viernes, 18 de diciembre de 2009

Otoño en Madrid hacia 1950, Juan Benet (2)

Algunos párrafos de la segunda parte del libro, extraidos de los capítulos de Eloy y de Martín Santos:

Esto parece sacado de una peli surrealista, un término que el mismo Benet reconoce haber "españolizado", ya que la traducción literal desde el francés sería sobrerrealismo, una expresión quizás menos afortunada que la que ha terminado sobreviviendo:


"En aquellos tiempos apenas había semáforos; como mucho se podía contar una docena de semáforos en el centro de la capital que desde luego no servían para regular el tráfico rodado porque, reducido al de los vehículos oficiales y del transporte público, no tenía la menor necesidad de ser regulado. Al parecer quien tenía necesidad de ser regulado era el peatón. A falta de semáforos, en cada esquina del centro había un agente municipal o guardia, con un uniforme un tanto colonial -guerrera y salacot blancos- provisto de un poderoso silbato a fin de alertar al peatón que intentara cruzar la calzada por un punto no debido; si el peatón, desoyendo el aviso, pretendía persistir en su empeño, el agente no lo pensaba dos veces: abandonaba su puesto para perseguir al infractor, tomarle si era necesario por el brazo, obligarle a desandar el camino hasta conducirle al paso e imponerle como correctivo una sanción de una peseta, previa entrega del volante justificativo arrancado de un block que guardaba en el bolsillo de la guerrera."


El estigma del antiguo bebedor:


"Jesús Olasagasti venía poco por Madrid en los años anteriores a su muerte en 1956. Estaba muy consumido y si salía de San Sebastián era para hacer algún retrato en Bilbao o Madrid -retratos de damas de la buena sociedad, en su mayoría- o para hacer una cura de agua en el sanatorio de Valdecilla, después de la cual debería quedar definitivamente apartado del alcohol. A la vista de la probada ineficacia de aquellas curas, uno de nosotros -tal vez yo- en una ocasión le preguntó por qué volvía a Valdecilla si estaba suficientemente probado que el tratamiento no servia para nada; y Jesús -con un tono apologético pero entre hipidos y mordiscos al bigote- vino a contestar que tras cada estancia en el sanatorio no sólo se sentía mucho más fuerte sino que se depuraban sus ideas y sentimientos y hasta, por si fuera poco, pintaba con más arte y soltura. Y a guisa de prueba contó una historia que una vez más pondría de manifiesto la finura psicológica de aquel hombre del que ahora apenas se sabe nada. Contó que años atrás a un compañero suyo del sanatorio le llegó durante el tratamiento la llamada del Señor y no sólo decidió apartarse para siempre del vino sino que en cuanto abandonó el sanatorio corrió al seminario de la provincia a fin de tomar cuanto antes las órdenes y dedicar el resto de su vida al pastoreo de las almas. (...) ¿Y de su pasado de hombre frívolo, juerguista y bebedor no quedó nada?, preguntaría uno de nosotros, tal vez Martín Santos que ya por entonces se interesaba por las marcas indelebles que deja el pasado. Nada, un párroco excelente, fue la respuesta. Luego añadió, con una mirada indagatoria: Bueno, ahora que me lo preguntas te diré que se decía de él que su pasado había marcado su alma con un pequeño e inofensivo estigma: porque en misa, en el momento de la consagración, levantaba el pie derecho en busca de la barra. "


Contando huevos en la milicia:

"En otro momento me veo haciendo el inventario trimestral del almacén de la cocina de oficiales y, entre otras cosas, obligado a contar los huevos que contenía un enorme canasto de mimbre. Ante el miramiento con que, temmeroso de romper uno, inicié la operación, el sargento me reprendió: Está visto que nunca has contado huevos. No, sargento mío. Te he dicho mil puñeteras veces que no me llames sargento mío, que parece cosa de maricones; a la próxima te mando a la preven. Está bien, pero sepa que está permitido -y a veces es aconsejable- colcocar el pronombre detrás del sustantivo. Déjame de leches y a ver si aprendes a contar huevos. En el ejército se aprenden cosas que no se enseñan en ninguna parte.. ¿Como por ejemplo contar huevos? Exacto; cosas útiles que sirven para la vida. Los huevos se cuentan por medias docenas, a ver si te enteras, cogiendo tres con cada mano. Así. ¿Y qué hago con los que ya he contado? Trae aquel otro cesto y los vas poniendo ahí, ¿entendido? Ah, los reclutas no sabéis nada de la vida. Y tú mucho ingeniero pero no sabes contar huevos. Y se fue, dejándome ante uno de los problemas más irresolubles que entonces se me hubiera planteado, pues ¿cómo introducir en el fondo de aquel cesto, ocupadas ambas manos, los seis huevos? La solución para otro momento."


Cuidado en Finlandia, a poco que te descuides te clavan una jabalina entre pecho y espalda:

"Tras unos días junto en Helsinki, Jorge se fue a Laponia y yo a Otanemi, una ciudad construida para la olimpiada del año precedente, en un parque de abedules, abetos y lagos, plagada de ardillas y grandes liebres -del tamaño de un perro de mediana alzada. y donde si el paseante se descuidaba podía caer atravesado por una jabalina, tal era la afición de los finlandeses a correr en todos los sentidos lanzando jabalinas".


Doctrina ¿disparatada? o el análisis de la obra literaria:

"Entre los diversos ( y algunos disparatados, por demasiado canónicos) dogmas literarios que a sí mismo se había dictado Luis, consistía uno en creer que toda obra literaria de envergadura debía concluir, y a poder ser en su parte central, una Walpurgisnacht. Por más que yo tratara de refutar esa necesidad y le instara a enumerar más de dos obras que tuvieran una Walpurgisnacht, Luis se refugiaba en la doctrina de que toda obra tenía, aunque fuera disimulada y poco perceptible para el lector superficial, una Walpurgisnacht. Así pues constituía un deporte buscar la Walpurgisnacht en los textos más insólitos -no ya de la literatura sino de la historia, de la filosofía y hasta de la ciencia- y el día que le comuniqué, torpe de mi, que había descubierto una Walpurgisnacht, taimadamente disimulada, en el mismo corazón de Moby Dick, la doctrina quedó confirmada para siempre, fuera del alcance de toda investigación erudita."


El eterno dilema de la memoria reconstruida:

"Esa memoria es y será siempre un palimpsesto y cada nueva inscripción borra la anterior, y aun cuando la última no sea -y eso es más frecuente de lo que se confiesa- más que una invención destinada a adaptar el pasado a las predilecciones del presente. En contraste con las múltiples y sincrónicas perspectivas que un artista puede ofrecer de un hecho cualquiera, la memoria sólo puede ofrecer una, como si una ley ética tan sólo le permitiese conservar las más conveniente, esto es, la última, como si una ley mecánica le advirtiera de la imposibilidad de cobijar dos o más sin el riesgo de destruir esa unidad móvil a través del tiempo que constituye la esencia de su temporalidad."

Un libro recomendado para aquellos que piensan que Benet era un especulador de las palabras.

No hay comentarios: