domingo, 4 de octubre de 2009

Calle de las tiendas oscuras, de Patrick Modiano


Rue des Boutiques Obscures. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia.





Si en Dora Bruder Modiano iniciaba una búsqueda de una joven perdida en los años del terror, y en En el café de la juventud perdida, la de otra joven que frecuentaba determinado café parisino, en esta novela, premiada con el Goncourt en 1978 y publicada recientemente por Anagrama, Modiano comienza la búsqueda de sí mismo -al menos literariamente. Es este libro un viaje retórico por la senda de los recuerdos. No podemos pedirle a la novela la exhaustividad de una obra analítica. ¿Por qué y cuándo perdió a memoria? ¿De dónde parte la primera pista? El protagonista lleva tiempo con una identidad falsa, sabe que él no es él, un detective privado sin grandes pretensiones que sin embargo no intenta averiguar su nombre hasta que no se queda sin trabajo. "¿Y usted que va a hacer Guy? -me preguntó tras tomar un sorbo de coñac con agua. -¿Yo? Estoy siguiendo una pista. -¿Una pista? - Sí. Una pista de mi pasado." Recuperar la identidad, perdida tras un episodio de amnesia no aclarado en la novela. Al lector le asaltan tantas dudas como al protagonista. Por qué no reconoce ante sus interlocutores su amnesia, por qué cada vez que le hablan de un supuesto conocido él repite los nombres, y las palabras, admitiendo su desconocimiento y sembrando la desconfianza en el entrevistado. Esa primera pista le conduce a un camarero, un tal Sonachitzé, que le presenta a un tal Heurteur. Sigue una segunda pista en la persona de Stioppa, a quien entrevista en un funeral. Los recuerdos se agolpan en una caja que Stioppa le cede gustosamente: "¿De verdad no quiere conservar todos esos recuerdos?". Si perdemos los recuerdos, nuestras fotos, nuestros recortes, no nos queda nada. Estamos en una caja, todo lo que somos. Como en un rompecabezas Guy va soldando las piezas, una tras otra. Pero ni siquiera cuando pretende reconocerse en una foto puede estar seguro de ello. La joven Orlow se quitó la vida: "¿No le parece, amigo, que hizo bien en irse antes de que fuera demasiado tarde?". La edad forma parte indisoluble del individuo. A Gay Orlow siempre se la recordaría joven. "-Es curioso -dijo Heurteur, clavándome los ojos-, no se le puede calcular a usted la edad." Cuando la intención supera a la razón uno hace todo lo posible por inventarse una vida pasada: "Yo intentaba imaginarme esta habitación en otros tiempos, cuando comíamos en ella. El techo, en donde pinté el cielo. La pared verde en donde quise, con esa palmera, añadir una nota tropical." ¿Qué son los recuerdos? Podemos manipularlos a nuestro gusto, ¿quién nos lo impide? Los lugares y los personajes se suceden. La obsesión de Modiano por los quicios abiertos de las ventanas iluminadas desde el interior reaparece en esta obra. Como si de la inversión de un retrato del renacimiento flamenco se tratara, esas ventanas abiertas parecen ocultar -a la par que muestran- una historia, un personaje, quizás a uno mismo. Un viejo estudio de costura donde encuentra a Helene: "Un maniquí viejo entre las dos ventanas cuyo torso cubría una tela sucia de color beige y cuya presencia insólita traía a la mente un taller de costura." El maniquí como figuración de la incertidumbre. Una joven y hermosa modelo llamada Denise: "Se nos acercaba y su cara me llamó la atención enseguida. Una cara de asiática, aunque fuera casi rubia. Ojos muy claros y rasgados. Pómulos altos." Un escritor egipcio, muerto en extrañas circunstancias:"-Voy a enseñarle una foto de mi amigo, al que asesinó ese canalla... Y voy a intentar encontrar su novela Navío anclado para dársela... Debería leerla." Todo ello en un recorrido por las calles de París, como siempre en Modiano, uno de los mejores embajadores de esta ciudad. "Si me acordase de la películas que vimos, podría saber con exactitud la época, pero, de esas películas sólo me quedan imágenes inconcretas: un trineo que se desliza por la nieve." Pues pudiera ser Ciudadano Kane de Orson Welles, de 1941. Su amigo Hutte sigue escribiéndole desde su Niza natal: "Tenía usted razón cuando me decía que, en la vida, lo que cuenta no es el porvenir, sino el pasado." ¿Qué es el porvenir? No es nada. En una postura casi sartriana Modiano, sin embargo, no rechaza el valor del pasado como columnas sobre la que asentar nuestra existencia. ¿Y si esas columnas son de barro? "Hasta ahora todo me ha parecido tan caótico, tan fragmentario... Retazos, briznas de cosas me volvían de repente según investigaba... Pero, bien pensado, a lo mejor una vida es eso...". La selectividad de la memoria es tan enigmática que estamos a su completa merced. Factores externos modifican a su capricho nuestra base de datos y terminan definiendo nuestra forma de ser y de pensar. Somos en realidad barcos a la deriva, incapaces de asimilar nuestras propias vivencias, ni de retenerlas en su totalidad. Es en este sentido la novela de Modiano una ejemplar revisión del mito de la caverna. Construir nuestro pasado a partir de la visión de otras personas, la mayoría ya muertas, a partir de documentos ajenos, de fotografías antiguas, desconocidas. Es también, como ocurría en Dora Bruder, una novela sobre la Ocupación alemana en plena segunda guerra mundial. El protagonista termina viajando a la isla de Padipi, para encontrar un nuevo vacío. Aún tendrá que ir a Roma, a la calle de las tiendas oscuras, a la búsqueda de su propio rastro.

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