miércoles, 10 de septiembre de 2008

Sacrificio, de Tarkovski


He estado unos días leyendo el excelente libro-documento que nos dejó Andrei Tarkovski titulado Esculpir en el tiempo. A partir de estas reflexiones sobre estética, cine y arte he ido comprendiendo algo mejor (o algo, a secas) sus películas. Ayer estuve viendo de nuevo Sacrificio, su último film, rodado en Suecia. En él un tipo chiflado en el ocaso de su existencia, Alexander, vive apaciblemente en una casa de campo preocupado por el devenir del mundo y porque éste cambie de alguna manera -en realidad no da ni golpe, sólo realiza monólogos sin sentido, así quiero ser yo de mayor, por dios. Un suceso -una guerra nuclear- estropea la fiesta de cumlpeaños de Alexander -que estaba siendo una muermo, por cierto-. Entonces Alexander realiza una plegaria que conlleva ciertos sacrificios personales -no voy a reventar más la peli para quien tenga valor de enfrentarse a ella. Un profundo misticismo, el amor de una bruja esotérica, la imaginación descontrolada de un loco, un hermoso libro de reproducciones de Piero della Francesca, un cuadro de Leonardo -"Leonardo siempre me dio miedo", declama Otto -el multimillonario excéntrico que reparte cartas en sus ratos libres-, en uno de los comentarios artísticos más impactantes de la historia del cine-, un mapa original del siglo XVI, junto a un grupo extraño de "actores" -Alexander fue actor en su vida profesional y ahora todos los que le rodean parecen estar actuando en torno a su persona- conforman una extraña película -incluso dentro de la filmografía de Tarkovski, aquí bastante influenciado por Bergman, me parece, además de contar con un actor fetiche del sueco para el papel protagonista, como ya sucediera en Nostalghia, Erland Josephson- que denuncia la falta de fe en la vida actual y el exceso de materialismo corruptor del espíritu, todo esto a través de un montaje más sencillo que en otras pelis suyas como El espejo -aunque con una cuidada puesta en escena, como siempre-, y con el uso del color y el blanco y negro casi a partes iguales. No faltan escenas de sueños, alegorías simbólicas -no frecuentes en Tarkovski, como el árbol seco representando la fe-, ambientes gélidos, incendios, e incluso un lavado de manos que contradice al de Poncio Pilatos. El final es grotesco y hasta divertido, un plano de seis minutos del que Tarkovski se vanagloriaba en decir que era el más largo de la historia del cine, cosa que no llego a entender estando el precedente de La soga de Hitchcock, a lo mejor se refería a otra cosa.

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