martes, 20 de septiembre de 2011

Höller.

Mi nombre es Höller, soy taxidermista. Ya sé, pensarán, ¡taxidermista!, nadie en su sano juicio es taxidermista. Leí Corrección de Thomas Bernhard con el interés de todo aquel que aparece retratado en una novela. Sería bastante infantil por muy parte denunciar que mi personaje no se ajusta a la realidad, la novela es la novela, es ficción. Pero tampoco me perdonaría el desaprovechar la oportunidad que se me brinda de esclarecer algunos hechos y situaciones que en definitiva pasarán a la posteridad por el simple hecho de haberlos escrito Bernhard, ¿y es acaso alguien Bernhard?
En la novela Corrección conocemos los puntos de vista del narrador y de Roithamer. Sin embargo sólo yo fui testigo de la locura de ambos, de sus estancias en mi buhardilla, la de los Höller como la llamaban ellos, la de Roithamer como la llamaba yo. Ellos vinieron a mi casa después de mucho tiempo. Se decía que habían emigrado a Inglaterra, a impartir clases. En realidad estaban huyendo. Uno de su casa Altensam, otro de la posibilidad de perder de vista a su mentor intelectual. Roithamer huía de Altensam, el narrador seguía a Roithamer. Así, cuando murió Roithamer -suicidado- el narrador no supo adonde ir y recaló en la buhardilla de Roithamer, dijo que por imperativo legal, para examinar y ordenar el legado de Roithamer, decía, así lo llamaba, el legado de Roithamer, ¡já! me rió yo del legado de Roithamer, papeles, sólo papeles, ¡excentricidades! ¡la fabricación del Cono! Luego vino el narrador, le conté cómo encontré el cuerpo de Roithamer, se metió en la buhardilla, ¿qué pretendía? No sé quién estaba más loco si Roithamer o el narrador -también llegué a esperar su muerte, inminente-.
Yo también tengo mis papeles, yo no soy menos que ellos, poseo mi propio legado, sí, en él explico cómo mis sospechas sobre las verdaderas intenciones de Roithamer no me eran desconocidas. Roithamer, creo, pretendía en sueños a mi mujer, a la señora Höller, toda esa historia de la huida de Altensam no eran más que patrañas, ella iba detrás de mi mujer, una desconocida para mi, de tal forma que lejos estaba yo de sentir celos cuando los descubrí en una ocasión a solas en la buhardilla, ella se ruborizó y se marchó intempestivamente, creí ver lágrimas en sus ojos, Roith -como le llamaba yo en la intimidad- siguió a lo suyo, como si no hubiera pasado nada, decía entre dientes "el Cono, el Cono, el centro geométrico del bosque, ¡Altensam!...".
Mi impresión es que Bernhard quiso establecer una simbología retórica con algunos aspectos de la novela, sin ir más lejos con mi profesión, taxidermista, de todos era conocido, en la región del Tirol, que yo regentaba una ferretería familiar en Stocket, ¿por qué me hizo taxidermista? Sin duda la profesión de taxidermista es la que más enlazaba con las posibilidades de permanencia tras la muerte. Era eso lo que quería alcanzar Roithamer con su Cono demencial, el objeto disecado de toda su vida -un proyecto mortal-. Cuando Bernhard me propuso aquello le dije rotundamente que no, que nunca sería taxidermista, aquellas fueron mis exactas palabras ¡no seré taxidermista! De nada me valió aquella irritación, terminé siendo taxidermista. Las cosas de la vida han hecho que años después de que Bernhard escribiera Corrección haya terminado de taxidermista del pueblo... Pero eso es una historia que no les atañe, y tampoco quiero aburrirles con mi vida real, cuando sé que en realidad sus intereses se centran en mi vida novelesca.
No tengo pocos misterios que desvelar aquí y ahora. Se sorprenderán cuando Bernhard me pidió que me suicidara, que necesitaba mi suicidio, así me dijo, para incorporarlo a su novela, me dijo desde la más absoluta de las frialdades del creador. Yo me negué en redondo, obviamente, aún o había terminado de pagar la hipoteca de la casa del Aurach y mis hijos aún no se habían emancipado. De habérmelo pedido en mi situación actual quizás me lo hubiera pensado. Mi mujer se marchó con el carnicero y mis hijos emigraron a ¡Cambridge! donde siguen la estela de Roithamer. Pero esa historia... ¡demonios, lo mismo que antes!
Fue entonces -ante mi negativa de suicidio- cuando Bernhard decidió acabar con Roithamer. Me trastorna un poco los planes, me dijo, pero alguien debe morir. Le sugerí que podía morir la hermana de Roithamer, pero resultó que ya se la había cargado. Le hablé del narrador, pero me miró sombríamente y no dijo nada, ¡él era el narrador, pardiez!
Leí mucho sobre Corrección. También a su traductor al español, Miguel Sáenz, quien dijo de Corrección: "Esta novela es un nuevo hito en la obra de Bernhard. En ella, como en otras de sus obras, hay un personaje que escribe o quiere escribir un texto. Su afán por la perfección le lleva a corregir y corregir constantemente, hasta acabar aniquilando el texto y aniquilándose a sí mismo." Bien, no estoy en absoluto de acuerdo con esta apreciación, a Roithamer lo mató su Cono, aunque hay quien dice que a Roithamer lo maté yo con la construcción de mi casa demencial en la garganta del Aurach. También quiero decir algo que nadie ha sabido hasta ahora, conozco el contenido de la última versión del escrito de Roithamer sobre el Cono. Hasta ahora sólo se sabía que iba a existir una cuarta versión de unas veinte páginas. Pero de entre los papeles de Roithamer de la buhardilla de Roithamer -de los Höller- yo entresaqué la versión definitiva. Era absurdo pensar que Roithamer se suicidara sin terminar su versión del escrito de su vida -de su muerte, en realidad-. Claro, se lo oculté al propio narrador, ¡que le den! ¡Mira que hacerme taxidermista! Bueno, a lo que iba, estoy en condiciones de reproducir el texto final y definitivo del escrito sobre Altensam y el Cono, después de múltiples y demenciales correcciones. Es éste: "El Cono es una mierda". Sí, no hay más. A eso se redujo todo. Es obvio pensar que después de esto a Roithamer sólo le quedara el suicidio como salida.
Cuando el narrador vino a la buhardilla de los Höller enseguida temí que intentara seducir a mi esposa, al igual que hiciera Roithamer, y es que eran tal para cual, dos clones infectos. Por eso esperé pacientemente el suicidio del narrador. Ahí me defraudó el narrador, no fue capaz de llevar a cabo su mimetización roithameriana al completo. Fue entonces -y aún tiemblo al recordar sus palabras exactas- cuando el narrador me pidió encarecidamente que disecara a Roithamer después de su cuelgue -sería un bonito detalle de amigo, me dijo para convencerme-, le dije que eso era imposible, que me parecía un disparate, por eso, me contestó, necesito un gran disparate para finalizar el libro. Me negué, me negué en redondo, aún a sabiendas de que mi oposición era absolutamente inútil cuando algo se le metía en la cabeza al narrador. Finalmente ignoró aquella rocambolesca idea y se conformó con proporcionarme la escena del ave negra inmensa rellena de celofán, una escena que me produce el más detestable de los ascos.
La novela Corrección hubiera sido completamente distinta si Bernhard me hubiera dejado el peso de la narración, sin duda hubiera sido una novela mucho más interesante, y todos hubieran muerto, claro.
Al final de este modesto escrito tan sólo quiero dejar expresado la total consternación y sorpresa que supuso para mi que años después un tal Kovalski se presentara en esta casa -habíamos hablado meses atrás con motivos de un estudio que llevaba a cabo acerca del Cono de Roithamer y en definitiva de Corrección, yo pensé, este Kovalski no tiene ni idea de Corrección, no tiene ni idea de Bernhard-. Lo dejé a solas con los papeles de Roithamer y del narrador, lo que no me esperaba es que intentara saltar desde el ventanuco de ventilación de la buhardilla al vacío. Por suerte -o mala suerte para él , según se mire- tan sólo se torció el tobillo. Decía entre dientes mientras le ayudaba a ponerse en pie: "ridículo, ¡grotesco!".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Debería usted escribir más en este blog, pues es excelente. Un saludo

k dijo...

gracias, un saludo.