lunes, 3 de noviembre de 2008

La caza del carnero salvaje, de Murakami


Publicada en España por Anagrama en 2003 ésta es la tercera novela del japonés Haruki Murakami, aunque su aparición en Japón data de 1982. Es decir, es un título anterior a sus Tokyo blues, Kafka en la orilla, Al sur de la frontera, etc... Sin embargo en esta novela ya se aprecia el estilo inconfundible del narrador nipón. Así nos encontramos a un protagonista que pertenece al mundo de los mediocres, fracasado en su matrimonio, con un gato, sin vida social, y al filo de la treintena. La trama como suele ser habitual combina los elementos de intriga con la fantasía surrealista, y el enfoque narrativo implica el desarrollo en primera persona, las amplias descripciones -en exceso en el tercio final del libro, lo que ralentiza la acción-, las metáforas muy imaginativas ("El espacio celeste, limpio de nubes, semejaba un ojo ciclópeo al que se le hubiera extirpado el párpado"), y los momentos de reflexión filosófico-existencialistas ("No sé si sabré explicártelo pero te aseguro que no logro hacerme la idea de que el momento presente sea realmente presente. Ni tampoco tengo nada claro que yo sea yo. Siempre es así. Me cuesta mucho adaptarme a la realidad. Hace unos diez años que me pasa"). Murakami tiene la inusual habilidad de aunar lo cotidiano con lo trascendental: "Con el donut a medio comer aún en la mano me quedé unos instantes contemplándome. Y entonces me puse a considerar cómo me veía la gente desde fuera. Me dije, por suerte, nadie puede tener la menor idea de lo que piensan de él los demás. Me comí lo que quedaba del donut, me acabé el café y salí de la granja". Bueno, o el traductor se ha vuelto loco (al menos no hay ni un verbo reseguir, por favor), o en las granjas japonesas se comen donuts y se bebe café. Pero Murakami no es un escritor amargado, todo lo contrario, es un tipo con mucho sentido del humor y buena prueba de ello son las instrucciones que da al chófer del jefe con respecto al cuidado de su gato "Boquerón". La historia relata la búsqueda de un carnero con una estrella en el lomo y que no parece pertenecer a ninguna raza conocida. Si decimos que este carnero es inmortal y hace inmortal a quien es poseído por él ya estamos diciendo demasiado, pero si decimos que hay personajes tan extraordinarios como el General Ovino, el hombre de negro, el chófer, el amigo del prota -el Ratón- y la amiga del prota -la modelo de orejas-, el socio alcohólico, el hombre carnero (¡?), y el propio protagonista que lo deja todo para buscar al carnero, estamos haciendo un esbozo de lo que la novela puede llegar a dar de sí. Y es cierto que lo consigue en gran parte, si bien al final se aprecia cierto decaimiento en el que parece que Murakami está dándole vueltas al caletre para ver cómo diablos resuelve el intrincado mundo que ha creado en las trescientas págias anteriores. Yo creo, por otro lado, que lo mejor del libro no es el hilo argumental en sí sino lo que apartir de éste se nos cuenta, es decir, el declive personal de un individuo consciente de su mediocridad pero que en realidad no aspira a otra cosa que a ser mediocre, incluso su particular odisea es tomada con más resignación que otra cosa ("¿Qué había sentido en otros tiempos? Ya se me había olvidado. Sin embargo, algo sentí seguramente. Algo capaz de mover mi corazón, y de mover otros corazones al unísono con el mío. A fin de cuentas, todo aquello se había perdido. Perdido porque estaba predestinado a perderse. ¿Qué alternativa me quedaba, sino la de aceptar que todo se me escapara de las manos?"). La idea simbólica de la destrucción de la propia identidad encuentran fiel reflejo en la naturaleza sabia -otra gran protagonista de lla novela-: "La llovizna seguía cayendo sin interrupción, a las cinco de la tarde (...). Si mirabas aquel panorama fijamente, parecía que todo se fuera diluyendo poco a poco en medio de la lluvia. En realidad (...) incluso el verde de los montes se diluía y resbalaba silenciosamente hasta el pie de la montaña". Lo que en realidad se van diluyendo son las ilusiones y los proyectos del protagonista, quien para el mundo no es en absoluto imprescindible: "El mundo, indiferente a mi persona, seguía su curso. La gente se cruzaba conmigo por las calles sin reparar en mí, afilaba lápices (...)". ¡La gente en Japón afila lápices e ignora a Murakami! Murakami nos hace observar el afán de complicarse la vida del ser humano: "durante mucho tiempo nos hemos causado mutuamente problemas irreales. Que después hayamos reaccionado ante ellos como si fueran reales, es asunto nuestro". La realidad, esa gran desconocida: "resulta la mar de sorprendente eso de tener ante los ojos un paisaje que has visto mil veces en fotografía. La perspectiva en profundidad me pareció francamente artificial. Mi impresión fue que aquel paisaje no acababa de ser real, que alguien lo había montado aprisa y corriendo para que estuviera de acuerdo con la fotografía". Nunca habría definido mejor mi actitud reacia a sacar fotos en los viajes, el viaje termina correlacionándose con las fotos de tal forma que al final es lo único que recuerdas. En definitiva una amena pero a la vez intelectual novela de Murakami, que si bien no llega al nivel de sus grandes Tokyo blues y Kafka en la orilla, sí hace presagiar lo que vendría después -a pesar de los traductores, por dios.

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