domingo, 27 de diciembre de 2009

El sendero en el bosque, de Adalbert Stifter


Der Waldsteig. Traducción de Carlos d´Ors Führer.




Recorrer las estanterías de la biblioteca municipal con tiempo por delante y sin ningún título en la cabeza depara a veces sorpresas tan inesperadas como ésta. Sin más orientación que unos comentarios elogiosos por parte de Thomas Mann y Peter Handke la obra de Stifter captó mi interés.

Es El sendero en el bosque una pequeña novela escrita en 1845 en la cual su protagonista -según sinopsis de la edición-el "neurasténico, solitario y misántropo Tiburius Kneight que, hastiado de todo e instalado en una vida de lujo en indolencia, decide visitar un balneario siguiendo los consejos de un doctor algo chiflado que nunca receta medicamentos a sus pacientes. Porque, ¿quién creería a un doctor que prescribiera un paseo por el bosque, una caja de lápices, un cuaderno de dibujo, una cesta de abedul y una campesina que recoge fresas?".

Ya desde pequeño Tiburius se comportaba de forma rarita: "El muchacho se mostraba con frecuencia pensativo y absorto y, en su distracción, hacía cosas que motivaban la risa (...) O cuando se le ocurría limpiarse sus zapatos en el felpudo de la puerta antes de salir los días en que fuera hacía un tiempo espantoso". Me he acordado del cuento de Mrozek en el que el Conde sale a la calle un día intempestivo.

En algunos aparentemente insignificantes párrafos Stifter se asoma al sentido de la vida, descubre un poco de ese manto que oculta el misterio de la existencia, la labor humana, que distrae al ser humano de la fatalidad de su ser en la más absoluta de las ociosidades: "A veces en los bellos atardeceres de verano, cuando miraba el patio a través del cristal de su ventana bien cerrada y veía llegar a sus criados con un carro de heno o gavillas, sentía envidia -y con razón- de toda esa gente que vivía en la buena de Dios, en su ruda y frívola vida, sin preocuparse de nada y agitando los rastrillos y las mangas de sus camisas".

Su alejamiento de todo lo que implicaba una conducta social le conduce a un aislamiento que no por buscado deja de ser dramático, porque ¿acaso no quiere el solitario dar a conocer su instinto de solitario a los demás? , y si los demás no están presentes para comprobar esa soledad ¿de qué sirve esta? ¿cómo puede el solitario sentir la soledad si no tiene momentos de compañía con los que poder hacer una comparación? Algo de esto se me ocurrió leyendo a Nooteboom y su El enigma de la luz. Y es que la vida avanza a base de comparaciones, de contrastes, sin los cuales nada cobra el verdadero valor que en realidad contiene: "Se burlaba del interés y la insistencia de sus amigos en visitarle, si bien no pudo evitar que fuera más gente a verle. Aunque los consideraba estúpidos y pensaba que lo mejor sería en realidad que no aparecieran en su casa en absoluto y nunca más, no sabía cómo despedirles. Pero al final esto terminó por suceder y, en consecuencia, nadie acudió ya más a visitarle". Hombre, era lo esperable. Tampoco hay que ser tan drástico porque al final no te visita ni tu madre, por dios.

"No se mezclaba nunca con nadie y, cuando se topaba con alguien (algo inevitable por sus frecuentes paseos, prescritos por el médico), gustosamente daba un rodeo para evitarlo." Mira, ahí le doy la razón, a veces uno se encuentra con fantasmas del pasado que mejor evitar -sobre todo si les debes dinero-, pero en otras ocasiones un encuentro inesperado en la calle puede ser un maravilloso recuerdo de épocas pasadas y a eso no se le puede dar la espalda.
Después de una primera temporada otoñal en el balneario y tras conocer a una joven que recolecta fresas para su padre el protagonista decide volver en primavera para ello prepara minuciosamente su equipo de dibujo:

"A continuación puso sobre la mesilla, que destacaba sobre la pared -de intenso color azul--, los preciosos cuadernos de dibujo que había traído consigo; colocó después la caja de lápices de colores que también había traído, así como el sacapuntas de finas cuchillas. Sólo después hizo llamar al médico del balneario." El dibujo como símbolo de la actividad solitaria del hombre, como herramienta de unión entre hombre y naturaleza, como, en definitiva, única misión del hombre sobre la tierra, rendir homenaje a lo más sublime.

Finalmente se encuentra una vez más con la joven, por la que no sabía exactamente qué sentimientos albergaba: "Tras haber ido varias veces de excursión por aquellos oscuros bosques, llegando incluso a divisar las cumbres nevadas del valle, un día sucedió que, vagando por aquellos parajes con sus cuadernos de dibujo y su cazadora gris se encontró de frente con María. No hubiera podido decir si venía ataviada de igual modo que el otoño pasado, puesto que no pudo reparar en ello. Pero tampoco sabía si él era el mismo o no que el año anterior, ya que sobre esta particular no había meditado."

Y esto es muy interesante, la capacidad del ser humano para adivinar, diagnosticar, intuir, comprender el cambio que ha podido experimentar en un año. ¿Cómo podemos constatar las diferencias que nos metamorfosean con respecto a nuestro yo pasado? Sólo el enfrentamiento con una realidad anterior y nuestra reacción ante ella puede darnos una pista. Sin embargo, ¿no habrá cambiado igualmente ese elemento del pasado? ¿Y en qué medida, a la par que nosotros o en dirección contraria? ¿Es posible que dos seres humanos continúen unidos a través de los mismos lazos que los ha unido anteriormente? ¿Cómo saberlo?

Uno de los personajes centrales de libro es el propio bosque y las descripciones de éste por parte de Stifter son extraordinarias, uno parece estar paseando realmente por el bosque mientras avanza páginas. ¡Es un magnífico libro para los amantes del senderismo!

Stifter puede ser a primera vista un escritor monótono, sin nada que decir, ahuyentador de dobles sentidos, de imágenes ambivalentes, pero yo pienso a veces que es todo lo contrario. Su prosa es tan clara, tan directa, tan poco presta a la interpretación que nos vemos forzados a cuestionarnos cada palabra del texto, ¿no es la recolecta de fresas junto a María una metáfora del acto sexual? ¿No es ese caminar sin itinerario preciso por el bosque una forma de dar a entender la incertidumbre del hombre ante la vida? ¿No es ese paraje maravilloso por el que se adentra el joven solitario un símil con el que aludir a lo sorprendente que puede resultar la existencia? ¿O en realidad no es más que una reflexión acerca de la soledad del ser humano quien aunque esté rodeado de magníficas personalidades -representadas por sitios hermosos- nunca estará satisfecho con la interacción efectuada con ellos? Puede que nada de esto. El doctor chiflado le ha recetado que vaya a un balneario a buscar esposa, así se curará. No es una prescripción descabellada. Al final el joven mejora, pero ¿sanará de su misantropía? El nacimiento de un hijo abrirá el camino para la desavenencia...
Por cierto, bonita portada, una acuarela de 1896 de Carl Larsson (La vieja iglesia de Sundborn, en el Museo Nacional de Estocolmo).

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