martes, 16 de agosto de 2011

El túnel, de Ernesto Sábato

Estamos ante la primera novela de Ernesto Sábato. Mi hermano pirlosky me dijo: no escribas unos comentarios tan largos, pon cualquier cosa y te lo quitas de en medio. Bien, te haré caso, le contesté.
Juan Pablo Castel es un pintor -parece que surrealista- que un día en una exposición de su obra observa cómo una mujer se queda pensativa frente a una ventana de uno de sus cuadros -una ventana a la que nadie le hace ni puñetero caso, no sé, no me pregunten cómo Castel advierte ese peculiar detalle observacional-. A partir de entonces Castel ideará variadas tentativas de encuentros con la desconocida -de la que se ha enamorado perdidamente, no sé, no me pregunten por qué, supongo que porque se fijó en uno de sus cuadros, la vanidad es así de caprichosa, aunque, verdaderamente, nunca he leído nada convincente acerca del cómo ni el porqué alguien se enamora, yo tengo mi propia teoría, pero es tan farragosa que ni yo mismo la entiendo-. Castel piensa que ella es la única persona del mundo que ha comprendido su obra -una obra que ni él mismo comprende, por cierto.
Publicada en 1948, el comienzo de El túnel -una metáfora del ensimismamiento metafísico del solitario- recuerda -anacrónicamente- a Crónica de una muerte anunciada de García Márquez (1981): " I. Basta decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso están en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona."
Estamos pues ante una historia de la que conocemos el trágico final.
Antes de enfrentarse con la sucesión de hechos que llevaron a matar a María Iribarne, Castel hace una especie de reflexión personal que nos revelan algunos capítulos de su particular personalidad.
1. Es un tipo poco sociable:
"Diré antes que nada, que detesto a los grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y, en general, esos conjuntos de bichos que se reúnen por razones de profesión, de gusto o de manía semejante. Esos conglomerados tienen una cantidad de atributos grotescos: la repetición del tipo. la jerga, la vanidad de creerse superiores al resto."
Definitivamente aquí deducimos que Castel se siente tan superior como los miembros de esos grupos que detesta precisamente por su aire de superioridad -un galimatías superior-.
2. Alusión -¿humorística?- a la indefinición de quién está loco y quién cuerdo, que nos prepara para descubrir en Castel una mentalidad al borde de la insanidad.
"A algunos los conocía de nombre, como al doctor Goldenberg, que últimamente había tenido mucho renombre: a raíz de haber intentado curar a una mujer los metieron a los dos en el manicomio. Acababa de salir. Lo miré atentamente, pero no me pareció peor que los demás, hasta me pareció más calmo, tal vez como resultado del encierro. Me elogió los cuadros de tal manera que comprendí que los detestaba."
Me gusta de este párrafo la elección del nombre del doctor. Por un lado alude a la figura de Goldberg, el alumno para el que Bach escribiera sus célebres Variaciones Goldberg, si bien en la época de la escritura de la novela de Sábato aún no había grabado Glenn Gould su primera versión (de 1955, la segunda del 81) y que haría más popular esta obra bachiana. El nombre está disfrazado por el término golden, dorado, reivindicando cierta magnificiencia áurea de la música de Bach. Supongo que todos son suposiciones mías que nada tienen que ver con la realidad sabatiana.
El hecho de que intentar curar a un loco derive en la entrada en el manicomio de ambos -sanador e insano- satura de anormalidad el mundo real y el esquizoide, creando confusión entre las reglas que dictaminan las diferencias entre la cordura y la locura.
3. Este tipo odia a los críticos.
"LOS CRÍTICOS. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que nunca ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría? Lo mismo pasa con la pintura. Lo singular es que la gente no advierte que es lo mismo y aunque se ría de las pretensiones del crítico de cirugía, escucha con un increíble respeto a esos charlatanes. Se podría escuchar con cierto respeto los juicios de un crítico que alguna vez haya pintado, aunque más no fuera que telas mediocres. Pero aún en ese caso sería absurdo, pues ¿cómo puede encontrarse razonable que un pintor mediocre dé consejos a uno bueno?"
Aquí habría que hacer una serie de puntualizaciones:
3.1- el ejemplo del cirujano es bastante desacertado, primero porque la medicina no es un arte, y segundo porque la medicina conlleva un protocolo de actuación y es fácil identificar si ha existido un error.
3.2- En la pintura existe una materia indispensable a la hora de criticar a un artista que no es otra que la historia del arte. Yo puedo ser un gran pintor pero si no tengo conocimientos sobre la historia del arte no estaré facultado para elaborar una visión crítica de mi propia obra. Le pondría un contraejemplo a Sábato, ya que gusta de la demagogia. Yo soy incapaz de blanquear la fachada de la casa de mis padres pero si llega el pintor de turno y la pinta de cualquier manera, con chorreones, zonas de diferentes blancos, el jardín infestado de manchas de cal, etc... creo que podré criticar su trabajo, aunque yo fuera incapaz de hacerlo mejor. Me recuerda esto a la polémica de los foros de música. Yo digo: el último disco de Maiden es bastante flojito, y entonces me salta el fanático de turno: pues tú no lo harías mejor. Primero, usted no sabe si yo lo haría mejor o peor, en el supuesto de que contara con los medios de Maiden, segundo, yo no soy Iron Maiden ni he demostrado mi talento tal y como han hecho ellos en el pasado.
3.3- Es decir, para criticar la obra de un artista no hay que ser artista, se puede ser un gran artista y un malísimo crítico y un gran crítico y no tener ni idea de pintar.
3.4- los críticos no sólo son -lamentablemente- indispensables en el actual mundo del arte sino que en ocasiones son más importantes que los propios artistas  -Greenberg-, tan sólo hay que remitirse a El arte de la palabra de Thomas Wolfe para demostrarlo -si bien, y paradójicamente, el libro de Wolfe opera del mismo modo que él critica, debatiendo a partir de la palabra el dudoso talento de algunos artistas, léase igualmente "críticos"-.
Definición de la novela:
Supongo que lo más fácil es decir que es una novela existencialista -está inundada de recovecos melancólicos, sin salida, reflexivos, de oquedades, de sinsabores- pero también puede ser leída como una novela de terror psicológico, o de caso clínico.
La carta de Maria Iribarne. Recuerdos:
"Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza."
De ahí que la desmemoria opere menoscabando la entereza del ser humano. Aunque, si nos remitimos a cierta polémica entre dos personajes en Las voces de Ruidera de García Pavón -muy dado a las discusiones poliexistencialistas- redundaremos en la necesidad de ese borrado parcial -y si no que se lo pregunten a Funes el memorioso, de Borges-. Es ese proceso de dselección de recuerdos el que nos distancia de la realidad y nos prepara para acontecimientos futuros.
La belleza es triste.
"La tristeza fue aumentando gradualmente; quizá también a causa del rumor de las olas, que se hacía cada vez más perceptible. Cuando salimos del monte y apareció ante mis ojos el cielo de aquella costa, sentí que esa tristeza era ineludible, era la misma de siempre ante la belleza, o por lo menos ante cierto género de belleza."
Es una sensación extraña, la de la contemplación de la belleza, como cuando vemos ese Pinturicchio de la Pinacoteca Ambrosiana de Milán, o escuchamos esa Chacona de Georg Muffat. Estamos ahí, con cara de lelos, sin saber qué hacer con esa dimensión desconocida que acabamos de descubrir.

En general es un libro digno para ser una obra debutante, que bebe de la búsqueda del yo dostoievskiano, y que mantiene un planteamiento bastante original -si bien en ocasiones peca de ingenua-, pero que dista mucho de la obra posterior del argentino, más compleja e incatalogable.
Esta edición tiene además un extenso prólogo de Ángel Leiva que pretende desenmascarar la estética sabatiana, haciéndonos un verdadero lío ("... sin recurrir a la idea folletinesca y rosa de las novelas propias de la civilización y que nos divulgan, crea por momentos una superficie inexpugnable y sórdida que sólo puede ser  la equivalencia de ese tiempo al que nos encontramos enfrentando -sic, ¿enfrentado? y sic, en general todo el prólogo-").
Existen al menos dos versiones cinematográficas, una de León Klimovsky, de 1952, y otra de 1987, de Antonio Drove, con Jane Seymour, y Fernando Rey.

No hay comentarios: