sábado, 31 de octubre de 2009

El diluvio, de Jean-Marie Gustave Le Clézio


Le déluge. Traducción del francés de Jaume Pomar.



Le Clézio escribió esta extraña -a ratos saturada- novela (metafísica) en 1966. "Al principio hubo nubes y nubes, pesadas y negras, expulsadas por algunos vientos, detenidas en el horizonte por un cinturón de montañas.", comienza el libro. Básicamente las primeras 50 páginas describen un hipotético -o metafórico, o apocalíptico, o hipnótico, o todo eso- diluvio universal. Dios, ¿de qué trata esto? no tengo ni idea, pero es muy poético, Le Clézio es un mago de las palabras, si bien el traductor -o el copista o quien sea- comete deslices ortográficos como "la doceaba ventana" -página 12- o también "El lenguaje ha vuelto ha empezar su ballet demente" -página 297- ( y tan demente) o el uso indebido del pretérito indefinido del verbo andar en multitud de ocasiones ("Andó") y la incorrecta utilización de la forma "habían" continuamente. La verdad es que todos estos disparates amén de sorprendentes -por tratarse de Seix Barral, una editorial gigantesca- redundan en el desconcierto que impregna la historia y el carácter onírico y fabulador del texto, lo cual no sé si está buscado -a la par que una tipografía que recuerda a las máquinas de escribir antiguas junto a devaneos en la impresión, con ausencia de parte de algunas letras, cuando no de letras enteras, ¿es que han editado el libro a la prisa y corriendo? a nadie sorprende habida cuenta de la demanda que de Le Clézio se ha despertado desde su Nobel-. "Un día, el 25 de enero, a las 15.30 h., sin razón aparente, se puso en movimiento (..) apareció una muchacha en velomotor. Bordeó la calle mientras duró el ruido." Este insignificante acontecimiento dinamitó toda la soledad y toda la miseria del protagonista de la historia, Francois Besson, un héroe heredado de los enormes paseos walserianos, o de las enigmáticas disquisiciones sartrianas. Esa aparición puede revelar el descubrimiento del amor, o bien su negación, y cómo todo lo demás queda diluido hasta formas incalificables, desmesuradas en su inercia y en su falta de sentido -acentuando la indiferencia del protagonista por todo lo que le rodea, lo que, paradójicamente le invita a una contemplación excesiva, hasta lo deforme, de todo aquello cuanto percibe dentro de la cotidianeidad-. En el capítulo primero se empieza a contar más en serio la historia de Besson -si eso es posible- y la de su amiga Anna -nada que ver con la Anna de La náusea, ¿o sí?. Es la historia de un suicidio -el de Anna-, del deambular de Besson -por la ciudad, verdadero paisaje de cemento, hierros y colores-, de su lío con la pelirroja -a la cual abandona-, de su vida de ermitaño -se pone a vagabundear cual personaje de Paul Auster en Central Park-, del asesinato de un desconocido -una sombra confundida en la oscuridad que le acecha con desconocidas intenciones-, de su ceguera provocada -una mirada directa al sol que le deslumbra espiritual y fisiológicamente-, de un conjunto de situaciones desquiciantes hiladas por una narración descriptiva que lleva al límite la paciencia del lector, estableciendo paralelismos y símiles de cadencia ilógica. Un terrible cuento escrito en la niñez -El capitán y Oradi gritaron uno de estos gritos: glu, glu, que quería decir: Gle, corri...-, una conversación con el vendedor de periódicos ciego -en el fondo lo que más lamento es no poder ver la tele-, otra con el hijo de la pelirroja -por la noche mientras duermo veo muchas cosas: lobos, bosques donde hay muchos lobos. Y también los indios-, dos cartas habladas en una cinta magnetofónica -Uno vive en un desierto, eso es todo-, la obsesión por la muerte -Están muertos, lo sé, no hay duda de ello; está muertos porque todo lo que me es exterior está muerto; halos a modo de sudarios envuelven sus siluetas en el paisaje-, cierta actitud nihilista envidiable -El tiempo pasaba en esta evidencia; podía estarse años así, sin hacer nada. Sin tener nunca nada que hacer- y un fascinante fresco multicolor de sensaciones, luces, pensamientos, efímeras imágenes urbanas, distancias, recreaciones, misterios,... que convergen en la figura de Besson, una de las personalidades más abstractas y caóticas de la historia de la literatura. Una obra de difícil lectura, con altas dosis de virtuosismo literario, y que puede deparar momentos inolvidables -si uno no pierde la cabeza mientras tanto.

2 comentarios:

e. r. dijo...

Hola, Kovalski
Leí un fragmento del diluvio en una antología de joven literatura francesa de los 70, y me había parecido bastante extraña, un noveau roman con toques de godard. y también recuerdo que leí otro, pez dorado o algo así, también un fragmento... Por pedazos es muy bueno le clezio.
Eso que contás de la arbitrariedad en las traducciones es así mismo, me acuerdo de los libros de jelinek que leí calientitos después de que ganó el nobel y la tradujeron así como así nomás. El apuro del comercio.
Un gusto pasar por acá.
Saludos

k dijo...

Es lo más extraño que he leído de Le Clézio -¡y de cualquier otro autor!-, Besson es como una versión esquizoide de Roquetin. En cuanto a la traducción lo curioso es que es de 1969, es decir, debe ser de una edición antigua y no se han molestado ni en revisarla para esta nueva publicación. Gracias por tus comentarios y saludos, k.