lunes, 29 de septiembre de 2008

Padre e hijo, Sokurov en Lisboa


Después de El arca rusa Alexander Sokurov rodó esta Padre e hijo en 2003. Como complemento a su magnífica Madre e hijo -ya comentada en este blog- Sokurov se ocupa ahora de un amor paterno-filial tan intenso como irreal -algunas voces criticaron el contenido homoerótico de algunas escenas, creo que infundadamente, lo que pasa es que se acercan mucho para hablar, por dios, en todo caso la sugerencia del incesto sería más provocativa. Con una técnica en la que predominan los filtros y un uso del color minimalista -tendente al blanco y negro-, esta nueva entrega del ruso es otra pequeña joya -en esta ocasión de 82 minutos. La ausencia de la madre -muerta en la juventud- potencia la relación del padre con el hijo, ambos militares, el padre en la reserva, el hijo en la academia, de tal forma que no pueden vivir el uno sin el otro. Hasta tal punto llega este amor que llega a condicionar la relación de Alexei -el hijo- con su novia. La sombra de una traición oculta sobrevuela todo el metraje. La aparición del hijo de un antiguo compañero del ejército de Matías, el padre, despierta historias pasadas. Un paseo en tranvía de los dos hijos es quizás la mejor escena de la peli. El brillo de la abrazadera, los cristales sucios del tren, la luminosa ciudad tras ellos. Alto, pero si esa ciudad podría ser Lisboa, me digo, el barrio de Alfama para ser más exactos. Será alguna ciudad rusa en la que también hay tranvías. Un plano largo contempla la ciudad desde una colina. Diría que esa vista podría ser la que se tiene de Lisboa desde el Castillo de San Jorge. Se ve el río Tajo, pero no la Torre de Belém, mientras hablan de un cuadro de Rembrandt en el Hermitage. Una fachada de una iglesia me da la pista definitiva. Es Sé Catedral, la catedral de Lisboa, no hay duda. Pero ¿qué diablos hace Sokurov grabando en Lisboa con actores rusos y en idioma ruso? La escena del espejo -que en realidad son radiografías- parece un pequeño homenaje a su maestro Tarkovsky, al igual que la mención de los sueños de Alexei -que sueña con matar al padre-. Un odio oculto, unas preguntas sin respuestas, un susurro al agua -pienso en Kieslowski. La amenaza de una enfermedad incurable, el sueño del hijo con tener a su vez un hijo con su novia -el deseo del hijo de pasar a ser padre, a ser su padre quizás, a quien ve como el bello de los dos, musculoso, como un árbol, "tus brazos son las ramas". La desesperación ante la incerteza, el perdón, el sol en el horizonte. Un final de una impactante belleza plástica. La película está plagada de momentos cinematográficos memorables, tan extraordinarios que pensé que Woody Allen querría parodiarla en la onda de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. La música, de Tchaikovsky, ligeramente retocada por Andrei Sigle, y, como ya ocurriera en Madre e hijo, en un segundísimo plano. Otra gran película de Sokurov que da por finalizado -por el momento y a la espera de conseguir nuevos títulos, sobre todo su trilogía del poder con Moloch, Taurus y El sol- este pequeño ciclo de Sokurov en El mundo de Kovalski.

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