lunes, 23 de mayo de 2011

Wakefield, de Nathaniel Hawthorne

Estuve leyendo Wakefield, uno de los cuentos contados dos veces de Nathaniel Hawthorne. Creo que nunca un relato de apenas diez páginas ha levantado tantos comentarios e interpretaciones críticas. Ya Borges en Otras Inquisiciones llamaba la atención sobre el mismo. Lo curioso del relato no creo que sea la trama en sí. Wakefield un día sale por la puerta de su casa, le dice a su mujer que volverá el viernes como muy tarde, pero Wakefield va posponiendo la vuelta a casa y pasa los siguientes veinte años viviendo en una casa al final de la calle. Pero esta historia -leída por Hawthorne en un periódico- ocupa realmente tan sólo la primera página del relato de Hawthorne. Entonces ¿Qué hace Hawthorne con esta historia? No estoy seguro. Algo así como un supuesto de lo que debió pensar Wakefield durante ese tiempo. Un verdadero ejercicio de investigación psicológica. Muchos nos hemos querido sentir como Wakefield, o mejor dicho, muchos hemos querido actuar como hizo Wakefield al sentir como Wakefield, pero ¿qué sentía Wakefield en realidad? Eso es lo más gracioso, no sentía nada, simplemente se marchó y no encontró motivación alguna para volver. Lo que no especifica el relato es qué hizo Wakefield con el trabajo (se deduce consecuentemente que Wakefield no trabajaba ni realizaba ningún tipo de actividad social o comunitaria). Se puso una peluca roja y compró unas ropas nuevas, así culminó su gran obra del disfraz. Diez años después de su "desaparición" tropezó con su mujer en plena calle. Pero ella no lo reconoció. La vuelta al hogar tampoco fue premeditada. Su "viuda" parecía haberse acostumbrado a su ausencia tras los primeros síntomas de una enfermedad que Wakefield adivinó por las frecuentes visitas del médico a "su" casa en la primera época después del "suceso". Un día daba vueltas -digámoslo claramente, merodeaba cerca de su antiguo hogar, una cosa, si la mujer tampoco trabajaba ¿quién pagaba entonces la hipoteca?- y se puso a diluviar, entonces pensó, qué calentito y resguardado del agua debe estarse en esa casa, es decir, ¡en mi casa!, y subió las escaleras -se deduce que hay unas escaleras de entrada- y se introduce en el umbral. Hawthorne deja claro que no va a contar qué pasó, supuestamente, en el momento de reencontrarse con su mujer. Yo sí voy a aventurarlo, ¿quién me lo puede impedir? Pero antes hagamos una profunda reflexión, o al menos una estúpida reflexión, puede que no llegue ni a reflexión. Me refiero al nombre del protagonista, Wakefield, "despierta el campo", o algo derivado de las palabras despertar y campo. No el "despierta-campos" realmente, eso sería algo así como fieldwaker, si bien la palabra waker no existe. Intuimos que el nombre de Wakefield no es fortuito. Creemos que tras el significado de ese nombre se oculta la clave para entender el relato. Digamos que Wakefield despierta a la vida -a la nueva vida, representada como un campo de amapolas rojas, quizás-. Esta intención interpretativa no deja de encerrar cierta paradoja pues el despertar a la vida de Wakefield consiste en meterse a cal y canto en una casa al otro lado de la calle. Nada que ver en realidad con irse a una choza en plena naturaleza a escribir una novela en plan Peter Handke o Murakami. No es de extrañar que llegado a un punto del relato Wakefield se pregunte -con más o menos razón- si no estará loco verdaderamente. Pero retomemos el asunto donde lo habíamos dejado. ¿Qué pasa una vez finalizado el relato de Hawthorne? Es decir, Wakefield entra en su casa, literalmente "como Pedro por su casa", sin llamar a la puerta ni nada por el estilo. La puerta está abierta. Yo creo -después de haberlo pensado durante años, bueno, exagero un poco, en realidad sólo lo pensé un rato, como se podrá comprobar, aunque es Hawthorne quien invita a este pensamiento al lector- que cuando Wakefield llega al salón sucede el siguiente diálogo con su mujer.
- Buenas noches, esposa mía.
- Hola querido, ¿cómo te fue el viaje?
- Bien, en realidad no fui a ninguna parte, me quedé en una casa al final de la calle durante veinte años.
- ¿Y te la apañaste bien?
- Sí, tenía mis días. ¿Qué haces?
- Estoy leyendo el Quijote.
- Ah, interesante.
- Sí, trata sobre un gentil hombre que se abandona a la lectura de libros de caballería y termina saliendo de casa en busca de su Dulcinea y de aventuras arriesgadas propias de caballero. ¿Encontraste tú a tu Dulcinea? ¿Tuviste muchas aventuras en esa casa al final de la calle?
- No, ciertamente.
- Sinceramente, querido, eres patético.
Aquí reside el meollo del asunto. Llega un momento en el cual a la -falsa- viuda de Wakefield le da todo igual, ha vivido una irrealidad de veinte años, y llegado el final de la misma todo carece de sentido. Digamos que se encuentra en el mismo punto en el que se encontraba Wakefield al comienzo del relato. Aquí podría incluso comenzar otro relato titulado La señora Wakefield. Esbozaré una breve sinopsis tipificando su posible contenido. 
La señora Wakefield se levanta al día siguiente como cualquier otro día, prepara el desayuno para ella sola. Cuando Wakefield se levanta ve que su mujer no le ha preparado el desayuno -como solía hacer veinte años atrás, pero ¿verdaderamente existió algo antes de la "desaparición"? ¿no ha sido la desaparición lo que ha dado sentido a su existencia? ¿incluso al de la señora Wakefield? sin duda ambos pasarán a la historia de la literatura gracias a Wakefield y sobre todo gracias a Hawthorne- y además le ignora. Luego la señora Wakefield se va de compras con sus amigas. No vuelve hasta la noche. Wakefield le pide explicaciones pero la señora Wakefield le confiesa que está agotada y que se va acostar. Por supuesto el señor Wakefield duerme en dormitorio aparte, hasta que se normalice la convivencia -piensa-. Pero la convivencia no se normaliza. La señora Wakefield continúa haciendo su vida como si Wakefield no existiera, entonces llega un momento en que Wakefield se desespera. Sale un día por la puerta y desaparece, esta vez para siempre -en esta ocasión ni siquiera padecerá un ápice de remordimiento-. En realidad no sería este un relato feminista ni nada por el estilo, nada de La revancha de la señora Wakefield o parecido. Simplemente es la resolución lógica de los estados de necesidad del ser humano. De la fuerza de la cotidianidad, de la inercia del que se ha acostumbrado a la ausencia de alguien. Quizás fuera una manera de defenderse de otra posible espantada del señor Wakefield, o puede que ni ella misma supiera explicar su conducta -al igual que el señor Wakefield la suya, ni la de la desaparición ni la de la vuelta "repentina"-
En cierto modo me sorprende que Hawthorne se haya centrado en la noticia ya conocida de Wakefield. Quiero decir que Hawthorne no hubiera escrito su relato a partir de lo ya conocido y que no comenzara el cuento con la llegada de Wakefield a su casa veinte años después. Es en esos momentos en los que podríamos identificar los anhelos que llevaron a Wakefield a actuar como actuó. Luego lo pensé mejor y me dije: para qué diablos queremos diseccionar la mente de Wakefield, por qué tenemos que enjuiciar el comportamiento de Wakefield. Está bien que era un tipo raro, un tipo muy raro realmente, salió por la puerta y se alojó al otro lado de la calle. Nada dice el relato de cómo adquirió la nueva vivienda, si la alquiló, si la había comprado a espaldas de su mujer, si, en definitiva, todo había sido planificado hasta el más mínimo detalle. Hoy día, al menos, resulta prácticamente imposible salir de casa, caminar hasta el otro lado de la calle y empezar a vivir en otra casa. ¿Qué pasó con sus camisetas de Slayer, con sus útiles de aseo, con sus papeles del banco, con sus libros de Thomas Bernhard, con sus discos de Mozart, con sus fotos de Andrea Corr, con, en definitiva, su vida? Wakefield hace borrón y cuenta nueva, como suele decirse. La vida diaria de Wakefield se resume en espiar la casa de su mujer, es decir, su propia casa, hasta que sucede el ya comentado encuentro diez años después de la desaparición. Debemos preguntarnos si en esa temporada Wakefield estaba considerando la posibilidad de volver a su casa. Debemos considerar la posibilidad de que aquel encuentro fortuito con su esposa -con su viuda en realidad- no tuviera un efecto disuasorio y recondujera a Wakefield al aislamiento definitivo. Esto es muy probable. Quizás Wakefield empezara a echar de menos a su mujer, pero a su mujer de hacía diez años, de forma que cuando se encontró con ella -diez años y una viudedad más vieja- se llevara una decepción tan profunda que esto le evitara cualquier tentación de volver al hogar -pero no nos engañemos, Wakefield no es un libertino, no alterna con mujeres, no tiene novia, para él en ese aspecto sigue casado felizmente-. El juego de la mente y los sentimientos juegan un papel secundario en esta historia, pero quizás no tanto. Son numerosos los detalles que se nos ocultan de la historia. No sabemos si era un matrimonio feliz, si discutían, si había problemas para tener hijos, etc., un sin fin de asuntos que pueden condicionar que un tipo como Wakefield -aparentemente débil de carácter y con una existencia distraída-. Todo ello lo ignora Hawthorne a la hora de redactar el cuento, no sabemos si consciente o involuntariamente. Pensemos qué puede ser más didáctico, o más complejo, es decir, que estos detalles hubieran sido obviados por Hawthorne interesadamente o bien fueran producto de un despiste por su parte, o bien -una tercera teoría-, una mezcla de ambas cosas. Lo más seguro es que Wakefield no reflejara más información del caso porque lo que a él le interesaba era el hecho del abandono, bueno, no realmente, quizás lo que realmente le interesaba sobre todo a Hawthorne era el hecho de la vuelta, o bien, no, quizás lo que le interesaba a Wakefield, digo, a Hawthorne, fuera la posibilidad considerada de la vuelta de Wakefield durante todo ese tiempo de 20 años. Es esa incertidumbre sobre el propio dominio de su existencia lo que deja a Wakefield en una posición de incomodidad tanto para el lector como para el escritor. Digamos que Wakefield es un personaje tremendamente incómodo para ambos. El lector no puede perdonar a Wakefield su actitud -si bien le envidia-, el escritor no puede comprender las motivaciones que llevan a Wakefield a actuar de tal modo -y por eso le odia e intenta acabar con su independencia injustificada en un final humillante para Wakefield, es decir, la resignación a la vida que tenía proyectada, al fracaso de su "emancipación" tardía, al fracaso, en definitiva, de la posibilidad de trastornar toda una vida -y la de otros- en un abrir y cerrar de ojos-. Entonces ¿de qué trata Wakefield, el relato? ¿De la imposibilidad de cambiar las cosas? ¿Del eterno retorno de Nietzsche? Un momento, este relato fue publicado en Cuentos contados dos veces (Twice-told tales) en 1837 -quizás debieron ser titulados Cuentos para ser pensados dos veces-. Nietzsche nació en 1844. No, seguro que no es nada filosófico. Pero..., en realidad grandes novelistas han sido grandes filósofos, la novela puede que sea el gran vehículo de la filosofía de nuestro tiempo. ¿Quiere decir que Hawthorne era un filósofo? Los buenos novelistas (o cuentistas) suelen tener bastante de filósofos, y los grandes filósofos bastante de novelistas también. Creo que este pensamiento es muy acertado, si bien algunos pensarán que sobrevaloro a los novelistas y otros que los sobrevalorados son los filósofos. Otra cuestión es qué entendemos por filósofo, ¿cualquiera que piense algo meridianamente constructivo o curioso es un filósofo? ¿alguien que piensa algo que nadie antes había pensado? Oye, mira lo que ha pensado este tío, es una comedera de tarro, por lo tanto, ¡es un filósofo! En ese caso será raro el novelista que no deje caer algún tinte filosófico en alguno de sus personajes o situaciones. La señora Wakefield no es del todo ignorante del espécimen que está hecho su marido. Conoce su vanidad, su egoísmo "tranquilo", su picardía ocultadora de "secretitos", es decir, nada que no pueda decirse de cualquier otra persona. Por último ella advierte cierta "rareza", de un modo además indefinible, claro, por eso es una rareza, es algo que no sé lo que es, pero este tío es raro, debió pensar la señora Wakefield. Puede que por todo esto la señora Wakefield no se sorprendiera demasiado de la ausencia del señor Wakefield, y puede que la enfermedad que le aquejara al comienzo de la deserción social de Wakefield no fuera más que una patología orgánica, algo así como una gripe, o incluso una complicación bronquial, o una anemia, o cualquier cosa que nada tuviera que ver con su imprevista condición de viuda -es lógico pensar, entre otras cosas, que la señora Wakefield daría parte a la policía de la desaparición de su marido y que ésta emprendería una búsqueda -en cualquier caso infructuosa, ¡pero si estaba a dos pasos!- e incluso podemos pensar que Wakefield había renunciado por completo a sus amistades, a frecuentar el teatro, a comprar el periódico en el kiosco de la esquina, etc...-. La sonrisa que en el momento de la despedida esboza Wakefield hace albergar a la señora Wakefield algo totalmente contrario a la esperanza -eso nos da a entender Hawthorne, que en el  momento de la despedida la señora Wakefield ya sabe que Wakefield no volverá, incluso antes de que lo supiera el propio Wakefield-. Sigamos revisando algunos detalles del relato. Wakefield desde el principio siente curiosidad por ver cómo el mundo reacciona ante su falta. Digamos que es una curiosidad similar a la que uno siente por asistir a su propio funeral. Cuando se decide a salir se ve dirigiéndose hasta su hogar primigenio, en el último instante da media vuelta. Ha estado a punto de acabar con toda la pantomima. El proyecto ha estado a punto de fracasar. Entonces ¿tenía Wakefield un proyecto? Wakefield ha conseguido, por lo pronto, que un simple paseo por los alrededores de su casa sea una aventura fantástica. Digamos que Wakefield pretendía -según Hawthorne- escapar del mundo de los vivos sin llegar a pertenecer al de los muertos. Wakefield vive en Londres. Londres es una ciudad bastante grande, incluso en 1800 y  pico. Que se encontrara con su mujer entre la multitud no resulta ser una casualidad, necesariamente. Realmente no sabemos en qué lugar de Londres se topa Wakefield con su mujer, con su viuda, digamos. Recordemos que ambos viven en la misma calle. No es absurdo pensar que estuvieran cerca de sus respectivas viviendas. ¿Importa eso? Sí. Algo nos hace pensar que debieron encontrarse en un lugar alejado ya que cuando Wakefield está cerca de su antigua casa extrema las precauciones, cosa que no sucedió en el inesperado encuentro. También nos planteamos si verdaderamente la señora Wakefield no reconoció a Wakefield. Eso da a entender el relato de Hawthorne, pero nosotros sospechamos algo diferente. Realmente sí le ha reconocido, sin embargo la señora Wakefield ya está viviendo -diez años- su nueva vida de viudedad y no desea volver al pasado, no puede admitir que los últimos diez años de su vida han sido teatrales -de alguna manera-, no han estado en consonancia con la realidad de las cosas -digamos-. Es por ello que la señora Wakefield reconoce seguramente a Wakefield -a pesar de su peluquín rojo- pero hace como si no lo hubiera hecho -es una sutil forma de venganza, de "darle la vuelta a la tortilla", como se dice, ahora es ella quien sabe más que Wakefield cuando hasta ese momento era Wakefield quien tenía "la sartén por el mango", como suele decirse. Entonces, al llegar Wakefield a los veinte años la señora Wakefield no se inmutará, reaccionará como si nada hubiese pasado y eso dejara totalmente desarmado a Wakefield que sin duda esperaría un recibimiento tumultuoso, una bienvenida en la que esperaría sin duda un montón de abrazos, besos, alegría, llantos de emoción,..., pero nada de eso recibirá Wakefield, y su mundo, su proyecto se vendrá abajo como un castillo de naipes, como suele decirse. Enseguida -después de 20 páginas de artículo, quiero decir- me di cuenta de lo ridículo de mi planteamiento, de lo ridículo de mi idea de escribir un artículo sobre Wakefield. Yo no podía aportar nada a la historia de Wakefield. Creo, sinceramente, que Borges tampoco aportó nada al relato de Hawthorne. Así que simplemente contaré una anécdota que me sucedió hace dos días. Es sabido que yo estaba -continúo de hecho- leyendo los Cuentos contados dos veces, de Hawthorne. Uno de estos días vi un concurso en la tele de preguntas culturales. No sé por qué lo dejé puesto unos minutos. Nunca veo ese tipo de programas. Odio ese tipo de programas. Entonces el presentador dijo que la siguiente serie de preguntas tratarían sobre Sin City y sobre Las brujas de Salem. Ineludiblemente le preguntaron en qué juicio había sido magistrado el padre de Hawthorne, y también le preguntaron por el autor de La letra escarlata y por Demi Moore, que también salía en la versión cinematográfica de la novela. El concursante no sabía quién había escrito La letra escarlata, pero sí quién hacía el personaje de John Harrington en Sin city. ¿Era ésta una asombrosa casualidad digna de reconstrucción literaria?, no ciertamente -bien pensado la única casualidad radicaba en que aparecieron unas preguntas sobre Hawthorne en un concurso de la tele a la vez que yo leía a Hawthorne, nada del otro mundo, verdaderamente-.
También he pensado que Hawthorne podía haber centrado su relato en lo que pensara la señora Wakefield. La incertidumbre al principio, la sospecha de que Wakefield ha perecido, para finalmente abandonarse a la vida de viuda hasta que un día aparece por la puerta Wakefield.
Ciertamente no era mi intención escribir un artículo sobre Wakefield pero al final fui preguntándome cosas hasta que salió esto. Me hubiera gustado comentar algún otro cuento de este volumen, pero el escrito se ha alargado en demasía, así que quizás en otro momento lo haga. De todas formas es muy recomendable esta edición de los cuentos de Hawthorne, un autor excepcional, con una prosa de una calidad y sensibilidad extraordinarias.
Apéndice 1.
Han pasado varios días desde que escribiera este comentario. Aún resuenan en mi cabeza ideas colaterales y convergentes sobre el relato. Muchos lectores se centrarán básicamente en el abandono que hace Wakefield de su señora esposa, pero esa circunstancia no es más que una consecuencia de su -increíble y arriesgada- decisión, que no es otra que la de dejar a un lado el mundo en su totalidad. Para que Wakefield pueda conseguir este objetivo deben darse diversas premisas, algunas de ellas ya enumeradas anteriormente, tales como independencia económica, esquivación -sic- de la autoridad y de las amistades, y la consecución de un disfraz perfecto -peluquín incluido-. Cada vez estoy más convencido de que el verdadero relato de Wakefield existe bajo una figura elípsica -por utilizar un término cinematográfico, ése que explica cómo lo que vemos en pantalla no coincide con lo que realmente está sucediendo pero que podemos intuir, a través de un eco, o una sombra, o una sucesión lógica y esperada de hechos, reafirmada por escenas posteriores-. Estamos ante un relato que funciona desde su ocultación. Estas temáticas obviadas pueden ser, por ejemplo, éstas tres:
- la vida anterior de los Wakefield;
- la vida de la señora Wakefield en los veinte años de ausencia de Wakefield;
- la vida de los Wakefield tras el reencuentro.
Es curioso, tengo una enorme sensación de deja-vu mientras escribo esto, y ahora mismo también de haber tenido este deja-vu.
Anoche me dio por hojear algunos libros de Nietzsche a las cinco de la mañana. En Así habló Zaratustra aparecía un pasaje en el que se refería a una vuelta al mundo de los hombres tras un aislamiento convencido y premeditado, lógicamente pensé en Wakefield. Luego retomé el volumen de cuentos de Hawthorne y empecé a leer un cuento en el cual el narrador se despertaba de madrugada y empezaba a ver las cosas con el prisma de la nocturnidad. Lo que me pregunto es por qué no se puso a leer algo para pasar el tiempo. Por cierto, en la radio sonaba el Exultate Jubilate de Mozart.
Aquí se puede leer Wakefield:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/hawthor/wakefiel.htm

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