domingo, 13 de junio de 2010

Jakob von Gunten, de Robert Walser.


Jakob Von Gunten (1909). Traducción de Juan José del Solar.



Ésta es la tercer novela de Robert Walser, tras Los hermanos Tanner (1907) y El ayudante (1908). Quizás sea su obra más representativa y también de las más extrañas. En ella se narran las peripecias de un joven que está interno en el Instituto Benjamenta. En este peculiar centro educativo Jakob von Gunten no parece estar a gusto: "Nosotros los alumnos internos, tenemos en verdad muy poco que hacer, casi no nos dan tareas. Aprendemos de memoria el reglamento que rige aquí dentro. O leemos el libro ¿Qué objetivo persigue la escuela de muchachos Benjamenta?". No se dan muchas explicaciones del contenido de este misterioso libro. Poco a poco nos vamos acercando a la personalidad retraída y asocial del protagonista, como cuando reconoce no tener ganas de escribir a su propia madre: "¿Por qué nunca le escribo? No logro comprenderlo, me es totalmente inexplicable y, sin embargo, no puedo decidirme a escribirle. Ocurre que no me gusta dar noticias.(...) En general no me gusta ser amado ni deseado. Tendrán que acostumbrarse a no ver más a su hijo".
La irrupción en el panorama literario español de Robert Walser debe bastante a la figura del autor barcelonés Enrique Vila Matas, uno de los talentos narrativos más importantes de la península, y a la editorial Siruela, claro está. Si en Doctor Pasavento -para mi, el mejor libro de Vila Matas-, el protagonista buscaba en la figura y vida del escritor suizo una especie de exorcismo de la propia identidad, en Bartleby y compañía nos encontramos a Robert Walser en la primera Nota a pie de página de un libro imaginario. En esa primera Nota ya Enrique Vila Matas cita a Roberto Calasso, quien no cita a Walser pero sí menciona a éste, a su obra Jacok von Gunten, y de paso a Melville y su escribiente Bartleby: "«Para muchos, Walser, el autor de Jakob von Gunten e inventor del Instituto Benjamenta —escribe Calasso—, continúa siendo una figura familiar y se puede incluso llegar a leer que su nihilismo es burgués y helvéticamente bonachón. Y es, al contrario, un personaje remoto, una vía paralela de la naturaleza, un filo casi indiscernible. La obediencia de Walser, como la desobediencia de Bartleby, presupone una ruptura total (...) Copian, transcriben escrituras que los atraviesan como una lámina transparente. No enuncian nada especial, no intentan modificar. No me desarrollo, dice Jakob von Gunten. No quiero cambios, dice Bartleby. En su afinidad se revela la equivalencia entre el silencio y cierto uso decorativo de la palabra.»
Uno de los baluartes de esta enigmática novela es el de la constante interrogante acerca del objetivo de la vida: "La prisa aquí se ha generalizado porque todo el tiempo se piensa que tiene un encanto luchar por conseguir algo, que así la vida cobra un cariz más excitante." El ser humano está automatizado para encaminarse hacia una meta. Esto es absolutamente incondicional. No hay forma de replantearse esta conducta. Walser -o mejor dicho, Jakob von Gunten- intenta rebelarse, ¿lo conseguirá?
Encontramos una interesante alusión a los judíos (la novela fue escrita en 1909) que retrata un poco el perfil que tenían asignado éstos en la época anterior al genocidio nazi: "Por fastidiarme, Kraus dice que parezco un judío. (...) Disputamos sobra la valía o no de los judíos, lo cual nos divierte extraordinariamente." Supongo que esto no podría haberse escrito ni publicado a partir del año 1945.
El territorio que el lector recorre es más sinuoso que otra cosa. No hay una línea narrativa definida. De momento estamos ante un episodio perfectamente encauzado como nos topamos con la descripción de un sueño, o las reflexiones del joven von Gunten, presa de multitud de dudas existenciales. Uno de los momentos más divertidos se encuentra en la redacción del currículum vitae que el protagonista debe entregar al director Herr Benjamenta. En él aparecen datos de su época escolar anterior: "En su casa el infraescrito ha vapuleado a su profesor de historia, el respetable doctor Mertz, infamia de la cual se arrepiente." ¿Acaso von Gunten ha llegado al instituto Benjamente como castigo? ¿Es un internado de chicos conflictivos?
Resalta la velada -o no tan velada- crítica al ejercicio de escritor: "Que este señor se quede más bien en casa. Esos que no hacen sino estudiar, pintar y hacer observaciones son una tira de trápalas. Vivamos primero, que las observaciones vendrán luego por sí solas." En múltiples ocasiones Walser cuestionará su actividad escritora a lo largo del libro. ¿Es Walser un "escribiente"? ¿Es realmente un Bartleby como pronosticará Vila Matas? Desde luego la forma de escribir de Walser es de lo más impulsiva. Nos da la impresión de que va a sucumbir a la indolencia de un momento a otro, de que entre párrafo y párrafo ha transitado por dominios frenéticos, de que ha sido vapuleado -como von Gunten ha vapuleado al doctor Mertz- por una montaña rusa de estados anímicos. Tal es el desequilibrio estilístico que predomina en la novela. ¿Es éste entonces el estilo walseriano? Con unos altibajos mucho más acusados que en Los hermanos Tanner el lector teme con frecuencia por la salud no ya del protagonista sino del propio autor.
Absolutamente geniales son los encuentros con su hermano Johann, una artista que ha triunfado en la vida. Los consejos de éste a su hermano menor Jakob son de gran sabiduría: "Sobre todo: jamás te sientas marginado. La marginación, hermano, no existe, ya que en este mundo no haya nada, absolutamente nada digno de desearse. Y, no obstante, has de tener aspiraciones, y hasta diría que apasionadamente. Aunque no para consumirte de deseos, métete esto en la cabeza: no existe nada, nada a lo cual valga la pena aspirar." Es decir, hay que tener aspiraciones pero sabiendo que estas aspiraciones no son más que parte de un teatro necesario para seguir con vida. En realidad uno concluye que hay que inventarse las aspiraciones y los objetivos en la vida. Una idea que Walser termina por ridiculizar por lo absurda -¿inventar algo para creer en ello?- que ésta termina siendo.
Gándara se refiere a Los hermanos Tanner y a Jakob von Gunten como "grandes novelas y a la vez textos sobre el límite: la transparencia había sido perdida en origen". No querría caer en el tópico de citar a Kafka pero no me queda más remedio. La extrema racionalidad, al borde de la locura, que ronda todo Jakob von Gunten, está al borde del surrealismo kafkiano, si bien aquí no leemos situaciones surrealistas, y cuando las hay pertenecen al mundo de los sueños.
No se reniega de las intenciones lícitas de todo ser humano, llevar a cabo empresas mayestáticas, pero con cierto orden: "Las empresas grandes y audaces han de realizarse con la máxima discreción y en silencio, de lo contrario se corrompen y desvirtúan, volviendo a extinguirse el fuego que ya empezaba a brotar."
De repente Walser nos sorprende con ideas propias de una mente psicótica. Walser terminó sus ideas en un manicomio, escribiendo a lápiz en diminutas notas de papel -Microgramas- en los que plasmaba sus pensamientos. Así, la consecuencia que depararía la posibilidad de ser rico no es la típica: "Quisiera ser rico y que me destrozaran la cabeza. Dentro de poco ya no me apetecerá comer nada."
En un pasaje a Walser se le courre que si fuera rico repartiría su dinero entre la gente de la calle, sin dar ni recibir explicación alguna. Esto me recuerda a una novela de Paul Auster en la que un magnate que tenía empelado al protagonista le encarga esta misión altruista: "Abriría mi cartera, sacaría diez mil marcos en diez mil billetes de mil y le entregaría esa suma."
Yo leo este libro y no sé qué pensar. Me gustaría hacer una crítica o un comentario lúcido, poniendo el acento en los pilares del texto, pero me veo incapaz. A menudo he estado tentado de renunciar a este escrito. Es porque Robert Walser me sobrepasa. Lo mismo me pasó con Soseki. Fui incapaz de reseñar ninguna de sus tres novelas que recientemente he leído. Lo mismo me sucedió con el Bartleby de Vila Matas, un libro asombroso, original, estimulante. Mientras lo leía me asaltaba continuamente la idea de que al propio Vila Matas le hubiera gustado estar incluido en su propio libro. Quizás por eso lo escribió. A lo mejor él quiere ser considerado otro Bartleby. Pero para eso tendría que dejar de escribir. Como hizo Walser, quien se retiró a un manicomio de Herisau, en Suiza. Aún allí continuó escribiendo. Paseando por los jardines del manicomio, apuntando sus microgramas a lápiz, como cuenta Vila Matas en Doctor Pasavento.
A vueltas con el ansia de éxito del ser humano: "... los éxitos tienen por única e inseparable compañía la dispersión y unas cuantas cosmovisiones baratas." Por eso al final Jakob von Gunten no ve clara la propuesta del director. Por eso... no voy a contar el final.
Kraus es su mejor amigo dentro del instituto, pero con él a veces mantiene peleas dialécticas: "Hace poco le pregunté a Kraus si también él siente, a ratos, algo parecido al aburrimiento.
Mira, estoy aprendiendome este libro de memoria ¿Qué? ¿Crees que tengo tiempo de aburrirme? ¡Qué preguntas más absurdas!". En este pasaje del que he extraído algunas frases encontramos algunos pensamientos sobre los que reflexionar. El aburrimiento ¿es lícito, necesario? ¿de qué naturaleza está hecho? Memorizar un texto, tener ocupada la actividad intelectual, ¿es suficiente para seguir subsistiendo? ¿Se aburre uno de aburrirse? ¿Cómo identificar el aburrimiento? ¿No estamos siempre aburridos en realidad?
Las conversaciones con Fräulein Benjamenta y con Herr Benjamenta componen la parte más imaginativa e inspirada de la novela. Ambos rozan la locura en sus asertaciones, en sus sentimientos hacia Jakob, en sus confesiones ditirámbicas. Algunos encuentros termina Walser convirtiéndolos en sueños -con Fräulein Benjamenta-, tal es el grado de disparate que alcanza por momentos. "¡Cómo en el sueño todo roza los confines de la locura!"
Es constante la idea del no aprendizaje de estos alumnos en tan extraño Instituto: "Vivir bajo tutela y ser maltratados es el máximo honor al que podemos aspirar." En realidad el aprendizaje es imposible, no sólo en el instituto Benjamenta, sino en cualquier instituto. El Benjamenta es tan sólo una exageración, una deformación forzada que esconde la verdadera materia del que está hecho el sistema educativo -¿en manos de quiénes estamos -hemos estado- los alumnos?.
Walser nos abre los ojos despiadadamente a quienes piensan que el pensamiento puede sustituir a la vida -como en el comentario sobre los escritores-: "En el hecho de abrir una puerta hay más vida oculta que en una pregunta." Una frase que echa por tierra toda una vida basada en el intelecto. Un mazazo para aquellos que piensan que la vida está en la mente, y no en los hechos.
De nuevo leemos la sensación de no esperanza en estos alumnos, abocados a un vacío inexplicable: "Nosotros, los alumnos, no esperamos nada; es más, nos está terminantemente prohibido albergar esperanzas de vida en nuestro corazón, pese a lo cual vivimos muy alegres y tranquilos." La resignación inexplicable de los alumnos, el triunfo del sistema que modela las mentes de futuros ¿directores de institutos?
No se administra Walser a la hora de repartir doctas lecciones: "Quien se autovalora en exceso nunca está salvo de desalientos y degradaciones, pues el hombre consciente de sí tropieza siempre con algo hostil a su conciencia." En estas especies de aforismos seudo filosóficos nos parece entrever cierta postura oriental con respecto al conocimiento, lo que le conduce a una contradicción reflexiva, es decir, el hecho de abrir una puerta ¿está dentro de la conciencia o carece de moral?
La actitud de Herr Benjamenta va tejiendo una personalidad tan cómica como esquizoide, en realidad da terror, y puede llegar a tener momentos de sinceridad tales como éste:"Jakob, dime, ¿no encuentras mezquina la vida que llevas aquí, realmente mezquina?". ¿Cómo se le puede ocurrir al director de una escuela hablar en estos términos a uno de sus alumnos? La cosa es mucho más compleja. El director ha "adoptado" de alguna forma a von Gunten, hasta límites insospechados.
Jakob no cree en la vida, definitivamente, no tiene ilusión por nada, por eso le da igual estar en el Instituto Benjamenta, sin aprender nada, en manos de unos auténticos locos: "Un día tendré un ataque, uno de esos ataques que fulminan de verdad, y entonces todo se habrá acabado."
Resulta desmoralizante que en la mente de un joven que se encuentra en período iniciático se atisben este tipo de pensamientos catastrofistas y desesperanzados.
Su insociabilidad a veces nos preocupa: "...me aguardo siempre de acercarme a los demás; no sé, pero debo tenere cierto talento para convencer a la gente, sin decir palabra, de la imprudencia de ciertas aproximaciones; al menos pienso que es difícil ganarse mi confianza." Por otro lado entendemos que no tiene otra salida.
A lo largo de todo el texto se repite la idea de futilidad del Instituto, uno lega a preguntarse ¿qué demonios hacen allí los jóvenes, por dios?: "¿Qué he aprendido? Pues para ser sincero debo decir que muy poco. Pero hoy en día no tiene mayor importancia saber mucho." ¿El conocimiento desemboca en la locura?
No hay lugar para la esperanza, todo da igual, Jakob von Gunten no tiene posibilidad de escape: "La vida, con sus feroces leyes, no es para algunos sino una cadena de desalientos y de impresiones malignas y aterradoras."
Todo deriva de su insociabilidad, de su miedo a la colectividad, o más que miedo, rechazo.
Uno no puede reprimir esa imagen de un anciano Robert Walser caminando por la nieve, cayendo y siendo sepultado por el frío hasta la muerte, mientras lee su legado literario, de una inquietud ingobernable.

1 comentario:

Marcelo dijo...

La mejor reseña que he leído de este libro increíble, que hace una hora acabo de leer. Felicitaciones! es un ensayo lo que escribiste, no una reseña o crítica.