El bueno de Günter publicó esta interesante novelita en 1980 -subtitulada" o los alemanes se extinguen"- cuando ya era un escritor consagrado. Bueno, es que Grass se consagró con -casi- su primer libro, El tambor de hojalata, de 1959, y siempre habrá algún listillo que diga que es su mejor obra. Esta especie de ensayo-novelístico-seudo-filosófico-político nos presenta a un Grass audaz e innovador, comprometido e imaginativo, es decir, al mejor Grass -para mi la mejor novela que he leído de él es Malos presagios. Varias tramas se intercalan. Por un lado la del viaje a Asia de dos profesores alemanes al límite de la edad adecuada para concebir y cuyo dilema hijo-sí, hijo-no, centra la mayoría de páginas del libro. A su vez, Grass también viaja a Asia con su mujer buscando escenarios para la adaptación de este mismo libro al cine a cargo de su amigo Volker Schlondorff -quien dirigiera en 1979 El tambor de hojalata, oscar a la mejor peli extranjera en 1980. Las ideas políticas -se acercan las elecciones en Alemania- y las reflexiones -a veces brillantes, a veces demasiado obvias- acerca del desequilibrado balance entre el primer y el tercer mundo ocupan las mentes de los profesores protagonistas de la novela. Como siempre que leo a Grass después de su confesión estrambótica de pertenecer al partido nazi en la segunda guerra mundial -hecha en su libro autobiográfico Pelando la cebolla-, estuve pendiente de cualquier detalle que lo pusiera en entredicho. Pues la verdad es que si bien al principio parece declarar que su único acercamiento al partido nacional socialista fue un intento de participación en un concurso de dibujo - e "imagina" que si hubiese nacido diez años más tarde quizás hubiera participado más activamente en la guerra-, unas páginas más adelante afirma sin rubor ni rodeos que formó parte de las Juventudes hitlerianas. Yo realmente no entiendo bien la polémica que ha rodeado a Pelando la cebolla; con la edad a la que llegó Grass a la guerra -nacido en 1927- y con el entorno existente en Danzig -antes en Polonia, ahora Gdansk y en Alemania- en aquella época lo más lógico es que este joven no tuviera mayor elección que la de pertenecer a ese colectivo del terror. Si a eso añadimos que nunca tuvo un arma entre las manos, ni disparó un solo cañonazo, y que cuando le llevaba el café a los oficiales se orinaba en las tazas de camino a la caseta de éstos, habría que decir que Grass está libre de toda culpa. Otra cosa es que la forma de la confesión se haya producido de una forma lastimosamente mercadotécnica, pero ése es un problema para los aburridos que siempre ven cosas raras entre líneas. En resumen, -que me fui por las ramas-, una excelente novela, con algunos altibajos -bajones precisamente en los momentos más reflexivos-, y que se lee con sentido de la actualidad casi 30 años después de su publicación -es que me he retrasado un poquillo jeje.
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