viernes, 17 de octubre de 2008

El castillo alto, de Stanislaw Lem


Fascinante. Las memorias de infancia y adolescencia de Stanislaw Lem (Levov 1921, Cracovia 2006) publicadas en 2006 por Editorial funambulista constituyen una obra emotiva, inteligente, honesta, reflexiva, un libro que despierta la eterna cuestión en la literatura: realidad o ficción. Para mi es el gran libro de Lem, un autor sin embargo conocido sobre todo por su obra de ciencia ficción (Congreso de futurología, Solaris, Ciberiada), de ficción metafísica (La investigación) o de ficción metaliteraria (Un valor imaginario, Provocación). Huyendo de datos bibliográficos (poco a poco nos adentramos en su mundo, ciudad: Lvov, período: entre guerras, hijo único, su padre médico) Lem nos presenta su particular universo objetual (objetilístico, como se diga) donde los objetos acuden a su memoria como particulares compañeros de viaje: "esa querencia por los globos me duró unos años. Los compraba y escondía, por miedo a las burlas. Necesitaba su efímera compañía, su existencia de un día, un tipo de recordatorio de la muerte que demostraba la transitoriedad de las cosas mundanas". Vale, no es la monda pero respira trascendencia. Cuando uno descubre que los personajes vivos brillan por su ausencia Lem reconoce este hecho y lo justifica por la singular sinceridad del objeto frente a lo enigmático e hipócrita del ser humano -es como si el libro fuera contestando a nuestras interrogantes lectoras-. El título hace referencia a un castillo situado encima de una colina al que acudían Lem y sus compañeros de clase cuando algún profesor faltaba a clase por enfermedad -Lem nunca hacía novillos-. La fidelidad de Lem para con el lector le incita a plantear cosas como la veracidad de la memoria, los entresijos de la misma y la selección involuntaria de los recuerdos, y así nos descubre su proceso de aproximación a su propia figura de niño. Lem pretende escenificar por medio de imágenes aisladas, a veces inconexas, lo que resultó su infancia, reseñando que la realidad no suele ser cíclica, en contra de lo habitual, esto es, que las historias transcritas sí se exigen esta característica de principio y fin -tan poco real. Así pasamos a ser partícipes de algunos momentos geniales -uno se pregunta el porqué Lem y otros autores no escriben simplemente sobre sus vidas y se dejan de historias inventadas, por muy inteligentes y simbólicas que resulten- como el episodio de las chuletas en el instituto -aunque Lem solía estudiar era conocedor de las técnicas de sus compañeros-, y en el que resalta el paradójico e inexplicable síntoma del copiador compulsivo : "también usábamos un espejo para proyectar mensajes sobre la pared, a la manera de un proyector de películas, en una esquina situada a espaldas del profesor, en código Morse", con lo que era más complicado aprender el sistema chuletesco ¡que memorizar las lecciones!. La lucha contra el aprendizaje; un hilarante detalle de cómo la escritura de Lem es intelectual y expresiva a la vez: "Sólo sé que nos forzamos en aprender y que luchamos contra ello como contra una plaga, aunque al mismo tiempo se nos inició en la experiencia última, y nuestras mentes sincronizadas al unísono produjeron las más altas y más bajas notas humanas". En todo momento Lem intenta huir de la mirada de adulto, recurre a la inocencia del niño, una inocencia que está también deformada por el recuerdo de un adulto -esto no tiene salida, la cabeza me va a explotar, ¿estamos en un grabado de Escher?-. Los pasteles y los dulces típicos de cada establecimiento de la ciudad -así como sus calles, sus lugares "me encantaba recorre la feria del Este cuando estaba vacía y sin transeuntes"- son hilo argumental de algunos momentos del libro -Lem estaba gordito desde niño. El capítulo más increíble y enriquecedor es el dedicado a su afición al "autorizacionismo". En medio de clase Lem fabricaba autorizaciones inventadas "aunque era consciente de que no emitía documentos auténticos, al mismo tiempo sentía que había en ellos algún rescoldo de verdad". Lem construyó un verdadero submundo de fantasía donde el visitante -cual agrimensor kafkiano- debía superar diversos niveles pero sin llegar nunca al punto final, para lo cual necesitaba la gran autorización final. Nunca mostró estos documentos ficticios a nadie y siempre los portaba en su mochila, conformados en cuadernos hilados, con sellos oficiales, firmas rubicatorias, etc... -"mi conocimiento de códigos derivaba sobre todo de Las aventuras del buen soldado Schweik"-. Estas autorizaciones no estaban exentas de errores: "con todo un verdadero edificio de errores, apropiadamente complejo, puede convertirse en una morada para el alma, un trono del libre significado, una estructura cada vez menos dependiente de los prototipos, una versión de las cosas liberada de los dictados del naturalismo; en resumen, una nueva versión de la realidad opuesta a ella". Es decir, cualquier escena es un trampolín para la prodigiosa mente del autor, que salpica los hechos contados con discursos casi filosóficos sobre el ser y la existencia. Muy llamativa es su afición última a la creación de máquinas. "Construí una máquina Wimshurst y una bovina Ruhnkorff";-un niño de nuestros días no sabría ni pronunciar el nombre, por dios- "construí un transformador Tesla". A partir de esta actividad Lem realiza diversas reflexiones sobre el Arte moderno. Aquí quizás peca un poco de efectista y de conservador -comparar el arte abstracto, sospecho que referido a los grandes de la pintura americana sobre todo, con fotografías microscópicas o con porciones de madera invadidas por hongos, me parece un poco ingenuo- ya que Lem por un momento olvida cuál es el concepto de Arte, por cierto ¿cuál es el concepto de Arte? "El Arte no coacciona a nadie; nos transporta sólo si consentimos que nos transporte". Aquí sufrí un shock: "Gombrowicz nos abrió los ojos al respecto", lo digo porque el libro inmediatamente anterior que he leído a éste de Lem es Ferdydurke del también polaco Gombrowicz -de 1937-, una relectura en la que aprecié mucho más el primer Prefacio a Filifor y el niño forrado, donde Gombrowicz reflexiona sobre la música y el placer de escucharla y la inercia de la masa aplaudidora. Éste es por tanto un asunto apasionante, pero yo lo veo de otra forma, es evidente que una persona no preparada puede no disfrutar de Pollock, pero quien lo disfruta no es porque sienta deseos de disfrutarlo sino porque en él hay una base que le permite valorar la pintura de Pollock y consecuentemente disfrutarla. Entonces Lem escribe sobre la funcionalidad del Arte moderno y sobre su azarosidad e incertidumbre y se pregunta si sus primeras máquinas -irreales y simplemente estéticas- no eran una forma de Arte. Pero la gran virtud de este libro -quien haya llegado al final de mi comentario, por dios- es sin duda el poder de evocación que contiene. Leyendo sus páginas uno se ve inevitablemente transportado a su propia infancia y reconoce situaciones convergentes con las vividas por Lem -yo también confundí a un familiar con un extraño, yo también me comía las gomas de borrar Milán, creo-, y ése es el gran logro de Lem, conseguir una visión infantil ajena al prisma de un adulto, una infancia que se torna trágica teniendo en cuenta el momento histórico que le tocó vivir. Y la gran interrogante que plantea definitivamente el libro -aunque creo que no conscientemente- ¿por que Lem no escribió más sobre su propia vida? ¿por qué no exorcizó todos sus recuerdos y los desveló a sus lectores?; y también ¿por qué resultan apasionantes estas memorias? ¿es por el hecho de que Lem fue un escritor de calidad y famoso? ¿serían igualmente valiosas estas memorias si Lem fuera un desconocido? ¿no es la infancia de cualquier niño igual de valiosa? La infancia de cada niño quizás sí, la manera de contarla desde la forma de adulto seguro que no.

2 comentarios:

pirlosky dijo...

estimado kovalski, al respecto de las preguntas que se hace al final del post, le recuerdo que lem, al principio del libro, y con una extensión considerable, medita sobre qué parte de los recuerdos de su infancia son "de verdad", y cuáles inevitablemente debe a su condición de escritor, es decir, los que están inevitablemente fabulados. Muy lúcidamente, debido a esa honestidad, creo que lem no se explayó demasiado con sus memorias.
Hablando de recuerdos, siempre recordaré la enorme impresión que me causó Ciberiada, hace ya muchos años. Mi favorita es La investigación, obra maestra.

k dijo...

estimado pirlosky, recuerdo que esa fabulación inevitable de la que habla Lem es la que "da forma" a los recuerdos -sin poder confirmar la certeza real de ellos- pero eso no lo convierte en un relato de ficción. Y a mi me hubiera gustado que este librito en lugar de tener 200 páginas hubiera tenido 1200.La investigación está muy bien.
Estoy pensando reseñar toda la obra de Lem ;-)