miércoles, 16 de diciembre de 2009

Otoño en Madrid hacia 1950, de Juan Benet.


Este libro sorprenderá a los seguidores de Juan Benet. Los que estamos acostumbrados a su prosa analítica, sincopada, rebosante de enigmáticos requiebros narrativos, a su criptográfico mundo de significados múltiples y abismales, a su trascendente mundo de naturaleza faulkneriana, nos encontraremos aquí a un Juan Benet completamente desconocido, autobiográfico, divertido, irónico, y ¡ameno! En este libro de Alianza Editorial se recogen cuatro relatos breves a modo de Diarios (más bien Breves Memorias pues la forma no es "diarista") en los cuales Benet da cuenta de cuatro personalidades cercanas a su existencia en el Madrid de la posguerra. Barojiana; Caneja, Juan Manuel; El Madrid de Eloy; y Luis Martín-Santos, un memento, son sus títulos.

Barojiana.

Benet cuenta cómo, cuando rondaba los veinte años, acudía cada quince días al piso de Pío Baroja en calle Alarcón donde se reunían algunas amistades del escritor para hacer tertulia. "De alguna manera se había intemporalizado, pero no cuando yo lo conocí sino cuando empezó su carrera de escritor, a finales de siglo, antes de cumplir los treinta años. (...) Su veneración por los maestros tenía algo de idolatría y resultaba impensable que un nuevo nombre moderno fuera elevado al altar donde había situado a Dickens, Stendhal y Dostoievsky. (...) Yo lo oí repetidas veces, la sentencia pronunciada con el rigor y la inapelabilidad de todo parte de defunción: "La novela ha muerto". Sí, él se la había cargado. Benet no sólo narra aquellos encuentros con el escritor sino que se permite analizar la obra de éste: "Se trata por consiguiente de una poda total: a la épica la despoja de todo heroísmo, al héroe de toda grandeza, al discurso de todo énfasis y brillo, a la prosa de toda figura compleja, a la dicción de toda ambigüedad y el párrafo queda reducido casi a la oración simple, el sustantivo no es acompañado más que por el adjetivo más directo". Buf, porque en aquella época no había móviles que si no emparenta a Baroja con el lenguaje sms, por dios. Pero también hay parabienes: "Para el oído moderno, Baroja es el mejor altavoz de toda la ridiculez de cierta retórica castellana, sobre todo la de sus contemporáneos; el más riguroso patrón con el que medir las ínfulas de la épica moderna, el fiel contraste de la novela española del siglo XX; y tal vez, también el tronco del que tendrán que partir las ramas de la misma narrativa que él mismo podó". Bueno, digamos entonces que según Benet don Pío se cargó la novela para que pudiera seguir construyéndose desde cero.

Caneja, Juan Manuel.

Caneja, pintor. "Caneja era el más rojo de todos. El rojo absoluto". Dio con sus huesos en la cárcel, claro. Cuando salió a los tres años de la trena: "Y se puso a pintar. Ya había dado un primer susto a mi hermano con una tela, anterior a su estancia en Carabanchel, que en nada se parecía a su producción anterior y en la que por primera vez había asomado los acres de los barbechos, eriales y secanos. Creo recordar que se trataba de una charca seca. En la cárcel no debió pintar mucho a fin de comprender lo que quería ver y no podía mirar; era un programa muy simple y muy vasto a la vez, como el mismo sujeto de su arte: pintar -sin ninguna concesión y con toda su prolija e infinitesimal variedad- unos campos góticos despojados de todo accidente, incluso prescindiendo de un cielo que no tendría otra función que la terminal horizontal." Estaba leyendo este capítulo dedicado a Caneja cuando mi mente se puso a funcionar -con los problemas habituales- pèro yo no conseguía identificar a este pintor. Ahora, mientras escribo esta reseña me ha venido a la cabeza cierta exposición de una enorme paisajista en el Reina Sofía de Madrid -y que pirlosky me recomendó encarecidamente no me perdiera-, hará unos cuatro años, quizás cuando regresaba de Berlín -2005, confirmado-, y compartiendo Caneja espacio museístico con la antológica de Juan Gris, casi nada. Eran unos cuadros increíbles, con cierto regusto al paisaje rural de Godofredo Ortega Muñoz, las salas estaban vacías, las de Gris a reventar.

El Madrid de Eloy.

Es éste el relato más genial de todos. En él Benet se refiere a un amigo que un día desapareció sin dar ninguna explicación. Todos pensaban que la policía había metido su cabeza en el asunto, pero de vez en vez le llegaban rumores, alguien lo había visto en no sé qué sitio u otro había oído que también había sido visto en tal lugar. Muy graciosa -me reí solo, en el frío de mi piso, con Shostakovich de fondo- es la escena en la que los estudiantes de Ingeniería de caminos van a por su carnet de identidad, desde 1950 era obligatorio sustituyendo a la antigua Cédula, y ante el interrogante de los jóvenes acerca de la naturaleza de aquel plastiquito identificativo donde figuraba la huella dactilar: "El funcionario, que comprendió que por una vez debía hacer gala tanto de buenas maneras como del dominio de una información imprescindible, respondió que no sólo se trataba de una sustancia incombustible sino que además había sido glasofonada. "¿Glasofonado?". ¿Y eso qué es? ¿Y para qué sirve? "Admite las más altas temperatura sin sufrir deterioro alguno, caballero, y si usted muere calcinado gracias a este documento será posible reconocer sus restos." "Anda la leche", replicó Blanquito que ya empezaba a cabrearse, "pues bastante me importa a mi que reconozcan mis...". Pero no pudo acabar porque, con uno de sus ideales amarillos mediado y apagado en la comisura del labio, Eloy había sacado el mechero de martillo y aplicado la llamada a un borde del carnet. Una violenta, recta, y azulada llamarada -terminada en una cola de estrellas purpúreas- arrebató el carnet de los dedos de Blanquito y lo impulsó hasta el techo del local desde donde cayeron unas pocas e impalpables cenizas que el funcionario tocado de mandil, puesto de pie, acompañó con su mirada y con esa mezcla de sentimientos -sorpresa, furor, enojo, vergüenza, oprobio, humillación, venganza, insulto, desacato- tan compleja -para quien tiene el poder- sólo se puede resolver con un único y simple gesto."

Hablando de los cinco grandes cambios del siglo XX en España Benet se refiere a las siguientes fechas: 1931,1939,1965,1975,1982 y dice: "Así pues los que nacimos antes de 1931 y en 1985 seguimos manteniendo las constantes vitales (una expresión que espero que algún versado me explique algún día qué quiere decir) hemos sido testigos de cinco grandes cambios sin que ninguno de los pacientes, a lo que yo veo, se confiese inequívocamente determinado por ellos. Más bien parece que es al revés, si se tiene en cuenta el número de los que se consideran responsables de tales sucesos, aun cuando les hayan afectado poco a sus espíritus." Je, je, esas constanes vitales, una muestra de que, más allá de las Herrumbrosas Lanzas, Benet tenía sentido del humor.
-continuará, aún no he terminado-

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