sábado, 7 de mayo de 2011

Soñar la realidad. Una antología personal, de Sergio Pitol.


Conocí la figura del mexicano Sergio Pitol a través de la obra de Enrique Vila-Matas. La visión casi fantasmagórica que de algunos de sus relatos hacía el barcelonés llamó mi atención y no me pude resistir a sacar este ejemplar de la Biblioteca municipal.
Segmentado en tres partes (escritos autobiográficos, selección de sus mejores relatos, y escritos sobre literatura) la prosa de Pitol es tan cautivadora como desconcertante.
En "Victorio Ferri cuenta un cuento" (que data de 1951, es su primer cuento) un narrador incomunicado relata su situación familiar, la inesperada ayuda que presta a su padre -terrateniente feudalista- ("Cuando reproduje la conversación mi servicio fue recompensado. Parece ser que mi padre se sintió halagado al revelársele que yo, contra todo lo que esperaba, podía llegar a serle útil."), y los amores ilícitos de éste con quien pudiera ser su nieta, así mismo, amada del narrador. El final, abierto a varias interpretaciones (¿estamos ante un narrador fantasma o simplemente ante la vergüenza familiar enclaustrada -por su estado de locura-?), responde a lo que será la obra de Pitol en lo sucesivo, es decir, adopción de narraciones unipersonales bajo una subjetividad que termina revelándose como irreal, y que determina la desincronización entre narrador y lector, entre lo intuido y lo rememorado, entre lo proyectado y lo regresado, revirtiendo la lectura realizada, y obligando a lector a realizar un ejercicio de recoordinación de intereses y de habilidades en cada personaje. Demonios, ni yo mismo sé qué digo, bueno, así voy entrando en materia pitoliana.
En El vals Mefisto, Pitol aborda de una original forma el desarrollo del relato. Una mujer descubre que su marido ha publicado un relato en una revista sin habérselo avisado con anterioridad. Este relato será una revelación para ella misma. En él, un tipo, el narrador, asiste a un concierto de piano de un gran músico. El programa contiene el Vals Mefisto de Liszt. Un momento, que me voy a poner en situación (Mephisto Waltz). A través de la música del húngaro el narrador desarrolla la historia posible de un anciano que parece muy interesado en el concertista. Como casi siempre en Pitol lo imaginado se revelará como una falsa identificación de la realidad. A partir de ese momento el edificio construido por el narrador se derrumba, y con él el relato en sí -según piensa la esposa "traicionada"-. Algo parecido -pero ya no de modo especulativo sino de confrontación con la realidad- le acontece al protagonista de La noche (escrito en Viena en 1961). Un hombre se reencuentra con un amor idílico y platónico del pasado. Eludiendo a su propia mujer -quien desde el principio sospechará de la misteriosa mujer reencontrada- consigue finalmente materializar ese ideal que en la persona de Adriana el protagonista había soñado durante los últimos años de su vida, de tal manera que su propia existencia no había sido más que una fórmula teatral que anhelaba a su gran amor, propiciando definitivamente una existencia paródica y movida por la falsedad y los convencionalismos. Lo trágico sucederá cuando consiga yacer con su amada de todos los tiempos. En Sueños nada más, Pitol decide llevar un diario en el que anotará sus sueños. Por ejemplo: "24 de abril de 1994. Estoy a punto de abrir la puerta de mi casa cuando un joven se acerca y me pregunta su le permitiría sacar a paseo a Sacho esa tarde." (Me pregunto qué soñará el perro de Pitol, ¿que un extraño llega a la casa y saca a paseo a Pitol para luego hacer fechorías y ponerle en bajo sospecha a él, al perro, digo?) El sueño de Pitol se erige así como un auténtico relato en el que el perro Sacho se convertirá en clave primordial. Me hace gracia escribir ahora sobre esto porque esta noche precisamente soñé algo relacionado con Monsiváis, el amigo de Pitol (En "Con Monsiváis, el joven" (de 1957): "Espero a Monsiváis en el Kikos de la avenida Juárez, frente al Caballito"), creí ver una pantalla o cartel que titulaba "Monsiváis" en grandes caracteres. Luego yo iba a la biblioteca y encontraba un libro de Monsiváis, yo me decía, ¿de qué conozco a este Monsiváis? En este primer relato autobiográfico de este Soñar la realidad leemos "En unas cuantas semanas escribí mis 3 primeros cuentos: Victorio Ferri cuenta un cuento, Amalia Oteri y Los Ferri". Me sorprende que el propio Pitol yerre en el título de uno de sus cuentos, me refiero a Amelia Otero (supongo error de edición). Aquí Pitol se confiesa en su primeras sensaciones como escritor "Escribía en una especie de fiebre, en un trance mediúmnico".
La tercera parte del libro esconde lo más literario, al Pitol crítico. Muy interesado estaba en conocer qué contaría Pitol sobre Flann O´Brien en El infierno circular de Flann O´Brien, y sobre su El tercer policía: "Sus personajes se internan, y el lector con ellos en la Eternidad, donde todo está detenido, resulta incomprensible y se repite cíclica e interminablemente". Para mi El tercer policía fue un descubrimiento extraordinario, incluso mi devoción por O´Brien fue mucho más allá que cuando leí La vida dura. Creo que las anotaciones de los comentaristas de la obra del filósofo De Selby están entre lo más disparatado y genial de la literatura del siglo XX. Pitol también tiene palabras elogiosas para Tabucchi. Yo a Tabucchi siempre lo he tenido por un escritor simplemente correcto, interesante incluso (tras las lecturas de Sostiene Pereira y La cabeza perdida de Damasceno Monteiro), sin embargo Pitol intenta descubrirnos a un autor genial surgido del magma lingüístico que poseen algunas zonas geográficas como Trieste (admirados Svevo y Magris, y hasta Joyce), Odessa, Alejandría o Dublín (¿qué pasa en Irlanda? Joyce, Beckett, O´Brien, ¡The corrs!...), y de las que surgen talentos únicos como los de Joyce, Kafka, Canetti, Bruno Schulz (por cierto, llevo días buscando desesperadamente libros de Schulz, ya le eché el ojo a uno en cierta librería del centro), gracias a sus obras que suponen un "despegue de la tradición a las corrientes que les son contemporáneas". De Tabucchi resalta la doble condición italiano-portuguesa (confieso que al principio creí que Tabucchi escribía en portugués y que era portugués obviamente, por culpa de Sostiene Pereira) y la incidencia que tiene esta condición en su prosa. De su colección de relatos El juego del revés dice Pitol "igual que en Una historia aburrida de Chejov (que no es un relato de misterio) o en Otra vuelta de tuerca, de Henry James (que, entre otras cosas, sí lo es), cada lectura entrega no sólo una solución diferente, si no que nos da la impresión de leer siempre un texto diferente". Me gusta el episodio dedicado a Schnitzler. Nuevamente parece que su talento surja de una mezcla de lenguas, hábitos y culturas bajo la sombra del Imperio, de regiones como Galitzia, Carintia (¡Handke, Winkler!), Bohemia o Reutenia. Pitol habla de su primera novela, El teniente Gustl, como de un claro antecedente del Ulises de Joyce. Escrita en 1900 "donde de principio a fin se reproduce el puro flujo de la conciencia". Es decir, que el protagonista debe estar como una regadera (recuerdo su Huida a las tinieblas, comentado en este blog). "Ninguna de sus obras reflejan con mayor vigor la vitalidad de una decadencia que La ronda." Recordemos cómo Wiesenthal hablaba de La ronda, de Ophüls, basada precisamente en la obra de teatro de Schnitzler. También Pitol menciona otra novela de Schnitzler "La cacatúa verde"  y dice de ella que "se anticipa a Los seis personajes en busca de autor, de Pirandello". Un párrafo de Pitol me deja huella: "¿Se ha convertido acaso nuestra sociedad en algo tan absolutamente espectral que cuanto más se acentúa el carácter irreal de los personajes más reales y cercanos nos parecen?". En el último relato de la segunda parte del libro, El oscuro hermano gemelo (y dedicado a Vila-Matas, resulta evidente que existe un intercambio de novelistas geniales y extraños entre estos dos escritores, O´Brien, por ejemplo, ¿quién de los dos lo descubrió primero?), Pitol centra la acción (por llamarlo de alguna forma) en Funchal, Madeira (donde el propio Vila-Matas situaba alguno de sus relatos más enigmáticos e inspirados). Este multinarrativo -e indefinible- relato comienza citando a Justo Navarro en el prólogo que éste escribiera para El cuaderno rojo de Paul Auster, y en el que nombraba el concepto de "impersonation", aludiendo al necesario ejercicio que debía realizar un escritor a la hora de narrar, y que parece gustarle tanto a Pitol. También comenta la primera novela de Thomas Mann, Tonio Kröger. En este relato encontramos algunas reflexiones acerca de la naturaleza de lo escrito: "No concibo a un novelista que no utilice elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlos a uno o varios personajes." Pero eso es tan obvio como decir que un novelista utiliza su vivencia personal al situar sus personajes en un planeta llamado Tierra porque él mismo vive en la Tierra. Por otro lado también señala: "No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una carencia de imaginación". Aquí no puedo estar más en desacuerdo con Pitol. La cuestión de lo que es real o imaginado hace tiempo que es una batalla perdida para el crítico y para el novelista también. Lo esencial -"creo, no, estoy convencido de ello", parafraseando a cierto alto ejecutivo de determinada compañía monopolizadora- es el tratamiento, la reflexión, la conclusión extraída del material utilizado, o quizás la forma (García Márquez), o la repetición en forma de clave autoconvergente (Bernhard), o lo retórico y lo críptico (Benet), o lo poético (Aldecoa), o lo enigmático (Naipaul), o lo relacionado (Sebald), etc... sean las claves para que fluya el talento, nada que ver con la ficción o la realidad, porque la realidad de un autor puede resultar tanto o más ficticio que la imaginación de otro, en tanto son hechos desconocidos por el lector. También ha demostrado en multitud de ocasiones la literatura que la realidad supera a la ficción por lo sorprendente y extraordinario de los hechos que narra. Pitol va más allá y se atreve a definir el arte de novelar como un "observar sin tregua los propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del relato." Yo creo que Pitol podría atribuir esta actividad al lector más que al escritor. Es Nocturno de Bujara el relato estrella de la edición. Creo recordar que Vila-Matas lo leyó unas veinte veces seguidas cuando lo descubrió. Me gustó esa extraña coincidencia faulkneriana "...había visto una ópera turcmena en Azhjabad, una obra pueril y conmovedora que se llamaba Aína, y un drama muy parecido al As I lay dying, de Faulkner, escrito por un autor siberiano contemporáneo en un teatro de Irkustk". Me refiero a que en la entrada anterior del blog dedicada a Peter Handke (El año que pasé ne la bahía de nadie) leíamos cómo uno de los amigos de Keuschnig rodaba una peli en España versionando Mientras agonizo (As I lay dying) de William Faulkner. En este relato leemos un entramado de historias que van desde la imaginaria del pianista húngaro Feri (en clara alusión al Ferri de su primer cuento), hasta el dramático final del viaje de la pintora italiana Issa a Samarcanda (¿eran culpables por la invención del destino de Feri en Samarcanda, un destino que compartiría extrañamente la pintora de una manera digamos que demencial, desde el punto de vista de la lógica de los hechos?), pasando por la visita del narrador a Przemysl. Para terminar quiero transcribir un breve pasaje de El vals Mefisto sobre las actividades del escritor -protagonista en la sombra-: "ni siquiera tenía idea de que se hubiera ocupado de algo que no fuera su ensayo sobre Schnitzler, al que con frecuencia aludía". Estamos ante el típico trabajo intelectual de Bernhard, quizás es una nueva celebración -literaria- ante las inquietudes intelectuales sin sentido -e infinitas- del desdibujado retorno del hombre cultural, máxima expresión de la redundancia humana ante la extinguibilidad irremisible.
En definitiva, excelente piedra de toque para conducirnos a la obra de este autor con mayúsculas, y que nos muestra a un sincero Pitol -por la elección, de sus relatos, entre ellos sus primeros cortos-, a un tramposo Pitol -mentiroso desde el recurso literario por la sutileza en la intersección de tramas-, y a un exhaustivo lector Pitol -por las disertaciones acerca de autores universales como Chejov o Mann-.

2 comentarios:

e. r. dijo...

Hola!
solo quiero participar mi admiración incondicional con Pitol. No leí sus novelas todavía, pero más que sus relatos me gustan sus textos autobiografícos. ¡Es mejor que ir a la universidad! Emergés de ahí con un aprendizaje profundo, pero bien fundamentado en las superficialidades de la literatura. Si lo conseguís, la Trilogía de la memoria es imperdibles.
Como siempre, tu reseña es genial.
Saludos

k dijo...

muchas gracias por el comentario e.r., me gustó esto que leí de Pitol, me apunto esa Trilogía, saludos