martes, 13 de octubre de 2009
Cementerio de las naranjas amargas, de Josef Winkler (II)
La idea de suicidio está muy presente en el libro: "Todo lo que veía en sus, así llamados, paseos, lo consideraba sólo desde el punto de vista de la utilidad para su suicidio. Los balcones y, sobre todo, los edificios altos de Klagenfurt sólo servían para precipitarse desde ellos, las agudas verjas de jardín para empalarse, los coches y camiones para ser atropellado, los carriles de tren para poner encima la cabeza en el momento oportuno, las cuerdas de campana para balancearse colgado de ellas, mientras el badajo golpeaba el metal doblando." O también en la soledad de su habitación de Roma: Todo el tiempo yo miraba el techo blanco, pensando en cómo podría quitarme la vida". La relación con su hospedadora, Mrs. Fanshawe, tiene momentos delirantes y de gran brillantez. A veces es como si Winkler necesitara una vía de escape ante el ocaso mental que sufre: "Cuando durante un paseo nocturno por el Tíber, se me colgó del brazo, me solté, hablando con grandes gestos, y ella volvió a colgarse de mi brazo una y otra vez, me hubiera gustado coger del asfalto las húmedas hojas de castaño con olor a podrido y refregárselas por la cara. Finalmente me solté de su presa con una amenaza. ¡Estoy pensando en tirarme al Tíber!". La señorita Fanshawe ve en Josef alguien a quien cuidar. Obviamente le reprueba su inmoral conducta con los jovencitos de la Piazza dei Cinquecento, pero esto no es obstáculo para que se despierte en ella cierto instinto maternal. ¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer ante la pederastia del narrador? ¿Es ficción o es la realidad de Winkler? De cualquier forma el narrador pretende justificar desde su atormentado pasado su desviación moral. El párroco de su pueblo natal se convierte en uno de los personajes de sus episodios pasados: "Franz Reinthaler, el sacerdote que movía el incensario, repitió sus palabras: ¡Josef, aprieta el cadáver contra el pecho de Jakob!". Vamos a ver, el tema del libro es la muerte, eso está claro, pero la muerte vista desde el horror: "Dibujo con mis palabras una jaula en torno al horror, hasta que llega el siguiente horror y quiera despedazarme. Antes de que pueda lanzarse a mi garganta para darme un mordisco mortal, le arrojo la red de mi lenguaje." Y es ese lenguaje metódicamente poético que transgrede la frontera entre lo humano y lo grotesco el que maneja Winkler con gran habilidad. Hay que encontrar en su infancia la causa del "desalojo" mental que sufre Winkler y que le lleva a escribir tanto disparate. En su pueblo no se lo perdonan: "Me bajé, llevé el vehículo sobre otro cable que tenía ante mis pies y vi cómo aparecía al fondo el padre de Jakob, que me sigue odiando porque he vuelto a escribir sobre su hijo ahorcado y nunca dejaré de hacerlo". Vuelvo a las relaciones con su casera que conforman la parte más "divertida" del libro, y es un soplo de aire fresco entre tanto dolor, aún así la muerte -caricaturizada- es la protagonista: "Mrs. Fanshaw me contó recientemente, en el Instituto Austríaco de Cultura, durante una fiesta con motivo de una representación del Todo el mundo de Hugo von Hofmannsthal, un invitado romano de cierta edad había muerto. La mayoría de los invitados supuso que el hombre se había desmayado. El muerto fue colocado por los enfermeros sobre una bata blanca de médico y sacado del salón. Como fue evacuado tan rápidamente como se pudo, el incidente apenas fue advertido por casi los trescientos invitados. Unos días más tarde, un periódico italiano informó, aludiendo a Todo el mundo, que la Parca se había llevado a casa a un austríaco. La mujer del muerto, igualmente romana, se disculpó unos días mas tarde con el Director del Instituto de Cultura, por aquel, como dijo, lamentable incidente." Es que no hay derecho, morirse en medio de un concierto, una cosa es que te suene el móvil pero otra es que la palmes, ¡por muy mala que sea la obra, por dios! Vemos a Winkler como a un loco peligroso que recorre las calles de Roma escribiendo su propia existencia, relatando la muerte de los demás, exponiendo el punto de vista más amoral y cínico de la literatura mundial: "...normalmente escribo en cualquier parte, a los pies de alguna estatua de mártir que sigue perdiendo sangre, entre carabinieri que me iran recelosos, en la cripta de los papas del Vaticano o fuera junto al mar, cuando las olas rompen contra mis tobillos, o en el mercado, de pie en un charco de sangre de oveja." Referencias culturales abundan en las páginas del libro, desde Mishima, Kafka, Hebbel, a Pasolini: "Mientras, indeciso todavía sobre si debía ver la película de Pasolini o el Novecento de Bertolucci, pasaba de un canal de televisión a otro, pensé que Pasolini se había buscado sus asesinos en la Piazza dei Cinquecento y que no debía repetir la muerte de Pasolini". A mi me pasa mucho esto, dudo entre dos pelis y al final no veo ninguna. La variopinta clase de personajes que desfilan por la novela producen en el lector cierta desazón: "Con frecuencia vago por el laberinto de los pasillos del metro de la Stazione Termini o me siento en los vagones para, bajo tierra, poder desplazarme en todos los sentidos, con Roma y sus palacios, sus cardenales y obispos, gitanas, travestis y golfillos sobre mí." El libro está plagado de sugerentes imágenes poéticas acerca de la muerte: "Todavía humean las alas carbonizadas de un ángel de la guarda que saqué de debajo de un enorme montón de ciervos congelados". Todo el texto habla de la muerte, ahora lo sé: "Oye, no das señal de vida. Es que yo escribo sobre la muerte." Los nazis: "Bajo una campana de cristal, mi esqueleto de niño ennegrecido por el carbón, cuyas manos huesudas estaban juntas como para rezar, sujeto a una cruz gamada y rezando al Ángel de la Guarda...¡no me desampares ni de noche ni de día!". Los nazis y las lagartijas: "Caminando a orillas del Tíber, recogía a cubos lagartijas muertas y las sujetaba a la muralla del Tíber en forma de gran cruz gamada. Sólo me despertaré cuando las lagartijas se hayan podrido y pueda verse esa cruz gamada de esqueletos de lagartija". El libro finaliza con una especie de carta dirigida a la criada ucraniana que trabajaba en su casa, haciendo un recordatorio demoníaco -le retira los recuerdos-. Luego recolectará muertes a las que llevará al cementerio de las naranjas amargas. Y la Madonna de Rafael siempre presente... El problema -para Winkler- es que no sé qué puede escribir después de esto.
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