie decía de Kafka que no tenía antecesores -su trabajo aparece de la nada- y que, además, tampoco tuvo  sucesores.  Me interesó sobre todo la última parte del escrito en el que Zadie plantea dudas sobre la especie en la que se ha convertido Samsa. Curiosamente éste era un tema que hacía pocas semanas lo había discutido con unos familiares. Planteé la cuestión de forma directa y sincera, les dije a todos los reunidos, escuchadme, hay algo que me preocupa, tengo dudas sobre la naturaleza del insecto de la metamorfosis de Kafka. Creo, dije resuelto, que es un escarabajo. Mi hermana me dijo, no, ¡es una cucaracha!, y yo le contesté, pero Susan, una cucaracha, una cucaracha… ¡es algo asqueroso! Yo no recordaba la traducción que había leído tantos años atrás, pero resonaba en mi cabeza la imagen de un escarabajo.
El problema era que no encontraba “mi Metamorfosis” de la adolescencia, así que pensé que tendría que consultar la edición Valdemar de los Cuentos completos sobre textos originales, volumen que precisamente le había regalado a Susan el año anterior. De todas formas, Zadie Smith no desvelaba el enigma en su ensayo. La palabra original en alemán ("Ungeziefer") no tenía equivalente exacto en nuestra lengua -¡ni en la de Zadie!-, así que la cosa se quedaba en un ambiguo insecto, quizás alimaña. Supongo que a Samsa aquello le daba más o menos igual, pero yo quería creer que no. De entre todos los insectos el escarabajo me parecía el más simpático, así, siempre boca abajo, humilde, deprimido quizás, sin meterse con nadie –de pequeños jugábamos a estirarle la cabeza y retorcérsela, nunca comprenderé la crueldad de los niños, y aún menos, la ausencia del concepto crueldad en los niños-. Me hubiera gustado leerle a Susan aquel pasaje de Smith, pero ella estaba en el hospital. No, no se preocupen, ella está bien, es médico.
El ensayo más largo del libro de Zadie Smith estaba dedicado al escritor norteamericano David Foster Wallace. Hacía unos años había intentado leer “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer". En la portada se veía un ridículo ejecutivo octogenario con ropa corta y blanca, raqueta de tenis en mano, estallando en una gran carcajada, imagen obra de Patrick Bennett. La nota del New York Times era muy estimulante: “Animado por una prosa maravillosamente exuberante este volumen confirma a Mr. Wallace como uno de los talentos más destacados de su generación.” Ahora leía este brillante ensayo de Smith que descubría las virtudes de la obra de Wallace. En el proceso de redacción del ensayo, Zadie conoció la trágica noticia de la muerte de su amigo, simplemente se ahorcó, su genial médico le había recomendado meses antes que dejara la medicación contra la depresión. Esta vez no reía, sólo pensaba en Wallace suicidándose después de escribir todas aquellas cosas raras, como el relato del niño que viaja hasta aquella piscina pública sólo para poder tirarse desde el trampolín. Wallace era un escritor de una prosa analítica –en mi mente intentaba cobrar forma la idea de que las obras de Wallace y Kafka tenían algo en común. Confieso que no pude terminar de leer ni el primer capítulo de Algo supuestamente divertido. Recuerdo que trataba sobre tenis, se titulaba “Deporte y derivado en el corredor de los tornados”. Con la excusa de escribir este comentario (¿sobre La metamorfosis de Kafka?) cogí de nuevo el Wallace, estaba dispuesto a darle otra oportunidad. Leí el comienzo: “Cuando salí de mi pueblecito perdido en el Illinois rural para asistir al alma máter de mi padre en las escarpadas y lúgubres montañas Berckshire al oeste de Massachusetts, de repente me empezaron a flipar las matemáticas. Empiezo a entender por qué me pasó. Las matemáticas superiores suscitan y catartizan la morriña de los habitantes del Medio Oeste.”. Qué extraño y absorbente comienzo. Años atrás me había rendido ante la prosa de Wallace, ahora –¡había leído La mansión de Faulkner y la trilogía de Beckett!- creía estar en condiciones de releer a Wallace, de leer por completo Algo supuestamente divertido, y el ensayo de Smith tenía mucho que ver en aquel redescubierto interés por aquel americano maldito de mentón prominente –además, la conexión con Kafka era evidente: ¡Samsa se convertía de la noche a la mañana en un escarabajo y a Wallace empezaban a fliparle las matemáticas de golpe y porrazo!
Había empezado a escribir este artículo la tarde anterior –ya habían pasado varios días desde entonces en los que no paraba de editarlo una y otra vez, de forma que ya no sabía sobre qué trataba-, lo había iniciado con Zadie y Kafka y había terminado escribiendo sobre Zadie y Wallace –¡y hasta sobre Wallace y Kafka! Algo se había descontrolado por el camino.
Dispuesto a dar por zanjado el asunto del insecto una mañana cogí la traducción de José Rafael Hernández Arias de La metamorfosis, me lié en una manta y me senté en el salón sin mirar el reloj.
“Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto”. Vaya faena, me dije. La cosa no empieza bien, me dije. Esto sólo puede ir a peor, me dije. De aquí no puede salir nada bueno, me dije, parafraseando al padre de Zadie Smith, aquel veterano de Normandía que le pedía a Smith una y otra vez “Di que no fui un valiente, di que no fui un valiente”, en la época en que Smith escribía un relato autobiográfico. De modo que “un insecto”. ¿Por qué la gente pensaba que Samsa se convertía en una cucaracha –o acaso no era esto así-? ¿Llevaría yo finalmente razón? Según la descripción que de sí mismo hace Samsa su nuevo cuerpo tiene caparazón y patitas delgadas. Puede ser un escarabajo. Está en la cama, tumbado boca arriba y no puede moverse. ¿Les pasa esto a las cucarachas? Algo me dice que las cucarachas son más hábiles. Sólo están boca arriba meneando las patillas cuando han sido intoxicadas por el típico mata cucarachas. Lo que me desconcertaba era que Samsa se adivinaba una barriga pardusca -¿o era el narrador el que así la definía? ¿Acaso no son los escarabajos de color negro? Igual hay alguna especie parda. De ser una cucaracha quizás habría escrito “dorado”, ese dorado repugnante de las cucarachas. Aparte del aspecto tan denigrante y aparatoso de Samsa lo cierto es que no presentaba ninguna patología: “Gregor se sentía muy bien, si no fuera por la superflua somnolencia que le aquejaba después de haber dormido tanto tiempo; incluso tenía un hambre considerable”. Leemos una resonancia simbólica en la vista que tiene Gregor al incorporarse sobre el aparador para ver por la ventana: al otro lado de la calle hay un hospital. Además, a lo largo del relato sufrirá dos ataques, uno con el bastón de su padre y otro por el lanzamiento de una manzana: “La grave herida de Gregor, que le causó padecimientos durante un mes –la manzana permaneció incrustada en la carne como testimonio visible de lo ocurrido, ya que nadie se atrevía a quitársela-, pareció recordar también al padre que Gregor, no obstante su triste y repugnante forma actual seguía siendo un miembro de la familia al que no se podía tratar como un enemigo.” Estos ataques harán mella en su salud, aunque también lo hubieran hecho de haber mantenido su antropomorfia original –digamos que los efectos patológicos sobre su nuevo estado afloraban colateralmente.
En la traducción referida se utiliza la palabra insecto al comienzo, como se ha dicho, y tan sólo encontramos un término más específico cuando la sirvienta es sustituida por una viuda anciana de pelo blanco “que había superado durante su larga vida los momentos más duros gracias a su fuerte estructura ósea, no sentía ninguna aversión hacia Gregor.” Sin duda esta sutil referencia a la naturaleza ósea de la estructura de la anciana nos hace pensar de rebote en el esqueleto quitinoso del insecto Gregor –ya sabemos que Samsa no presentará nunca más esa estructura ósea propia de los humanos, porque Samsa ha dejado de ser un humano. Será esta sirvienta quien cada mañana abra la habitación de Gregor -¡no soporto que lo traduzcan como “Gregorio”!- para verle: “Al principio lo llamaba para que se acercarse a ella con palabras que sin duda consideraba amigables, como “¡ven acá, viejo escarabajo pelotero!” o “¡mira al viejo escarabajo pelotero!”. Luego ¿era Samsa un escarabajo y además “pelotero”?
Pero claro, esto no nos dice más que el traductor está convencido de que Samsa es un escarabajo –cuando una vez le dije a mi hermano Pirlosky que me gustaba mucho cómo escribía Oé él me contestó que querría decir que me gustaba mucho cómo escribía el traductor de Oé-, o ni siquiera eso, tan sólo que la sirvienta piensa que Samsa es un escarabajo pelotero -¡o tampoco eso, y lo dice para fastidiar a Gregor o lo que sea!
De alguna forma, no obstante, Hernández Arias parece convencido –bien por fuentes consultadas, estudios del texto, o simplemente por el testimonio de la sirvienta- de que Samsa es un escarabajo pues en el Prólogo de estos Cuentos completos escribe: “Cuando Gregor Samsa despierta una mañana convertido en escarabajo desconoce que en él se ha ejecutado una sentencia”. Luego para Hernández Samsa es claramente un escarabajo. Pero, ¿esto es lo importante de la frase de Arias? ¿Acaso no era crucial el tema de la sentencia tantas veces abordado por Kafka, en La colonia penitenciaria, El proceso, Ante la Ley, etc…? Para Arias “En La metamorfosis, el juicio, en el que la familia constituye el tribunal, se convierte simultáneamente en sentencia”. Sin embargo, Gregor, lejos de verse sentenciado a causa de la transformación lo hace por su condición laboral: “¿Por qué estaba condenado Gregor a prestar sus servicios en una empresa en la que, al cometer la más mínima negligencia, ya se alimentaban graves sospechas?”. Estamos ante una condena indirecta, la condena por el absentismo laboral no justificado, la mayor preocupación de Gregor al verse convertido en un escarabajo.
Fue cuando se me ocurrió la idea de escribir un comentario sobre La metamorfosis. Enfrentarse a La metamorfosis de Kafka, un comentario destinado al fracaso. Quizás debiera escribir simplemente una introducción a un comentario sobre La metamorfosis.
De repente pensé en Poe. El escarabajo de oro de El escarabajo de oro, de Poe conducía a un tesoro maravilloso. ¿No sería el escarabajo de Kafka el símbolo de la codicia, por la cual recibe ese castigo metamorfósico el pobre Gregor Samsa? ¿A qué tesoro conduciría? ¿Al tesoro de su propia destrucción? También trataba este tema Arias en su prólogo, desechando la idea ya que en el relato nada hace pensar que el viajero Samsa sea un ser codicioso, de hecho la familia de Samsa tiene contraída una deuda con el jefe de Gregorio, para el que trabajaba precisamente con el objeto de saldarla –aunque también se menciona la tranquilidad de la familia de Gregor con su trabajo pues con él tendrá la vida asegurada. El propio Gregor declama: “Nadie quiere a los viajantes, ya lo sé. Se piensa que ganan una fortuna y se pegan la gran vida. Nadie tiene la necesidad de meditar sobre ese prejuicio.”

Interludio del comentario: me voy a correr -duro cinco minutos-  con la intención de oxigenar el cerebro, a ver si se me ocurre algo novedoso.

Por la tarde voy al Museo Picasso –el ejercicio no me ha abierto la mente pero me han entrado ganas de culturizarme. Hay una exposición titulada El factor grotesco. Allí veo un dibujo de 1906 titulado La metamorfosis. Es de Alfred Kubin, ese atormentado artista checo a quien Kafka conoció, y que, tras una adolescencia difícil, intentó suicidarse sobre la tumba de su madre, con la poca o mucha fortuna de que la pistola estaba demasiado oxidada como para realizar su cometido. Ay, si Wallace lo hubiera intentado con una pistola desvencijada… La metamorfosis de Kafka se publicó en 1915. No es descabellado pensar que en algún momento Kafka y Kubin hablaran sobre el tema de la metamorfosis y que Kubin se le adelantara artísticamente. El dibujo de Kubin se nos presenta como una masa pulposa indefinida. Realmente no es ningún escarabajo. La obra de Kubin no me saca de dudas, es anterior al libro de Kafka y no parece para nada un insecto. Junto a La metamorfosis de Kubin hay otra acuarela llamada Tremedal en la que figuran unos saltamontes o langostas, a modo de plaga bíblica que, curiosamente, enlaza visualmente mejor con la metamorfosis de Kafka que el titulado genéricamente La metamorfosis. Otra casualidad “kubiniana”: la portada de la edición de valdemar de los Cuentos completos es una ilustración de Kubin, “Saturno”. En él se ve a Saturno devorando a sus hijos, una imagen que nos remite a la conocida pintura negra de Goya. También en esta edición se incluye una ilustración de Hans Fronius en el que se ve al insecto –con forma alargada que es una cosa entre una cucaracha y un escarabajo, el maldito no se mojó- y a la madre llorando sobre la cama de espaldas a él.
Algunos estudiosos quieren traducir el título original “Die Verwandlung” como “La transformación”, mejor que “la metamorfosis”, ya que este término se usa específicamente en mitología. Esta idea echaría por tierra las hipótesis de que Kafka se basó en Las metamorfosis de Ovidio para escribir su La metamorfosis –pues no sería en realidad una metamorfosis. Sin ir más lejos, la editorial Navona de Barcelona publicó su versión de La transformación, de Kafka, en 2009, según traducción de Xandrú Fernández.
Zadie Smith terminaba su ensayo titulado “F. Kafka, hombre corriente”, con la frase “Ahora todos somos insectos, somos Ungeziefer”. Era Ungeziefer el término utilizado en el original, y en nota a pie de página explicaba Smith: “Traducido de distintas formas, como insecto, cucaracha –para horror de Nabokov, que insistía en que el animal tenía alas-, bicho, escarabajo pelotero, la traducción literal es alimaña. Sólo las traducciones inglesas de David Willie, Joachim Neugroschel y Stanley Corngold conservan este significado literal.” No sé de dónde sacaba Nabokov la idea de que el insecto de la metamorfosis debía tener alas, en ningún momento se deduce ese rasgo antropomórfico de la lectura del cuento. Sí es cierto que recorre paredes y una vez en el techo se deja caer al suelo. Aunque, siendo meticuloso, hay que decir que un escarabajo es un coleóptero que se define por presentar dos élitros córneos que cubren dos alas membranosas, mientras que la cucaracha es un ortóptero, y presenta también dos alas aunque rudimentarias. Creo que el relato debería estudiarlo seriamente algún zoólogo. Por otro lado, tampoco tenía el relato por qué regirse por leyes naturales exactas, se suponía que era una metáfora y el tipo de bicho poco o nada afectaba a la tragedia del relato. De cualquier forma el, llamémosle así, insecto de Kafka, guarda más apariencia con un escarabajo pelotero que con otra especie conocida –salvando sus dimensiones, claro, humanas.
Precisamente es el momento inmediatamente posterior al descrito en la ilustración de Fronius cuando se menciona, creo, por primera vez en el cuento el término “metamorfosis”:
“-¡Tú, Gregor! –gritó la hermana con el puño levantado y mirada enérgica. Eran las primeras palabras que le dirigía directamente después de la metamorfosis.” Cuando la hermana le grita esto, Gregor intenta que no se lleven una foto de una dama con pieles que cuelga en la pared. Es un desesperado intento de retener lo último que de ser humano le quedaba en la vida. Sentí una gran solidaridad con Gregor y pensé que yo reaccionaría de igual forma si alguien intentase privarme de mi póster de Zhang Ziyi. Pero seamos sensatos y pensemos que en ocasiones la traducción literal de las cosas no conduce necesariamente a un significado más real de lo que quiere expresar el escritor. Me remití al Diccionario de la RAE. Según éste, la acepción biológica de “transformación” es: “Fenómeno por el que ciertas células adquieren material génico de otras”. Y ahora vayamos a la acepción zoológica de “metamorfosis”: “Cambio que experimentan muchos animales durante su desarrollo, y que se manifiesta no solo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida.” Luego, y atendiendo al relato de Kafka, ¿cuál sería la traducción más exacta La transformación o La metamorfosis? Les dejo a ustedes la elección.
No contento con dar por sentado que el relato de Kafka es una metamorfosis, Arias va más allá y encuentra una segunda, ¡y hasta una tercera metamorfosis! Para Arias “Cuando Gregor Samsa muere, en realidad sufre una última metamorfosis que trae la anhelada tranquilidad a la familia y una humanización de su recuerdo. Gregor, con su muerte, recobra su humanidad y su lugar en la familia”. La otra metamorfosis sería la sufrida por la familia, si bien no me queda claro si la experimenta al conocer el nuevo estado de Gregor o con la muerte de éste. Digamos entonces que la familia sufre dos transformaciones –y aquí sí veríamos mejor empleado el término transformación, pues en realidad se transforman en seres ajenos para Samsa, aún guardando su corporeidad: “…sabía de sobra que desde el primer día de su nueva vida su padre había considerado la severidad más dura como la conducta adecuada para tratarle.”
Arias explica en su Prólogo que “la obra de Kafka se ha definido con frecuencia como una fenomenología de la muerte, como una tanatología.” Es la misma muerte que se provoca Gregor Samsa –si bien al principio inconscientemente, descuida su alimentación, luego es resuelta-: "Su opinión que tenía que desaparecer era quizás en él más decidida que en su hermana.” Luego viene un párrafo que hiela la sangre, que hace pensar en Wallace –en la metamorfosis que pasó al dejar los antidepresivos-: “Permaneció en ese estado pensativo, vacío y pacífico, hasta que el reloj de la torre dio las tres de la madrugada. Aún pudo ver el clarear del amanecer por la ventana. Luego, su cabeza se hundió involuntariamente, y de las ventanas de la nariz escapó, débil, su último suspiro”. Fue una muerte por dejadez, como la del que se deja caer de la silla para dejar actuar a la soga –y pienso de nuevo en Wallace. Lo escalofriante del relato –y para mi el culmen de su genialidad- es que mientras Gregor decidía su propia muerte, al otro lado de la puerta su familia hacía lo mismo: “Tenemos que intentar librarnos de él –dijo ahora la hermana dirigiéndose exclusivamente al padre, pues la madre no podía escucharla con la tos-, os va a matar a los dos, lo veo venir.” Curiosa reflexión que tiene su origen en el miedo a la bestia. Hay un último intento de indulto para el bicho por parte del padre: “Si él nos comprendiera –repitió el padre, y asumió al cerrar los ojos el convencimiento de la hermana de esa imposibilidad-, tal vez sería posible llegar a un acuerdo con él.” ¿A qué tipo de acuerdo querrán llegar? ¿Que el escarabajo no salga para nada de su habitación o que simplemente se quite la vida, o al menos se marche a une estercolero para lo resto? “Que lo hayamos pensado tanto tiempo, ésa ha sido nuestra desgracia”. La culpa es del escarabajo, la desgracia del escarabajo se ha transformado en la desgracia de la familia, ¿será realmente esta la verdadera transformación? El padre tiene razón, nadie puede ponerse de acuerdo con una bestia, esa bestia cuyo mayor error –gran paradoja de lo sensible y lo horrible- fue el de sentirse atraído por la música de violín de su hermana. Ese gesto -su intromisión en el salón donde los huéspedes disfrutan de una velada encantadora-, infundió el terror en el hogar, hasta ese momento a salvo del bicho, que permanecía enclaustrado en su habitación. Y ese pensamiento de Gregor tan operístico: “¿Acaso era un animal para que la música le atrajera tanto?”. ¡Qué frase más demoledora! Es la alimaña quien es capaz de emocionarse con la música. Uno se imagina al bajo cantando esa aria al final de una ópera, quizás como el Comendadore de Mozart en su aria de Don Giovanni. “Tiene que irse, padre”, implora la hermana, la única que la ha acompañado de verdad en este vía crucis, “es el único medio”, sigue: “Tienes que intentar quitarte de la cabeza que es Gregor”. Lo que nunca se pone en duda desde la primera aparición monstruosa se utiliza como excusa maquillada para ponerle fin. Quizás por eso Grete nunca se ha fijado en si Gregor comía la comida de la escudilla, o si lo ha hecho poco le ha importado que la mitad de las veces la dejara intacta.
El relato al final retoma el pulso de la vida cotidiana –esa añorada rutina que el insecto había sepultado y que es tan preciada por el ser humano-:
“El señor Samsa giró el sillón hacia ellas y las observó un rato en silencio. Luego exclamó: venid aquí, olvidad lo pasado y tened un poco de consideración conmigo.” Sí, tened consideración con él, el padre, compadeceos todos, habéis sufrido mucho con la metamorfosis de Gregor, pero ¿y Gregor?
La clave del relato bien podría estar en este ingenuo párrafo: “Gregor trató de imaginarse si no le podría suceder algo similar al apoderado como lo que hoy le había ocurrido a él; esa posibilidad había que reconocerla.” Piensa una cosa Gregor, imagina que en realidad le pasó al apoderado pero se preguntó: ¿por qué no puede pasar esto a Samsa en lugar de a mí? Y ahí comienza tu relato. Así que reflexionemos, ¿quién está a salvo de la condena de convertirse en un escarabajo? Aunque visto desde otro punto de vista, ¿no estaría esperanzado Gregor en que al salir de su habitación se encontraría con todos los demás ocupantes de la casa, apoderado incluido, convertidos en escarabajos peloteros y así su súbita e inesperada biotransformación pasaría más o menos desapercibida?
Una última reflexión en cuanto al significado del cuento. Supongo que se habrá escrito mucho acerca de posibles significaciones alegóricas, simbólicas, metafóricas,… (¿cómo entrar en la mente de Kafka? el eterno dilema de la interpretación). He intentado no leer ningún análisis de La metamorfosis antes de hacer este comentario -¿por qué los analistas se empeñan en destruir una y otra vez todas las obras literarias que encuentran a su paso? Zadie escribió en general que la obra de Kafka describía la alienación del hombre moderno y que era profética respecto a la sociedad totalitaria y al Holocausto Nazi. Yo renuncio a todos esos análisis geniales. La mía será una visión más particular, quizás la única posibilidad que tengo de aportar algo a la obra de Kafka. Esta interpretación dice lo siguiente: el relato de Kafka no habla de la Humanidad, del ser humano y sus conflictos, de la sociedad cruel y deshumanizada, ni de nada que pueda establecer una generalidad genial pero irregularmente reduccionista. La metamorfosis, simplemente, habla de ESA familia, los Samsa, de ESE viajante, Gregor Samsa, de lo que le pasó, se convirtió en un escarabajo que se subía por las paredes, y de cómo reaccionó SU familia ante el cambio de Gregor, terminaron deseando su aniquilación. Quizás con otro viajante y con otra familia los acontecimientos se hubieran desarrollado de otra manera. No obstante, algunos seguirían viendo una metáfora de la redención cristiana –Gregor se sacrifica por su familia como lo hizo Cristo en la cruz-, o de la falsedad del amor –quebrado por una dismorfa apariencia, léase una falta irreparable, la antítesis de La bella y la bestia-, o de la mutilación provocada por ¡el estrés laboral!

Fin del comentario -si es que algún comentario puede tener fin.

sábado, 26 de enero de 2013

La verdadera historia de la Biblioteca de Babel y el libro de Valeriano Bozal sobre Peter Brueghel.



Vale, me dije, voy a ir hasta allí y voy a sacar el libro de Valeriano Bozal dedicado a Peter Brueghel. Sí, me dije, es lo mejor, de otro modo, no habrá salvación. Recuerda lo que pasó la última vez, me dijo una voz. Sí, sí, lo recuerdo –torcí el gesto, me temblaron las manos, el corazón se me heló. Ahora -¿tenía algún sentido el término “ahora”? ¿no éramos en realidad únicamente  un recuerdo de nuestra existencia más reciente?-, digo, ahora lo veo todo de nuevo, como si hubiera sucedido ayer -¿qué clase de falsa epistemología subyacía en aquella paradoja?-. Fue hace muchos meses, el Hildesheimer…, me dije –todo estaba borroso, incluso mi visión se tornó neblinosa, una pestaña se me había hincado en la córnea. Recuerda cuando fuiste a aquel sitio en Babel, sí, donde guardaban los libros en anaqueles milenarios, dijo la voz. Bueno, no era exactamente en Babel, era más bien la Biblioteca Municipal, ese edificio azul feo en la Avenida de Europa. Ya, era para darle un toque borgesiano a la cosa, ironizó la voz, quejumbrosa, hastiada de ejercer el mismo juego una y otra vez. Ah, vale, sí, ahora recuerdo, estuve muchos días recorriendo por los pasillos de la Biblioteca babeliana, le seguí la jugada, si bien en contra de mi voluntad -¿y cuál era mi voluntad salvo la de continuar con vida un solo día más? Fue después de mucho deambular por aquellos intrincados laberintos de mal gusto cuando encontraste al bibliotecario mayor, me ayudó la voz al principio de mi relato. No era el bibliotecario –corregí a la voz-, era un subalterno. Cierto, allí empezaron todos tus males. No sé, le corregí, mis males ya los venía arrastrando desde había tiempo, es posible que desde el mismo día de mi nacimiento, en la lejana ciudad de Palmira... ¡No interrumpes la narración con inútiles evocaciones!, se enojó la voz. Cuenta qué paso, ¡con todo lujo de detalles! No creo que eso importe mucho, reflexioné. La mirada del subalterno era gélida, ¡glacial! Le extendí un papel en el que había apuntado todos los datos referentes al libro. El fin del mundo: narraciones sin amor. Autor. Wolfgang Hildesheimer (1916-1991). Editorial: Magisterio español, D.L. 1969. Descripción física: 192 p. 18 cm. Colección: Novelas y cuentos; 49.
Bien, bien, dijo el subalterno. Bien qué, le dije. Aquí faltan datos, es evidente. ¿No cree usted que aquí faltan datos? ¡Me toma por idiota! –gritó encolerizado, su mirada ahora era infernal-. Yo no había ido hasta allí para volverme de vacío, así que tuve que hacer de tripas corazón, como suele decirse, e intentar conformar al subalterno y sus demenciales requerimientos. Dígame, por favor, qué datos faltan. ¡Pues todos!, ¡la signatura!, ¡la signatura es fundamental! Yo no tenía ni idea de qué quería decir con aquello de "la signatura". Supuse que sería un código interno de localización geográfica. Tiene que buscarlo en aquel terminal. Allí encontrará la signatura, me indicó no sin cierta misericordia, como el que se apiada del reo condenado a muerte en las horas previas a la ejecución. Me dirigí hacia el terminal. El camino era serpentino. Inevitablemente había que cruzar un puente colgante de gran inestabilidad. El vértigo que yo padecía desde la infancia no me ayudaba. Pensé en el Hildesheimer, “narraciones sin amor”... Aquello me dio fuerzas. Cerré los ojos, me así a las barandillas como pude y en pocos minutos –aunque lentamente, mi cerebro ideaba mil y una permutaciones acerca de una caída al vacío-,  llegué al terminal. Di fácilmente con la signatura -¿esto era todo?. La vuelta fue más llevadera. La embriaguez del descubrimiento me llevaba en volandas. Cuando le di la signatura al subalterno éste meneó la cabeza en señal de desaprobación. No está usted respetando el procedimiento, me dijo. El Hildesheimer…, pensé. Cuál es el procedimiento, inquirí extrañado –cuando ya debía haber aprendido que la extrañeza era una condición habitual en aquel paraje de desolación, deconstruyendo su auténtico significado para convertirlo en una simple broma ditirámbica. Debe rellenar este formulario. Me tendió un pliegue de varias hojas con numerosas casillas en blanco. Pero oiga, no tengo todo el día, protesté. Yo sí, se defendió el subalterno, indiferente. Rellené el cuestionario, ¿qué podía hacer si no? Aquella actividad, lejos de extenuarme –como debía haber sucedido-, me dio más confianza en mí mismo –la confianza, ¿cuándo la había perdido?, ¿acaso la había tenido alguna vez?, eran todas preguntas retóricas. El Hildesheimer, cada vez más cerca, me animaba. Aquí tiene. Entregué al subalterno debidamente relleno el cuestionario. Bien, bien, estuvo hojeándolo minuciosamente durante minutos –a mi me parecieron horas. A este paso el Hildesheimer será devorado por las polillas, y entonces será demasiado tarde, pensé. Mire, le voy a ser sincero, dijo el subalterno. Éste libro está en depósito. ¿Qué significa que está en depósito?, pregunté midiendo cada palabra, si bien yo era consciente de lo que significaba aquello –ya saben, la verdad última siempre es conocida, aunque a veces intentemos ignorarla por nuestro propio bien y el de nuestros seres queridos. Pues eso, que hay que bajar al depósito a por el libro. Bien, le dije, aquí le espero. Verá usted, no es tan fácil. Ahora mismo estoy solo, se justificó el subalterno. No puedo abandonar mi puesto así como así. ¡Que yo tengo una responsabilidad! Pero oiga, le dije, ¡he visto a sus compañeros en la cafetería!, ¿no puede llamarles para que le sustituyan un momento?, repuse un poco impaciente. Usted no conoce las normas. Usted no ha leído el relato Las leyes de la aristocracia, de Franz Kafka. No desconfío de Kafka, ese gran visionario, pero no entiendo que… -mi tono ya no era impetuoso, el cansancio empezaba a hacer mella en mi euforia inicial. Las normas son las normas, y ahora mismo no puedo ir a por el libro requerido, si prefiere volver otro día… –bajó la mirada como dando por finalizado el asunto. Pero entonces, dije nervioso, ¿por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué me hizo recopilar los datos del libro? ¿Por qué me hizo cruzar el puente de la muerte? ¿Por qué me hizo rellenar el cuestionario? Normas, señor, las normas… Mire, le dije, no preciso ya el Hildesheimer, volveré otro día. Adiós, señor.
Ha sido un relato realmente patético, señor Kovalski, dijo la voz, a la que había olvidado por completo. Bueno, para mí lo patético tiene un gran valor. ¿Qué quiere decir? No sé. El caso es que cuando esta semana fui a la biblioteca de Babel a por el libro de Bozal sobre Brueghel, que estaba en depósito, no albergaba muchas esperanzas de conseguirlo. Le contaré cómo actué, llevando a cabo las más precisas y adecuadas pertinencias. Tuve la precaución de apuntar el código de la signatura, así como todos los datos biográficos del volumen, no obstante era conscente de que todo sería inútil. Pieter Brueghel: Triunfos, muerte y vida/Valeriano Bozal. Editorial: Abada, Madrid, 2010. Descripción física: 123 p.; il. col.; 25 cm. Colección: Lecturas Historia del arte y la arquitectura. Signatura: 64706. Me sorprendió al llegar que todo parecía renovado. Había luz natural, la bibliotecaria subalterna era una joven muy diligente, los suelos estaban recién encerrados, el olor a libro nuevo se entremezclaba con el del perfume de la joven. Enseguida cogió la nota y me dijo: rellene este formulario, por favor. Era una pequeña cuartilla en el que sólo había que consignar algunos datos. Cuando levanté la mirada, la subalterna no estaba. Ya empezamos, me dije. Me puse a hojear las novedades: Las memorias del señor Schnabelewopski, de Heine. Pensé que el Gobierno había recortado el presupuesto de las bibliotecas públicas a cero euros, me dije. Aquí tiene, oí una voz a mis espaldas. Me giré, era la joven subalterna, traía en sus manos el libro sobre Brueghel. Con lágrimas en los ojos lo cogí, le di la vuelta, lo abrí, pasé algunas páginas, era maravilloso. 

viernes, 7 de octubre de 2011

Sanatorio bajo la clepsidra, de Bruno Schulz (el relato).

Es un relato perteneciente al volumen de relatos con el mismo título de este extraordinario prosista-poeta-dibujante polaco asesinado por los nazis en el ghetto de Drohobycz en 1942.
El narrador llega en tren a la ciudad donde se encuentra su padre ingresado en un hospital.
"El tren se detenía con los últimos halos del vapor sin hacer ruido, sin traquetear, como si la vida le abandonase poco a poco."
La situación de su padre es crítica. De hecho está clínicamente muerto ("vive dentro de los límites condicionados por la situación"). El revolucionario sistema terapéutico del doctor Gotard convierte al paciente en una especie de recuerdo humano, manteniéndolo ilusoriamente con vida.
"Todo el truco consiste  -añadió dispuesto a presentar el funcionamiento del mecanismo con las manos- en que hicimos retroceder el tiempo. Nos retrasamos hasta un intervalo cuya duración es imposible de determinar. La cuestión conduce  a un simple relativismo. La muerte que alcanzó a su padre en su país, aquí no ha llegado todavía."
El hospital parece desierto, una enfermera le hace esperar pero el doctor no se presenta, el protagonista encuentra la cafetería y allí está punto de comer unos dulces cuando le interrumpen ("Sentía un enorme apetito y, sobre todo, se me hacía la boca agua con una especie de pastel crujiente con mermelada de manzana"). Al entrar en la habitación ve a su padre durmiendo. Se tumba a descansar un poco y se queda también dormido.
Su padre le contará dónde ha puesto la nueva tienda, en un lugar que debía reconocer el narrador pero que igualmente resulta imposible que lo reconozca pues nunca ha estado en esa ciudad.
"Las aceras estaban vacías. El fúnebre y tardío resplandor de una época indefinida neviscaba del cielo grisáceo. Leía con facilidad los rótulos de letreros y carteles y, no obstante, no me habría sorprendido si alguien me hubiese dicho que había llegado la noche... Sólo algunas tiendas abrían."
En la tienda su padre le da una carta -comprometedora-: "Algunos días antes había escrito a una librería sobre alguna obra pornográfica y ahora me la enviaban aquí: habían encontrado mi dirección o, mejor, la de mi padre, quien, no obstante, acababa de abrir una tienda sin letrero ni anuncio".
En el hospital todos duermen a todas horas:
"Así se vive en esta ciudad y así pasa el tiempo. La mayor parte del día se duerme y no solamente en la cama. En cualquier día y a cualquier hora cualquiera uno está dispuesto a echarse una sabrosa cabezadita."
Su padre está a la vez en el hospital y en la tienda ("En la tienda, mi padre desarrolla una animada actividad: lleva transacciones y moviliza su oratoria para convencer a los clientes.").
No parece haber ninguna actividad hospitalaria en el hospital: "A veces, me gustaría abrir de par en par esas puertas y dejarlas así, para desenmascarar la deshonesta intriga que nos envuelve."
Nos acordamos de La montaña mágica (1924) de Thomas Mann y de Corazones cicatrizados de Max Blecher (publicado antes de 1938).
Al protagonista le asalta la duda acerca de la legitimidad del tratamiento del doctor Gotard: "No es de extrañar  que sea, de algún modo, un tiempo vomitado -entendámonos bien-,  un tiempo de segunda mano. ¡Por Dios...!".
Episodio extraño: fábula -sin moraleja- fantástica -seudo mitológica- con un falso hombre con cabeza de perro: "Pero después de escucharme, su cara adquiere una expresión de terrible ferocidad y rápidamente guardo mi cartera."
El narrador abandona finalmente el hospital  "Qué suerte que mi padre ya no viva de verdad".
"Desde aquel momento viajo, no dejo de viajar, y de algún modo elijo como domicilio el ferrocarril, donde se me tolera cuando vagabundeo por los vagones."
El cuento está ilustrado por los magníficos dibujos del propio Schulz (hasta 12 en total).
Análisis.
Después de este somero -e incompleto, e injusto con la profundidad y la imaginación de las que está dotado el texto- repaso por la trama del relato pasemos a su análisis. Lo haremos con la novedosa -e incongruente y demencial- forma de plantearnos cuestiones más o menos evidentes tras la lectura del texto.
Primera pregunta: ¿Qué nos quiere decir Bruno Schulz con este maravilloso cuento  kafkiano-onírico-poético?
Primera respuesta: Ni idea, pero le quedó muy bien.
Segunda pregunta: ¿Es el narrador Bruno Schulz?
Segunda respuesta: Sí, está claro, es él, lo reconocí en los dibujos.
Tercera pregunta: ¿Podríamos incluir este relato en la misma naturaleza discursivo-fantástica-metamorfósica que el resto de su obra -resto de cuentos en Sanatorio bajo la clepsidra y de las Tiendas de color canela, cuentos largos como La primavera o menores como Dodó y Edzio, por ejemplo?
Tercera respuesta: No, evidentemente no. Este relato sobresale de los demás por su narrativa lineal, su extraordinaria fabulación anárquica y su planteamiento extraterrenal (desmarcándose de la factura autobiográfica del resto, además, en éste ¡el padre no se cree un crustáceo!).
Cuarta y última pregunta: ¿Es acaso el mejor relato de Bruno Schulz?
Cuarta y última respuesta: Desde el punto de vista estético podríamos calificar La primavera como el mejor relato de Bruno Schulz, sin embargo, desde el punto de vista creativo pienso que Sanatorio bajo la clepsidra es el mejor relato de Bruno Schulz, incluso yo diría aún más, es el MEJOR RELATO DE TODOS LOS TIEMPOS.
He dicho (y sin temor a estar equivocado).
Pasen ustedes un buen día.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Watten. Un legado, de Thomas Bernhard.

Watten. Ein NachlaB. (1969)
75 páginas.
Prolegómenos.
Ya en las primeras páginas de este relato se ponen las cartas encima de la mesa: la muerte de un tutor; -una herencia -los terrenos de Ölling- compartida con un familiar (en este caso un primo); una donación a los ex-presidiarios (a través del matemático Undt); un trabajo intelectual: sobre la nefritis crónica-subcrónica (morbus Brightii); un aislamiento (en la barraca); una obviedad: (no) jugar al Watten.
El carretero.
El carretero va a la barraca del doctor para convencerle de ir a jugar al Watten, como cada miércoles.
Antecedentes familiares: el padre del carretero era carnicero pero como al carretero le daba asco la sangre animal su padre vendió el negocio y compró uno de carretas.
El doctor -narrador-: Antecedentes: tenía una clínica pero se la cerraron por sospechas de uso indebido de morfina. Algo había de eso pero ellos no tuvieron en cuenta que aniquilaban a la persona, inhabilitaban al doctor, aniquilaban a la persona.
Persistente.
Me dije, voy a contar cuántas veces le pide el carretero al narrador que vaya a jugar al Watten y cuantas veces contesta el doctor que no irá a jugar al Watten, nunca más.
Desorden.
El narrador pretexta tener que ordenar unos papeles cada vez que el carretero se llega a la barraca para invitarle a ir a jugar al Watten. Pero, claro, el desorden es cada vez mayor.
Siller.
Siller era el papelero, participaba cada día en el juego del Watten hasta que se ahorcó. Ahora hay que sustituir al doctor y al carretero en la partida de watten.
Balnearios.
El doctor fue a un balneario, Bad Hall, para mejorarse de su enfermedad pero a la vuelta del balneario estaba ya peor que antes de ir al balneario. Los cementerios de los balnearios más pequeños están atestados. "Mire usted, también los balnearios son totalmente absurdos, le digo al carretero. Un balneario como Bad Hall es totalmente inútil."
Por qué no puede jugar ya al watten.
Es evidente que el doctor no puede ir ya a jugar al watten. A causa de la muerte de Siller no puede ir a jugar al watten ya pero independientemente de la muerte de Siller tampoco puede ir ya a jugar al watten.
- Reflexión sobre hebillas grandes, y lo moderno se rompe.
Dos muertos.
El papelero y Siller y el maestro. El narrador siempre pensó que el maestro tenía una personalidad tendente al suicidio, pero nunca hubiera pensado eso de Siller. Al final Siller se ahorcó en el bosque y el maestro murió de un accidente, el mismo día, cuando se dirigían a jugar al watten. Fueron a jugar al watten y entonces casi mueren todos.
El viajante.
El carretero decide contar la historia del viajante. El viajante había encontrado el cuerpo ahorcado de Siller. Meses después contaba aquella historia a esa gente aún impactada por el hecho.
No insista.
"Si  fuera otra vez a jugar al watten, le digo al carretero, todo n o sería más que una extravagancia elemental y nada más que tristeza, que en el fondo no es más que miseria, que no es, más o menos, más que locura."
"Mientras el carretero me hablaba del viajante, estimado señor, el carretero tenía la impresión de que no lo escuchaba en absoluto, pero de repente comprobó que, aunque ordenaba mis papeles o, por lo menos, hacía como si ordenara mis papeles, escuchaba con la máximo atención,..."
Vamos a ver, el viajante -el narrador odia a los viajantes porque siempre encuentran cadáveres-, salió de su habitación en plena noche para combatir el insomnio, entonces se encontró el cuerpo ahorcado de Siller, el papelero, todos creían que Siller se había ahogado en el Traum pero en realidad Siller se había ahorcado en el bosque, a los 7 días se encontró el viajante a Siller en el bosque, claro , había que sustituir al papelero Siller y al maestro en la mesa de watten.
Dudas.
El viajante dudó, al encontrar el cadáver de Siller en si comunicar el descubrimiento del cadáver de Siller o no comunicar el descubrimiento del cadáver de Siller y así ahorrarse todos los inconvenientes que conllevarían la comunicación del descubrimiento del cadáver de Siller, sin duda unos grandes inconvenientes con suspicacias, sospechas y preguntas por parte de la policía.
Qué es el watten.
Es un juego de cartas típico del Tirol.
Siller, el suicida.
Que Siller, el papelero salió para ir a jugar al watten, después de haber planeado un viaje con su mujer para los días siguientes, y que se dirigió al bosque sin ropa de abrigo y descalzo es un hecho bien conocido y constatable. Que el viajante encontrara a Siller, el papelero, ahorcado en medio del bosque, es otro hecho que debemos creernos a pies juntillas. Las incógnitas surgen a la hora de encontrar los motivos por los cuales Siller, el papelero, se ahorcó ese día en el que se suponía que se dirigía, a través del bosque, a jugar al watten, el mismo día incluso que el maestro se dirigía a jugar al watten igualmente a la posada del Racher, en un lugar inhóspito, y encontraba la muerte cayendo al Traum.
Que primero se buscó a Siller en el Traum sin encontrarlo realmente se sabe, que Siller fue encontrado fortuitamente por el viajante también se sabe.
El carretero es persistente -ya lo escribí-, invita una vez más al doctor a ir a jugar al watten. El doctor fue denunciado por un compañero -un temblor de manos lo delató-. El doctor pasaba consulta gratuitamente pero también tenía un pequeño problema con la morfina. La administración cerró su consulta y lo aniquiló como ser humano, igualmente como doctor.
La llamada habitación de los libros.
La habitación de los libros era llamada por el doctor "la llamada habitación de los libros", y en ningún caso la habitación de los libros directamente.
- La historia de los dos grajos -esqueletos, lucha de grajos-. ¿Un sueño?
Pesquisas.
Después de terminar de leer Watten de Thomas Bernhard realicé algunas llamadas, a la jefatura de policía de Innsbruck, a la posada del Racher, y a la mujer de Siller, señora de Siller. La intención de estas llamadas era sobre todo la de esclarecer algunas cuestiones que me preocupaban:
1- Cuando Siller salió descalzo de casa hacia el bosque para ir a jugar al watten al Racher, ¿sabía ya que se iba a suicidar?
2- Si esto era así, ¿por qué se marchó descalzo, con el frío que pasarían los pies colgando en el aire, en medio del bosque, durante ¡siete días con sus noches!?
3- Si Siller se ahorcó sin ayuda alguna en medio del bosque mientras se dirigía al bosque, presa sin duda de un ataque de deseos suicidas irrefrenables, ¿con qué se colgó? es decir, ¿de dónde sacó la soga? ¿acaso la construyó allí mismo en medio del bosque? ¿la llevaba oculta bajo la ropa, que no era de abrigo precisamente?
Teoría del suicida.
Ya en obras anteriores nos hemos encontrado con esta idea de Bernhard: quien piensa en el suicidio está a salvo del suicidio, paradójicamente, pensar en el suicidio una y otra vez abre la mente a la posibilidad de la salvación, pensar en la aniquilación es salvaguardar la integridad propia, así Siller pudo no haber pensado nunca en el suicidio, así cuando le asaltó la idea primordial de la autodestrucción no supo cómo afrontarla y sucumbió al suicidio -ahorcamiento-. El maestro, una persona de personalidad suicida debió haber pensado mucho en el suicidio, era por ello que estaba a salvo del suicidio, sin embargo murió en un accidente.
Los estudios del doctor.
Son numerosos, son estudios médico-filosóficos. Todos los papeles van a ser quemados por el propio doctor.

No digo más.