jueves, 9 de junio de 2011

Alegato de un loco, de August Strindberg.

Le plaidoyeur d´un fou.
Prólogo de 1887 y Nuevo Prólogo de 1894, ambos del autor.
Traducción de Cristina Ridruejo Ramos.

Introducción: Literatura para un viaje.
La tarea de escoger el libro perfecto como compañero en un viaje es una suerte de difícil ejecución. Ya Aldous Huxley escribió un ensayo al respecto que figuraba en su colección de ensayos Si mi biblioteca ardiera esta noche. Normalmente me lleva días de reflexión, contemplación, selección, etc... -puede convertirse en un auténtico suplicio de difícil resolución-. Tengo que decir que por regla general soy bastante afortunado en estas elecciones -salvo cuando me llevé a Houllebecq, claro-. Haciendo recuento de mis aventuras viajeras de los últimos años estos son los libros que he tenido la fortuna de leer en el transcurso de un viaje, bien durante el trayecto bien en las noches de hotel.
Madrid, 2002. La música del azar, de Paul Auster, y Los inocentes de Hermann Broch. Quizás el mejor libro de Auster, y una obra maestra de Broch.
Lisboa, 2003: Austerlitz, de Sebald. Me lo llevé sin saber realmente a lo que me enfrentaba. Descubrí al que desde entonces sería uno de mis autores preferidos.
París, 2004. Un héroe de nuestro tiempo, de Lermontov. Tras recomendación de mi hermano pirlosky. No defraudó.
Berlín, 2005. Las partículas elementales, de Houllebecq y Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé. Uno para olvidar -de hecho intenté devolverlo aduciendo un defecto en una página que venía en blanco, la mejor página del libro- y otro para figurar entre los predilectos.
Londres, 2006. La vida nueva, de Pamuk, y Elizabeth Costello, de Coetzee. Dos grandiosos libros, dos grandes autores.
Zúrich, 2007. Pasenow, de Hermann Broch y Hombre lento, de Coetzee. Repetir con Coetzee, una garantía, Broch genial.
Bruselas, 2008. Rituales Perdido el paraíso, de Cees Nooteboom. Recién descubierto a Nooteboom con El día de todas las almas me llevé dos de un tirón.
Milán, 2009. Microcosmos, de Claudio Magris. Su lectura puso en peligro mi atención en el viaje.
La Haya, 2010. El rosa Tiepolo, de Roberto Calasso. Extraordinario compañero.
Berna 2011. Alegato de un loco, de Strindberg. Sorprendente.
Para este año barajé varias posibilidades, desde una relectura de Memorias del subsuelo de Dostoyevski, hasta El vacío casi perfecto de Lem, pasando por un Schnitzler -A campo abierto-,  un Böll -Opiniones de un payaso-, o incluso el libro que yo en principio consideraba perfecto para el caso: Los años de aprendizaje de Willem Meister, de Goethe. Finalmente metí en la maleta el Strindberg (también incluí la monografía de Holbein de Norbert Wolf que me leí en el tren de vuelta).


El Strindberg (ó Strindberg en Bern).
Bueno, pues vayamos al lío con el Strindberg. Lo primero que no pude encontrar fue una relación conceptual o geográfica o de algún tipo con las ciudades que yo iba a visitar, es decir, del sueco Strindberg con Berna, Basilea, Ginebra, Solothurn o Lucerna. Por otro lado Bern tenía un sonido muy parecido a Strindberg (me gustaba hacer juegos de palabras como decir "el Strindbern"). También en Basilea había una St. Alban Berg Strasse y en Bern una Schoenberg Strasse. Había pequeños indicios -siquiera fonéticos- que enlazaban a Strindberg con mi viaje. Era una obra autobiográfica de un autor eminentemente teatral, en un momento de mi vida de lector que rehuía de la novela de ficción. El caso es que Strindberg relata una época en la que se está dando a conocer como autor y trabaja en la Biblioteca Real cuando traba amistad con a una baronesa y con la que termina coincidiendo sentimentalmente. El problema es que la baronesa está casada y las objeciones morales de Strindberg -en este caso bajo un seudónimo- a esta relación no son obstáculo definitivo para la consecución del matrimonio con la baronesa aspirante a actriz -y a la que pretenderá ayudar en su carrera artística, con mediocres resultados-. Acusado de misoginia por la publicación de unos panfletos Strindberg tuvo que hacer frente a un juicio incluso. Su tormentosa relación con la baronesa deambula entre la locura, el amor, los celos, la infidelidad evidente y consentida, las penurias económicas, de modo que resulta total la dependencia del genio creador de Strindberg con respecto a su amada-odiada María.
En un momento dado, para huir de las amistades de la baronesa en Suecia, Strindberg decide marchar a Suiza, junto al lago Leman, es decir, a Ginebra (y una segunda visita más adelante: "Fracasa una tentativa de huñida a Italia, donde he de encontrarme con artistas de mi cuerda, y regresamos a orillas del lago Leman para el parto de María"). Las conexiones entre mi viaje y el libro de Strindberg hacían acto de presencia. Strindberg terminó padeciendo esquizofrenia, sin embargo la escritura de este libro es de una lucidez excepcional, así como su postura visionaria con respecto a algunos recursos estilísticos, el monólogo interior del narrador es de una brillantez casi sin precedentes -Dostoyevski mediante- (este libro se publicó en 1887). Huir era una de las variantes más socorridas del narrador para arreglar sus problemas matrimoniales. Así, después de dos semanas de asueto en París: "Pero al cabo de cierto tiempo, hastiado de alocadas carreras y de impresiones nuevas y fuertes, saturado, todo pierde interés, y me quedo en mi habitación, leyendo periódicos, oprimido por sensaciones vagas e inexplicables malestares." Es el gran peligro que corre el turista cultural, estar bajo el yugo del mal de Stendhal, o de la saturación de los sentidos. El espíritu humano tiene un límite de asimilación, y cuando se le sobreexcita continuamente éste termina claudicando y convirtiéndose en insensible. Era uno de los fenómenos que yo rehuía con una casi paranoica obsesión -para evitar caer en la enfermedad estaba sufriendo otra de parecidas y funestas consecuencias-, después de estar en la maravillosa Berna, visitar la portentosa Ginebra, pasear por las calles góticas fascinantes de Basilea y Solothurn y recorrer los puentes medievales de Lucerna me preguntaba si en algún momento mi estabilidad estallaría y me vendría abajo. Afortunadamente eso no pasó -si bien mi cuadernillo de notas se agotó antes de acabar mi estancia en Berna-.
Strindberg asiste con asombro como un nuevo huésped se adueña de la vida en la casa, el perro King Charles: "Para reducir gastos y evitar el incordio de tener que encender fuego, especialmente en la cocina, a la noche me contento con platos fríos,. Mas un día, al pasar casualmente por la cocina, ¿qué veo? La criada asando costillas de ternera en el horno, con el fuego a todo fuelle. 
- ¿Para quién son esas costillas?
- Para el perro, señor."
El descubrimiento de determinadas aficiones de cierta amiga de la baronesa exaspera al narrador: "... la guapa amiga corrompe a mi cocinera: se emborrachan juntas con mi cerveza. Descubro a mi doncella dormida al borde del horno, estropeando el guiso, ¡y el increíble consumo que hacen de mi cerveza se cifra en cerca de quinientas botellas en un mes!".
Luego a la baronesa se le ocurre contratar a una sirvienta más -¡ya tienen dos!-: "¡Pues no quiere un día demostrarme que sale más barato  tener tres sirvientas que dos? Al límite de mi resistencia contra una alienada, la agarro por el brazo y la echo de mi habitación."
Otra herramienta utilizada por el narrador para intentar conservar la cordura -veremos que con escaso éxito- es el siguiente: "Entonces, guardo silencio durante tres meses consecutivos. Al cabo de ese tiempo, descubro con horror que mi voz se haga extinguido por falta de ejercitarla, y que ya no poseo el uso de la palabra hablada." Bueno, no te preocupes, mientras no pierdas el don de la escritura todo irá bien.
Genial es el pasaje de la manía persecutoria, que sin duda podría utilizar Woody Allen en su Cómo acabar de una vez por todas con la cultura: "Ella triunfa. Estoy a punto de convertirme en un blandengue y los primeros síntomas de las manías persecutorias ven la luz. ... ¿Manías? ¿Por qué ese nombre? ¡Es que me persiguen! ¡Luego es perfectamente lógico que me crea perseguido!". 
En lo que significa una auténtica reflexión  implacable sobre el fin último de la psicología moderna, es decir, volver loco al paciente. 
En cuanto a este libro de Strindberg decir que jamás un loco escribió de forma tan excelsa. O bien: sólo un perfecto loco puede alcanzar la excelencia literaria, por definición.

1 comentario:

e. r. dijo...

K. Ojalá el subte te dejara por acá cerca...
Saludos

http://barcoborracho1871.blogspot.com/2011/06/presentacion-de-osobuco-de-ever-roman-y.html